lunes, 4 de junio de 2012

Capítulo 19







Ahí va el capítulo, que lo disfruten! :)
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Peter contempló pensativo el nivel de whisky que quedaba en el vaso. A lo mejor, si se lo bebiera, podría olvidar el calor y la vitalidad de Lali bajo sus manos, aquel aroma dulce y picante que se le había metido directamente en la cabeza y lo había mareado de deseo. A lo mejor si se bebía la botella entera podría olvidar aquel intenso deseo de hundir las manos en el fuego de su cabello para ver si le quemaba, o la sed de saborear aquellos labios carnosos y plenos. Pensó en su piel, tan fina y traslúcida que quedaba marcada con el más ligero toque; sus senos, altos y redondos, y con pezones discernibles incluso debajo del sujetador. Lali lo tenía, tenía aquel algo indefinible que poseía Gimena, una sensualidad fácil, sin esfuerzo, que atraía a los hombres como si fuera un imán. Lali no lo exhibía de forma descarada como Gimena, sino que lo atenuaba vistiendo mejor, pero simplemente quedaba refinado, no diluido. Lo que parecía Lali Martínez era una mujer con clase que adoraba una larga e intensa cabalgada en la cama, y sería un estúpido si él no deseaba dársela.

Si no se marchaba, era probable que los residentes de Prescott, con su mentalidad de pueblo, quedasen desconcertados y estupefactos y Ornella diez veces más alterada de lo que ya estaba, ante el espectáculo que supondría que otro de los Lanzani tuviera una ardiente aventura con una Espósito.

                                              *              *           *


Ed Morgan salió deliberadamente al encuentro de Lali cuando ésta entraba en su tienda.
—Lo siento —le dijo sin aspecto de lamentarlo en absoluto—. No tengo nada que usted necesite.
Lali se detuvo y lo miró sin alterarse.

—Aún no sabe qué necesito —señaló.

—Es igual. —El comerciante se cruzó de brazos y sonrió burlonamente—. Me temo que tendrá que ir a comprar a otra parte.

Lali hizo un esfuerzo por reprimir su cólera. Detectó en aquello la fina mano de Peter Lanzani, y no iba a conseguir nada poniéndose a discutir con el señor Morgan, excepto posiblemente que la detuviesen por alterar el orden público, lo cual le vendría estupendamente a Peter.  Había cumplido su palabra de ponerle las cosas difíciles. Ni diez minutos antes, el encargado del grifo en el que había parado le había dicho sin cortarse que se les había acabado el combustible y que tendría que acudir a otro sitio. En aquel momento había un hombre en el surtidor de al lado llenando el depósito.

Si Peter creía que aquello iba a amilanarla, había subestimado gravemente a su rival. Podía demandar a aquellas personas por negarse a prestarle servicio, pero eso no la haría muy popular en la ciudad. Su intención era vivir allí, de manera que descartó aquella opción. Además, la verdadera batalla era la que se libraba entre ella y Peter; los demás eran algo secundario.
Se alzó de hombros y dio media vuelta para marcharse.

—Muy bien. Si usted puede prescindir de mi dinero, yo puedo prescindir de sus artículos.

—Todas las demás tiendas de la ciudad se encuentran en la misma situación —dijo el señor Morgan a su espalda, riendo—. Acaban de quedarse sin existencias de lo que usted necesite.

Lali pensó en hacerle el gesto con el dedo, pero contuvo el impulso; a lo mejor él se lo tomaba como una invitación. Se dirigió con paso tranquilo hacia su auto. Estaba claro que tendría que hacer la compra y poner gasolina en otra parte, pero aquello no era más que una incomodidad, no un problema insalvable.
Incomodidad a corto plazo, claro; a largo plazo tendría que hacer algo al respecto. Y a muy corto plazo, estaba hecha una furia.

En la esquina había una cabina telefónica; Lali pasó de largo su auto y fue hasta ella. Dentro había una guía telefónica colgada de un rígido cordón de metal. Era muy probable que los Lanzani tuvieran un número de teléfono que no figurara en la guía, masculló en silencio al tiempo que abría la abría y pasaba las páginas hasta llegar a la L. Pero no, allí estaba. Extrajo de su cartera una moneda de veinticinco centavos y la introdujo en la ranura, y seguidamente marcó el número.
Al segundo tono contestó una voz de mujer.

—Residencia de los Lanzani.

—Con Peter Lanzani, por favor —dijo Lali en su tono más formal.

—¿Puede decirme quién lo llama?

—La señora Martínez —contestó.

—Un momento.

No habían transcurrido más de diez segundos cuando se oyó un chasquido en la línea y a continuación la voz grave y aterciopelada de Peter que ronroneó:
—¿Es usted la autentica señora Martínez?
Lali captó el deje burlón en aquella voz, y aferró el auricular con tal fuerza que se maravilló de que no se resquebrajara el plástico.

—Lo soy.

—Bueno, bueno. Supongo que no estarás pensando en pedir favores tan pronto, ¿verdad, cariño? ¿Qué puedo hacer por ti? —Ni siquiera intentó disimular la satisfacción en el tono de voz.

—Nada en absoluto —replicó Lali con frialdad—. Sólo quería que supieras que tus trucos infantiles no van a servirte de nada. ¡Haré que me envíen las provisiones desde Dallas, antes de darte la satisfacción de ver cómo me voy!

