Se lo merecen! jajaja espero que lo disfruten!
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Observó su reflejo en el espejo del
dormitorio. Estaba pálida, y tenía los ojos enrojecidos. Se bajó la cremallera del
vestido, que cayó al suelo. Lo recogió, lo colocó en el respaldo de una silla,
y se puso el chándal.
Se tumbó en la cama, intentando
despejarse, acallar los dolorosos latidos de su corazón traicionado. Oyó que
comenzaba a sonar la música en el salón, y se llevó las manos a los oídos.
Cerro fuertemente los ojos, pero la imagen de su rostro seguía allí, con una
mirada de burla en los ojos verdes y los labios arqueados en una sonrisa
cínica.
Un golpe en la puerta la sobresalto y
se sentó en la cama. Volvieron a llamar con más insistencia. Debía ser él.
Nadie más podía llamar con tanta fuerza.
Se levantó y gritó:
—¡Lárgate!
—¿Lali? Soy Peter ¿Qué te pasa? Déjame
entrar.
—¡No! —gritó—. No estoy dispuesta a
salir. Ya lo sé todo sobre ti. Lárgate y déjame en paz.
Peter giro varias veces el picaporte Después
se hizo el silencio. Lali esperaba que tirase la puerta abajo. Al ver que no
ocurría nada, se acercó con precaución y oyó que sus pasos se perdían en la
distancia. Cuando estuvo segura de que se había marchado, caminó desconsolada
hasta la ventana y se quedó mirando el pueblo. Iba a echar de menos la paz de aquel
lugar, el precioso paisaje y la gente amistosa. Le habría gustado pasar allí el
resto de su vida, pero había llegado el momento de enterrar su sueño roto.
El único consuelo que podía encontrar
era que al menos le estaba negando el placer de humillarla en público. No
soportaba la idea de que la hubiera estado utilizando con tanta sangre fría. Y,
según Pamela, sólo era la última en una larga lista de víctimas. No comprendía
cómo una mujer podía estar dispuesta a casarse con un hombre como él. Sabía lo difícil
que resultaba olvidar los antiguos hábitos, y dudaba que un hombre con tal
instinto depredador fuera a cambiar después de contraer matrimonio.
—¿Lali?
Se volvió sorprendida, y vio a Cristina
en mitad de la habitación, con una sonrisa triste en el rostro.
Boquiabierta, miró la puerta y volvió
a mirar a la anciana.
—¿Cómo has entrado? La puerta está
cerrada con llave.
—No deberías confiar mucho en las
cerraduras de esta casa. A veces funcionan, y a veces no.
—¿Te ha enviado Peter? —preguntó con
desconfianza.
Cristina negó con la cabeza.
—Nadie me ha enviado. Pero Pamela está
abajo, comportándose como el gato que ha cazado al ratón. Ha estado hablando
contigo, ¿verdad?
—En efecto —respondió con amargura—.
Me ha explicado cómo me habéis tomado el pelo entre todos.
La anciana la miró apenada.
—Nadie te ha tomado el pelo, cariño.
—¿No? ¿Qué hay de eso que llamabas
fuegos fatuos? No es más que metano. ¿Lo vas a negar?
Cristina suspiró.
—Claro que es metano. Pero la magia es
lo que hace que se encienda.
—Pues no fueron tus amigas las hadas.
Fue alguien que tiró una colilla.
—Incluso si así fuera, ¿qué hizo que
esa persona estuviera allí en ese momento?
Lali la miró frustrada.
—Mira, si has venido a convencerme
para que baje, estás perdiendo el tiempo.
—Eso es algo que tendrás que decidir
tú. De lo contrario no significaría nada. En lo que a Pamela respecta, es tan
falsa como la cerradura de esa puerta. Yo no confiaría demasiado en lo que ha
dicho.
Furiosa, Lali le volvió la espalda y
se puso a mirar por la ventana en silencio. No quería hablar más sobre el tema.
Sólo quería poner fin a aquella situación. Nadie, ni siquiera Cristina, iba a conseguir
hacerla cambiar de idea. Aquél había sido siempre su problema. Que confiaba en
la gente. En la gente como su antiguo novio, como el señor Agüero, como Cristina,
como Pamela…
De repente interrumpió sus
pensamientos. Pamela.
Se volvió, pero Cristina se había
marchado, de forma tan silenciosa como había entrado. Deseaba no haber sido tan
grosera. Había intentado prevenirla contra Pamela, advertirle que no debía
confiar en ella.
Pero Pamela había resultado muy
convincente, ofreciéndole compasión y apoyo. Igual que el señor Agüero. No
debía olvidarlo.
