Había una palabra para definirla.
Estilo. No cabía duda de que la mujer que estaba sentada en la cama rezumaba
elegancia. Nadie tenía derecho a presentar aquel aspecto a primera hora de la
mañana. Estaba recién maquillada, y ni una mecha de su brillante cabello caoba
estaba fuera de sitio. Incluso su salto de cama parecía recién sacado del
paquete.
Lali sintió que se sonrojaba bajo el
duro escrutinio de sus ojos negros claros, y sintió deseos de llevar algo que
no fuera un chándal que ocultaba todas sus formas.
—¿Quién eres? —preguntó Pamela.
—Te he traído el café —se limitó a
responder.
Pamela suspiró exasperada.
—Ya lo veo. Eso no es lo que te he
preguntado. ¿Dónde está la señora Belén? El café debería haber llegado diez
minutos antes. Entiendo que no tenéis sentido del tiempo, pero la vaguería no
tiene excusa.
Lali se esforzó por mantener la calma
y dijo con tranquilidad:
—La señora Belén está ocupada con los
preparativos de la fiesta.
Pamela la obsequió con una mirada de
desdén, y Lali decidió no hacerle caso. Dejó la bandeja en la mesilla de noche
y se volvió para marcharse cuando la voz de Pamela la interrumpió.
—Lléname el baño antes de irte.
Lali se volvió, con un peligroso
brillo en la mirada.
—Me temo que tendrás que hacerlo tú
misma. Yo no trabajo aquí.
Una delicada ceja se elevó en su
rostro.
—Ya veo. Como me trajiste el café, di
por supuesto… Se encogió de hombros con indiferencia.
—Soy una invitada, igual que tú —dijo Lali,
controlando la cólera de su voz.
Pamela la observó con renovada
curiosidad.
—Entonces será mejor que nos
presentemos. Soy Pamela Russell, la prometida de Peter.
Al fin salía a la luz. No era una
conocida suya, ni siquiera una amiga. Era su prometida. Por supuesto, siempre
lo había sospechado, pero el hecho de oír las palabras fue para ella como si le
clavaran un puñal.
—Me llamo Lali Espósito.
Pamela repitió varias veces su
apellido, y después sacudió la cabeza.
—Lo siento, no me suena. ¿Nos
conocemos? ¿Tienes alguna conexión con el clan?
La discreción advertía a Lali que era
hora de marcharse. No obstante, aquella mujer la tenía hipnotizada.
—En absoluto —respondió con sequedad.
—Entonces, ¿quién te ha invitado?
—Peter. En realidad, ha sido más una
orden que una invitación.
—¿De verdad? —la examinó
cuidadosamente—. ¿Cuánto hace que os conocéis?
Lali mantuvo conscientemente un tono
informal.
—Un mes, más o menos. Desde que
llegué. No quería quedarme, pero él insistió. Decía que quería conocerme mejor
—caminó hasta la puerta, se detuvo y volvió la cabeza—. Será mejor que te tomes
el café antes de que se enfríe.
Bajó la escalera con una extraña
sensación de satisfacción. Peter le había dicho que se comportara con dignidad
y que no dijera nada que pudiera acarrear problemas. En efecto, su comportamiento
había sido digno, y todo lo que había dicho era cierto. Lady Pamela podía
interpretarlo como quisiera. A ella no le importaba en absoluto.
Pasó el resto de la mañana a solas,
vagando por la playa.
No entendía qué podía ver Peter en una
mujer como aquélla. Sin duda, Pamela era atractiva, incluso bella. Pero su
personalidad resultaba insoportable. Si Peter iba a pasar el resto de su vida
junto a ella, lo compadecía. El pobre no sabía dónde se estaba metiendo.
Por supuesto, era posible que sólo
hubiera conocido uno de sus aspectos. Estaba segura de que podía ser todo
dulzura cuando estaba en su compañía, y sólo revelaba su aspecto agrio cuando
estaba con personas a las que consideraba inferiores. Aun así, Peter no era
estúpido. Estaba convencida de que, si la conocía desde hacía tiempo, debería
haber sido capaz de descubrir su verdadero carácter.
Cuando volvió a la casa, comió algo
ligero en la cocina con la señora Belén; que parecía visiblemente incómoda.
—Son esas dos chicas del pueblo
—explicó a Lali—. Amenazan con largarse si Pamela no les deja seguir con su
trabajo. Estaba molestándolas.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Lali,
frunciendo el ceño.
—Sobre todo, preguntar cosas sobre ti.
Con mucha insistencia. En todo caso, le he pedido que las deje en paz y se ha
ido al pueblo. Estoy segura de que ahora mismo está haciendo más preguntas.
Lali se encogió de hombros.
—Le bastaría con preguntarme a mí, en
vez de investigar a mis espaldas. No tengo nada que ocultar, ni he hecho nada
de lo que deba avergonzarme.
