Hola! como están?? Mil perdones por la desaparición, pero el fin de semana viaje y no tuve posibilidad de subirles, además mi compu se hecho a perder...Como recompensa hoy subí tres capítulos!
Besos!
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—Desde luego —parecía enojado—. Estoy
bien, ¿y tú? ¿Está contigo el hermano de Helenaa?
Cerró los ojos aliviada de que hasta
ahora su hermano estuviera ileso.
—¿La? ¿Todavía estás ahí?
—Sí, Jaime. Y sí… su hermano está
aquí.
—Dile de mi parte que si te pone un
dedo encima, lo…
—No te preocupes por mí —lo
interrumpió—. Puedo cuidarme —ojalá su voz pareciera convincente.
—Mira… iba a contarte lo de Helenaa
—le aseguró después de un incómodo silencio—. Debes creerme, La. Tan pronto
como me enteré de su estado, tenía la intención de regresar al Miranda a
contártelo, pero estos pistoleros pagados me metieron a la fuerza en un coche.
—¿De modo que es verdad lo sucedido
entre ella y tú? ¿Va a tener un hijo? —el corazón le dio un vuelco.
—Sí. Voy a ser padre —se hizo otro
silencio incómodo mientras él trataba de coordinar sus ideas—. Supongo que no
es el momento de celebrarlo. Déjame hablar con su hermano.
—Desea… desea hablar contigo —sentía
una presión en el pecho y le pasó a Peter el teléfono.
Peter sostuvo el auricular un momento
y después colgó, cortando la comunicación.
—Por lo menos podrías haber escuchado
lo que quería decirte —estalló Lali.
—¿Oír sus disculpas… súplicas de
misericordia? Ya es demasiado tarde —le hizo una señal al camarero quien se
llevó el teléfono.
En ese momento, Pablo, el dueño del
hotel, se acercó y le sonrió a Peter.
—El alojamiento que pediste está listo
y la ropa que ordenaste ya llegó.
—Magnífico —Peter inclinó la cabeza,
satisfecho—. ¿Y el otro asunto?
—Lo están atendiendo. Los hombres
creen que necesitarán algunas horas. Estará listo a tiempo y no tendrás queja.
Son los mejores de la ciudad
Uno de los temas de conversación llamó
la atención de Lali. ¡Había ordenado «alojamiento»!
Tan pronto como Pablo se alejó, Lali
gritó furiosa:
—No voy a quedarme aquí. Regresaré al
barco.
—Me temo que no será posible —arrastró
las palabras—. Pero no te preocupes. Las habitaciones están separadas.
—Sin duda las unirá una puerta —se
arriesgó a comentar.
—No —sus dientes brillaron en una
sonrisa depredadora—. Me atrevo a decir que estás impaciente por acabar con todo
esto, pero esta noche no sería un buen momento para empezar. Has tenido un día
muy ajetreado y estás cansada. Prefiero esperar a que te recuperes por completo
del disgusto. Después de todo, deseo que disfrutes de la experiencia tanto como
yo.
A media mañana ya estaban cerca del siguiente
puerto que tenían que visitar. Peter estudiaba el mapa y después consultó su
reloj.
—Llegaremos en dos horas. ¿Cuál es el
cargamento esta vez?
—No lo sabré hasta que lleguemos ahí
—contestó ella con frialdad—. Tal vez verduras para transportar al mercado más
cercano —se apartó el cabello de la cara—. Pero antes iremos a otro lado
—mantuvo firme el timón al tiempo que contemplaba el cielo azul.
—¿A dónde? —demandó, irritado.
Contenta de demostrarle que ella
estaba a cargo del barco, le lanzó la pulla:
—Es cosa mía. Lo sabrás cuando
lleguemos.