Se sentó en el borde de la cama y
empezó a morderse una uña, distraída. Se preguntó cuál sería la verdad en caso
de que Pamela sólo le hubiera contado embustes.
El motivo que tendría para hacerlo no
podía ser otro que el hecho de que quisiera que se mantuviera alejada de allí.
Claro que si Peter le había prometido que se casaría con ella no tenía nada que
temer. Aquello podía significar que Peter no había hecho tal promesa. Pero se
le estaba acabando el tiempo, y aquella noche tenía que elegir a su esposa,
mientras el clan estuviera reunido, tal y como exigía la tradición. Pamela sólo
quería asegurarse de que tenía el campo libre.
Se puso en pie de un salto, pensando
en la sufrida novia que estaba dispuesta a perdonar las infidelidades de su
novio mientras se compadecía de sus víctimas. Había representado a la
perfección su papel. Lástima que el personaje fuera completamente inverosímil.
Todo había sido un intento frío y calculador de profundizar la confianza de su
rival. Por supuesto, el hecho de que su confianza se encontrara en un nivel más
bajo había facilitado enormemente su trabajo.
Siempre cabía la posibilidad de que
Pamela le hubiera dicho la verdad y ella estuviera intentando aferrarse a un
cabo ardiendo, pero sólo podía averiguarlo si bajaba y se enfrentaba a Peter.
Podía acabar sufriendo la mayor humillación de su vida, pero era un riesgo que
debía correr. No estaba dispuesta a correr a ocultarse, como de costumbre. En
aquella ocasión iba a quedarse para luchar.
Se puso a toda prisa el vestido, se
colocó el broche, se lavó la cara y salió por la puerta.
Seguía cerrada con llave. Pero no
tenía tiempo para preguntarse cómo había conseguido entrar Cristina. Ya se
preocuparía por ello más adelante.
Abrió y salió al pasillo. En aquel
momento los músicos estaban tomándose un descanso, pero podía oír el sonido de
las conversaciones y las risas procedentes de la sala de baile. Cuando llegó al
final de la escalera tenía la boca seca. Resistió el impulso de volver a subir,
respiró profundamente, y con la cabeza muy erguida atravesó las puertas que
conducían a la sala.
Su repentina aparición desató un
murmullo entre los invitados. Observó de reojo que todos se volvían para
mirarla. En el extremo, delante de la enorme chimenea, un grupo de hombres y
mujeres de aspecto distinguido charlaban animadamente con Peter, pero también
ellos se volvieron para mirarla al ver que se abría camino.
Tuvo la impresión de que tardó una
eternidad en atravesar el salón. Cada paso requería todas sus reservas de valor
y determinación. Su corazón latía cada vez con más fuerza. Peter estaba
radiante con su traje de chaqueta. Examinó su enigmática mirada, preguntándose
si denotaba placer, cólera o indiferencia. Pero era como un libro cerrado. No
encontraba ninguna pista sobre sus emociones en su expresión.
Pamela estaba agarrada de su brazo,
con ademán posesivo, y su expresión no admitía lugar a dudas. Estaba furiosa.
Le devolvió la mirada con tranquilidad
y dijo:
—Hola, Pamela. Se me ha pasado el
dolor de cabeza, así que al final he decidido bajar y unirme a la fiesta —sonrió
y miró a Peter—. ¿No vas a presentarme a tus amigos?
Por debajo de su tranquila fachada,
estaba temblando. Tenía la impresión de que se iba a derrumbar en cualquier
momento.
Capítulo 37
Peter la observó detenidamente y al
fin esbozó una sonrisa. Soltó el brazo de Pamela y dijo:
—Me alegro de que se te haya pasado, Ladydark. Ya pensábamos que habías
decidido tomar otro baño.
Los asistentes rieron. Lali se volvió
y vio que Cristina la miraba sonriente desde una esquina. Alguien le pasó un
vaso de whisky. Bebió un sorbo, lo saboreó durante un momento, y asintió muy
seria:
—Un whisky excelente. Whisky escocés.
Los acompañantes de Peter la miraron
sorprendidos.
—Será argentina, pero tiene sentido
del gusto. Hasta sabe apreciar un buen whisky —comentó alguien.
Lali bebió otro sorbo y rió.
—Me gustaría conocerlos. La verdad es
que esta tarde vi las etiquetas de las botellas.
Su confesión desató una carcajada.
—Por lo menos es sincera.
Peter le dedicó una sonrisa. No era la
primera vez que lo hacía, pero nunca había sonreído así. Y sus ojos adquirieron
la tonalidad cálida.
