martes, 19 de junio de 2012

Capítulo 28







Hola!! como anda su semana? espero que bien! :)
Quiero agradecer sus comentarios! la verdad que no he tenido mucho tiempo, así que recién hoy los he visto y me han dejado maravillada! jijiji 
Un beso!!
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Lali consultó su reloj.

—Calculo que tiene unos dos minutos antes de que venga aquí su esposa a ver qué está pasando.

Él la miró furioso, pero dijo a regañadientes:
—Creo que se veía con Tina Calvo, la secretaria de Alejo García. Alejo era el mejor amigo de Nicolás. Pero no sé si eso será verdad, porque ella no pareció muy dolida cuando se fue Nicolás. Había una camarera del Bar, no recuerdo cómo se llamaba, pero Nicolás la veía de vez en cuando. Ya no está allí. También oí contar que tenía un amorío con Emilia Attias. Nicolás se movía mucho. No me acuerdo exactamente de todas las mujeres con quienes andaba relacionado.

Emilia Attias, debía de tratarse de la mujer del ex alcalde. El hijo de ambos, Cristóbal, formaba parte del grupo de chicos que rondaban a Estefanía cuando querían pasárselo bien pero no le hablaban si se la encontraban en público.

—¿Era de conocimiento general? —preguntó Lali—. ¿Había por ahí algún marido celoso?
Morgan se encogió de hombros y volvió a mirar hacia la parte delantera del establecimiento.

—Quizá lo supiera el alcalde, pero Nicolás donaba mucho dinero para sus campañas, de modo que dudo que a Gustavo Attias le hubiera fastidiado mucho enterarse de que Emilia estaba... bueno, recaudando donaciones. —Esbozó una sonrisita, y Lali pensó lo mucho que le desagradaba aquel hombre.

—Gracias por la información— dijo, y dio media vuelta para marcharse.

—¿Va a volver por aquí? —quiso saber el tendero, nervioso.
Ella se detuvo y le dirigió una mirada reflexiva.

—Puede que no —contestó—. Llámeme si se le ocurren más nombres. —Y a continuación salió de la tienda con paso rápido sin siquiera mirar a la señora Morgan.

Dos nombres, más la posibilidad de la camarera desconocida. Ya era algo por dónde empezar. Sin embargo, lo que la intrigaba era que se hubiera mencionado al mejor amigo de Nicolás, Alejo García. Ése era quien probablemente tendría las respuestas a muchas de sus preguntas.

Los García eran una de las familias más antiguas y adineradas de la zona, no en el mismo grado que los Lanzani, pero es que tampoco había nadie más que estuviera a su nivel. Conocía el apellido, pero no conseguía sacar a la luz ningún recuerdo de ellos. Ella sólo tenía catorce años cuando se marchó, y era más introvertida que la mayoría, pues se guardaba para sí lo más posible.

Solamente había prestado atención a las personas que tuvieron contacto directo con su familia, y por lo que recordaba, jamás había conocido a ninguno de los García. Sin embargo, era probable que Alejo aún viviera allí; aparte del caso de Nicolás Lanzani, las viejas fortunas tendían a permanecer en un solo sitio.

Fue hasta la cabina telefónica que había al final del estacionamiento y buscó a los García. El domicilio figuraba como «Alejo García, abogado». Debajo aparecía el número de «García y Anderson, abogados».

Se imaginó que aquélla era una ocasión tan buena como cualquier otra, de modo que introdujo una moneda en la ranura y marcó el número del bufete de abogados. Una voz musical contestó al segundo timbre.
Lali dijo:
—Me llamo Mariana Martínez. ¿Podría el señor García recibirme hoy?

Se produjo una minúscula pausa que le indicó que habían reconocido su nombre, y seguidamente dijo la voz musical:
—Estará toda la mañana en los juzgados, pero puede recibirla esta tarde a la una y media, si le viene bien a usted.

—Perfecto. Gracias.

Cuando colgó, se preguntó si aquella voz musical pertenecería a Tina Calvo, que era la secretaria del señor García en la época en que ocurrió todo, o si se trataría de otra persona.

