domingo, 30 de septiembre de 2012

"Llegada del Mar" Capítulo 36 y 37


Se lo merecen! jajaja espero que lo disfruten!
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Observó su reflejo en el espejo del dormitorio. Estaba pálida, y tenía los ojos enrojecidos. Se bajó la cremallera del vestido, que cayó al suelo. Lo recogió, lo colocó en el respaldo de una silla, y se puso el chándal.
Se tumbó en la cama, intentando despejarse, acallar los dolorosos latidos de su corazón traicionado. Oyó que comenzaba a sonar la música en el salón, y se llevó las manos a los oídos. Cerro fuertemente los ojos, pero la imagen de su rostro seguía allí, con una mirada de burla en los ojos verdes y los labios arqueados en una sonrisa cínica.
Un golpe en la puerta la sobresalto y se sentó en la cama. Volvieron a llamar con más insistencia. Debía ser él. Nadie más podía llamar con tanta fuerza.
Se levantó y gritó:
—¡Lárgate!
—¿Lali? Soy Peter ¿Qué te pasa? Déjame entrar.
—¡No! —gritó—. No estoy dispuesta a salir. Ya lo sé todo sobre ti. Lárgate y déjame en paz.
Peter giro varias veces el picaporte Después se hizo el silencio. Lali esperaba que tirase la puerta abajo. Al ver que no ocurría nada, se acercó con precaución y oyó que sus pasos se perdían en la distancia. Cuando estuvo segura de que se había marchado, caminó desconsolada hasta la ventana y se quedó mirando el pueblo. Iba a echar de menos la paz de aquel lugar, el precioso paisaje y la gente amistosa. Le habría gustado pasar allí el resto de su vida, pero había llegado el momento de enterrar su sueño roto.
El único consuelo que podía encontrar era que al menos le estaba negando el placer de humillarla en público. No soportaba la idea de que la hubiera estado utilizando con tanta sangre fría. Y, según Pamela, sólo era la última en una larga lista de víctimas. No comprendía cómo una mujer podía estar dispuesta a casarse con un hombre como él. Sabía lo difícil que resultaba olvidar los antiguos hábitos, y dudaba que un hombre con tal instinto depredador fuera a cambiar después de contraer matrimonio.
—¿Lali?
Se volvió sorprendida, y vio a Cristina en mitad de la habitación, con una sonrisa triste en el rostro.
Boquiabierta, miró la puerta y volvió a mirar a la anciana.
—¿Cómo has entrado? La puerta está cerrada con llave.
—No deberías confiar mucho en las cerraduras de esta casa. A veces funcionan, y a veces no.
—¿Te ha enviado Peter? —preguntó con desconfianza.
Cristina negó con la cabeza.
—Nadie me ha enviado. Pero Pamela está abajo, comportándose como el gato que ha cazado al ratón. Ha estado hablando contigo, ¿verdad?
—En efecto —respondió con amargura—. Me ha explicado cómo me habéis tomado el pelo entre todos.
La anciana la miró apenada.
—Nadie te ha tomado el pelo, cariño.
—¿No? ¿Qué hay de eso que llamabas fuegos fatuos? No es más que metano. ¿Lo vas a negar?
Cristina suspiró.
—Claro que es metano. Pero la magia es lo que hace que se encienda.
—Pues no fueron tus amigas las hadas. Fue alguien que tiró una colilla.
—Incluso si así fuera, ¿qué hizo que esa persona estuviera allí en ese momento?
Lali la miró frustrada.
—Mira, si has venido a convencerme para que baje, estás perdiendo el tiempo.
—Eso es algo que tendrás que decidir tú. De lo contrario no significaría nada. En lo que a Pamela respecta, es tan falsa como la cerradura de esa puerta. Yo no confiaría demasiado en lo que ha dicho.
Furiosa, Lali le volvió la espalda y se puso a mirar por la ventana en silencio. No quería hablar más sobre el tema. Sólo quería poner fin a aquella situación. Nadie, ni siquiera Cristina, iba a conseguir hacerla cambiar de idea. Aquél había sido siempre su problema. Que confiaba en la gente. En la gente como su antiguo novio, como el señor Agüero, como Cristina, como Pamela…
De repente interrumpió sus pensamientos. Pamela.
Se volvió, pero Cristina se había marchado, de forma tan silenciosa como había entrado. Deseaba no haber sido tan grosera. Había intentado prevenirla contra Pamela, advertirle que no debía confiar en ella.
Pero Pamela había resultado muy convincente, ofreciéndole compasión y apoyo. Igual que el señor Agüero. No debía olvidarlo.
Se sentó en el borde de la cama y empezó a morderse una uña, distraída. Se preguntó cuál sería la verdad en caso de que Pamela sólo le hubiera contado embustes.
El motivo que tendría para hacerlo no podía ser otro que el hecho de que quisiera que se mantuviera alejada de allí. Claro que si Peter le había prometido que se casaría con ella no tenía nada que temer. Aquello podía significar que Peter no había hecho tal promesa. Pero se le estaba acabando el tiempo, y aquella noche tenía que elegir a su esposa, mientras el clan estuviera reunido, tal y como exigía la tradición. Pamela sólo quería asegurarse de que tenía el campo libre.
Se puso en pie de un salto, pensando en la sufrida novia que estaba dispuesta a perdonar las infidelidades de su novio mientras se compadecía de sus víctimas. Había representado a la perfección su papel. Lástima que el personaje fuera completamente inverosímil. Todo había sido un intento frío y calculador de profundizar la confianza de su rival. Por supuesto, el hecho de que su confianza se encontrara en un nivel más bajo había facilitado enormemente su trabajo.
Siempre cabía la posibilidad de que Pamela le hubiera dicho la verdad y ella estuviera intentando aferrarse a un cabo ardiendo, pero sólo podía averiguarlo si bajaba y se enfrentaba a Peter. Podía acabar sufriendo la mayor humillación de su vida, pero era un riesgo que debía correr. No estaba dispuesta a correr a ocultarse, como de costumbre. En aquella ocasión iba a quedarse para luchar.
Se puso a toda prisa el vestido, se colocó el broche, se lavó la cara y salió por la puerta.
Seguía cerrada con llave. Pero no tenía tiempo para preguntarse cómo había conseguido entrar Cristina. Ya se preocuparía por ello más adelante.
Abrió y salió al pasillo. En aquel momento los músicos estaban tomándose un descanso, pero podía oír el sonido de las conversaciones y las risas procedentes de la sala de baile. Cuando llegó al final de la escalera tenía la boca seca. Resistió el impulso de volver a subir, respiró profundamente, y con la cabeza muy erguida atravesó las puertas que conducían a la sala.
Su repentina aparición desató un murmullo entre los invitados. Observó de reojo que todos se volvían para mirarla. En el extremo, delante de la enorme chimenea, un grupo de hombres y mujeres de aspecto distinguido charlaban animadamente con Peter, pero también ellos se volvieron para mirarla al ver que se abría camino.
Tuvo la impresión de que tardó una eternidad en atravesar el salón. Cada paso requería todas sus reservas de valor y determinación. Su corazón latía cada vez con más fuerza. Peter estaba radiante con su traje de chaqueta. Examinó su enigmática mirada, preguntándose si denotaba placer, cólera o indiferencia. Pero era como un libro cerrado. No encontraba ninguna pista sobre sus emociones en su expresión.
Pamela estaba agarrada de su brazo, con ademán posesivo, y su expresión no admitía lugar a dudas. Estaba furiosa.
Le devolvió la mirada con tranquilidad y dijo:
—Hola, Pamela. Se me ha pasado el dolor de cabeza, así que al final he decidido bajar y unirme a la fiesta —sonrió y miró a Peter—. ¿No vas a presentarme a tus amigos?
Por debajo de su tranquila fachada, estaba temblando. Tenía la impresión de que se iba a derrumbar en cualquier momento.