Colgó el teléfono antes de que él pudiera responder y se encaminó hacia el auto. En realidad no había conseguido nada, excepto desahogarse un poco y hacer saber a Peter que se había dado cuenta de quién estaba detrás de lo último que había sucedido y que no iba a funcionar. De todos modos fue satisfactorio.


En la residencia de los Lanzani, Peter se recostó en su sillón con una risita. Estaba en lo cierto acerca del fuerte temperamento de Lali. Le habría gustado verla en aquel preciso instante, con aquellos ojos caramelo escupiendo fuego. A lo mejor su maniobra la había hecho seguir más en sus trece en vez de instarla a acudir a un lugar más amistoso, pero una cosa era segura: ¡había provocado una reacción en ella! Entonces su mirada se volvió más penetrante. Conque Dallas, ¿eh?
Tal vez debiera indagar un poco por allí.


Lali se permitió continuar furibunda durante un minuto y después dejó a un lado su cólera por considerarla una pérdida de energía. Se negaba a abandonar aquella ciudad y a permitir que Peter Lanzani la confundiera. ¡Conseguiría que cambiasen la opinión que tenían de ella aunque le costara veinte años! Comprendió que la clave para hacerlos cambiar de opinión consistía en demostrar que Nicolás Lanzani no se había fugado con su madre. Fuera cual fuese la razón por la que se fue, a su familia no podían echarle la culpa. Si se tomaba eso en cuenta, tenía muchas más razones para estar resentida que los Lanzani con cualquier otra persona de aquel lugar.

Sin embargo, saber que Nicolás no se había ido con Gimena y demostrarlo eran dos cosas muy distintas. Quizá, si pudiera lograr que Gimena hablase con Peter, por lo menos éste sentiría suficiente curiosidad para ponerse a buscar a su padre. Tal vez ya lo hubiera hecho, y la señora DuBois de la biblioteca simplemente no conocía el resultado de dicha búsqueda. Pero si Nicolás estaba vivo, en alguna parte tenía que haber un documento que así lo atestiguara y que pudiera encontrarse. Se dirigió a New Roads, donde llenó el depósito del auto y compró los pocos productos que necesitaba. Vaya con los esfuerzos de Peter por matarla de hambre, pensó con satisfacción al regresar a casa con la bolsa repleta. Ni siquiera había tenido que irse muy lejos.
Una vez hubo colocado las cosas, entró en el despacho y llamó a su abuela Accardi. Igual que la vez anterior, contestó Gimena.

—Mamá, soy Lali.

—¡Lali! Hola, cariño —dijo Gimena con su voz perezosa y sensual—. ¿Qué tal te va, querida? No esperaba volver a hablar contigo tan pronto.

—Estoy bien, mamá. Me he mudado a Prescott.
Se produjo un instante de silencio en la línea.

—¿Y por qué has hecho eso? Por lo que me contó Estefanía, allí la gente no te trató bien.

—Era mi hogar —repuso Lali con sencillez, sabiendo que Gimena no lo comprendería—. Pero no te he llamado por eso. Mamá, aquí todo el mundo sigue creyendo que tú te fugaste con Nicolás Lanzani.

—Bueno, ya te dije que no era verdad, ¿no? Me importa un comino lo que crean.

—Pero es que a mí me está causando algunos problemas, mamá. Si consigo que Peter Lanzani te llame, ¿podrías hablar con él y decirle que no te fugaste con su padre?
Gimena lanzó una risa nerviosa.

—Peter no se creería ni una palabra de lo que yo le dijera. Nicolás era fácil de convencer, pero Peter... No, no quiero hablar con él.

—Mamá, por favor. Si no te cree, allá él, pero...

—He dicho que no —la interrumpió bruscamente Gimena—. No pienso hablar con él, y tú estás desperdiciando saliva. Me importa un pepino lo que piense la gente de Prescott. —Y colgó el teléfono de un golpe. Lali hizo un gesto de dolor al sentir el porrazo en el oído.

Continuará...

3 comentarios:

  1. ¡Vaya!menudo escaneo k le hizo a Lali,esta super enganchadísimo ,aunque intente disfrazarlo con rabia.Se quiere divertir,jajaja,y para mi, hasta aprovecharse d la situación, y le va a salir el tiro x la culata.Pero quien sigue sufriendo es Lali.Como ella misma dice ,las trabas k le esta poniendo hasta ahora son infantiles¡Joder con la madre!,si no le importa lo k dice el pueblo,¿xk rayos no le echa una mano a Lali?,incomprensible.Ojalá lali pronto encuentre un aliado ,k la ayude,y a ser posible k a Peter le entren muchísimos celos.

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  2. Gimena esconde algo...
    Lalinecesita mucha fuerza y valentia para aguantar a todo un pueblo comprado por lanzani...lo que no sabe es que Lanzani muere por ella...solo tiene que chasquear un dedo y lanzani cae a sus pies...

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  3. Gimena esconde algo...
    Lali debe ser muy fuerte y valiente para aguantar a un pueblo comprado por Lanzani...lo que no sabe que el se muere por ella...solo necesita chasquear los dedos y cae rendido a sus pies

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