Después, pasó un brazo por sus hombros
y empezó a presentarla.
—Cameron, te presento a la señorita Lali
Espósito.
Lali miró al alto y distinguido
caballero de pelo blanco. Le tendió la mano, diciendo:
— Como é que você senhor?
-
El hombre la miró sorprendido.
—
Você pode
falar Português?—preguntó.
Lali se esforzó por encontrar las
palabras adecuadas.
—
Eu estou tentando … —dijo
con inseguridad.
—Así que estás aprendiendo —dijo
sonriendo—. ¡Está aprendiendo portugués! A este paso, pronto lo hablará como
una nativa.
El resto de las presentaciones
transcurrió con rapidez. Oyó demasiados nombres como para recordarlos. Cuando
terminaron, Peter la condujo de la mano al centro de la pista de baile, y alzó
los brazos para pedir silencio. En cuanto el sonido cesó, Peter se sacó un saco
de cuero del bolsillo y susurró a su oído:
—Estoy orgulloso de ti. Ahora mantén
la cabeza bien alta. Eres la mujer más bella de esta sala, y quiero que todos
vean lo que voy a hacer.
El cuerpo de Lali tembló como una hoja
agitada por la hierba cuando Peter sacó la gargantilla de diamantes y
esmeraldas y se la puso alrededor del cuello. Dio un paso atrás para observar
el efecto, y después, poniéndole las manos en los hombros, se inclinó para
besarla con ternura.
Después se irguió, como un orgulloso
guerrero celta que supervisara sus huestes y declaró con voz firme:
—Esta es la mujer que elijo como mi
esposa —se detuvo para añadir más dramatismo antes de seguir con la
formalidad—. Si hay alguien aquí que se atreva a poner en entredicho su
capacidad para ser la primera dama del clan, que hable ahora.
Todos guardaron silencio. Peter miró a
su alrededor y asintió, sonriente.
—Entonces, ¿todo el mundo aprueba mi
elección?
El rugido de aprobación que llenó la
sala hizo temblar las arañas de cristal. Todos los invitados corrieron hacia
ellos, para felicitarlos.
Poco a poco fue cesando el bullicio.
Se brindó con profusión, y la banda amenizó con su música una fiesta de la que
se hablaría durante generaciones.
De repente, Cristina estaba a su lado,
con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra. Llevaba la misma
falda y el mismo jersey que siempre, y Lali no podía imaginarla con otra cosa.
—Bienvenida al clan, Ladydark —dijo sonriendo.
Lali le devolvió la sonrisa.
—Gracias, Cristina. Y gracias por
venir a…
Cristina la interrumpió y se volvió
hacia Peter.
—Me ha gustado mucho tu discurso.
Según las leyes del clan, Lali y tú estáis casados, pero sería una buena idea
que os apresurarais a hacer todo el papeleo —bajó la voz—. Lo digo por tu tío.
Peter asintió.
—Como de costumbre, piensas en todo.
Cameron es juez de paz. Seguro que se presta a celebrar la ceremonia. Ahora
mismo voy a pedírselo.
Lali seguía intentando asimilar lo
ocurrido. Acababa de convertirse en la esposa de Peter. Era otra de aquellas
incomprensibles costumbres de los clanes. Pero, por si alguien dudaba de la
legalidad de aquel procedimiento, estaba a punto de confirmar su boda en una
ceremonia civil. Se sentía aturdida y feliz. Necesitaba sentarse para recuperarse
de la impresión, pero sabía que no le iba a resultar posible.
Peter apretó su mano y la miró
preocupado.
¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.
Lo podemos dejar para más tarde, si quieres.
Lali respiró profundamente y sonrió.
—No te preocupes por mí. Es que todo
está pasando demasiado deprisa. Aún estoy intentando acostumbrarme a la idea de
que eres mi marido.
Volvió a respirar profundamente y
sintió que el color volvía a sus mejillas.
No dejó de estrechar manos y recibir
felicitaciones mientras Cristina organizaba la ceremonia en menos de media
hora. Lali eligió a Ingrid como madrina, y Peter eligió a Carlos Zambrano como
padrino. Cameron, el juez de paz, estaba ante ellos listo para comenzar cuando Peter
exclamó:
—¡Espera! ¡No tengo un anillo para Lali!
Cristina dio un paso al frente y le
entregó un paquete.
—Afortunadamente, llevaba esto encima
—miró a Lali con un brillo en los ojos—. No te preocupes. Será de tu tamaño.
No lo dudó por un momento. Si Cristina
lo decía, era de su tamaño.
Continuará...