Disponía de casi tres horas por llenar, a no ser que quisiera irse a casa y regresar de nuevo. El estómago le hacía ruidos para recordarle que la tostada que se había comido a las seis y media hacía mucho que se había esfumado. No sabía si la atenderían en alguno de los restaurantes de la ciudad o si la influencia de Peter alcanzaba también a aquellos. Se alzó de hombros. Ningún momento era mejor que aquél para averiguarlo.

En la plaza había un pequeño café. Nunca había estado en él, pensó mientras estacionaba el auto casi justo enfrente de la puerta, jamás había salido a comer hasta que fue a vivir con los Torres y éstos le mostraron las maravillas de los restaurantes. El hecho de pensar en ellos la hizo sonreír mientras entraba en el café, fresco y en penumbra, y tomaba nota mentalmente de llamarlos esa noche. Procuraba mantener el contacto llamándolos por lo menos una vez al mes, y casi había pasado ese tiempo desde la última ocasión.

Los clientes escogían mesa, así que Lali eligió un hueco situado en la parte posterior del establecimiento. Se le acercó con diligencia una mujer joven, de rostro agradable.

—¿Qué quiere para tomar?

—Té dulce. —Se daba por hecho que el té era helado, a no ser que uno especificara que lo quería caliente. Normalmente sólo había que elegir entre dulce y no dulce.
La mesera salió disparada por el té, y Lali echó un vistazo al menú de plástico. Acababa de decidirse por la ensalada de pollo cuando alguien se detuvo frente a su mesa.

—¿Es usted Lali Espósito?
Se puso tensa, preguntándose si le iban a decir que se fuera. Levantó la vista hacia la mujer que estaba de pie.

—Sí, así es.
La mujer le resultó vagamente familiar, ojos castaños, pelo castaño y una cara de mandíbula cuadrada y hoyuelos en las mejillas. Era alta, y poseía el humor fresco y amistoso.

—Ya me parecía. Ha pasado mucho tiempo, pero resulta difícil olvidarse de la gente. —La mujer sonrió—. Yo soy Candela Vetrano... Yo estaba en tu clase en el colegio.

—¡Candela! —Nada más oír el nombre, le vino a la memoria aquel rostro—. Me acuerdo de ti.
¿Qué tal estás?

Candela nunca había sido amiga suya, no tenía amigas, pero tampoco había tomado parte en ninguna de las crueles burlas que soportó Lali. Ella, por lo menos, había sido atenta.
Sin embargo, ahora la expresión de sus ojos era abiertamente amistosa.

—¿Quieres sentarte conmigo? —la invitó Lali.

—Sólo un minuto —contestó Candela deslizándose en el asiento de enfrente. La mesera regresó trayendo el té de Lali y tomó el pedido de la ensalada de pollo. Cuando estuvieron solas otra vez, Candela dijo con una sonrisa irónica—: Este lugar es propiedad de la familia de mi marido, y yo lo dirijo. Espero una entrega de un momento a otro, y tendré que supervisarla.

Como Peter ya sabía lo de la agencia, no había motivo para no hablar de ella, así que Lali dijo:
—Yo estoy innovando. Tengo una agencia de viajes en Dallas, y en realidad debería haberle dicho a mi gerente que iba a estar aquí, pero olvidé llamarla antes de salir de casa.

Una vez quedaron establecidas sus respectivas posiciones sociales y económicas, se sonrieron la una a la otra como iguales. Lali experimentó una cálida oleada de placer. Incluso después de haberse ido a vivir con los Torres y asistir al instituto, no había tenido ninguna amiga; seguía siendo demasiado introvertida y estaba demasiado traumatizada para formar amistades. No fue hasta que entró en la universidad cuando comenzó a tener amigos, y la aceptación natural de sus compañeras de cuarto supuso una revelación. Tímida al principio, se abrió rápidamente y empezó a disfrutar de tomar parte en los rituales femeninos que habían estado cerrados para ella de niña: las noches enteras de charla, las risas y bromas, el intercambiarse ropas y maquillajes, el frenesí de arreglarse por las mañanas, el compartir el espejo del baño con la compañera de habitación.