Capítulo 37
Peter la observó detenidamente y al fin esbozó una sonrisa. Soltó el brazo de Pamela y dijo:
—Me alegro de que se te haya pasado, Ladydark. Ya pensábamos que habías decidido tomar otro baño.
Los asistentes rieron. Lali se volvió y vio que Cristina la miraba sonriente desde una esquina. Alguien le pasó un vaso de whisky. Bebió un sorbo, lo saboreó durante un momento, y asintió muy seria:
—Un whisky excelente. Whisky escocés.
Los acompañantes de Peter la miraron sorprendidos.
—Será argentina, pero tiene sentido del gusto. Hasta sabe apreciar un buen whisky —comentó alguien.
Lali bebió otro sorbo y rió.
—Me gustaría conocerlos. La verdad es que esta tarde vi las etiquetas de las botellas.
Su confesión desató una carcajada.
—Por lo menos es sincera.
Peter le dedicó una sonrisa. No era la primera vez que lo hacía, pero nunca había sonreído así. Y sus ojos adquirieron la tonalidad cálida.
Después, pasó un brazo por sus hombros y empezó a presentarla.
—Cameron, te presento a la señorita Lali Espósito.
Lali miró al alto y distinguido caballero de pelo blanco. Le tendió la mano, diciendo:
Como é que você senhor?
-  El hombre la miró sorprendido.
Você pode falar Português?—preguntó.
Lali se esforzó por encontrar las palabras adecuadas.
Eu estou tentando … —dijo con inseguridad.
—Así que estás aprendiendo —dijo sonriendo—. ¡Está aprendiendo portugués! A este paso, pronto lo hablará como una nativa.
El resto de las presentaciones transcurrió con rapidez. Oyó demasiados nombres como para recordarlos. Cuando terminaron, Peter la condujo de la mano al centro de la pista de baile, y alzó los brazos para pedir silencio. En cuanto el sonido cesó, Peter se sacó un saco de cuero del bolsillo y susurró a su oído:
—Estoy orgulloso de ti. Ahora mantén la cabeza bien alta. Eres la mujer más bella de esta sala, y quiero que todos vean lo que voy a hacer.
El cuerpo de Lali tembló como una hoja agitada por la hierba cuando Peter sacó la gargantilla de diamantes y esmeraldas y se la puso alrededor del cuello. Dio un paso atrás para observar el efecto, y después, poniéndole las manos en los hombros, se inclinó para besarla con ternura.
Después se irguió, como un orgulloso guerrero celta que supervisara sus huestes y declaró con voz firme:
—Esta es la mujer que elijo como mi esposa —se detuvo para añadir más dramatismo antes de seguir con la formalidad—. Si hay alguien aquí que se atreva a poner en entredicho su capacidad para ser la primera dama del clan, que hable ahora.
Todos guardaron silencio. Peter miró a su alrededor y asintió, sonriente.
—Entonces, ¿todo el mundo aprueba mi elección?
El rugido de aprobación que llenó la sala hizo temblar las arañas de cristal. Todos los invitados corrieron hacia ellos, para felicitarlos.
Poco a poco fue cesando el bullicio. Se brindó con profusión, y la banda amenizó con su música una fiesta de la que se hablaría durante generaciones.
De repente, Cristina estaba a su lado, con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra. Llevaba la misma falda y el mismo jersey que siempre, y Lali no podía imaginarla con otra cosa.
—Bienvenida al clan, Ladydark —dijo sonriendo.
Lali le devolvió la sonrisa.
—Gracias, Cristina. Y gracias por venir a…
Cristina la interrumpió y se volvió hacia Peter.
—Me ha gustado mucho tu discurso. Según las leyes del clan, Lali y tú estáis casados, pero sería una buena idea que os apresurarais a hacer todo el papeleo —bajó la voz—. Lo digo por tu tío.
Peter asintió.
—Como de costumbre, piensas en todo. Cameron es juez de paz. Seguro que se presta a celebrar la ceremonia. Ahora mismo voy a pedírselo.
Lali seguía intentando asimilar lo ocurrido. Acababa de convertirse en la esposa de Peter. Era otra de aquellas incomprensibles costumbres de los clanes. Pero, por si alguien dudaba de la legalidad de aquel procedimiento, estaba a punto de confirmar su boda en una ceremonia civil. Se sentía aturdida y feliz. Necesitaba sentarse para recuperarse de la impresión, pero sabía que no le iba a resultar posible.
Peter apretó su mano y la miró preocupado.
¿Te encuentras bien? Estás muy pálida. Lo podemos dejar para más tarde, si quieres.
Lali respiró profundamente y sonrió.
—No te preocupes por mí. Es que todo está pasando demasiado deprisa. Aún estoy intentando acostumbrarme a la idea de que eres mi marido.
Volvió a respirar profundamente y sintió que el color volvía a sus mejillas.
No dejó de estrechar manos y recibir felicitaciones mientras Cristina organizaba la ceremonia en menos de media hora. Lali eligió a Ingrid como madrina, y Peter eligió a Carlos Zambrano como padrino. Cameron, el juez de paz, estaba ante ellos listo para comenzar cuando Peter exclamó:
—¡Espera! ¡No tengo un anillo para Lali!
Cristina dio un paso al frente y le entregó un paquete.
—Afortunadamente, llevaba esto encima —miró a Lali con un brillo en los ojos—. No te preocupes. Será de tu tamaño.
No lo dudó por un momento. Si Cristina lo decía, era de su tamaño.

Continuará...

Malas excusas...


