Hola!! como anda su semana? espero que bien! :)
Quiero agradecer sus comentarios! la verdad que no he tenido mucho tiempo, así que recién hoy los he visto y me han dejado maravillada! jijiji
Un beso!!
_______________________________________________________________
Lali consultó su reloj.
—Calculo que tiene unos dos
minutos antes de que venga aquí su esposa a ver qué está pasando.
Él la miró furioso, pero
dijo a regañadientes:
—Creo que se veía con Tina Calvo,
la secretaria de Alejo García. Alejo era el mejor amigo de Nicolás. Pero no sé
si eso será verdad, porque ella no pareció muy dolida cuando se fue Nicolás.
Había una camarera del Bar, no recuerdo cómo se llamaba, pero Nicolás la veía
de vez en cuando. Ya no está allí. También oí contar que tenía un amorío con Emilia
Attias. Nicolás se movía mucho. No me acuerdo exactamente de todas las mujeres
con quienes andaba relacionado.
Emilia Attias, debía de
tratarse de la mujer del ex alcalde. El hijo de ambos, Cristóbal, formaba parte
del grupo de chicos que rondaban a Estefanía cuando querían pasárselo bien pero
no le hablaban si se la encontraban en público.
—¿Era de conocimiento general?
—preguntó Lali—. ¿Había por ahí algún marido celoso?
Morgan se encogió de hombros
y volvió a mirar hacia la parte delantera del establecimiento.
—Quizá lo supiera el
alcalde, pero Nicolás donaba mucho dinero para sus campañas, de modo que dudo
que a Gustavo Attias le hubiera fastidiado mucho enterarse de que Emilia
estaba... bueno, recaudando donaciones. —Esbozó una sonrisita, y Lali pensó lo
mucho que le desagradaba aquel hombre.
—Gracias por la información—
dijo, y dio media vuelta para marcharse.
—¿Va a volver por aquí?
—quiso saber el tendero, nervioso.
Ella se detuvo y le dirigió
una mirada reflexiva.
—Puede que no —contestó—.
Llámeme si se le ocurren más nombres. —Y a continuación salió de la tienda con
paso rápido sin siquiera mirar a la señora Morgan.
Dos nombres, más la
posibilidad de la camarera desconocida. Ya era algo por dónde empezar. Sin
embargo, lo que la intrigaba era que se hubiera mencionado al mejor amigo de Nicolás,
Alejo García. Ése era quien probablemente tendría las respuestas a muchas de
sus preguntas.
Los García eran una de las
familias más antiguas y adineradas de la zona, no en el mismo grado que los Lanzani,
pero es que tampoco había nadie más que estuviera a su nivel. Conocía el
apellido, pero no conseguía sacar a la luz ningún recuerdo de ellos. Ella sólo
tenía catorce años cuando se marchó, y era más introvertida que la mayoría,
pues se guardaba para sí lo más posible.
Solamente había prestado
atención a las personas que tuvieron contacto directo con su familia, y por lo
que recordaba, jamás había conocido a ninguno de los García. Sin embargo, era
probable que Alejo aún viviera allí; aparte del caso de Nicolás Lanzani, las
viejas fortunas tendían a permanecer en un solo sitio.
Fue hasta la cabina
telefónica que había al final del estacionamiento y buscó a los García. El
domicilio figuraba como «Alejo García, abogado». Debajo aparecía el número de «García
y Anderson, abogados».
Se imaginó que aquélla era
una ocasión tan buena como cualquier otra, de modo que introdujo una moneda en
la ranura y marcó el número del bufete de abogados. Una voz musical contestó al
segundo timbre.
Lali dijo:
—Me llamo Mariana Martínez.
¿Podría el señor García recibirme hoy?
Se produjo una minúscula
pausa que le indicó que habían reconocido su nombre, y seguidamente dijo la voz
musical:
—Estará toda la mañana en
los juzgados, pero puede recibirla esta tarde a la una y media, si le viene
bien a usted.
—Perfecto. Gracias.
Cuando colgó, se preguntó si
aquella voz musical pertenecería a Tina Calvo, que era la secretaria del señor García
en la época en que ocurrió todo, o si se trataría de otra persona.