Participó por primera vez en el interminable análisis del turbio misterio que eran los hombres, o más bien escuchaba sonriendo ligeramente por la ingenuidad de sus amigas. Aunque en aquel punto muchas de sus compañeras ya habían tenido relaciones sexuales y Lali aún era virgen, se sentía infinitamente mayor, más experimentada. Ellas todavía veían a los hombres a través del cristal rosa del romance, mientras que ella no tenía aquellas fantasías.
Pero la amistad femenina le había supuesto una dicha especial, y miró a Candela Vetrano con la esperanza de encontrar la misma vibración en ella.

—¿Adónde te trasladaste, cuando te fuiste? —preguntó Candela en un tono de naturalidad que resplandeció por encima de las circunstancias en las cuales se había marchado de Prescott.

—A Beaumont, Texas. Después me mudé a Austin, donde empecé la universidad, y más tarde a Dallas.
Candela suspiró.

—Yo nunca he vivido en otro sitio más que éste, ni creo que lo haga. Antes pensaba en viajar, pero entonces fue cuando me casé con Agustín y llegaron los hijos. Tenemos dos —dijo, con una sonrisa luminosa—. Un niño y una niña. Teniendo ya uno de cada, parecía un buen momento para parar. ¿Y tú?

—Soy viuda —respondió Lali. Sus ojos se ensombrecieron con el velo de tristeza que siempre sentía al hablar de Pablo, muerto tan joven y tan innecesariamente—. Me casé al terminar la universidad, y antes de que pasara un año él murió en un accidente de auto. No teníamos hijos.

—Eso es muy duro. —En la voz de Candela había una sinceridad genuina—. Lo siento mucho. Me imagino lo que sería perder a Agustín. A veces me pone furiosa, pero es mi roca, siempre está cuando lo necesito. —Calló durante unos instantes, y después la sonrisa volvió a su cara—. ¿Qué te trae otra vez por Prescott? Me parece lógico irse de Prescott para vivir en Dallas, pero no al contrario.

—Es mi hogar. Quería regresar.

—Bueno, no quiero ser entrometida ni maleducada, pero en tu lugar Prescott sería el último sitio donde querría vivir. Después de lo que sucedió, me refiero.
Lali le dirigió una mirada rápida, pero no vio malicia alguna en la expresión de Candela, tan sólo una cierta atención observadora, como si todavía no hubiera tomado una decisión acerca de Lali.

—No ha sido un mar de rosas —repuso, y decidió que podía ser tan franca como ella—. No sé si lo habrás oído o no, pero a Peter Lanzani no va a gustarle nada enterarse de que me has atendido. Imagino que está diciendo a todos los comerciantes que no quiere que hagan negocio conmigo.

—Sí, ya lo he oído —dijo Candela, y sonrió abiertamente al tiempo que desaparecía parte de la actitud anterior—. Pero a mí me gusta decidir por mí misma acerca de las personas.

—No quiero causarte problemas.

—No me los causarás. Peter no es vengativo. —Hizo una pausa—. Ya veo que puedes no estar de acuerdo conmigo. Desde luego que no querría tenerlo por enemigo, pero no va a volverse mezquino sólo porque te hayas comido una ensalada de pollo.

—Aquí todo el mundo parece tomarlo en serio.

—Posee gran influencia —admitió Candela.

—¿Pero no contigo?

—Yo no he dicho eso. Es que me acuerdo de ti del colegio. Tú no eras como las demás. Si se tratara de Estefanía, bueno... no estaría aquí sentada, esperando su ensalada de pollo. Pero tú puedes venir cuando quieras.

—Gracias, pero si tienes algún problema, házmelo saber.

—Eso no me preocupa. —Candela sonrió cuando la camarera trajo el plato de pollo sobre la mesa—. Si Peter tuviera la intención de ponerse en plan duro al respecto, lo habría dicho. Una cosa que tiene Peter es que uno no tiene que interpretarlo entre líneas; dice siempre lo que piensa, y piensa lo que dice.


La secretaria de Alejo García seguía siendo Tina Calvo, según decía la placa que había encima de su mesa. La mujer que se sentaba detrás de la misma podría ser holgadamente cincuentona, llevaba cada uno de esos años marcado en el rostro, y el cabello negro y con un fino corte. Al mirarla, intentando restarle una docena de años, Lali no se la imaginó como el tipo de mujer que perseguiría Nicolás Lanzani. Éste tenía un gusto que se inclinaba más por las mujeres llamativas, no por aquélla tan discreta y de mirada abiertamente curiosa.