Hola, como andan? 
Pido mil, pero mil perdones y aunque el título de la publicación es "Malas excusas" les prometo que las tengo...
Primero la semana pasada y la que viene he estado preparando todo para el aniversario de mi colegio, además que mis profesores exageraron respecto al tema de las pruebas.
Esta semana también se me ve complicado subir, ya que las actividades se hacen en la tarde y en la mañana tengo clases, pero apenes llegue voy a tratar de subir...
Espero que comienzen bien su semana y por favor me tengan paciencia!
Besos! :)
PD: Gracias a todas por sus firmas! últimamente las firmas han aumentado jijiji
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"Llegada del Mar" Capítulo 34 y 35



Había una palabra para definirla. Estilo. No cabía duda de que la mujer que estaba sentada en la cama rezumaba elegancia. Nadie tenía derecho a presentar aquel aspecto a primera hora de la mañana. Estaba recién maquillada, y ni una mecha de su brillante cabello caoba estaba fuera de sitio. Incluso su salto de cama parecía recién sacado del paquete.
Lali sintió que se sonrojaba bajo el duro escrutinio de sus ojos negros claros, y sintió deseos de llevar algo que no fuera un chándal que ocultaba todas sus formas.
—¿Quién eres? —preguntó Pamela.
—Te he traído el café —se limitó a responder.
Pamela suspiró exasperada.
—Ya lo veo. Eso no es lo que te he preguntado. ¿Dónde está la señora Belén? El café debería haber llegado diez minutos antes. Entiendo que no tenéis sentido del tiempo, pero la vaguería no tiene excusa.
Lali se esforzó por mantener la calma y dijo con tranquilidad:
—La señora Belén está ocupada con los preparativos de la fiesta.
Pamela la obsequió con una mirada de desdén, y Lali decidió no hacerle caso. Dejó la bandeja en la mesilla de noche y se volvió para marcharse cuando la voz de Pamela la interrumpió.
—Lléname el baño antes de irte.
Lali se volvió, con un peligroso brillo en la mirada.
—Me temo que tendrás que hacerlo tú misma. Yo no trabajo aquí.
Una delicada ceja se elevó en su rostro.
—Ya veo. Como me trajiste el café, di por supuesto… Se encogió de hombros con indiferencia.
—Soy una invitada, igual que tú —dijo Lali, controlando la cólera de su voz.
Pamela la observó con renovada curiosidad.
—Entonces será mejor que nos presentemos. Soy Pamela Russell, la prometida de Peter.
Al fin salía a la luz. No era una conocida suya, ni siquiera una amiga. Era su prometida. Por supuesto, siempre lo había sospechado, pero el hecho de oír las palabras fue para ella como si le clavaran un puñal.
—Me llamo Lali Espósito.
Pamela repitió varias veces su apellido, y después sacudió la cabeza.
—Lo siento, no me suena. ¿Nos conocemos? ¿Tienes alguna conexión con el clan?
La discreción advertía a Lali que era hora de marcharse. No obstante, aquella mujer la tenía hipnotizada.
—En absoluto —respondió con sequedad.
—Entonces, ¿quién te ha invitado?
—Peter. En realidad, ha sido más una orden que una invitación.
—¿De verdad? —la examinó cuidadosamente—. ¿Cuánto hace que os conocéis?
Lali mantuvo conscientemente un tono informal.
—Un mes, más o menos. Desde que llegué. No quería quedarme, pero él insistió. Decía que quería conocerme mejor —caminó hasta la puerta, se detuvo y volvió la cabeza—. Será mejor que te tomes el café antes de que se enfríe.
Bajó la escalera con una extraña sensación de satisfacción. Peter le había dicho que se comportara con dignidad y que no dijera nada que pudiera acarrear problemas. En efecto, su comportamiento había sido digno, y todo lo que había dicho era cierto. Lady Pamela podía interpretarlo como quisiera. A ella no le importaba en absoluto.
Pasó el resto de la mañana a solas, vagando por la playa.
No entendía qué podía ver Peter en una mujer como aquélla. Sin duda, Pamela era atractiva, incluso bella. Pero su personalidad resultaba insoportable. Si Peter iba a pasar el resto de su vida junto a ella, lo compadecía. El pobre no sabía dónde se estaba metiendo.
Por supuesto, era posible que sólo hubiera conocido uno de sus aspectos. Estaba segura de que podía ser todo dulzura cuando estaba en su compañía, y sólo revelaba su aspecto agrio cuando estaba con personas a las que consideraba inferiores. Aun así, Peter no era estúpido. Estaba convencida de que, si la conocía desde hacía tiempo, debería haber sido capaz de descubrir su verdadero carácter.
Cuando volvió a la casa, comió algo ligero en la cocina con la señora Belén; que parecía visiblemente incómoda.
—Son esas dos chicas del pueblo —explicó a Lali—. Amenazan con largarse si Pamela no les deja seguir con su trabajo. Estaba molestándolas.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Lali, frunciendo el ceño.
—Sobre todo, preguntar cosas sobre ti. Con mucha insistencia. En todo caso, le he pedido que las deje en paz y se ha ido al pueblo. Estoy segura de que ahora mismo está haciendo más preguntas.
Lali se encogió de hombros.
—Le bastaría con preguntarme a mí, en vez de investigar a mis espaldas. No tengo nada que ocultar, ni he hecho nada de lo que deba avergonzarme.
Aquello era cierto, pero en su interior, deseaba sentirse tan segura como parecía. Había hecho algo inadecuado: despertar la curiosidad de Pamela. Más tarde o más temprano, alguien le hablaría de la Ladydark que había llegado del mar, atraída por los espíritus, para que se casara con su jefe. No quería ni pensar en lo que ocurriría entonces.
Después de la comida ayudó a las chicas a llevar al salón las bandejas cargadas de entremeses. La visión de la sala le cortó la respiración. El suelo resplandecía. Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos, inmaculados. Todo estaba lleno de cristal y plata brillante.
Felicitó a las muchachas por su trabajo.
—Está precioso. ¿Vais a asistir a la fiesta?
—Por supuesto —le aseguró una de ellas—. Todo el mundo está invitado al Gran Lanz. Además, en esta ocasión es especial, ¿verdad?
Lali se apresuró a cambiar de tema. Charló con ellas durante unos minutos y después subió a su habitación. Se quito el chandal, tomo una ducha rápida, y se puso una falda lisa combinada con un jersey de lana.
Después de secarse el pelo, se lo cepilló vigorosamente, prometiéndose que se lo iba a dejar corto en cuanto saliera de allí. Cuanto más corto mejor. Incluso era posible que se lo tiñera de rubio, para ahuyentar los recuerdos de Peter Lanzani que la asaltaban cada vez que se miraba en un espejo.
Decidió rápidamente que sería una tontería. No le serviría de nada. El tiempo curaría la herida, pero nada borraría el recuerdo de la primera noche que habían hecho el amor, junto al fuego, ni del día que, en el barco, él había abrazado su cuerpo tembloroso para transmitirle su calor. Tampoco olvidaría nunca aquellos ojos verdes hipnóticos, la forma en que ardían cuando estaba furioso, ni la forma en que una repentina sonrisa de aprobación aceleraba su pulso.
Habían compartido momentos de ternura, en los que estaba segura de que verdaderamente la amaba, pero ahora, mientras contemplaba su reflejo, ya no estaba segura de nada. Peter la manejaba como si se tratara de una marioneta, y no tenía idea sobre cuáles eran sus intenciones.
Estaba agotada a causa de la falta de sueño de la noche anterior. Se tumbó en la cama con la intención de descansar durante media hora, pero cinco horas después alguien agitó su hombro, despertándola.