Aquello era cierto, pero en su
interior, deseaba sentirse tan segura como parecía. Había hecho algo inadecuado:
despertar la curiosidad de Pamela. Más tarde o más temprano, alguien le
hablaría de la Ladydark que había
llegado del mar, atraída por los espíritus, para que se casara con su jefe. No
quería ni pensar en lo que ocurriría entonces.
Después de la comida ayudó a las
chicas a llevar al salón las bandejas cargadas de entremeses. La visión de la
sala le cortó la respiración. El suelo resplandecía. Las mesas estaban cubiertas
con manteles blancos, inmaculados. Todo estaba lleno de cristal y plata
brillante.
Felicitó a las muchachas por su
trabajo.
—Está precioso. ¿Vais a asistir a la
fiesta?
—Por supuesto —le aseguró una de
ellas—. Todo el mundo está invitado al Gran Lanz. Además, en esta ocasión es
especial, ¿verdad?
Lali se apresuró a cambiar de tema.
Charló con ellas durante unos minutos y después subió a su habitación. Se quito
el chandal, tomo una ducha rápida, y se puso una falda lisa combinada con un
jersey de lana.
Después de secarse el pelo, se lo
cepilló vigorosamente, prometiéndose que se lo iba a dejar corto en cuanto
saliera de allí. Cuanto más corto mejor. Incluso era posible que se lo tiñera
de rubio, para ahuyentar los recuerdos de Peter Lanzani que la asaltaban cada
vez que se miraba en un espejo.
Decidió rápidamente que sería una
tontería. No le serviría de nada. El tiempo curaría la herida, pero nada
borraría el recuerdo de la primera noche que habían hecho el amor, junto al
fuego, ni del día que, en el barco, él había abrazado su cuerpo tembloroso para
transmitirle su calor. Tampoco olvidaría nunca aquellos ojos verdes hipnóticos,
la forma en que ardían cuando estaba furioso, ni la forma en que una repentina
sonrisa de aprobación aceleraba su pulso.
Habían compartido momentos de ternura,
en los que estaba segura de que verdaderamente la amaba, pero ahora, mientras
contemplaba su reflejo, ya no estaba segura de nada. Peter la manejaba como si
se tratara de una marioneta, y no tenía idea sobre cuáles eran sus intenciones.
Estaba agotada a causa de la falta de
sueño de la noche anterior. Se tumbó en la cama con la intención de descansar
durante media hora, pero cinco horas después alguien agitó su hombro,
despertándola.
Capítulo 35
La señora Belén la miraba sonriente.
—Te he traído una taza de té.
Lali se incorporó, desorientada, y
miró el reloj.
—¡Dios mío! ¿Ya es tan tarde?
—No pasa nada —le aseguró el ama de
llaves—. La fiesta empieza dentro de media hora. Subí antes, pero vi que
estabas dormida y decidí dejar que descansaras. Necesitas estar fresca como una
rosa, porque ya sabes lo cansados que son estos bailes. Y no te preocupes por
no estar abajo para recibir a los invitados. Pamela ya se ha encargado de ello.
Lali bebió un trago de té mientras
ponía sus ideas en orden.
—¿Te comentó algo al volver del
pueblo?
—No —respondió pensativa—. Pero
parecía furiosa. Y después discutió con Peter. Será mejor que vuelva a bajar
—se apresuró a añadir al ver que se estaba yendo de la lengua.
Lali se levantó y miró el camino por
la ventana. Los coches lujosos se mezclaban con los vehículos más humildes.
Había incluso un viejo tractor, y se preguntó si sería el que conducía el
anciano Gabriel cuando la divisó entre las rocas. La idea de bajar y
enfrentarse a las miradas curiosas le daba miedo, pero fue al cuarto de baño y
se lavó la cara con agua fría.
Quince minutos después, cuando se
estaba poniendo el broche de plata y perlas, alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Pamela entró en la habitación, alta y
elegante. Su esbelta figura estaba remarcada por un vestido rojo ajustado, de
lentejuelas, y su magnífica cabellera caía sobre sus hombros desnudos.
Lali, que estaba preparada para oír
una sarta de acusaciones, se quedó sin palabras al ver la sonrisa tímida de
Pamela y el tono casi humilde de su voz.
—Espero no molestarte. Creo que
deberíamos aclarar las cosas antes de que esto llegue más lejos.
Lali entrecerró los ojos.
—¿Qué cosas?
—Esta mañana no empezamos con muy buen
pie. Fue culpa mía. Lo único que puedo hacer es pedirte perdón y decirte cuánto
lo siento —se mordió el labio—. Esto es muy embarazoso para mí…
Dejó de hablar y bajó los ojos.
Lali empezaba a sentirse incómoda. Le
extrañaba que una disculpa saliera de labios de Pamela. Pero aquél era el
problema. Tampoco podía estar segura de haberla juzgado bien a primera vista. A
fin de cuentas, su encuentro había sido muy breve, y la otra mujer parecía
sincera.
—En este momento no creo que te
sientas más cohibida que yo —respondió, preguntándose para qué habría ido a
verla.
Pamela asintió.