—Se parece usted a su madre — dijo por fin Tina ladeando la cabeza ligeramente al estudiar la cara de Lali—. Con alguna que otra diferencia, pero en conjunto podría ser ella, sobre todo en el color del pelo.

—¿Usted la conoció? —quiso saber Lali.

—Sólo de vista. —Señaló el sofá con un gesto—. Siéntese. Alejo todavía no ha vuelto de comer. En el momento que Lali tomaba asiento, se abrió la puerta y entró por ella un hombre vestido detraje. Miró a Lali y se sobresaltó visiblemente, luego se relajó y una sonrisa apareció en su boca.

—Usted debe de ser Mariana. El parecido con su madre es increíble.

—Eso es lo que pensé yo —dijo Tina, volviéndose hacia él, y por un instante la expresión de sus ojos se hizo patente. Lali se apresuró a bajar la vista. Por lo que acababa de ver, dudaba mucho de que Tina hubiera tenido relación alguna con Nicolás, porque estaba muy enamorada de su jefe. Se preguntó si lo sabría el señor García, y con la misma rapidez decidió que no. No había ni rastro de ello por su parte.

—Entre —invitó Alejo, acompañando a Lali a su despacho por delante de él y cerrando después la puerta—. Sé que debemos de parecerle maleducados al hablar así de usted. Perdone. Es que el parecido es tan pronunciado, y sin embargo, fijándose bien, las diferencias son obvias.

—Por lo visto, todo el mundo tiene la misma reacción cuando me ve por primera vez —admitió Lali sonriente. Resultaba fácil sonreír a Alejo García. Era de la clase de hombres a los que iba refinando la edad; siempre esbelto, iba adelgazando incluso más con el paso de los años. Su cabello oscuro se había vuelto gris en las sienes, y sus ojos grises mostraban arrugas de patas de gallo, pero fácilmente parecía estar a mitad de la cuarentena en vez de ser ya cincuentón. Su aroma era verde claro, fresco como la hierba recién cortada.

—Por favor, siéntese —dijo, y a continuación se acomodó en su sillón—. ¿En qué puedo ayudarla? — Lali tomó asiento en el sofá de cuero.

—De hecho, vengo por razones personales, y ahora me doy cuenta de que no debería ocupar su horario de trabajo...
Él sacudió la cabeza en un gesto negativo, sonriendo.

—Es un placer para mí. Dígame qué es lo que la preocupa. ¿Se trata de Peter? He intentado convencerlo de que la deje en paz, pero él se siente muy protector con su madre y su hermana y no quiere que nada las altere.

—Entiendo muy bien la postura de Peter —dijo Lali secamente. No he venido por eso.

—Ah.

—Quería hacerle unas preguntas acerca de Nicolás Lanzani. Usted era su mejor amigo, ¿no es así?
Él le dirigió una débil sonrisa.

—Supongo que sí. Crecimos juntos.

¿Debería decirle que, después de todo, Nicolás no se había fugado con Gimena? Jugó con la idea, pero al final la desechó. Por muy amable que pareciera, no podía olvidar que era un viejo amigo de la familia Lanzani. Tenía que contar con la posibilidad de que todo lo que le contase iría a parar directamente a Peter.

—Siento curiosidad por él —dijo finalmente—. Aquella noche mi familia quedó destrozada, igual que la de Peter. ¿Cómo era? Ya sé que no era fiel a mi madre más que a su esposa; entonces, ¿por qué, de repente, se le ocurrió abandonarlo todo, su familia, sus negocios, para estar con ella?

—No creo que realmente quiera que le responda a eso —replicó Alejo, irónico—. Para decirlo de manera educada, Gimena era una mujer fascinante, al menos para los hombres. Físicamente era... Bueno, Nicolás era muy sensible a la sensualidad de Gimena.


—Pero ya tenía una aventura con ella. No tenían motivos para fugarse.
Alejo se encogió de hombros, un gesto muy galo.

—Yo tampoco lo he entendido nunca.