Al igual que ella, Peter llevaba
vaqueros y sandalias, pero de nuevo se había quitado la camisa y en el estrecho
espacio de la caseta del timón, el contacto ocasional era inevitable. De nuevo
la tocó… su pecho desnudo le rozó el antebrazo… y un escalofrío la invadió. Tal
vez lo hacía de forma deliberada, reflexionó, ya que ella era capaz de llevar
el timón en la dirección correcta y no era necesario que él se inclinara y
consultara la brújula cada dos minutos.
—Mira, Peter… aquí no hay sitio para
los dos —el temblor de su voz la traicionó—. ¿Por qué no subes a cubierta y
buscas otra cosa que hacer?
—Vamos a estar mucho más cerca que
esto, Lali —sus ojos brillaron divertidos ante la aparente incomodidad de
ella—. Pensé que ya te habías acostumbrado a la idea. Sin embargo, si mi
cercanía te molesta, yo puedo manejar el timón. Baja a preparar café.
Sin mirarlo a los ojos, Lali bajó
hacia la pequeña cocina.
El dolor de cabeza con el que se había
levantado por la mañana, seguía molestándola y sólo había bebido un zumo de
naranja y una aspirina.
Durante el desayuno, Peter, le
preguntó con preocupación:
—¿No tienes hambre? ¿No dormiste bien?
Ella lo miró en amargo silencio, sin
molestarse en contestar.
—No te preocupes —Peter alzó los
hombros—. El aire marino te despejará la cabeza.
Poco después, salieron del hotel.
Cargando la nueva bolsa de viaje con la ropa que había comprado, Peter caminó
delante de ella por el concurrido paseo marítimo en dirección al muelle, y
subieron al Miranda.
Tan pronto como había subido a
cubierta, había echado a un lado la bolsa y había entrado en el compartimento
del motor.
—Esta es la razón por la que no quise
que subieras a bordo anoche. El ruido del trabajo de los mecánicos no te habría
dejado dormir.
Lali miró el compartimento del motor
con gran sorpresa.
—¡Es… es un motor nuevo! ¿De… dónde
salió?
—¿Supones que un hada lo trajo? —Su
irónico comentario se convirtió en un gruñido—. Ordené que lo instalaran
anoche.
—No tenías derecho —balbuceó—. ¡No
puedo pagar un motor nuevo! El viejo podía arreglarse.
—Nadie te exige que lo pagues —aclaró
con brusquedad—. Si voy a permanecer un mes en este barco, no quiero quedar
atrapado en una tormenta con un motor que está a punto de deshacerse de viejo.
Este es el manual de mantenimiento —le arrojó un libro—. Es evidente que no
sabes nada de motores, por lo que te aconsejo que, en tus ratos libres, lo
estudies con atención.
—¿Ratos libres? —Le lanzó una mirada
de resentimiento—. Voy a estar demasiado ocupada intentando preservar mi
dignidad.
—Si estuviera en tu lugar, no le
pondría un precio demasiado alto a mi dignidad —advirtió, inflexible—. No creo
que tu hermano lo agradeciera.
De nuevo la amenazaba, pensó
desesperada.
Capítulo 9
Lali contempló de nuevo el caro motor.
La ganancia de un año apenas habría cubierto su precio, ¡y él se lo regalaba!
¿Acaso le remordía la conciencia y esa era una forma de… de…? No. Apartó de su
mente ese pensamiento. Los hombres soberbios y arrogantes como él nunca sufrían
remordimientos. Más bien le preocupaba salvar el pellejo en caso de que se
presentara una tormenta.
Cinco minutos después, el Miranda se
alejaba del muelle hacia mar abierto.
En aquel momento, Peter, con un
gruñido de agradecimiento, aceptó el café que ella le había preparado. La chica
hizo un ademán hacia una mancha en el horizonte.
—Ahí está Montevideo.
—Vira un punto al lado derecho —le
pidió—. Hay una islita a la derecha de Montevideo. Iremos ahí primero, a Isla
de Flores.
