viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 36





Hola! perdón por la desaparición de ayer :( pero esa semana se me vino cargadisima! De regalo hoy habrán tres capítulos :)
Quería agradecer a las que firman y bueno también a las que se toman su tiempo y la leen :) Un beso!! que tengan un lindo fin de semana!
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—Quisiera hablar con usted, si no tiene inconveniente. —Para inclinar la respuesta a su favor, dio un paso adelante. Emilia retrocedió, en un gesto involuntario de admisión.

—En realidad, no tengo mucho tiempo —dijo Emilia en tono de disculpa más que de impaciencia—. Voy a comer con una amiga.
Aquello resultaba creíble, a no ser que Emilia siempre se vistiera para estar en casa como si fuera a acudir a un matrimonio.

—Diez minutos —prometió Lali.
Con una expresión de desconcierto, Emilia la condujo hasta un espacioso salón y ambas tomaron asiento.

—No es mi intención mirarla tanto, pero es que usted es la hija de Gimena Espósito, ¿no es así?  Había oído decir que estaba aquí, y el parecido... Bueno, estoy segura de que ya le habrán dicho que es asombroso.
A diferencia de mucha gente, en el tono de Emilia no había censura, y Lali descubrió que aquella mujer le caía bien.

—Me lo han mencionado algunas personas —dijo secamente, con lo cual provocó en su anfitriona una leve risa que hizo que le cayera aún mejor. Sin embargo, el hecho de que le cayera bien no la desvió de su intención—. Quisiera hacerle algunas preguntas sobre Nicolás Lanzani, si me lo permite.
Las mejillas sonrosadas de colorete palidecieron un poco.

—¿Sobre Nicolás? —Le temblaron ligeramente las manos, y las entrelazó sobre el regazo—. ¿Por qué quiere preguntarme a mí?
Lali hizo una pausa.

—¿Está usted sola? —preguntó por fin, pues no deseaba que su interlocutora tuviera ningún problema si alguien podía estar escuchando la conversación.

—Pues sí. Gustavo está en Nueva York esta semana.
Aquello era una suerte en cierto sentido, y no lo era en otro, porque, dependiendo de la conversación con Emilia, tal vez quisiera hablar también con Gustavo. Respiró hondo y fue directamente al punto de la cuestión.

—¿Tenía usted una aventura con Nicolás aquel verano, antes de que se fuera?
Los ojos azules se oscurecieron de angustia, y las mejillas palidecieron aún más. Emilia la miró fijamente mientras iban transcurriendo en silencio los minutos. Lali esperó una negativa, pero en vez de eso Emilia lanzó un suspiro extrañamente suave.

—¿Cómo lo ha descubierto?

—Haciendo preguntas. —No dijo que obviamente era de conocimiento común, para que lo supiera Ed Morgan. Si Emilia quería pensar que había sido discreta, pues que tuviera aquel dudoso consuelo.

—Ésa fue la única vez que le he sido infiel a Gustavo. —La mujer desvió la mirada y se tiró nerviosamente de los pantalones.

—Estoy segura de ello —dijo Lali, porque Emilia parecía necesitar que la creyeran—. Por lo que me han dicho de Nicolás Lanzani, era un experto en seducción.
Una leve sonrisa triste, involuntaria, tocó los labios de Emilia.

—Y lo era, pero no puedo echarle la culpa a él. Yo estaba decidida a acostarme con él antes incluso de tener contacto. —Seguía haciendo movimientos nerviosos con los dedos, ahora acariciando el brazo del sillón—. Descubrí que Gustavo se entendía con su secretaria y que llevaba años haciéndolo. Me puse furiosa, qué quiere que le diga. Lo amenacé con toda clase de cosas si no la dejaba inmediatamente, y el divorcio fue la única que no suponía un daño físico. Él me rogó que no lo dejara, me juró que aquella mujer no significaba nada para él, que sólo era sexo y que no volvería a hacerlo... Ya sabe, esa clase de paparruchas. Pero lo descubrí, ni tres semanas habían pasado.

Hay que ver por qué tonterías se descubre a la gente. Una noche, al desvestirse, vi que tenía los calzoncillos vueltos del revés, con la etiqueta por este lado. La única manera en que podía llevarlos así era habiéndoselos quitado. —Sacudió la cabeza en un gesto negativo, como si no entendiera por qué no había sido más cuidadoso. Ahora las palabras fluían como un torrente de ella, como si las hubiera contenido durante doce años. — No le dije nada. Pero al día siguiente llamé a Nicolás y le pedí que se encontrara conmigo en la casa de verano que tenía él junto al lago. Gustavo y yo, y algunos amigos más, habíamos estado allí haciendo parrillas y meriendas, así que conocía el sitio.
¡Otra vez la casa de verano!, pensó Lali irónicamente. Entre padre e hijo, las sábanas de aquellos dos dormitorios debieron de estar siempre calientes.

—¿Por qué eligió a Nicolás? —inquirió.
Emilia la miró con sorpresa.

—Bueno, no iba a elegir a alguien repulsivo, ¿no? —explicó—. Si iba a tener una aventura, por lo menos quería que fuera con alguien que supiera lo que hacía, y a juzgar por la reputación que tenía Nicolás, me pareció que él cumplía los requisitos. Además, Nicolás era seguro. Tenía la intención de decirle a Gustavo lo que había hecho, porque, ¿de qué sirve la venganza si nadie se entera de ella?, y Nicolás era lo bastante poderoso para que Gustavo no pudiera hacerle nada, si es que descubría su identidad. Por lo menos, yo pretendía mantener eso en secreto.  Así que me encontré con Nicolás en la casa de verano y le dije lo que quería. Él fue muy amable, muy razonable. Trató de convencerme de que no lo hiciera, ¡imagínese! ¡Fue una herida a mi ego!