Capítulo 35
La señora Belén la miraba sonriente.
—Te he traído una taza de té.
Lali se incorporó, desorientada, y miró el reloj.
—¡Dios mío! ¿Ya es tan tarde?
—No pasa nada —le aseguró el ama de llaves—. La fiesta empieza dentro de media hora. Subí antes, pero vi que estabas dormida y decidí dejar que descansaras. Necesitas estar fresca como una rosa, porque ya sabes lo cansados que son estos bailes. Y no te preocupes por no estar abajo para recibir a los invitados. Pamela ya se ha encargado de ello.
Lali bebió un trago de té mientras ponía sus ideas en orden.
—¿Te comentó algo al volver del pueblo?
—No —respondió pensativa—. Pero parecía furiosa. Y después discutió con Peter. Será mejor que vuelva a bajar —se apresuró a añadir al ver que se estaba yendo de la lengua.
Lali se levantó y miró el camino por la ventana. Los coches lujosos se mezclaban con los vehículos más humildes. Había incluso un viejo tractor, y se preguntó si sería el que conducía el anciano Gabriel cuando la divisó entre las rocas. La idea de bajar y enfrentarse a las miradas curiosas le daba miedo, pero fue al cuarto de baño y se lavó la cara con agua fría.
Quince minutos después, cuando se estaba poniendo el broche de plata y perlas, alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Pamela entró en la habitación, alta y elegante. Su esbelta figura estaba remarcada por un vestido rojo ajustado, de lentejuelas, y su magnífica cabellera caía sobre sus hombros desnudos.
Lali, que estaba preparada para oír una sarta de acusaciones, se quedó sin palabras al ver la sonrisa tímida de Pamela y el tono casi humilde de su voz.
—Espero no molestarte. Creo que deberíamos aclarar las cosas antes de que esto llegue más lejos.
Lali entrecerró los ojos.
—¿Qué cosas?
—Esta mañana no empezamos con muy buen pie. Fue culpa mía. Lo único que puedo hacer es pedirte perdón y decirte cuánto lo siento —se mordió el labio—. Esto es muy embarazoso para mí…
Dejó de hablar y bajó los ojos.
Lali empezaba a sentirse incómoda. Le extrañaba que una disculpa saliera de labios de Pamela. Pero aquél era el problema. Tampoco podía estar segura de haberla juzgado bien a primera vista. A fin de cuentas, su encuentro había sido muy breve, y la otra mujer parecía sincera.
—En este momento no creo que te sientas más cohibida que yo —respondió, preguntándose para qué habría ido a verla.
Pamela asintió.
—Lo entiendo. Habéis hecho el amor, ¿verdad?
Lali se puso en tensión.
—¿Te lo ha dicho Peter?
—No es necesario —suspiró—. Llevas un mes aquí, y lo conozco. Cuando ve una chica atractiva, sobre todo si es tan inocente y adorable como tú… Me pone enferma el pensar que se haya aprovechado de ti. Y no solo de ti, de todas las demás. He discutido con él una y otra vez, pero es imposible convencerlo. Después, esta tarde, cuando me enteré de lo tuyo, tuvimos otra discusión. Me ha prometido que será fiel cuando nos casemos, pero hasta entonces…
Lali se dio cuenta de que debía estar refiriéndose a la discusión que la señora Belén había mencionado. Se le hizo un nudo en el estómago. Empezó a considerar seriamente la posibilidad de que Pamela fuera sincera.
—Si es así, ¿por qué lo aguantas? Yo no lo soportaría.
—Tienes razón —dijo Pamela, en tono de derrota—. Ninguna mujer que tuviera algo de sentido común soportaría esta situación. Pero el mundo está lleno de estúpidas como yo. El amor debió inventarlo un hombre. Les deja hacer todo lo que quieren, porque saben que al final les perdonamos todo.
—Entonces eres estúpida —respondió Lali—. O al menos lo es una de nosotras.
—Sí. Las dos lo somos. Yo por creer sus promesas, y tú por creer esas tonterías de los duendes y los fuegos fatuos —la miró con compasión—. Afortunadamente, en Puerto Lanzana queda gente decente, que me ha dicho lo que sucede. En cuanto a Cristina, sus intenciones son buenas, pero no es una persona muy equilibrada. Hay gente como ella por todas partes. Se autodenominan videntes, y juegan con las supersticiones de esta zona.
—¿Qué hay del fuego? —preguntó Lali—. Lo vi con mis propios ojos.
—Claro que lo viste. Pero no hay nada de mágico en ello. Es bastante normal por aquí. Creo que tiene algo que ver con el metano de la tierra. Sólo hace falta una llama para encenderlo. Probablemente alguien tiró una colilla al suelo.
—¿Quieres decir que todo el mundo lo sabía? ¿Peter? ¿Y Cristina? ¿Ingrid y todos los demás?
Pamela se encogió de hombros.
—El páramo es muy peligroso, por el gas. Por eso nunca permiten a los niños del pueblo que jueguen ahí.
Todo empezó a cobrar sentido. Todas las dudas que había albergado en un principio sobre Peter y Cristina demostraban ser ciertas. Desde el principio había tenido la verdad delante de los ojos, pero el deseo la había cegado hasta el punto de impedir que se diera cuenta.
—Hay otra cosa que deberías saber —añadió Pamela con incomodidad.
—No —dijo Lali—. Ya he oído bastante.
Pamela siguió, de todos modos.
—¿Te ha contado que se tiene que casar como muy tarde en dos semanas?
Lali la miró con incredulidad.
—No —cerró los puños—. Nunca me habló de ti. Ni Cristina ni él. Cuando preguntaba a Peter, me decía que me metiera en mis propios asuntos, y Cristina cambiaba de tema.
—El caso es que pronto cumplirá veinticinco años, y si no está casado, perderá el título y las propiedades, que pasarán a su tío —le explicó Pamela—. No está dispuesto a permitir que eso ocurra. Su tío es una especie de especulador, que lo vendería todo rápidamente. Peter y yo acordamos hace mucho tiempo que nos casaríamos cuando llegara el momento. Y el momento ya ha llegado. No puede seguir esperando. Me temo que esta aventura que ha tenido contigo ha sido su última escapada de soltero. Siento mucho haberte dicho todo esto, pero tenía que advertirte. Lo entiendes, ¿verdad?
—¿Qué era lo que tenías que advertirme? ¿Qué más puede hacer?
Pamela se llevó la mano a la frente, angustiada.
—Creo que no voy a ir a la fiesta. Todo el mundo sabe que Peter ha estado utilizándote, pero es su jefe, y a sus ojos no puede hacer nada malo. Todos se reirán a tus espaldas, y no quiero tomar parte en eso.
Lali se quitó el broche y lo tiró sobre la cama con amargura.
—No te preocupes. No tendrá la oportunidad de seguir humillándome. Él y su maldito feudalismo se pueden ir al infierno. No quiero volver a verlo en la vida.
Un tenso silencio se apoderó de la habitación. Al final, Pamela lo rompió con un suspiro.
—No te culpo por ello. Yo en tu lugar sentiría lo mismo que tú, aunque creo que no tendría el valor para tomármelo tan bien. Si, quieres inventaré alguna excusa. Les diré que te duele la cabeza.
Lali se quedó mirándola en silencio, incapaz de hablar. Cuando Pamela salió de la habitación, caminó hasta la puerta y cerró con llave.