—¿Por qué no se limitó a divorciarse?

—Una vez más, no tengo respuesta para eso. Quizás a causa de su religión. Nicolás no iba habitualmente a misa, pero tenía sentimientos religiosos más fuertes de lo que cabría esperar. A lo mejor pensó que sería más fácil para Ornella no divorciarse de ella, dejarlo todo en manos de Peter y marcharse. Sencillamente no lo sé.

—¿Dejarlo todo en manos de Peter? —repitió Lali—. ¿Qué quiere decir?

—Lo siento —dijo él con suavidad—. No puedo divulgar detalles de los tratos financieros de mis clientes.

—No, claro que no. —Lali retrocedió—. ¿Recuerda algo más de aquel verano? ¿Con quién más estaba viéndose Nicolás?
El abogado pareció sorprenderse.

—¿Por qué quiere saberlo?

—Como le he dicho, siento interés por él. Por su culpa, no he visto a mi madre desde aquel día.
¿Era simpático? ¿Tenía honor, o era sólo un mujeriego?
Él la miró fijamente durante unos instantes, y el dolor asomó a sus ojos.

—Nicolás era el hombre más simpático del mundo —dijo al fin—. Yo lo quería como a un hermano. Siempre estaba riendo, gastando bromas, pero si yo lo necesitaba para algo, acudía como una bala. Su matrimonio con Ornella supuso una decepción para él, pero aun así me sorprendió cuando se fue, porque estaba muy unido a Peter y a Eugenia. Era un marido terrible, pero un padre maravilloso. —Bajó los ojos y se miró las manos—. Han pasado doce años —dijo suavemente— y todavía lo echo de menos.

—¿Llamó alguna vez? —preguntó Lali—. ¿O se puso en contacto con su familia de alguna forma?
El abogado negó con la cabeza.

—No, que yo sepa.

—¿Con quién más se estaba viendo aquel verano, además de Emilia Attias?
Una vez más, la pregunta lo sobresaltó. Alzó las cejas y cuando habló lo hizo en tono de reprimenda.

—Nada de eso importa. Como no dejo de decirle a Peter, eso es ya el pasado, hay que olvidarlo.
Aquel verano fue muy doloroso, y mantenerlo vivo no le hace bien a nadie.

—Yo no puedo olvidarlo cuando no lo olvida nadie de este lugar. Por muy triunfadora o respetable que sea ahora, algunas personas de aquí me siguen considerando basura. —Le tembló ligeramente la voz al pronunciar la última palabra. No era su intención dejar que su control se tambalease, y se sintió a la vez irritada y violenta por ello. Sin embargo, a veces el dolor conseguía aflorar.
Alejo debió denotarlo, porque su expresión cambió y rápidamente fue a sentarse junto a ella, cogiéndole una mano ente las suyas.

—Sé que para usted ha sido difícil —dijo con dulzura—. Ya cambiarán de opinión, cuando la conozcan mejor. Y Peter se suavizará con el tiempo. Como digo, reaccionó así porque es muy protector con su familia, pero básicamente es un hombre justo.

—Y despiadado —añadió Lali.
Una sonrisa triste tocó el rostro del abogado.

—Eso también. Pero no carece de amabilidad, créame. Si hay algo que yo pueda hacer para que cambie de opinión, le prometo que lo haré.

—Gracias —dijo Lali. Aquello no era por lo que había venido a verlo, pero él era demasiado consciente para divulgar detalles personales de sus clientes y amigos. Con todo, la visita no resultó una pérdida de tiempo; tuvo la impresión de que podía tachar de la lista a Tina Calvo sin problemas.

Se fue, y regresó a casa meditando sobre la magra información que había obtenido aquel día. Si Nicolás había sido asesinado, Gustavo o Emilia Attias parecían ser los sospechosos más probables. Se preguntó cómo podría concertar una cita con alguno de los dos. Y también se preguntó dónde estaría el señor Bauer, y si se encontraría bien.



—Hoy he visto a Lali —dijo Alejo aquella noche, cuando estudiaba unos documentos en compañía de Peter. Tomó su copa de coñac y observó con atención al otro por encima del borde del cristal—. A primera vista, el parecido resulta inquietante, pero si uno se fija, no hay forma de confundirla con Gimena. ¿No es curioso que Gimena fuera más hermosa pero que Lali resulte más atractiva?
Peter levantó la vista. Sus ojos mostraban una expresión irónica cuando se cruzaron con los grises de Alejo.