—Emilia sonrió y los ojos se le enturbiaron con los recuerdos—. Un hombre que ejercía de donjuán por todo el estado, y me rechazaba. YO siempre me he considerado atractiva, pero era evidente que él no pensaba lo mismo. Me entraron ganas de gritar. Efectivamente, lloré un poquito, y Nicolás se puso frenético. Era muy amable, un auténtico encanto con las mujeres. Las lágrimas lo ablandaban hasta convertirlo en papilla. Empezó a palmearme el hombro y explicarme que en realidad le parecía muy guapa y que le encantaría llevarme a la cama, pero que yo se lo estaba pidiendo por razones equivocadas y Gustavo era amigo suyo. Siguió hablando y hablando.

—¿Pero por fin logró convencerlo?

—Le dije: «Si no es contigo, será con otro». Él me miró con aquellos ojos oscuros que le dan a una la impresión de ahogarse en ellos, y me di cuenta de que estaba preguntándose a quién elegiría yo a continuación. Estaba preocupado por mí, pensaba que iría al Bar a buscar candidatos. Me cogió la mano, la puso en su entrepierna, y vi que estaba listo. Entonces dijo: «Ya estoy», y me llevó al dormitorio.
Se estremeció ligeramente, con la mirada perdida, retrocediendo en el tiempo. Guardó silencio, y Lali esperó pacientemente a que revolviera entre sus recuerdos.

—¿Se imagina —dijo Emilia por fin con voz suave— lo que es llevar veinte años casada, querer a tu marido y sentirte satisfecha en la cama, y de pronto descubrir que no tenías ni idea de lo que podía ser la pasión? Nicolás era... Dios, no puedo decirle lo que era Nicolás como amante. Me hizo gritar, me hizo sentir y hacer cosas que yo no hacía... Tenía la intención de que fuera sólo aquella única vez. Pero pasamos allí la tarde entera, haciendo el amor.

»No se lo dije a Gustavo. Si se lo hubiera dicho, habría puesto fin a mi venganza, y no podía hacerlo, no podía dejar de ver a Nicolás. Nos veíamos por lo menos una vez por semana, si yo podía arreglármelas. Entonces fue cuando se marchó. —Miró a Lali como calibrando el efecto de la próxima frase—. Con su madre. Cuando me enteré, me pasé una semana llorando. Y entonces se lo conté a Gustavo.

»Se puso furioso, naturalmente. Rabió y despotricó, y me amenazó con el divorcio. Yo me quedé sentada, mirándolo, sin discutir ni nada, y eso lo puso todavía más furibundo. Entonces le dije: "Deberías cerciorarte siempre de llevar los calzoncillos del derecho antes de volver a ponértelos», y frenó en seco y se me quedó mirando con la boca abierta. Sabía que había vuelto a descubrirlo. Me levanté y me fui, y él fue detrás de mí como media hora después, llorando. Por fin hicimos las paces —terminó Emilia, ya en tono más ligero—. Que yo sepa, no ha vuelto a serme infiel.

—¿Alguna vez ha sabido algo de Nicolás?
Emilia negó lentamente con la cabeza.

—Al principio tuve la esperanza, pero... no, nunca me ha escrito ni llamado. —Le temblaron los labios y miró a Lali con una expresión de angustia en el rostro—. Dios mío —susurró—, lo amaba mucho.

Otra vía muerta, pensó Lali mientras conducía de vuelta a casa. Según Emilia, su marido no supo que tenía una aventura con Nicolás hasta después de que éste hubiera desaparecido, lo cual dejaba a Gustavo fuera de toda sospecha. Emilia había sido demasiado franca, demasiado inconsciente siquiera de la posibilidad de que Nicolás hubiera sido asesinado o de que podía haber alguna mínima razón por la que no debía desahogarse con Lali. En cambio, terminó aferrada a las manos de Lali mientras lloraba por un hombre al que no había visto en doce años pero con el que había compartido un verano de pasión.
Finalmente había recuperado su aplomo, avergonzada y confusa.

—Dios mío, fíjese en la hora que es... Voy a llegar tarde. No sé por qué... Quiero decir, usted es una desconocida... Y yo, llorándole de esta manera, sin parar de hablar... oh, cielo santo. —Esto último lo dijo al darse cuenta de todo lo que le había contado a aquella desconocida. Miró a Lali con consternación y horror.

Lali, sintiendo el impulso de consolarla, le había tocado el hombro y le había dicho:
—Necesitaba hablar de ello. Lo entiendo, y le juro que lo guardaré en secreto.
Tras unos segundos de tensión, Emilia se relajó.

—Le creo. No sé por qué, pero le creo.

De modo que ahora a Lali no le quedaban sospechosos ni pistas, y no porque antes tuviera algo concreto por donde empezar. Lo único que tenía eran preguntas, y sus preguntas estaban molestando a alguien. La prueba se encontraba en la nota que había encontrado aquella mañana. No sabía si aquel papel sería indicativo de una conciencia culpable. Tampoco sabía qué más hacer, excepto seguir formulando preguntas. Tarde o temprano alguien sentiría el aguijón de reaccionar.
Si lograse mantenerse lo bastante ocupada, a lo mejor no pensaría en Peter.

Continuará...

1 comentario:

  1. Y seguimos sin pistas.En un pueblo d cotillas ,a alguien se le tiene k soltar la lengua.

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