domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo 26












Hola! como las trató este lluvioso día? (por lo menos aquí en Chile llovió mucho hoy). No hay mucho que contar. Solo quiero hacerles una recomendación; ahora me estoy leyendo un libro llamado "Obsidian" de Jennifer L. y esta buenísimo! espero que se animen lo busquen y lo lean :) 
Un beso enorme y que comiencen bien su semana!
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A veces Eugenia sentía rencor por las restricciones que le habían inculcado desde la cuna. Peter no estaba sujeto ni confinado por todas las cosas que no debían hacer las señoritas. Era como si su madre hubiera descartado a Peter como una causa perdida desde el instante de su nacimiento; él era varón, por lo tanto esperaba que actuase como un animal. Como ella era una señora, no había hecho caso de las escapadas sexuales del padre y del hijo, aquellas cosas carecían de interés para ella, y esperaba que tampoco interesaran a su hija.

No funcionó así, aunque Eugenia lo intentó. Lo intentó de verdad, durante los primeros veinticinco años de su vida. Incluso después del aislamiento de su madre tras la fuga de papá, siguió intentándolo con la esperanza de que, si era buena, su madre no sufriría tanto el abandono de papá.

Pero siempre había ansiado más. Su madre era tan reservada y fría, perfecta, intocable. Su padre era cálido y cariñoso, la abrazaba, jugaba a pelearse con ella a pesar de que Ornella desaprobaba semejante alboroto con su hija. Peter era aún más físico que su padre; siempre ardió con un fuego interior que Eugenia reconoció desde muy temprana edad.

Se acordaba de una ocasión, cuando Peter estaba de vacaciones en casa en su época universitaria, en la que se quedaron un rato de sobremesa tras la cena, charlando. Peter estaba retrepado en su silla con aquella gracia gatuna que poseía, riendo mientras describía una broma que le había hecho algunos de los jugadores de Rugby al entrenador, y en aquel momento percibió... no sabría explicarlo bien... una especie de sensualidad en estado silvestre en su forma de inclinar la cabeza, en el movimiento de la mano para levantar el vaso. Miró a su madre y descubrió que ésta estaba observando fijamente a Peter con una expresión de repulsión en la cara, como si se tratase de un animal asqueroso. Es que, en efecto, era un animal, naturalmente, un muchacho adolescente sano e independiente, destilando testosterona. Pero no tenía nada de repulsivo, y Eugenia lo lamentó por él, por aquella desaprobación.

Peter era un hermano maravilloso. No sabía lo que habría hecho sin él, en los días horribles que siguieron a la fuga de papá. Estaba tan avergonzada de su intento de suicidio que juró que nunca volvería a ser tan débil y suponer una carga para Peter. Tuvo que hacer un gran esfuerzo, pero cumplió su promesa. No tenla más que mirarse las finas cicatrices de color pálido de sus muñecas para recordarse a sí misma cuál era el precio de la debilidad.

Al ver a Lali Espósito en el estacionamiento de la tienda de comestibles se quedó tan impresionada que, por primera vez en mucho tiempo, cayó en la antigua costumbre de recurrir enseguida a Peter, esperando que él solucionase sus problemas. Se sentía asqueada consigo misma por haberse desmoronado de aquella forma, pero cuando la vio, estuvo a punto de parársele el corazón. Durante un instante de perplejidad pensó: ¡papá ha vuelto!, porque si Gimena estaba allí, seguro que su padre también.

Pero a papá no se lo veía por ninguna parte. Solamente estaba Gimena, con un aspecto más joven que cuando se marchó, lo cual era una verdadera injusticia. Alguien tan malvado y depravado como Gimena Espósito debería llevar sus pecados escritos en la cara para que todo el mundo los conociera.

Pero el rostro que la miró a ella a su vez poseía un cutis delicado, como siempre, sin una sola arruga a la vista. Los mismos ojos café y soñolientos, la misma boca grande, suave y sensual. No había cambiado nada. Y por un instante, Eugenia fue de nuevo la muchacha herida y desvalida que había sido antes, y fue corriendo a Peter.

Sólo que no era Gimena; la mujer del estacionamiento era Lali Espósito, y Peter se mostraba extrañamente reacio a utilizar su influencia en contra de ella. Eugenia no recordaba gran cosa de Lali, sólo tenía un vago recuerdo de una niña escuálida que tenía el mismo pelo que su madre, pero aquello no importaba. Lo que no fue vago en absoluto fue la punzada de dolor que sintió al verla, la acumulación de recuerdos, aquella vieja sensación de abandono y traición. Desde entonces le daba miedo ir a la ciudad, miedo de volver a tropezarse con Lali y experimentar el escozor de la sal en aquella herida reabierta.

—¿Eugenia? —le llegó la voz perezosa de Nicolás—. ¿Vas a dormir ahí, cariño?