—Sí, ya me he dado cuenta de lo atractiva que es, si es eso lo que me preguntas. ¿Dónde la has visto? —Cogió su copa, la llenó de su whisky escocés favorito y saboreó su gusto penetrante en la lengua.


—En mi despacho. Vino a interrogarme acerca de Nicolás.
Peter estuvo a punto de ahogarse. Dejó la copa en la mesa con tal ímpetu que hizo que el whisky oscilara peligrosamente cerca del borde.

—¿Cómo? ¿Qué diablos quería saber de papá? —La idea de que Lali preguntase nada acerca de su padre lo puso furioso. Fue una reacción automática; por un momento no se trataba de Lali, la persona, sino de una Espósito, con todas las connotaciones que suscitaba aquel apellido. Él la deseaba con una necesidad tan imperiosa que lo alarmaba y asqueaba a la vez, aunque sabía que iba a satisfacer dicha necesidad si le era posible, pero no quería que nada suyo tocase a su familia. No quería que Eugenia ni Ornella quedaran expuestas a ella, y desde luego no quería que anduviera preguntando por su padre. Nicolás ya no estaba. Su ausencia, su traición, era una herida que seguía estando muy próxima a la superficie y que sangraba al menor rasguño.

—Quería saber cómo era, si alguna vez se había puesto en contacto con ustedes, si estaba viéndose con alguien más aquel verano.
Furibundo, Peter se levantó a medias del sillón, con la intención de ir a su casa en aquel mismo momento y poner las cosas en claro con ella, pero Alejo lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.

—Tiene derecho a saberlo —dijo blandamente—. O por lo menos a sentir curiosidad.

—¡Nada de eso! —exclamó Peter.

—Ella tampoco ha visto a su madre desde entonces.

Peter se quedó petrificado un instante, y luego volvió a dejarse caer en el sillón. Maldita sea, Alejo tenía razón. Dolía, pero tenía que admitir la verdad. Él, por lo menos, era un hombre adulto, si bien inexperto en los negocios, cuando desapareció Nicolás; Lali sólo tenía catorce años y estaba desamparada y vulnerable como una niña. No sabía qué había sido de su vida entre entonces y ahora, excepto que era viuda y que era la propietaria de una agencia de viajes de éxito, pero apostaría hasta el último centavo que le quedase a que no le había resultado placentera. Vivir con Salvador Espósito y aquellos dos matones de hermanos, además de la puta de su hermana, no pudo resultarle fácil. Tampoco debió de serle fácil antes, pero al menos estaba Gimena.

—Déjala tranquila, Peter —dijo Alejo suavemente—. Se merece algo mejor que el recibimiento que está teniendo de algunas personas, y parte de ello es culpa tuya.
Peter cogió su copa y dio vueltas al whisky, contemplando el color ámbar del líquido.

—No puedo —respondió en tono seco. Se levantó y fue con la copa hasta la ventana, donde se detuvo observando su reflejo en el cristal y la oscuridad que se abría enfrente. Bebió otro sorbo para tomar fuerzas—. Tiene que marcharse antes de que yo haga algo que de verdad perjudique a Eugenia y a mi madre.

—¿Como qué? —preguntó Alejo, confuso.

—Digamos solamente que, en lo que concierne a Lali, estoy entre la espada y la pared. La pared es mi familia, y la espada... —miró a su alrededor con una expresión irónica en los ojos—... la tengo dentro de los pantalones.
Alejo lo miró fijamente con gesto abatido.

—Dios mío.

—Debe de ser algo genético. —Aquélla era la única explicación posible, pensó con gravedad.
Había heredado la  calentura de su padre. Si le plantaban delante una Espósito, no podía resistirse. No, no cualquiera de las Espósito; dos de ellas lo dejaron frío. Pero Lali... Su cuerpo no tenía nada de frío cuando Lali estaba en cualquier sitio dentro de un kilómetro a la redonda.