Disponía de casi tres horas
por llenar, a no ser que quisiera irse a casa y regresar de nuevo. El estómago
le hacía ruidos para recordarle que la tostada que se había comido a las seis y
media hacía mucho que se había esfumado. No sabía si la atenderían en alguno de
los restaurantes de la ciudad o si la influencia de Peter alcanzaba también a
aquellos. Se alzó de hombros. Ningún momento era mejor que aquél para
averiguarlo.
En la plaza había un pequeño
café. Nunca había estado en él, pensó mientras estacionaba el auto casi justo
enfrente de la puerta, jamás había salido a comer hasta que fue a vivir con los
Torres y éstos le mostraron las maravillas de los restaurantes. El hecho de
pensar en ellos la hizo sonreír mientras entraba en el café, fresco y en
penumbra, y tomaba nota mentalmente de llamarlos esa noche. Procuraba mantener
el contacto llamándolos por lo menos una vez al mes, y casi había pasado ese
tiempo desde la última ocasión.
Los clientes escogían mesa,
así que Lali eligió un hueco situado en la parte posterior del establecimiento.
Se le acercó con diligencia una mujer joven, de rostro agradable.
—¿Qué quiere para tomar?
—Té dulce. —Se daba por
hecho que el té era helado, a no ser que uno especificara que lo quería
caliente. Normalmente sólo había que elegir entre dulce y no dulce.
La mesera salió disparada
por el té, y Lali echó un vistazo al menú de plástico. Acababa de decidirse por
la ensalada de pollo cuando alguien se detuvo frente a su mesa.
—¿Es usted Lali Espósito?
Se puso tensa, preguntándose
si le iban a decir que se fuera. Levantó la vista hacia la mujer que estaba de
pie.
—Sí, así es.
La mujer le resultó
vagamente familiar, ojos castaños, pelo castaño y una cara de mandíbula
cuadrada y hoyuelos en las mejillas. Era alta, y poseía el humor fresco y
amistoso.
—Ya me parecía. Ha pasado
mucho tiempo, pero resulta difícil olvidarse de la gente. —La mujer sonrió—. Yo
soy Candela Vetrano... Yo estaba en tu clase en el colegio.
—¡Candela! —Nada más oír el
nombre, le vino a la memoria aquel rostro—. Me acuerdo de ti.
¿Qué tal estás?
Candela nunca había sido
amiga suya, no tenía amigas, pero tampoco había tomado parte en ninguna de las
crueles burlas que soportó Lali. Ella, por lo menos, había sido atenta.
Sin embargo, ahora la
expresión de sus ojos era abiertamente amistosa.
—¿Quieres sentarte conmigo?
—la invitó Lali.
—Sólo un minuto —contestó Candela
deslizándose en el asiento de enfrente. La mesera regresó trayendo el té de Lali
y tomó el pedido de la ensalada de pollo. Cuando estuvieron solas otra vez, Candela
dijo con una sonrisa irónica—: Este lugar es propiedad de la familia de mi
marido, y yo lo dirijo. Espero una entrega de un momento a otro, y tendré que
supervisarla.
Como Peter ya sabía lo de la
agencia, no había motivo para no hablar de ella, así que Lali dijo:
—Yo estoy innovando. Tengo
una agencia de viajes en Dallas, y en realidad debería haberle dicho a mi
gerente que iba a estar aquí, pero olvidé llamarla antes de salir de casa.
Una vez quedaron
establecidas sus respectivas posiciones sociales y económicas, se sonrieron la
una a la otra como iguales. Lali experimentó una cálida oleada de placer.
Incluso después de haberse ido a vivir con los Torres y asistir al instituto,
no había tenido ninguna amiga; seguía siendo demasiado introvertida y estaba
demasiado traumatizada para formar amistades. No fue hasta que entró en la
universidad cuando comenzó a tener amigos, y la aceptación natural de sus
compañeras de cuarto supuso una revelación. Tímida al principio, se abrió
rápidamente y empezó a disfrutar de tomar parte en los rituales femeninos que
habían estado cerrados para ella de niña: las noches enteras de charla, las
risas y bromas, el intercambiarse ropas y maquillajes, el frenesí de arreglarse
por las mañanas, el compartir el espejo del baño con la compañera de
habitación.