—No, sólo estoy arreglándome —contestó, y abrió el caño del lavabo para dar credibilidad a aquella mentira. Su reflejo le devolvió la imagen de su cara. No estaba mal para tener treinta y dos años. Tenía el pelo rubio y brillante, no castaño como el de Peter, pero sin una sola cana. Su rostro era de huesos finos, como el de su madre, pero poseía los ojos verdes de los Lanzani. Además, no tenía exceso de peso.
Cuando salió del cuarto de baño, Nicolás estaba todavía desnudo en la cama y una lenta sonrisa iluminó su cara al tiempo que le tendía una mano.

—Ven, acurrúcate conmigo —la invitó, y a Eugenia el corazón le dio un vuelco. Volvió a subirse a la cama, a disfrutar del calor de los brazos de él. Nicolás la acomodó contra sí con un suspiro de satisfacción, para así acunarla en su pecho. — Creo que deberíamos casarnos —dijo en un tono totalmente normal. Esa vez no sólo le dio un vuelco el corazón, sino que casi se le paró. Se lo quedó mirando con los ojos redondos, una mezcla de pánico y perplejidad.

—¿Casarnos? —balbuceó, y acto seguido se llevó las dos manos a la boca para contener la risita histérica que pugnaba por salir—. ¿Nicolás y Eugenia Riera? —La risa salió de todos modos.
Nicolás mostró una ancha sonrisa.

—Dicho de esa manera, parece que fuéramos gemelos. Puedo vivir con ello, si tú quieres. —Le acarició el pelo—. Pero si tenemos un niño, le pondremos un nombre que empiece por cualquier letra que no sea una M.
Matrimonio. Hijos. Oh, Dios. Por alguna razón que desconocía jamás se había imaginado que Nicolás quisiera casarse con ella. Ni siquiera había pensado en el matrimonio en relación consigo misma. Su vida se había congelado doce años atrás, y nunca había pensado que pudiera cambiar.

Pero nada es estático. Hasta las rocas cambian, limadas por el tiempo y los elementos. Alejo no había alterado el ritmo uniforme de su vida, pero Nicolás había irrumpido en él como un cometa.
Alejo. Oh, Dios.

—Ya sé que no tengo mucho que ofrecerte estaba diciendo Nicolás—. Seguro que esta casa no se parece en nada a lo que tú estás acostumbrada, pero estoy dispuesto a arreglarla como tú quieras; no tienes más que decirme lo que quieres que haga, y lo haré.

Otra sorpresa. Había vivido sus treinta y dos años de vida en la mansión Lanzani. Intentó imaginarse viviendo en otra parte, y no pudo. Doce años antes se habían venido abajo los cimientos de su vida, y desde entonces no había llevado bien ningún cambio, ni siquiera uno relativamente pequeño como comprarse un auto nuevo. Peter la había obligado finalmente a deshacerse del que tenía desde los diecinueve años, igual que, cinco años antes, la había obligado a decorar de nuevo su habitación. Llevaba años completamente harta de aquella decoración infantil, pero la idea de cambiarla la hacía sentirse aún peor. Supuso un alivio que Peter trajese a un decorador un día en el que ella tenía cita con el dentista, y al regresar se encontró con el papel ya arrancado de las paredes y la alfombra levantada del suelo. Aun así, se pasó tres días llorando. Era lo poco que quedaba de su vida anterior a la fuga de papá tal como era, y le dolía renunciar a ello. Cuando dejó de llorar y el decorador terminó su trabajo, quedó encantada con la habitación; la transición fue lo que le resultó doloroso.

—¿Amor? —decía Nicolás ahora, con un tinte de vacilación en la voz—. Lo siento, a lo mejor pensé que...
Eugenia se apresuró a taparle la boca con la mano.

—No se te ocurra rebajarte ante mí —le dijo en un tono grave y violento, dolida por dentro porque Nicolás pudiera pensar ni por un segundo que ella se consideraba demasiado buena para él.
Era precisamente todo lo contrario: Nicolás resultaba demasiado bueno para ella. Sólo dos días antes se había tumbado en el sofá de cuero de la oficina de Alejo y había dejado que éste la tomara. Una palabra desagradable. Un acto desagradable. No guardaba nada en común con el acto de amor de Nicolás. No había sentido nada, excepto lástima, y alivio al terminar.

Si Nicolás supiera lo de Alejo, ya no la desearía. ¿Cómo iba a desearla? Todo el año anterior creyó que le pertenecía sólo a él, y durante todo aquel tiempo ella había permitido que la usara un amigo de la familia, igual que durante los seis años anteriores.