Continuará...

viernes, 28 de septiembre de 2012

"Llegada del Mar" Capítulo 33


Me encantaría explicarles ahora, pero muero de sueño, mañana si o si doy explicaciones!
Besos
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No podía dormir, de modo que permaneció un buen rato mirando el techo, pensando. No dejaba de repetirse que debía haber aceptado la oferta de marcharse, pero no lo había hecho porque aún creía que podía enamorarse de ella. Sin embargo, había fracasado. Y era culpa suya, no de Peter. Resultaba evidente que buscaba algo más profundo que una simple relación sexual. Algo que parecía observar en Pamela.
Tal vez por ello insistía en que se quedase durante el Gran Lanz. Todos los miembros importantes de los clanes estarían presentes, así como representantes del mundo político y de la aristocracia en general. Corría el riesgo de comportarse de forma estúpida, pero Pamela estaría perfecta, como pez en el agua. Tal vez esperara que hiciera el ridículo ante todo el mundo para demostrar a los habitantes de Puerto Lanzana que no era merecedora de ser la primera dama.
Aún estaba preguntándose al respecto cuando escuchó el sonido de un motor en la distancia. No era el ruido que producía el Jaguar. Se trataba de un vehículo distinto, cuyos faros iluminaron las ventanas de su dormitorio. Al cabo de unos segundos notó que se detenía en el camino de grava y escuchó el sonido de un claxon.
Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. Peter salió de la casa y se dirigió hacia el automóvil, para recibir al visitante, que resultó ser una elegante joven de pelo oscuro. Cuando pasó los brazos alrededor de su cuello y lo besó en los labios con apasionamiento, Lali se apartó de los cristales y respiró profundamente. Ya sabía con quién iba a dormir aquella noche.

A la mañana siguiente no salió a correr. Cuando bajó a la cocina descubrió que el café ya estaba preparado y se sirvió una taza. Después, salió en busca del ama de llaves y descubrió que se encontraba en el salón supervisando el trabajo de las dos chicas que habían llegado del pueblo. Estaban colocando varias mesas a un lado, presumiblemente para instalar el buffet.
La señora Belén sonrió al verla.
—Estaré contigo en un momento, Lali.
—No te preocupes por mí. Puedo prepararme el desayuno. Me preguntaba dónde estarías. ¿Seguro que no puedo ayudarte en nada?
Tenía que encontrar una forma de mantenerse ocupada si no quería sumirse en la desesperación.
El ama de llaves pareció notar su nerviosismo y salió en su ayuda.
—Es muy amable por tu parte. No vendrían mal un par de manos más. Además, Peter se ha marchado al aeropuerto de Inverness hace unos minutos, para recibir a ciertos invitados.
Le alegró saber que no tendría que verlo hasta pasadas varias horas.
La señora Belén dio unas cuantas instrucciones a las jóvenes y acompañó a Lali a la cocina.
—Una de las invitadas llegó anoche, bastante tarde. Tuve que prepararle una cena a medianoche.
—Sí —murmuró—. Era Pamela, ¿verdad? Oí su coche. Viene muy a menudo, según tengo entendido.
—Sí, es cierto.
—Lo dices como si no te gustara mucho.
—¿Tú crees? —preguntó con frialdad.
Lali supo que había cometido un error al ponerla en la tesitura de tener que dar una opinión personal sobre una invitada, siendo el ama de llaves. Intentó corregir su desliz y pidió disculpas.
—Lo siento, no pretendía…
La señora Belén la miró durante unos segundos e hizo un gesto como si careciera de importancia.
—No importa. Siéntate mientras preparo el desayuno.
Lali no dijo nada. Se notaba que el ama de llaves ya estaba suficientemente preocupada por la fiesta como para que ella la incomodara aún más. Por otra parte estaba agotada. No había dormido en toda la noche, incapaz de dejar de pensar en Pamela y en su amante.
Los maldecía a los dos y se maldecía a sí misma por haberse enamorado de Peter. Se dijo que de haberlo intentado con más determinación no habría caído bajo el hechizo de sus ojos verdes, ni frente al deseo de encontrarse entre sus brazos. Pero necesitaba sus besos, necesitaba su virilidad, necesitaba sus caricias.
Tal vez podía haberse resistido. Pero ahora debería pagar el precio por no haberlo hecho.
Por si fuera poco sospechaba que podía estar embarazada, pero no tenía intención de quedarse allí. A la mañana siguiente regresaría a Buenos Aires, por barco o en coche, como fuera. Y si descubría que estaba embarazada de Peter, guardaría el secreto. No volvería a saber nada de ella. Había conocido a muchas madres solteras y divorciadas, grandes mujeres perfectamente capaces de criar a sus hijos mientras trabajaban al mismo tiempo.
Había terminado de desayunar, y estaba a punto de subir a lavarse cuando oyó que la señora Belén hacía un gesto de desagrado y corría hacia la cafetera.
—Es para Pamela —explicó—. Tenía que haberle llevado el café a las nueve y media, y ya ha pasado la hora.
—Sólo han pasado cinco minutos —observó.
—Sí, pero es una obsesa de la puntualidad. Cuando dice una hora se refiere exactamente a esa hora.
El ama de llaves preparó una bandeja de plata, con una taza, un poco de nata fresca y un azucarero.
Lali la miró, pensativa. Empezaba a comprender por qué razón se había ganado el apelativo de «Lady». Entonces recordó que las señoritas no tenían precisamente buen aspecto por las mañanas, cuando aún no se habían puesto sus trajes caros, ni habían peinado sus preciosos cabellos, ni se habían maquillado.
—Yo se lo llevaré —dijo, de forma impulsiva.
La señora Belén la miró, dubitativa.
—No estoy segura de que…
Ella sonrió.
—A Peter le agrada que dé la bienvenida a los invitados. De ese modo podré disculparme ante ella por no haber estado presente cuando llegó anoche.
El truco funcionó perfectamente. El ama de llaves decidió saltarse el protocolo habitual, por primera vez en toda su vida.
—Bueno, desde ese punto de vista… Supongo que Peter no objetaría nada. Está alojada en el ala oeste. Su habitación se encuentra en el piso superior, la segunda puerta a la izquierda.
Le dio la bandeja con un suspiro de alivio y Lali la observó asombrada.
—¿En el ala oeste? ¿Estás segura?
Esta vez fue la señora Belén la que denotó sorpresa.
—Por supuesto. Yo mismo la dejé allí anoche.
Lali tuvo que hacer un esfuerzo para cerrar la boca.
—Oh…
—¿Te encuentras bien?
—Sí, por supuesto —sonrió—. La segunda puerta a la izquierda, ¿verdad?
Mientras subía las escaleras con la bandeja se preguntó si su idea habría sido tan buena como le había parecido en un principio. Descubrir que Pamela no había dormido en la habitación de Peter la dejaba aún más confusa. Había pasado toda una noche en vela por culpa de su imaginación desbocada, una imaginación espoleada por los celos. Y tal vez se dirigiera a su habitación guiada también por esos mismos celos, no por la curiosidad que decía sentir. Tal vez hubiera algo en su inconsciente, algo destructivo que quería enfrentarse con su hipotética rival.
Al llegar al último piso dudó, pero respiró profundamente y caminó por el corredor que llevaba a su dormitorio. Decidió que se limitaría a servirle el café, a mantener la boca cerrada y a salir de allí tan deprisa como pudiera.