Participó por primera vez en
el interminable análisis del turbio misterio que eran los hombres, o más bien
escuchaba sonriendo ligeramente por la ingenuidad de sus amigas. Aunque en
aquel punto muchas de sus compañeras ya habían tenido relaciones sexuales y Lali
aún era virgen, se sentía infinitamente mayor, más experimentada. Ellas todavía
veían a los hombres a través del cristal rosa del romance, mientras que ella no
tenía aquellas fantasías.
Pero la amistad femenina le
había supuesto una dicha especial, y miró a Candela Vetrano con la esperanza de
encontrar la misma vibración en ella.
—¿Adónde te trasladaste,
cuando te fuiste? —preguntó Candela en un tono de naturalidad que resplandeció
por encima de las circunstancias en las cuales se había marchado de Prescott.
—A Beaumont, Texas. Después
me mudé a Austin, donde empecé la universidad, y más tarde a Dallas.
Candela suspiró.
—Yo nunca he vivido en otro
sitio más que éste, ni creo que lo haga. Antes pensaba en viajar, pero entonces
fue cuando me casé con Agustín y llegaron los hijos. Tenemos dos —dijo, con una
sonrisa luminosa—. Un niño y una niña. Teniendo ya uno de cada, parecía un buen
momento para parar. ¿Y tú?
—Soy viuda —respondió Lali.
Sus ojos se ensombrecieron con el velo de tristeza que siempre sentía al hablar
de Pablo, muerto tan joven y tan innecesariamente—. Me casé al terminar la
universidad, y antes de que pasara un año él murió en un accidente de auto. No
teníamos hijos.
—Eso es muy duro. —En la voz
de Candela había una sinceridad genuina—. Lo siento mucho. Me imagino lo que
sería perder a Agustín. A veces me pone furiosa, pero es mi roca, siempre está
cuando lo necesito. —Calló durante unos instantes, y después la sonrisa volvió
a su cara—. ¿Qué te trae otra vez por Prescott? Me parece lógico irse de
Prescott para vivir en Dallas, pero no al contrario.
—Es mi hogar. Quería regresar.
—Bueno, no quiero ser
entrometida ni maleducada, pero en tu lugar Prescott sería el último sitio
donde querría vivir. Después de lo que sucedió, me refiero.
Lali le dirigió una mirada
rápida, pero no vio malicia alguna en la expresión de Candela, tan sólo una
cierta atención observadora, como si todavía no hubiera tomado una decisión
acerca de Lali.
—No ha sido un mar de rosas
—repuso, y decidió que podía ser tan franca como ella—. No sé si lo habrás oído
o no, pero a Peter Lanzani no va a gustarle nada enterarse de que me has
atendido. Imagino que está diciendo a todos los comerciantes que no quiere que
hagan negocio conmigo.
—Sí, ya lo he oído —dijo Candela,
y sonrió abiertamente al tiempo que desaparecía parte de la actitud anterior—.
Pero a mí me gusta decidir por mí misma acerca de las personas.
—No quiero causarte
problemas.
—No me los causarás. Peter
no es vengativo. —Hizo una pausa—. Ya veo que puedes no estar de acuerdo
conmigo. Desde luego que no querría tenerlo por enemigo, pero no va a volverse
mezquino sólo porque te hayas comido una ensalada de pollo.
—Aquí todo el mundo parece
tomarlo en serio.
—Posee gran influencia
—admitió Candela.
—¿Pero no contigo?
—Yo no he dicho eso. Es que
me acuerdo de ti del colegio. Tú no eras como las demás. Si se tratara de Estefanía,
bueno... no estaría aquí sentada, esperando su ensalada de pollo. Pero tú
puedes venir cuando quieras.
—Gracias, pero si tienes
algún problema, házmelo saber.
—Eso no me preocupa. —Candela
sonrió cuando la camarera trajo el plato de pollo sobre la mesa—. Si Peter
tuviera la intención de ponerse en plan duro al respecto, lo habría dicho. Una
cosa que tiene Peter es que uno no tiene que interpretarlo entre líneas; dice
siempre lo que piensa, y piensa lo que dice.
La secretaria de Alejo García
seguía siendo Tina Calvo, según decía la placa que había encima de su mesa. La
mujer que se sentaba detrás de la misma podría ser holgadamente cincuentona,
llevaba cada uno de esos años marcado en el rostro, y el cabello negro y con un
fino corte. Al mirarla, intentando restarle una docena de años, Lali no se la
imaginó como el tipo de mujer que perseguiría Nicolás Lanzani. Éste tenía un
gusto que se inclinaba más por las mujeres llamativas, no por aquélla tan
discreta y de mirada abiertamente curiosa.