—No puedes hacerle eso a tu madre —dijo Alejo en un susurro—. La humillación la mataría.

—¡Diablos, ya lo sé! Por eso quiero que Lali se vaya antes de que yo cometa una estupidez. —Se volteó para mirar a Alejo, todavía con aquella expresión mezcla de diversión y furia en los ojos—. Pero yo no soy el único que se siente atraído por ella, maldita sea. Si lo fuera, la cosa resultaría más fácil. La otra noche fui a su casa para plantearle una propuesta: Si no quería marcharse de esta zona, yo le compraría una casa en cualquier ciudad cercana, mientras no fuera dentro de esta parroquia.

De ese modo podríamos vernos sin hacer daño a nadie. Había allí un hombre, cenando con ella, y me puse tan celoso que la acusé de tener un viejo protector. —Sacudió la cabeza y no suavemente para sí—. ¿Qué te parece? El viejo parecía más frágil que un palillo de dientes, pero iba vestido como si hubiera salido de los años cincuenta, y lo único que se me ocurrió pensar fue que estaba intentando llevársela a la cama.

—¿Qué viejo? —preguntó Alejo con evidente curiosidad—. ¿Alguien que yo conozca?

—Era de Nueva Orleans. Se apellidaba Bauer. Estaba tan fuera de mí que no recuerdo si Lali mencionó el nombre de pila. Dijo que era socio suyo.

—¿Ah, sí?
Peter se encogió de hombros.

—Probablemente. Lali es dueña de una agencia de viajes y tiene una sucursal en Nueva Orleans.

—¿Es la dueña?

—Se las ha arreglado bastante bien sola, ¿verdad? —Otra vez aquella leve punzada de orgullo—. Comenzó en Dallas. No sé cuántas sucursales posee, pero tengo una persona recopilando información sobre ella. Tiene que mandarme un informe cualquier día de éstos.

—Si no se va, ¿vas a intentar arruinarle el negocio? —preguntó Alejo, pero con menos brusquedad de lo que había esperado Peter.

—No. Por una parte, no soy tan hijo de puta. Por otra, si lo hiciera, adiós a mis posibilidades con ella. —Torció la boca en una sonrisa irónica—. Decide tú cuál de los dos motivos es el más importante.
Alejo no le devolvió la sonrisa.

—Es una situación complicada. Si estás completamente decidido a acostarte con ella...

—Lo estoy —dijo Peter, echándose al coleto el resto del whisky. —En ese caso, no puede vivir aquí. Ornella quedaría destrozada.

—Me preocupa más Eugenia que mamá.

Alejo parpadeó, como si no hubiera tenido en cuenta a Eugenia. Y probablemente no; toda su atención estaba centrada en Ornella. Por supuesto, estaba al corriente del intento de suicidio de Eugenia; no fue posible mantenerlo en secreto, y menos con la conmoción que produjo en la consulta del doctor Bogarde. Y de todos modos Eugenia no hacía nada por ocultar las cicatrices. Era demasiado orgullosa para permitirse tomar el camino cobarde de llevar manga larga o pulseras anchas.

—Eugenia es ahora mucho más fuerte que antes —dijo Alejo por fin—. Pero Ornella no tiene dónde apoyarse. Al principio pensé, y todavía lo pienso, que debería enfrentarse a los hechos y seguir con su vida, pero si descubriera que tú tienes una aventura con Lali... No, no podría soportarlo. Puede que intentase suicidarse.

Peter sacudió la cabeza en un gesto negativo, asombrado de que Alejo conociera a Ornella desde hacía tantos años y no comprendiera que era demasiado egocéntrica para hacerse daño. La miopía del amor sólo le dejaba ver su belleza serena, perfecta, inalcanzable. Era su vena romántica, extraña característica en un abogado.

—Tiene que irse —dijo Alejo con pesar.

 Continuará...

2 comentarios:

  1. Me encanta cada ves mas.Lali es la k lucha x saber la verdad ,y no le teme a nadie,no se va a dejar manipular fácilmente..Peter tiene una postura un tanto cómoda para el,y a la vez se contradice en sus pensamientos.Jajaja,¡k sufra!,es un maldito egoísta.

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  2. alejo lo mato se nota por su reaccion

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