Continuará...

jueves, 27 de septiembre de 2012

"Llegada del Mar" Capítulo 32

Subo rápido, mañana explico...
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Fueron al Salvardor, pero no vieron ninguna boda de las tantas que decía Lali que había. Sin embargo, había multitud de turistas, que no dejaban de fotografiar cualquier cosa. Luego fueron hacia el sur, y descubrió que también estaba lleno de visitantes.
El sol brillaba en un cielo azul, pero a pesar de todo, sintió frío mientras el Jaguar avanzaba. Pasaron por los desolados parajes de la ciudad y por la ladera delas montañas; visitaron el lago Lemond, bello y lleno de color, y se dirigieron hacia el norte hasta llegar a los barrios periféricos de Salvador.
Pasaron un par de horas haciendo compras en la ciudad antes de continuar el camino hacia el sur, cruzando bosques y colinas, hasta que al caer la tarde dejaron la carretera y se detuvieron en un pequeño y atractivo hotel.
Cuando terminaron de cenar pasearon hasta el río, y sólo regresaron a la hospitalidad del establecimiento cuando empezaron a sentir frío, cuando llegó la oscuridad.
Aquella noche hicieron el amor una y otra vez en una enorme cama con dosel.
Al día siguiente se dirigieron al pequeño pueblo que se encontraba junto a la frontera con Uruguay, y al llegar a la famosa iglesia donde se casaban todas las parejas les pidieron que actuaran de testigos de una joven pareja francesa que iba a unirse en matrimonio. Aceptaron encantados, y Peter se sintió en la obligación de devolverles el privilegio invitándolos a una suntuosa comida en un hotel local.
Una hora más tarde estaban de nuevo en la carretera, dirigiéndose hacia el norte. De repente, Peter la miró.
—Bueno, ya has visto un poquito de Brasil. ¿Ha respondido a lo que esperabas?
Lali había estado en silencio un buen rato, pero al escuchar su voz sonrió.
—Me impresionó tu generosidad al invitarlos. Creo que apreciaron mucho el detalle.
—Bueno, eran bastante simpáticos y se notaba que no tenían demasiado dinero. Y un refresco y un bocadillo no me parecen una buena manera de empezar un matrimonio.
Lali recordó la expresión de la joven francesa, que se llamaba Colette, y de su atractivo marido. Y recordó también que había sentido cierta envidia al contemplarlos. Sin embargo, intentó no pensar en ello. Observó el paisaje desde la ventanilla y preguntó:
—¿Cómo empezó la fama del Salvador?
—Fueron los portugueses —contestó—. Los jóvenes amantes que no obtenían el permiso de sus padres para casarse descubrieron que si cruzaban la frontera podían casarse en Brasil a los dieciséis años.
—Dieciséis años es una edad demasiado temprana para casarse —comentó, después de considerarlo.
—¿No te parece que eso depende? —preguntó, arqueando una ceja.
—No —contestó—. Una chica de dieciséis años no tiene suficiente experiencia. Puede escoger a un hombre equivocado y arrepentirse toda su vida.
Peter la miró, divertido.
—Uno puede equivocarse a cualquier edad, Lali. El amor es ciego. En Brasil siempre hemos sido de la opinión de que si alguien es capaz de tener niños y de cuidar de ellos, también merece poder casarse o hacer lo que mejor le parezca.
Lali suspiró. Una vez más, tenía razón.

Cinco días más tarde llegaron a Puerto Lanzana, poco antes del anochecer. Peter se retiró a la biblioteca, cansado por el viaje, para comprobar la correspondencia que había llegado. Lali se dirigió a la cocina, donde estuvo charlando un rato con la señora Belén, que de inmediato quiso conocer todos los detalles de su viaje. Rápidamente le contó todo lo que habían hecho, mientras tomaba una taza de café.
La señora Belén era una experta leyendo entre líneas y adivinando cosas.
—Bueno, ya no tardará demasiado —dijo de forma enigmática—. A Cristina le gustará saber que está saliendo bien.
—¿A qué te refieres? —preguntó, frunciendo el ceño.
—¡Pues a Peter y a ti! Ya verás como te pone el collar durante el Gran Lanz. Es mañana, ¿no lo recordabas?
—Oh, sí, por supuesto —mintió.
Se levantó para servirse otro café. No estaba tan segura de las intenciones de su amante como el ama de llaves. Los días que habían pasado juntos habían sido lo más parecido a una luna de miel, pero a pesar de haber pasado muchas noches haciendo el amor no podía decirse que su relación fuese más profunda. No se había declarado. Había sido generoso y considerado. Se había divertido con su conversación y con su compañía, pero nada más. Tal vez no pudieran llegar más lejos.
Se dio la vuelta y sonrió.
—Imagino que estarás muy ocupada preparando el gran acontecimiento. Mañana te ayudaré.
Quería mantenerse ocupada para no pensar.
La señora Belén agradeció la oferta, pero la rechazó.
—Ya está todo preparado. Un par de chicas del pueblo vendrán por la mañana para hacer el trabajo duro. Además, a Peter no le gustaría verte dando vueltas en vaqueros. Quiere que luzcas tus mejores galas para recibir a los invitados cuando lleguen.
A las diez y media de la noche, Lali llamó a la puerta de la biblioteca y entró.
—Siento molestarte, pero me voy a la cama. Sólo quería desearte buenas noches.
Peter dejó el bolígrafo que tenía entre las manos y le indicó que se acomodara.
—Siéntate, Lali, quiero hablar contigo antes de que te retires.
Esperó a que se sentara. Entonces tomó la botella de whisky y sirvió dos vasos.
—Muchas gracias —dijo ella, sintiendo curiosidad.
Peter bebió un poco y la miró con seriedad.
—Mañana tendremos un día muy ocupado. Espero que las cosas salgan bien. No quiero problemas. Estoy seguro de que te comportarás con dignidad.
—¿Con dignidad? No estoy segura de saber a qué te refieres.
Sus ojos verdes se clavaron en ella.
—Sabes muy bien a qué me refiero. Pamela estará presente.
Lali hizo un esfuerzo por mantener la calma.
—Sí, lo sé. ¿Estás sugiriendo que puede surgir algún roce entre nosotras? —preguntó con tranquilidad.
—Es posible —contestó—. Las mujeres sois celosas por naturaleza. Y sé que en ocasiones se dicen ciertas cosas que caldean el ambiente.
Lali dejó su vaso sobre el escritorio y se levantó.
—Si tienes miedo de que le diga a tu novia que hemos pasado varios días juntos, no debes preocuparte —dijo, con voz rota—. Aún tengo cierto orgullo y cierta autoestima. Creo que sería mejor que me marchara a primera hora de la mañana. Así no tendrías que preocuparte de nada.
—Te di la oportunidad de marcharte cuando terminó el juicio. Pero no la aceptaste, y ahora no puedes irte. Dijiste que te quedarías durante el Gran Lanz, y espero que cumplas tu promesa.
—¿Por qué? —preguntó, sin entender nada—. Sería más fácil para ti si yo no estuviera presente.
—Tengo mis razones —dijo, con expresión dura—. En cierta ocasión te pedí que confiaras en mí y me diste tu palabra de que lo harías. ¿Rompes tus promesas con tanta facilidad?
—No, pero…
—En tal caso no hay nada más que hablar, Lali.
Durante unos segundos lo miró, asombrada.
—Sólo he venido para darte las buenas noches. Pero ahora me arrepiento de haber entrado.
Enfadada, se dio la vuelta y se marchó.