Peter movió el timón para tomar el
rumbo que ella le indicó. Parada detrás de él, Lali sonrió. Cuando Peter se
había empeñado en navegar con ella y ocupar el lugar de Jaime, no sabía lo que
eso significaba.
Cuando anclaron en la pequeña bahía,
el sol estaba en todo su esplendor y el calor en la cubierta del Miranda era
terrible. Se dirigieron a la playa en un bote de remos.
—¿Y ahora qué? —preguntó Peter cuando
arrastraba el bote sobre la arena.
—Vamos a subir por esa colina para ver
a una antigua amiga mía.
Sin más explicaciones, empezó a andar.
No sabía si él la iba a seguir. Quizá preferiría descansar en la playa o nadar
hasta que ella regresara, pero lo dudaba. Un poco después le oyó caminar detrás
de ella. Sonrió satisfecha.
En aquel calor, era agotador subir por
la ladera escarpada. El lugar no podía verse desde la playa, pero poco a poco
se acercaban a una casa blanca medio en ruinas.
—¿Cati? —gritó Lali al estar lo
suficiente cerca de la casa.
De pronto, una anciana envuelta en un
chal negro apareció en la puerta y levantó la mano para saludar.
—¿Quién es? —preguntó Peter.
—Vive aquí sola —explicó en voz baja—.
Tiene setenta años.
—¿Sin familia?
—Se fueron de aquí hace mucho tiempo,
en busca de una mejor forma de vida. Cati se niega a irse. Su esposo está enterrado
aquí.
—Vivir sola debe de ser difícil para
ella —observó—. Está loca por negarse a vivir con su familia.
—Acabo de decirte que su esposo está
enterrado aquí —replicó Lali—. Para algunas personas, esa circunstancia es
importante. Quizá yo haría lo mismo —después de mirarlo con amargura, añadió—:
De todas formas, jamás la he oído quejarse. Cultiva toda su comida y tiene
algunas ovejas y cabras. De vez en cuando su familia le manda un poco de
dinero. Su verdadero problema es el agua, ya que el pozo de aquí se secó hace
varios años. Ahora el único pozo en la isla se encuentra al pie de la colina
por la que acabamos de subir. Es una anciana muy decidida e independiente y
hace casi todas sus cosas, excepto subir cargando cincuenta litros de agua por
esa colina —le dirigió una mirada significativa—. Jaime y yo tenemos la costumbre
de pasar a verla, por lo menos cada seis semanas, a cambio de un poco de queso
de leche de cabra, Jaime siempre le ofrece llenar el tanque donde almacena el
agua. Algunas veces tarda dos horas.
—A tu hermano debe gustarle mucho el
queso de leche de cabra —gruñó Peter.
—No. Lo odia.
—Comprendo. Por eso estoy aquí. Para
ocupar el puesto de Jaime. ¿Qué capacidad tiene el depósito?
—Mil litros —le informó—. Cuarenta y
cinco litros cada vez, significan veinte viajes al pozo —con la mirada se mofó
de él—. Desde luego es probable que pienses que eso es una bajeza para un
hombre como tú. O quizá tu estado físico no sea tan bueno como parece. Supongo
que pasas la mayor parte del tiempo en una oficina con aire acondicionado y lo
más pesado que levantas es el teléfono. Un hombre con las uñas tan bien
arregladas como las tuyas, no se acostumbraría a un trabajo pesado. Supongo que
tendré que hacerlo yo misma. Tardaré más tiempo, pero no puedo dejar que Cati
lo haga. Le diré que…
—Por amor de Dios, deja de parlotear
—la interrumpió con un bufido de impaciencia—. Yo llenaré el maldito depósito
de agua.
—Magnífico. Esperaba que te ofrecieras
—sonrió con frialdad.
Con satisfacción se dio cuenta de que su
acompañante no perdería el tiempo. Después de ser presentado con Cati, tomó los
dos recipientes de plástico y bajó por la colina.