—Lo entiendo. Habéis hecho el amor,
¿verdad?
Lali se puso en tensión.
—¿Te lo ha dicho Peter?
—No es necesario —suspiró—. Llevas un
mes aquí, y lo conozco. Cuando ve una chica atractiva, sobre todo si es tan
inocente y adorable como tú… Me pone enferma el pensar que se haya aprovechado
de ti. Y no solo de ti, de todas las demás. He discutido con él una y otra vez,
pero es imposible convencerlo. Después, esta tarde, cuando me enteré de lo
tuyo, tuvimos otra discusión. Me ha prometido que será fiel cuando nos casemos,
pero hasta entonces…
Lali se dio cuenta de que debía estar
refiriéndose a la discusión que la señora Belén había mencionado. Se le hizo un
nudo en el estómago. Empezó a considerar seriamente la posibilidad de que Pamela
fuera sincera.
—Si es así, ¿por qué lo aguantas? Yo
no lo soportaría.
—Tienes razón —dijo Pamela, en tono de
derrota—. Ninguna mujer que tuviera algo de sentido común soportaría esta
situación. Pero el mundo está lleno de estúpidas como yo. El amor debió
inventarlo un hombre. Les deja hacer todo lo que quieren, porque saben que al
final les perdonamos todo.
—Entonces eres estúpida —respondió Lali—.
O al menos lo es una de nosotras.
—Sí. Las dos lo somos. Yo por creer
sus promesas, y tú por creer esas tonterías de los duendes y los fuegos fatuos
—la miró con compasión—. Afortunadamente, en Puerto Lanzana queda gente
decente, que me ha dicho lo que sucede. En cuanto a Cristina, sus intenciones
son buenas, pero no es una persona muy equilibrada. Hay gente como ella por
todas partes. Se autodenominan videntes, y juegan con las supersticiones de
esta zona.
—¿Qué hay del fuego? —preguntó Lali—.
Lo vi con mis propios ojos.
—Claro que lo viste. Pero no hay nada
de mágico en ello. Es bastante normal por aquí. Creo que tiene algo que ver con
el metano de la tierra. Sólo hace falta una llama para encenderlo. Probablemente
alguien tiró una colilla al suelo.
—¿Quieres decir que todo el mundo lo
sabía? ¿Peter? ¿Y Cristina? ¿Ingrid y todos los demás?
Pamela se encogió de hombros.
—El páramo es muy peligroso, por el
gas. Por eso nunca permiten a los niños del pueblo que jueguen ahí.
Todo empezó a cobrar sentido. Todas
las dudas que había albergado en un principio sobre Peter y Cristina
demostraban ser ciertas. Desde el principio había tenido la verdad delante de
los ojos, pero el deseo la había cegado hasta el punto de impedir que se diera
cuenta.
—Hay otra cosa que deberías saber
—añadió Pamela con incomodidad.
—No —dijo Lali—. Ya he oído bastante.
Pamela siguió, de todos modos.
—¿Te ha contado que se tiene que casar
como muy tarde en dos semanas?
Lali la miró con incredulidad.
—No —cerró los puños—. Nunca me habló
de ti. Ni Cristina ni él. Cuando preguntaba a Peter, me decía que me metiera en
mis propios asuntos, y Cristina cambiaba de tema.
—El caso es que pronto cumplirá veinticinco
años, y si no está casado, perderá el título y las propiedades, que pasarán a
su tío —le explicó Pamela—. No está dispuesto a permitir que eso ocurra. Su tío
es una especie de especulador, que lo vendería todo rápidamente. Peter y yo
acordamos hace mucho tiempo que nos casaríamos cuando llegara el momento. Y el
momento ya ha llegado. No puede seguir esperando. Me temo que esta aventura que
ha tenido contigo ha sido su última escapada de soltero. Siento mucho haberte
dicho todo esto, pero tenía que advertirte. Lo entiendes, ¿verdad?
—¿Qué era lo que tenías que
advertirme? ¿Qué más puede hacer?
Pamela se llevó la mano a la frente,
angustiada.
—Creo que no voy a ir a la fiesta.
Todo el mundo sabe que Peter ha estado utilizándote, pero es su jefe, y a sus
ojos no puede hacer nada malo. Todos se reirán a tus espaldas, y no quiero
tomar parte en eso.
Lali se quitó el broche y lo tiró
sobre la cama con amargura.
—No te preocupes. No tendrá la
oportunidad de seguir humillándome. Él y su maldito feudalismo se pueden ir al
infierno. No quiero volver a verlo en la vida.
Un tenso silencio se apoderó de la
habitación. Al final, Pamela lo rompió con un suspiro.
—No te culpo por ello. Yo en tu lugar
sentiría lo mismo que tú, aunque creo que no tendría el valor para tomármelo
tan bien. Si, quieres inventaré alguna excusa. Les diré que te duele la cabeza.
Lali se quedó mirándola en silencio,
incapaz de hablar. Cuando Pamela salió de la habitación, caminó hasta la puerta
y cerró con llave.
Continuará...