viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 37





Segundo capítulo del día!
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Aquella teoría estaba resultando difícil de llevar a la práctica. Había evitado pensar en Peter sacándolo de su mente a la fuerza después de separarse de él la tarde anterior. Había hecho caso omiso a las ansias que sentía su cuerpo, y se negaba a pensar en lo que había estado a punto de suceder entre ellos. Pero a pesar de su voluntad, su subconsciente la había traicionado y había introducido a Peter en sus sueños, de forma que a la mañana siguiente se despertó buscándolo con las manos. El sueño había sido tan vívido que terminó llorando de anhelo y desilusión.

Se le había acabado la resistencia; mejor era reconocerlo. Si él no hubiera dicho lo que dijo, ella se le habría entregado sobre la hierba. Su moral y sus principios no servían de nada cuando Peter la tomaba en sus brazos, promesas de papel que se desvanecían al primer beso.

Conforme iba descartando personas de su lista de sospechosos, la balanza se inclinaba cada vez más hacia Peter. Era lógico. Emocionalmente, aquella idea se topaba con un total rechazo.  No podía ser Peter. ¡No podía ser él! No podía creerlo; no quería creerlo. El hombre que ella conocía era capaz de tomarse extraordinarias molestias para proteger a sus seres queridos, pero el asesinato a sangre fría no era una de ellas.

Su madre sabía quién era el asesino. Lali estaba tan segura de ello como jamás lo había estado de ninguna otra cosa. Sin embargo, requeriría esfuerzo conseguir que lo admitiera, pues le iba a suponer problemas. Gimena no era dada a actuar en contra de su propio interés, y desde luego menos por algo tan abstracto como la justicia. Lali la conocía bien; si la presionaba demasiado, huiría, en parte por miedo, pero la razón principal sería evitar crearse problemas. Después de haberle sonsacado aquella información acerca de la casa de verano, Lali sabía que tendría que dejar pasar un tiempo antes de volver a llamarla.


La caja le fue entregada al día siguiente.
Regresaba a casa de hacer la compra en la parroquia vecina, y después de transportarlo todo y guardarlo, fue al buzón a recoger el correo del día. Cuando abrió la tapa del enorme buzón vio el habitual surtido de facturas, revistas y publicidad, además de una caja depositada encima. La cogió con curiosidad; no había hecho ningún pedido, pero el peso de la caja resultaba intrigante. Las solapas estaban selladas con cinta adhesiva y en la parte superior habían sido garabateados su nombre y su dirección.

Lo llevó todo al interior de la casa y lo dejó sobre la mesa de la cocina. Extrajo un cuchillo del cajón, cortó la cinta adhesiva de la solapa y abrió las dos mitades, y después apartó el montón de papel de relleno usado para el embalaje.
Después de mirar horrorizada el contenido, se volvió y vomitó en el fregadero.
El gato no sólo estaba muerto, sino que había sido mutilado. Estaba envuelto en plástico, probablemente para que el olor no alertase a alguien antes de abrir la caja.

Lali no pensó, reaccionó de manera instintiva. Cuando cesaron los violentos espasmos, buscó a ciegas el teléfono. Cerró los ojos al oír la voz profunda y grave en el auricular y se aferró a él como si fuera un salvavidas.

—P—Peter —tartamudeó, y luego guardó silencio, con la mente en blanco. ¿Qué podía decirle?
¿Socorro, estoy asustada y te necesito? No tenía derecho a pedirle nada, su relación era una mezcla volátil de enemistad y deseo, y cualquier debilidad por su parte no haría sino proporcionarle otra arma. Pero estaba afectada y aterrorizada a un tiempo, y él era la única persona que se le ocurría a quien pedir ayuda.

—¿Lali? —Algo de aquel terror suyo debió de hacerse evidente en la única palabra que había pronunciado, porque la voz de Peter se había vuelto muy calmada—. ¿Qué pasa?
De espaldas a lo ofensivo que había encima de la mesa, Lali luchó por recobrar el control de la voz, pero aun así le salió como un susurro.

—Hay... un gato aquí —consiguió decir.

—¿Un gato? ¿Te dan miedo los gatos?

Ella negó con la cabeza, y entonces cayó en la cuenta de que Peter no podía verla por el teléfono. No obstante, su silencio debió de hacerle pensar que la respuesta era afirmativa, porque dijo en tono tranquilizador:
—Tírale algo, eso lo espantará.
Lali volvió a sacudir la cabeza, esta vez con más vehemencia.

—No. —Aspiró profundamente—. Ayúdame.

—Está bien. —Evidentemente, había decidido que a ella la aterrorizaban demasiado los gatos para hacerse cargo ella sola de la situación, de modo que adoptó un tono enérgico y tranquilizador—. Voy para allá. Siéntate en alguna parte donde no lo veas, y yo me encargaré de él cuando llegue.