A Cati le desagradó que Jaime no
hubiera ido, pero Lali le contó la mentira de que estaba en Chile pasando unas
semanas.
—¿Y este hombre… Peter? —los ojos de Cati
brillaron—. Es muy guapo. Ya es hora de que conquistes a un hombre como él. Su
apariencia es fuerte, como debe ser un buen esposo y padre.
Lali se las arregló para cambiar de
tema y ayudó a la anciana a hornear el pan, en el horno de leña que estaba en
el exterior. El sol inclemente les calentaba la espalda y, al terminar, se
sentaron en la sombra, cerca de la puerta principal.
Dejaron de hablar al ver que Peter
caminaba rumbo al depósito de agua con un recipiente de veinticinco litros en
cada mano. Mientras se acercaba, Lali observó la forma en que los músculos de
los brazos, hombros y estómago se tensaban. Su pecho moreno brillaba y un trapo
en la frente evitaba que el sudor le cayera sobre los ojos.
—Ya ha cargado suficiente —Cati sintió
compasión por él—. El tanque ya debe estar a la mitad. Es todo lo que necesito.
Llámalo y tomemos un vaso de vino.
—Déjalo que lo llene del todo, Cati, a
Peter le gusta hacer este tipo de trabajos. Jamás me perdonaría si impido que termine
esa tarea. Me hablabas de tu hija en Melo…
Un buen rato después, una vez que se
despidieron de Cati, Peter bajaba por la colina en silencio y Lali lo seguía,
esbozando una sonrisa de satisfacción. Tenía la esperanza de haberle dejado
agotado o de que se hubiera hecho daño en algún músculo.
Lali acomodó en el bote de remos los
dos panes recién horneados y el trozo de queso que Cati les había regalado.
Después empujó el bote hacia el agua.
—Un momento —ordenó Peter—. Necesito
descansar un momento.
—¿Por qué? —preguntó ella, inocente—.
¿Tan cansado te ha dejado el trabajo?
La parte superior del cuerpo varonil
estaba cubierta de sudor y la sonrisa de burla de la chica desapareció para
convertirse en una expresión de angustia cuando él desabrochó con lentitud la
hebilla de su cinturón. En su prisa por alejarse, Lali tropezó y cayó de espaldas
horrorizada, levantó la vista y observó que Peter se quitaba los vaqueros.
Cielos, pensó. Iba a vengarse de ella ahí y en aquel momento.
Peter se paró junto a ella, totalmente
desnudo. En una situación como ésa, se suponía que una dama debía apartar los
ojos ruborizada, pero los ojos de la chica se negaron a desviarse y lo miró
fascinada. Sus muslos eran fuertes y su… su… virilidad… Era imponente. Era… Se
le secó la boca y a gatas trató de alejarse de él, pues sentía las rodillas tan
débiles que no pudo ponerse de pie.
—¿Peter…? No te acerques… Me
prometiste que no ibas a… a…
Capítulo 10
—¿Qué te prometí? —preguntó con
ironía—. ¿Poseerte a la fuerza? Tranquilízate. Sin duda no es la primera vez
que ves a un hombre desnudo. Sólo voy a nadar para refrescarme. Si fueras más
sensata y menos pudorosa harías lo mismo.
Después de darle la espalda se metió
en el agua.
Transcurrió un rato, antes de que los
latidos del corazón de Lali se normalizaran y, temblorosa, se puso de pie. Peter
tenía razón. Por un instante, deseó… No. Apartó de su mente ese pensamiento
insensato.
De pronto comprendió que era una buena
idea nadar. Pero no ahí, tan cerca de él. Caminó por la playa hacia el otro
lado de la pequeña bahía y miró hacia atrás. Ya no podía alejarse más. Se
mordió un labio, luchando contra sí misma, pero, al fin, el agua fresca y
transparente ganó la batalla. Se quitó la camiseta y el sujetador, los vaqueros
y las pequeñas braguitas. Después de echar una última mirada al otro lado de la
bahía respiró profundo y se sumergió en el agua.