—Se parece usted a su madre
— dijo por fin Tina ladeando la cabeza ligeramente al estudiar la cara de Lali—.
Con alguna que otra diferencia, pero en conjunto podría ser ella, sobre todo en
el color del pelo.
—¿Usted la conoció? —quiso
saber Lali.
—Sólo de vista. —Señaló el
sofá con un gesto—. Siéntese. Alejo todavía no ha vuelto de comer. En el
momento que Lali tomaba asiento, se abrió la puerta y entró por ella un hombre
vestido detraje. Miró a Lali y se sobresaltó visiblemente, luego se relajó y
una sonrisa apareció en su boca.
—Usted debe de ser Mariana. El
parecido con su madre es increíble.
—Eso es lo que pensé yo
—dijo Tina, volviéndose hacia él, y por un instante la expresión de sus ojos se
hizo patente. Lali se apresuró a bajar la vista. Por lo que acababa de ver,
dudaba mucho de que Tina hubiera tenido relación alguna con Nicolás, porque
estaba muy enamorada de su jefe. Se preguntó si lo sabría el señor García, y
con la misma rapidez decidió que no. No había ni rastro de ello por su parte.
—Entre —invitó Alejo,
acompañando a Lali a su despacho por delante de él y cerrando después la
puerta—. Sé que debemos de parecerle maleducados al hablar así de usted.
Perdone. Es que el parecido es tan pronunciado, y sin embargo, fijándose bien,
las diferencias son obvias.
—Por lo visto, todo el mundo
tiene la misma reacción cuando me ve por primera vez —admitió Lali sonriente.
Resultaba fácil sonreír a Alejo García. Era de la clase de hombres a los que
iba refinando la edad; siempre esbelto, iba adelgazando incluso más con el paso
de los años. Su cabello oscuro se había vuelto gris en las sienes, y sus ojos
grises mostraban arrugas de patas de gallo, pero fácilmente parecía estar a
mitad de la cuarentena en vez de ser ya cincuentón. Su aroma era verde claro,
fresco como la hierba recién cortada.
—Por favor, siéntese —dijo,
y a continuación se acomodó en su sillón—. ¿En qué puedo ayudarla? — Lali tomó
asiento en el sofá de cuero.
—De hecho, vengo por razones
personales, y ahora me doy cuenta de que no debería ocupar su horario de
trabajo...
Él sacudió la cabeza en un
gesto negativo, sonriendo.
—Es un placer para mí.
Dígame qué es lo que la preocupa. ¿Se trata de Peter? He intentado convencerlo
de que la deje en paz, pero él se siente muy protector con su madre y su
hermana y no quiere que nada las altere.
—Entiendo muy bien la
postura de Peter —dijo Lali secamente. No he venido por eso.
—Ah.
—Quería hacerle unas
preguntas acerca de Nicolás Lanzani. Usted era su mejor amigo, ¿no es así?
Él le dirigió una débil
sonrisa.
—Supongo que sí. Crecimos
juntos.
¿Debería decirle que,
después de todo, Nicolás no se había fugado con Gimena? Jugó con la idea, pero
al final la desechó. Por muy amable que pareciera, no podía olvidar que era un
viejo amigo de la familia Lanzani. Tenía que contar con la posibilidad de que
todo lo que le contase iría a parar directamente a Peter.
—Siento curiosidad por él
—dijo finalmente—. Aquella noche mi familia quedó destrozada, igual que la de Peter.
¿Cómo era? Ya sé que no era fiel a mi madre más que a su esposa; entonces, ¿por
qué, de repente, se le ocurrió abandonarlo todo, su familia, sus negocios, para
estar con ella?
—No creo que realmente
quiera que le responda a eso —replicó Alejo, irónico—. Para decirlo de manera
educada, Gimena era una mujer fascinante, al menos para los hombres.
Físicamente era... Bueno, Nicolás era muy sensible a la sensualidad de Gimena.
—Pero ya tenía una aventura
con ella. No tenían motivos para fugarse.
Alejo se encogió de hombros,
un gesto muy galo.
—Yo tampoco lo he entendido
nunca.
—¿Por qué no se limitó a
divorciarse?