Colgó, y Lali siguió su consejo. No soportaba estar en la casa con aquella cosa, así que salió al patio y se sentó inmóvil en el columpio, esperando insensible a que llegara Peter.

Peter llegó en menos de quince minutos, pero a ella le parecieron una eternidad. Su figura se desplegó del interior del jaguar y se dirigió hacia el patio con aquella forma suya de andar, airosa y suelta, y una leve sonrisa de condescendencia masculina en los labios, el héroe que acude a salvar a la damisela en apuros de la bestia feroz. Lali no se ofendió; que pensara lo que quisiera, con tal de que la librase de aquella cosa que tenía en la cocina. Lo miró fijamente, con una palidez tal en la cara que la sonrisa de Peter se esfumó.

—No estarás de verdad asustada, ¿no? —le preguntó con suavidad al tiempo que se agachaba en cuclillas frente a ella y le tomaba una mano en las suyas. Lali tenía los dedos helados a pesar de lo caluroso del día—. ¿Dónde está?

—En la cocina —respondió Lali con los labios tensos—. Encima de la mesa.
Peter le palmeó el hombro para consolarla, se incorporó y abrió la puerta de rejilla. Lali escuchó sus pasos al cruzar la sala de estar y entrar en la cocina.

—¡Por el amo de Dios, quién es capaz de hacer esto! —lo oyó exclamar, y después otra sarta de insultos más. Luego, la puerta trasera que se cerraba de golpe. Se cubrió el rostro con las manos. Debería habérselo advertido, no debería haber dejado que se llevase la misma impresión que se había llevado ella, pero sencillamente no había sido capaz de decir las palabras correctas.

Minutos más tarde Peter regresó a la parte frontal de la casa y volvió a subir los escalones del patio. Tenía la mandíbula apretada con fuerza y una expresión de frialdad en los ojos que Lali jamás había visto antes, pero esta vez su cólera no iba contra ella.

—Ya está —dijo, todavía en aquel tono amable—. Me he librado de él. Ven adentro, pequeña. —La rodeó con el brazo y la instó a levantarse del columpio y entrar en la casa. La guió hasta la cocina; ella se puso tensa y trató de soltarse, pero Peter no se lo permitió—. No pasa nada —la calmó, y la obligó a sentarse en una silla—. Pareces un poco impresionada. ¿Qué tienes de beber por aquí?

—En la refrigeradora hay té y jugo de naranja —contestó Lali con voz débil.

—Me refería a algo que lleve alcohol. ¿Tienes vino? — ella negó con la cabeza.

—No bebo alcohol.
A pesar de la furia que brillaba en sus ojos, Peter sonrió.

—Puritana —dijo en tono blando—. Está bien, jugo de naranja. —Cogió un vaso y lo llenó, y a continuación se lo puso a Lali en la mano—. Tómatelo entero mientras yo hago una llamada.

Ella bebió obediente, más porque le proporcionaba algo en que concentrarse que porque le provocara. Peter abrió el directorio telefónico, recorrió la primera página con el dedo y marcó el número.

—Con el sheriff Riera, por favor.
Lali levantó la cabeza, más despejada de pronto. Peter la miró fijamente, con una expresión que la desafiaba a protestar.

—Nico, soy Peter. ¿Podrías venir a casa de Mariana Martínez? Sí, es la antigua de los Cleburne. Acaba de recibir una sorpresa un tanto desagradable con el correo. Un gato muerto... Sí, también hay una de ésas.
Cuando colgó el teléfono, Lali se aclaró la garganta.

—¿A qué te refieres al decir una de ésas?

—Una carta de amenaza. ¿No la has visto?
Lali negó con la cabeza.

—No. Lo único que he visto ha sido el gato. —Un escalofrío la recorrió de arriba abajo haciendo que el vaso le temblara en la mano.
Peter empezó a abrir y cerrar puertas.

—¿Qué estás buscando? —quiso saber.

—El café. Después del azúcar para contrarrestar la impresión, necesitas una dosis de cafeína.

—Lo guardo en la despensa. En la repisa de arriba.

Peter tomó la lata y ella le indicó dónde estaban los filtros. Hizo el café con cierta competencia, para ser un hombre rico que probablemente nunca lo hacía en su casa, se dijo Lali sintiendo una ráfaga de diversión por dentro.

Una vez que el café estuvo en marcha, Peter acercó otra silla y se sentó frente a ella, tan cerca que las piernas de ambos se tocaron, las suyas por fuera de las de Lali, en un cálido abrazo. No le preguntó qué había sucedido, pues sabía que pronto se lo contaría todo al sheriff, y ella se sintió agradecida. Se limitó a quedarse sentado, prestándole su calor y el consuelo de su cercanía.

Continuará...

1 comentario:

  1. Tan solo x el tono d su voz,Peter acude al rescate.Si no fuera x todo lo k pasó en el pasado ,otra cosa sería su relación.

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