     Continuará...

lunes, 24 de septiembre de 2012

"Llegada del Mar" Capítulo 31


Hola, como andan?
Como se mete Pamela en esta relación no? horrible...
El capítulo de hoy va dedicado para vale primera en firmar! :) (Debería dar premios por firmas consecutivas, porque esta chica se lo merece jijij)
Espero que disfruten del capítulo de hoy! 
Besos
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El reloj marcó las tres de la madrugada en algún lugar de la oscura habitación, y Lali aún estaba despierta. Peter se había quedado dormido a su lado, y su pecho subía y bajaba siguiendo el ritmo regular de su respiración. Con mucho cuidado para no despertarlo, se aproximó y se apretó contra él. Empezó a acariciar su cuerpo, sintiendo su suave piel y los duros músculos de su torso, hasta que finalmente optó por saborearlo con los labios y con la lengua.
Se sentía demasiado satisfecha y demasiado excitada como para pensar en los problemas que tenía, de modo que había decidido posponerlos hasta el alba. Se había rendido a su pretensión de pasar la noche con ella sin resistirse demasiado. Y no precisamente porque tuviera miedo de que un rechazo lo alejara aún más; su orgullo no lo habría permitido, no estaba en venta. En realidad, era una víctima de su propia debilidad. Cuando aquellos ojos verdes la observaban con la promesa de mil delicias sensuales, su cuerpo parecía disolverse y su cerebro dejaba de funcionar. El simple pensamiento de imaginarse en sus brazos bastaba para dejarla sin defensas, como un gatito ante el feroz tigre de su propia necesidad. Habían empezado a hacer el amor a través de una aproximación lenta y cuidada de sus cuerpos. Comenzaron a acariciarse, besándose con cariño mientras se concentraban en el placer de su pareja, dando y recibiendo con igual abandono. Todo lo de Lali era suyo, y Peter le entregaba a su vez todo lo que llevaba dentro. Ella era la pupila aventajada y él el maestro que moldeaba y mejoraba sus respuestas enseñándole cosas que ni en sus más salvajes sueños habría imaginado.
Su cuerpo respondía perfectamente a todos los impulsos, y se abría como una flor ante el sol caliente de su pasión. Más tarde, la penetró hasta conseguir que se estremeciera y gimiera, entrando y saliendo de ella con lentitud y deshaciéndose en un murmullo de placer. Llegaron al unísono al clímax, y después permanecieron un buen rato abrazados.
Al cabo de unos minutos, la sacó de la cama y se ducharon juntos. Juguetearon con el jabón como una pareja de niños bajo el agua caliente, y luego se sentaron en la alfombra, frente al fuego, para tomar champán helado.
Cuando terminaron con la botella, él se levantó y ella pudo observar su precioso cuerpo a la luz de las llamas. Su mirada se posó sobre cada centímetro de su piel. Admiró sus anchos hombros, su fuerte pecho, sus musculosos muslos, su delgada cintura y sus igualmente estrechas caderas. E intentó no reír, pero no pudo evitarlo.
—Por lo que se ve, parece que estás preparado para hacerlo de nuevo.
Peter la miró y sonrió.
—Sí. Deben ser las ostras que tomamos para cenar. Se inclinó sobre ella, la abrazó y la llevó de nuevo a la cama.
Por la mañana, Peter la despertó con una suave caricia. Ella entreabrió los ojos y notó que el sol entraba por la ventana de la habitación. Volvió a cerrar los párpados y, transcurridos unos segundos, intentó despertar. El ya se había duchado y afeitado, y llevaba puesto un albornoz.
—¿Qué hora es?
—Las nueve en punto. He pedido que suban el desayuno.
—No me quedé dormida hasta las cinco. Deja que duerma una hora más…
—Te sentirás mejor después de tomar un café. Ahora, incorpórate y toma esta bandeja.
—No puedo sentarme. No tengo nada puesto —dijo.
—Lo sé —rió—. Te quité la ropa anoche, ¿recuerdas?
—Bueno, no te quedes ahí, mirándome. Compórtate como un caballero y dame algo que pueda ponerme.
Peter dejó la bandeja sobre la cama, tomó su camisa y se la arrojó.
—Gracias. Vaya… Cereales, tostadas, miel, dos huevos cocidos. Vas a malcriarme. ¿Qué vas a tomar tú?
—Te comeré a ti si no terminas pronto el desayuno y te vistes un poco —contestó, mientras esperaba a que se pusiera la camisa—. Yo desayuné hace una hora, mientras leía el periódico. Han publicado una columna sobre el juicio de ayer, por si te interesa.
Por un momento, el recuerdo de lo sucedido regresó a su memoria.
—No, esa parte de mi vida está muerta y enterrada. Sólo quiero olvidarme de todo.
Peter asintió y cambió de conversación.
—Los negocios de Puerto Lanzana pueden cuidarse solos durante un par de días. Creo que voy a tomarme unas cortas vacaciones. Tal vez podríamos visitar el sur. ¿Te gustaría ir a Brasil? Tú tienes la palabra.
—Me parece muy bien —dijo con entusiasmo—. Pero no quiero ir a Brasil.
—¿Qué tienes en contra de la capital? —preguntó, frunciendo el ceño.
Pamela vivía en Brasil, pero no podía contestar la verdad. Y no quería que fueran a visitarla.
—Nada en absoluto. He oído que es muy bonita, pero siempre he querido conocer El Salvador. Ya sabes, ese sitio donde van a casarse todas las parejas. Siempre me ha parecido muy romántico, quiero ver una boda- declaró, sonriendo con inocencia mientras comía.
Peter rió.
—Puedo enseñártela ciudad, pero en cuanto a la boda…
—¿Quieres decir que no nos dejarán? —preguntó decepcionada.
—Yo no he dicho tal cosa —corrigió—.
Lali tomó otra cucharada de cereales y asintió con determinación.
—Tenemos que poder. Esta es la tierra de la generosidad y de la magia, y no veo por qué razón no  nos dejarían.
Peter le lanzó un calcetín, pero ella se apartó a tiempo.