—Una vez más, no tengo
respuesta para eso. Quizás a causa de su religión. Nicolás no iba habitualmente
a misa, pero tenía sentimientos religiosos más fuertes de lo que cabría
esperar. A lo mejor pensó que sería más fácil para Ornella no divorciarse de
ella, dejarlo todo en manos de Peter y marcharse. Sencillamente no lo sé.
—¿Dejarlo todo en manos de Peter?
—repitió Lali—. ¿Qué quiere decir?
—Lo siento —dijo él con
suavidad—. No puedo divulgar detalles de los tratos financieros de mis
clientes.
—No, claro que no. —Lali
retrocedió—. ¿Recuerda algo más de aquel verano? ¿Con quién más estaba viéndose
Nicolás?
El abogado pareció
sorprenderse.
—¿Por qué quiere saberlo?
—Como le he dicho, siento
interés por él. Por su culpa, no he visto a mi madre desde aquel día.
¿Era
simpático? ¿Tenía honor, o era sólo un mujeriego?
Él la miró fijamente durante
unos instantes, y el dolor asomó a sus ojos.
—Nicolás era el hombre más
simpático del mundo —dijo al fin—. Yo lo quería como a un hermano. Siempre
estaba riendo, gastando bromas, pero si yo lo necesitaba para algo, acudía como
una bala. Su matrimonio con Ornella supuso una decepción para él, pero aun así
me sorprendió cuando se fue, porque estaba muy unido a Peter y a Eugenia. Era
un marido terrible, pero un padre maravilloso. —Bajó los ojos y se miró las
manos—. Han pasado doce años —dijo suavemente— y todavía lo echo de menos.
—¿Llamó alguna vez?
—preguntó Lali—. ¿O se puso en contacto con su familia de alguna forma?
El abogado negó con la
cabeza.
—No, que yo sepa.
—¿Con quién más se estaba
viendo aquel verano, además de Emilia Attias?
Una vez más, la pregunta lo
sobresaltó. Alzó las cejas y cuando habló lo hizo en tono de reprimenda.
—Nada de eso importa. Como
no dejo de decirle a Peter, eso es ya el pasado, hay que olvidarlo.
Aquel verano fue muy
doloroso, y mantenerlo vivo no le hace bien a nadie.
—Yo no puedo olvidarlo
cuando no lo olvida nadie de este lugar. Por muy triunfadora o respetable que
sea ahora, algunas personas de aquí me siguen considerando basura. —Le tembló
ligeramente la voz al pronunciar la última palabra. No era su intención dejar
que su control se tambalease, y se sintió a la vez irritada y violenta por
ello. Sin embargo, a veces el dolor conseguía aflorar.
Alejo debió denotarlo,
porque su expresión cambió y rápidamente fue a sentarse junto a ella,
cogiéndole una mano ente las suyas.
—Sé que para usted ha sido
difícil —dijo con dulzura—. Ya cambiarán de opinión, cuando la conozcan mejor.
Y Peter se suavizará con el tiempo. Como digo, reaccionó así porque es muy
protector con su familia, pero básicamente es un hombre justo.
—Y despiadado —añadió Lali.
Una sonrisa triste tocó el
rostro del abogado.
—Eso también. Pero no carece
de amabilidad, créame. Si hay algo que yo pueda hacer para que cambie de
opinión, le prometo que lo haré.
—Gracias —dijo Lali. Aquello
no era por lo que había venido a verlo, pero él era demasiado consciente para
divulgar detalles personales de sus clientes y amigos. Con todo, la visita no
resultó una pérdida de tiempo; tuvo la impresión de que podía tachar de la
lista a Tina Calvo sin problemas.
Se fue, y regresó a casa
meditando sobre la magra información que había obtenido aquel día. Si Nicolás
había sido asesinado, Gustavo o Emilia Attias parecían ser los sospechosos más
probables. Se preguntó cómo podría concertar una cita con alguno de los dos. Y
también se preguntó dónde estaría el señor Bauer, y si se encontraría bien.
—Hoy he visto a Lali —dijo Alejo
aquella noche, cuando estudiaba unos documentos en compañía de Peter. Tomó su
copa de coñac y observó con atención al otro por encima del borde del cristal—.