No se sintió en absoluto culpable, por Alejo, cuando Nicolás se convirtió en su amante. Con Alejo no sentía conexión alguna; ¿cómo iba a sentirla? Ni siquiera era ella la que lo hacía, sino su madre. Pero sí que la devoró el sentimiento de culpabilidad cuando fue con Alejo porque suponía una profunda traición a Nicolás. Tendría que decirle que aquello tenía que acabar, pero el viejo terror seguía habitando allí, enterrado en lo más profundo. Si dejaba de permitirle que la utilizara, ¿se marcharía? ¿Importaría algo que así lo hiciera? Ya no era una adolescente herida y confusa, ya no necesitaba a papá... o más bien a su substituto.
Pero, ¿qué pasaría con mamá si Alejo dejase de ir por casa? Él la amaba, pero, ¿podría soportar verla, tan lejana para él, si no tuviera el alivio de fingir que le hacía el amor?

—Te amo —le dijo ahora a Nicolás, con las lágrimas resbalando por sus mejillas—. Es que...
jamás se me ha ocurrido que quisieras casarte conmigo.

—Tonta. —Le enjugó las lágrimas, y una sonrisa ladeada iluminó su rostro de niño grande . Me ha hecho falta un año para reunir el valor necesario y atreverme a pedírtelo, eso es todo —dijo sonrojándose.
Ella consiguió sonreír a su vez.

—Espero que a mí no me haga falta tanto tiempo para reunir valor y decirte que sí.

—¿Te da miedo? —preguntó, riendo.

—Cualquier... cambio me resulta muy difícil.

Tragó saliva, aterrada ante la perspectiva y con miedo de hablar de Nicolás a su madre. Peter ya estaba enterado, por supuesto; no era ningún secreto que se estaban viendo, pero nadie sospechaba que llevaban un año acostándose. Pero como su madre nunca iba ya a la ciudad y tampoco tenía amigas que la visitaran, no sabía nada de lo que estaba ocurriendo. No iba a gustarle por dos razones. Primera, no le gustaría la idea de que Eugenia se casara con nadie, porque eso significaría que su única hija se vería sujeta al asqueroso contacto de un hombre. Dos, no le gustaría sobre todo si ese hombre era Nicolás Riera. Los Riera nunca habían sido otra cosa que granjeros pobres, y desde luego no se encontraban en el mismo estrato social que los Lanzani. El hecho de que Nicolás fuera el sheriff no le hacía ganar puntos a sus ojos; se trataba solamente de un funcionario que ganaba un sueldo bueno pero nada espectacular.
Y tendría que contárselo a Alejo.

—Todo irá bien —dijo Nicolás para reconfortarla—. Voy a empezar por reformar la casa. Deberá estar terminada en, pongamos, seis meses. Eso te dará tiempo suficiente para acostumbrarte a la idea, ¿no?

Eugenia levantó la vista hacia aquel amado rostro y dijo:
—Sí.

Sí a todo. El corazón le latía con violencia. Se las arreglaría. Se lo diría a mamá y haría frente a su fría desaprobación. A Alejo le diría que ya no podía seguir viéndolo. Le iba a doler, pero lo entendería. No abandonaría a mamá, era absurdo pensar siquiera en ello. Tenía que ver las, cosas como una persona adulta, no como una niña asustada. Alejo no era sólo un hombre enamorado de su madre; era el representante legal de Peter, y un amigo de la familia incluso ya antes de que naciera ella. Probablemente fuera sólo que había adquirido la costumbre de utilizarla. A lo mejor se alegraba de tener una excusa para dejar de hacerlo, a lo mejor se sentía tan culpable al respecto como se sentía ella.

Tenía que enderezar las cosas lo antes posible. No podía fallar ni siquiera en lo más mínimo, porque entonces se enredaría todo. Ante ella se presentaba una vida normal, feliz, como el anillo dorado de un carrusel, que podría ser suyo si lograba hacer lo correcto. La última vez, su sueño quedó destrozado por Gimena Espósito...

Sus pensamientos sufrieron una sacudida. Aunque Nicolás la tenía abrazada eufóricamente, una cara surgió ante ella: ojos oscuros y soñolientos, una boca sensual que volvía locos a los hombres. Gimena seguía allí, en la forma de su hija.

Lali tenía que irse. Su madre sería mucho más feliz si Lali se marchara de la ciudad. Tal vez incluso la aprobase a ella, si fuera la que obligara a Lali a largarse. Y si también participara Nicolás...


Continuará...

3 comentarios:

  1. Me da pena Euge...ha sufrido la que mas por la perdida de su padre y todolo que hace es para no sentirse abandonada...que lastima...y Nico si se entera...es el único que la ama pero si se entera tambien la abandonara..

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  2. Euge desde chiquita k se siente inferior,necesita deshacerse d Lali para k su madre la acepte.Espero k Nicolas,x mucho k la ame no decida ayudarla y si convencerla ,d k las cosas no son como ella las ve.

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