Continuará...

domingo, 23 de septiembre de 2012

"Llegada del Mar" Capítulo 30


Hola, como andan?
Subo muy rápido! odio el comienzo de clases ¬¬"
El capítulo va dedicado para vale primera en firmar! :)
Espero que comiencen super bien esta semana
Besos!
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—Por supuesto que no. Dentro de muy poco tiempo te alegrarás de llevar ese sombrero y esas gafas. Cuando hayamos terminado con lo que nos ha traído aquí, podrás tirarlos al río si quieres.
Lali observó sus duros rasgos por encima de la mesa. Y de repente, supo que confiaba ciegamente en él. Si le hubiera pedido que caminara sobre cristales rotos, lo habría hecho sin protestar.
Al cabo de unos minutos abandonaron el café y tomaron un taxi. Peter murmuró la dirección al conductor, que poco después los dejaba frente a un imponente edificio. Lali lo miró y preguntó, incrédula:
—¿Piensas llevarme a juicio?
—Sí —contestó, agarrándola del brazo—. Habitualmente es la sede del tribunal del condado, pero hoy se reúne la audiencia provincial. Sólo asistiremos como espectadores, no te preocupes. Ahora, ponte las gafas.
De repente, lo comprendió todo.
—¡Agüero! Es Agüero y su banda, ¿verdad? —preguntó, intentando liberarse—. No pienso entrar ahí. Me reconocerían.
Peter tomó su mano y la apretó con cariño.
—Lo dudo bastante. Creo que les resultaría muy difícil.

—Gracias a Dios que ha terminado —dijo Lali, aliviada—. ¿Por qué no me lo dijiste? Lo mantuviste en secreto hasta que entramos en el edificio.
—¿Habrías entrado de haberlo sabido? —preguntó—. Lo dudo.
Tenía razón. De haberle dado la oportunidad, habría salido corriendo antes de entrar.
—Es cierto —admitió a regañadientes—. Pero te advierto que no quiero que me des más sorpresas parecidas. Mi corazón no lo soportaría.
Ya era de noche, aunque bastante temprano, y el bar del hotel estaba casi vacío.
—Al menos he conseguido librarme de ese estúpido sombrero —murmuró.
—Y podrás librarte de las gafas cuando quieras. Pero déjate la cinta del pelo. Te queda muy bien —sonrió, levantando la copa—. Brindo por la justicia.
Lali tomó un poco de su bebida, satisfecha y mucho más tranquila. Agüero había estado a punto de matarla, y se alegraba de poder olvidar de forma definitiva lo sucedido. Había estado a punto de ahogarse por su culpa. Durante el juicio tuvo la impresión de que iba a reconocerla. Pero su pasó ante ella sin detenerse.
Dejó la copa a un lado y comentó:
—Malditos traficantes de drogas. ¿Te fijaste en la expresión de sus rostros cuando el juez los condenó a diez años de cárcel?
—Habría sido peor si su abogado no les hubiera recomendado que se declararan culpables —observó, pensativo—. ¿Te das cuenta de que ahora nuestra relación será muy distinta?
Lali lo miró sin saber muy bien a dónde quería llegar.
—¿De verdad? —sonrió—. ¿En qué sentido?
Peter se encogió de hombros.
—Agüero ya no puede implicarte en sus turbios negocios. El juicio ha terminado y no se ha mencionado nada sobre tu presencia en el barco. Así que el peligro ha pasado. Eres completamente libre.
—¿Libre? ¿Para ir a dónde? —preguntó, después de la inicial alegría.
No podía creerlo.
—A donde quieras. Usé a Agüero para mantenerte en Puerto Lanzana —declaró con tristeza—, pero ya no puedo utilizarlo. No tengo derecho alguno a obligarte a que te quedes contra tu voluntad. Si quieres regresar a Buenos Aires, no puedo hacer nada para evitarlo.
Peter dejó de hablar y la observó esperando una respuesta.
Lali estaba tan desconcertada por la nueva situación que tardó unos segundos en recobrarse.
—¿Quieres que me marche?
Peter no contestó. Su expresión, como de costumbre, sólo denotaba frialdad. Su rostro parecía esculpido en piedra.
Lali supuso que quería que se marchara. Pensaba que había sido una idiota al confiar en su amor. Sólo había sido un divertimiento para él, y ahora que se había cansado, quería librarse de ella antes de que apareciera en escena su preciosa Pamela.
Sin embargo, podía equivocarse. Podía estar a punto de cometer un error trágico en su vida por culpa de una mala interpretación de sus intenciones. A fin de cuentas, sabía por propia experiencia que podía llegar a ser muy duro cuando quería, y de haber deseado expulsarla de su existencia lo habría hecho. La habría dejado allí con un billete de tren y un severo caso de corazón roto.
Sin saber muy bien cómo, fue capaz de encogerse de hombros como si todo aquello careciera de importancia.
—Creo que no sería muy educado por mi parte que me marchara sin despedirme de Jaime, de Cristina, de Ingrid y de todos los demás. Si no te importa, me gustaría quedarme hasta el Gran Lanz. He oído hablar tanto de él que no querría perdérmelo.
Peter la miró como si estuviera considerando su respuesta y sonrió con cierta ironía.
—Típico de una mujer. No puedes resistirte a la oportunidad de ponerte un bonito vestido.
Lali apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas. Deseaba gritar lo que pensaba en realidad. Deseaba declarar el amor que sentía por él. Deseaba decirle que quería quedarse porque aún cabía la posibilidad de que su amor fuera recíproco y porque quería ser su esposa. Pero en lugar de eso sonrió con tristeza.
—Sí, tienes razón. Como todas las mujeres. Así soy yo.
Por alguna razón, la expresión de su amante se suavizó.
—Me alegra. De hecho me habría sentido muy decepcionado si no hubieras optado por quedarte.
—¿De verdad?
—Sí, extremadamente decepcionado —sonrió de forma abierta—. Habrías destruido los planes que tenía para el resto de la noche.
—¿De qué planes estás hablando? —preguntó, intentando adivinar el sentido de su sonrisa.
—En cuanto supe lo del juicio, telefoneé para reservar una habitación en este hotel —dijo—. Supuse que a ninguno de los dos nos apetecería enfrentarnos al largo camino de vuelta. Escaleras arriba hay una suite esperándonos.
—Ya veo. Muy considerado por su parte.
El pulso de Lali se aceleró.
Peter hizo un gesto al camarero y pidió otra ronda antes de sonreír con su gesto de depredador.
—Sí, es cierto. Creo que esta noche va a ser memorable, Lali.

Continuará...