A primera vista, el parecido resulta inquietante, pero si uno se fija, no hay
forma de confundirla con Gimena. ¿No es curioso que Gimena fuera más hermosa
pero que Lali resulte más atractiva?
Peter levantó la vista. Sus
ojos mostraban una expresión irónica cuando se cruzaron con los grises de Alejo.
—Sí, ya me he dado cuenta de
lo atractiva que es, si es eso lo que me preguntas. ¿Dónde la has visto? —Cogió
su copa, la llenó de su whisky escocés favorito y saboreó su gusto penetrante
en la lengua.
—En mi despacho. Vino a
interrogarme acerca de Nicolás.
Peter estuvo a punto de
ahogarse. Dejó la copa en la mesa con tal ímpetu que hizo que el whisky
oscilara peligrosamente cerca del borde.
—¿Cómo? ¿Qué diablos quería
saber de papá? —La idea de que Lali preguntase nada acerca de su padre lo puso
furioso. Fue una reacción automática; por un momento no se trataba de Lali, la
persona, sino de una Espósito, con todas las connotaciones que suscitaba aquel
apellido. Él la deseaba con una necesidad tan imperiosa que lo alarmaba y
asqueaba a la vez, aunque sabía que iba a satisfacer dicha necesidad si le era
posible, pero no quería que nada suyo tocase a su familia. No quería que Eugenia
ni Ornella quedaran expuestas a ella, y desde luego no quería que anduviera
preguntando por su padre. Nicolás ya no estaba. Su ausencia, su traición, era
una herida que seguía estando muy próxima a la superficie y que sangraba al
menor rasguño.
—Quería saber cómo era, si
alguna vez se había puesto en contacto con ustedes, si estaba viéndose con
alguien más aquel verano.
Furibundo, Peter se levantó a
medias del sillón, con la intención de ir a su casa en aquel mismo momento y
poner las cosas en claro con ella, pero Alejo lo detuvo poniéndole una mano en
el brazo.
—Tiene derecho a saberlo
—dijo blandamente—. O por lo menos a sentir curiosidad.
—¡Nada de eso! —exclamó Peter.
—Ella tampoco ha visto a su
madre desde entonces.
Peter se quedó petrificado
un instante, y luego volvió a dejarse caer en el sillón. Maldita sea, Alejo
tenía razón. Dolía, pero tenía que admitir la verdad. Él, por lo menos, era un
hombre adulto, si bien inexperto en los negocios, cuando desapareció Nicolás; Lali
sólo tenía catorce años y estaba desamparada y vulnerable como una niña. No
sabía qué había sido de su vida entre entonces y ahora, excepto que era viuda y
que era la propietaria de una agencia de viajes de éxito, pero apostaría hasta
el último centavo que le quedase a que no le había resultado placentera. Vivir
con Salvador Espósito y aquellos dos matones de hermanos, además de la puta de
su hermana, no pudo resultarle fácil. Tampoco debió de serle fácil antes, pero
al menos estaba Gimena.
—Déjala tranquila, Peter
—dijo Alejo suavemente—. Se merece algo mejor que el recibimiento que está
teniendo de algunas personas, y parte de ello es culpa tuya.
Peter cogió su copa y dio
vueltas al whisky, contemplando el color ámbar del líquido.
—No puedo —respondió en tono
seco. Se levantó y fue con la copa hasta la ventana, donde se detuvo observando
su reflejo en el cristal y la oscuridad que se abría enfrente. Bebió otro sorbo
para tomar fuerzas—. Tiene que marcharse antes de que yo haga algo que de
verdad perjudique a Eugenia y a mi madre.
—¿Como qué? —preguntó Alejo,
confuso.
—Digamos solamente que, en
lo que concierne a Lali, estoy entre la espada y la pared. La pared es mi familia,
y la espada... —miró a su alrededor con una expresión irónica en los ojos—...
la tengo dentro de los pantalones.
Alejo lo miró fijamente con
gesto abatido.
—Dios mío.
—Debe de ser algo genético.
—Aquélla era la única explicación posible, pensó con gravedad.
Había heredado la calentura de su padre. Si le plantaban delante
una Espósito, no podía resistirse. No, no cualquiera de las Espósito; dos de
ellas lo dejaron frío. Pero Lali... Su cuerpo no tenía nada de frío cuando Lali
estaba en cualquier sitio dentro de un kilómetro a la redonda.