Mientras nadaba de espaldas, cerró los
ojos en un intento por relajarse, pero aquel pensamiento le martilleaba la
cabeza. Era necesario que hiciera algo con ese hombre. Pararse desnudo delante
de ella había sido una provocación deliberada. Oh, era astuto, diabólicamente
frío y calculador, no había duda. Lo había hecho para observar su reacción y
ella había caído en la trampa, pues sus ojos se habían detenido demasiado
tiempo sobre ese cuerpo, y esa reacción le había dado a él la respuesta que
esperaba.
De ahora en adelante sería más
cuidadosa. Debía existir alguna forma de salir de esa situación… alguna forma
en la que no fuera a caer, víctima de su propia fragilidad humana.
Después de nadar diez minutos más,
regresó a la playa. Se quitó el agua de los ojos e inspeccionó la playa, pero
no vio a Peter.
Una vez vestida y sintiéndose más
cómoda, Lali caminó hacia el bote de remos, pero se detuvo y blasfemó entre
dientes. Los jeans de Peter estaban sobre la arena, en el mismo lugar donde los
había dejado, lo cual significaba que en cualquier momento saldría desnudo del
mar.
Desconsolada, tomó asiento, apoyó los
codos sobre las rodillas y la barbilla sobre las manos para esperarlo. Un rato
después, con el rabillo del ojo se dio cuenta de que Peter nadaba en dirección
a la playa y desvió la cabeza.
Poco después echó una rápida mirada.
Por fortuna ya estaba vestido. Lali se puso de pie.
Estaba tumbado boca arriba con los
ojos cerrados, cuando ella se acercó, y como si percibiera su cercanía él se
incorporó para dirigirle una larga mirada.
—Siéntate aquí —dio una palmada sobre
la arena, junto a él.
—No —de inmediato rechazó la
invitación—. Ya es hora de irnos.
—Ya es hora de que aprendas a no
discutir conmigo —frunció el ceño con aspecto amenazador—. O te sientas de
manera voluntaria o te obligaré.
La forma en que aquellos ojos la
miraban fue suficiente para que se sentara obedientemente en la arena.
—No tan lejos —resopló—. Más cerca. No
voy a comerte. Deseo hablar del cretino de tu hermano.
—Si se trata del asunto relacionado
con tu hermana, estoy de acuerdo contigo. Pero eso no te da derecho a…
—No me refiero a lo de mi hermana
—aclaro con brusquedad—. Hablo de sus intentos de ayudar a esa anciana. ¿Se da
él cuenta del peligro en que la pone?
—¿Cati? ¿Peligro? —frunció la frente—.
No entiendo a qué te refieres. ¿De qué manera la pone en peligro? Sólo hace lo
que cualquier persona honrada haría. Siempre que puede la ayuda.
—¿Quieres decir que le tiene lástima?
—No sólo eso. Entre Cati y Jaime
existe un vínculo especial.
—¿Vínculo? —ahora fue él quien frunció
el entrecejo—. ¿Qué clase de vínculo?
—Jaime tenía sólo seis años cuando
conoció a Cati. Mi padre vivía entonces, pero Jaime echaba de menos a nuestra
madre. Un día llegamos a la isla por casualidad… nos refugiamos del fuerte
viento que soplaba en la bahía. A la mañana siguiente, el viento dejó de soplar,
pero mi padre decidió que permaneciéramos unos días aquí. Después del desayuno.
Jaime decidió ir a explorar; al ver que no regresaba, después de cuatro horas,
decidimos ir a buscarlo. Escalamos por la colina, vimos la casa y nos dimos
cuenta de que Jaime estaba ayudándole a Cati a ordeñar las cabras —sonrió ante
el recuerdo—. Cati y Jaime se cayeron bien de inmediato, Cati extrañaba a su
familia y Jaime necesitaba una madre, de modo que encontraron uno en otro lo
que más deseaban —alzó los hombros—. Desde entonces siempre ha sido así. Como
te mencioné, la visitamos siempre que podemos.