—No puedes hacerle eso a tu
madre —dijo Alejo en un susurro—. La humillación la mataría.
—¡Diablos, ya lo sé! Por eso
quiero que Lali se vaya antes de que yo cometa una estupidez. —Se volteó para
mirar a Alejo, todavía con aquella expresión mezcla de diversión y furia en los
ojos—. Pero yo no soy el único que se siente atraído por ella, maldita sea. Si
lo fuera, la cosa resultaría más fácil. La otra noche fui a su casa para
plantearle una propuesta: Si no quería marcharse de esta zona, yo le compraría
una casa en cualquier ciudad cercana, mientras no fuera dentro de esta
parroquia.
De ese modo podríamos vernos
sin hacer daño a nadie. Había allí un hombre, cenando con ella, y me puse tan
celoso que la acusé de tener un viejo protector. —Sacudió la cabeza y no
suavemente para sí—. ¿Qué te parece? El viejo parecía más frágil que un palillo
de dientes, pero iba vestido como si hubiera salido de los años cincuenta, y lo
único que se me ocurrió pensar fue que estaba intentando llevársela a la cama.
—¿Qué viejo? —preguntó Alejo
con evidente curiosidad—. ¿Alguien que yo conozca?
—Era de Nueva Orleans. Se
apellidaba Bauer. Estaba tan fuera de mí que no recuerdo si Lali mencionó el
nombre de pila. Dijo que era socio suyo.
—¿Ah, sí?
Peter se encogió de hombros.
—Probablemente. Lali es
dueña de una agencia de viajes y tiene una sucursal en Nueva Orleans.
—¿Es la dueña?
—Se las ha arreglado
bastante bien sola, ¿verdad? —Otra vez aquella leve punzada de orgullo—. Comenzó
en Dallas. No sé cuántas sucursales posee, pero tengo una persona recopilando
información sobre ella. Tiene que mandarme un informe cualquier día de éstos.
—Si no se va, ¿vas a
intentar arruinarle el negocio? —preguntó Alejo, pero con menos brusquedad de
lo que había esperado Peter.
—No. Por una parte, no soy
tan hijo de puta. Por otra, si lo hiciera, adiós a mis posibilidades con ella.
—Torció la boca en una sonrisa irónica—. Decide tú cuál de los dos motivos es
el más importante.
Alejo no le devolvió la sonrisa.
—Es una situación complicada.
Si estás completamente decidido a acostarte con ella...
—Lo estoy —dijo Peter,
echándose al coleto el resto del whisky. —En ese caso, no puede vivir aquí. Ornella
quedaría destrozada.
—Me preocupa más Eugenia que
mamá.
Alejo parpadeó, como si no
hubiera tenido en cuenta a Eugenia. Y probablemente no; toda su atención estaba
centrada en Ornella. Por supuesto, estaba al corriente del intento de suicidio
de Eugenia; no fue posible mantenerlo en secreto, y menos con la conmoción que
produjo en la consulta del doctor Bogarde. Y de todos modos Eugenia no hacía
nada por ocultar las cicatrices. Era demasiado orgullosa para permitirse tomar
el camino cobarde de llevar manga larga o pulseras anchas.
—Eugenia es ahora mucho más fuerte
que antes —dijo Alejo por fin—. Pero Ornella no tiene dónde apoyarse. Al
principio pensé, y todavía lo pienso, que debería enfrentarse a los hechos y
seguir con su vida, pero si descubriera que tú tienes una aventura con Lali...
No, no podría soportarlo. Puede que intentase suicidarse.
Peter sacudió la cabeza en
un gesto negativo, asombrado de que Alejo conociera a Ornella desde hacía
tantos años y no comprendiera que era demasiado egocéntrica para hacerse daño.
La miopía del amor sólo le dejaba ver su belleza serena, perfecta,
inalcanzable. Era su vena romántica, extraña característica en un abogado.
—Tiene que irse —dijo Alejo
con pesar.
Continuará...
Me encanta cada ves mas.Lali es la k lucha x saber la verdad ,y no le teme a nadie,no se va a dejar manipular fácilmente..Peter tiene una postura un tanto cómoda para el,y a la vez se contradice en sus pensamientos.Jajaja,¡k sufra!,es un maldito egoísta.
ResponderEliminaralejo lo mato se nota por su reaccion
ResponderEliminar