—Muy conmovedor —opinó Peter en tono
guasón—. ¿Y que ocurrirá si enferma cuando vosotros no estéis con ella? A su
edad es fácil que se caiga y se rompa un hueso. Debería estar con su familia.
—Lo sabemos —aclaró para
justificarse—. Pero si su propia familia no puede convencerla ¿qué probabilidades
tenemos nosotros?
—Para empezar dejad de llenarle el
depósito de agua —contestó con aspereza—. Tú y tu hermano le facilitáis la vida
y así puede seguir negándose a irse a vivir con sus hijos. Si tu hermano
estuviera más interesado en el bienestar de Cati que en desempeñar el papel de
hijo sustituto, habría hecho cualquier cosa para que ella se fuera. Incluso a
la fuerza, si fuera preciso.
—Pero… pero su esposo está enterrado aquí.
Asegura que no puede dejarlo.
—Tonterías —aseguró con desdén—. La
tumba de su marido siempre estará aquí. Podría venir a visitarla cuando
quisiera. No hay razón de que se encarcele ella misma en un lugar como éste.
Sin duda él tenía razón. Además, era
la solución insensible que debía esperar de un hombre como él.
Un pensamiento repentino aumentó la
desesperación de Lali.
—Como Jaime ya no vendrá —comentó—,
supongo que la única alternativa de Cati será irse. Supongo que ahora mismo
debería subir a darle la noticia. Dentro de dos semanas, cuando se acostumbre a
la idea, regresaré para llevarla a tierra firme.
Peter frunció de nuevo el entrecejo.
Ninguno de sus comentarios parecía agradar a ese cretino.
—¿Por qué aseguras que tu hermano no
volverá? —preguntó—. No veo razón alguna que le impida seguir cuidándola. Pero
como ya te expliqué antes, su condición física depende de ti.
—¿De qué hablas? —ahora ella frunció
las cejas—. No regresará conmigo, pues no es un hombre que evada sus
obligaciones. Se casará con tu hermana y cuidará de ella y de su hijo.
—Y mientras tanto ¿quién va a cuidar
de ti y de tu hijo? —arrastró la voz—. Tu hermano no se casará con Helenaa
—aseguró con frialdad—. De modo que tranquilízate. Nuestra familia mantendrá y
se quedará con el hijo de tu hermano y éste quedará libre para mantener y
cuidar del mío.
Jamás había experimentado una
sensación de agravio tan abrasadora, e hizo un esfuerzo por controlarse y no
abofetearle.
—¿Y qué sucederá con tu hermana?
¿Acaso no tiene ni voz ni voto en este asunto? ¿Y si está enamorada de Jaime y
desea casarse con él?
—Su futuro ya está decidido —afirmó
enérgico—. Helenaa se irá a Londres para vivir con unos familiares. Llegará a
ese continente vestida de negro, pues supuestamente será viuda. A su tiempo, se
le encontrará un esposo adecuado.
—¡Eres… un salvaje! ¡Un bastardo
inhumano… y cínico! —le lanzó una mirada de furia.
—El único bastardo en la familia Lanzani
es el que mi hermana va a tener gracias a la cortesía de tu hermano —con
lentitud se puso de pie. La ira de sus ojos se convirtió en algo más
escalofriante y sus dedos se enroscaron en el cabello de Lali.
—¿Mi paciencia se está acabando? Lali. Ya te amonesté con anterioridad
por tu insolencia. ¿Por qué no utilizas ahora toda esa energía en tu propio
beneficio? Conoces las reglas del juego y tarde o temprano tendrás que
iniciarlo…
Continuará...