Hola! como andan? Espero que la estén pasando super bien! :)
El capi va dedicado a Chari, por siempre firmar cada capítulo! espero que te guste :)
Un beso!!
Recuerden firmar :)
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—Aparentemente
—dijo por fin, despacio— tú eres el más sospechoso, Peter. —Lali inició
inmediatamente una protesta, pero él la mandó callar con un gesto—. Supongo que
también lo sabía usted, por lo de la nota —le dijo a Lali—. Así que eso me hace
preguntarme por qué lo llamó a él en vez de llamar a la oficina del sheriff.
—Sabía
que él no había dejado la nota ni la caja.
—No
es ningún secreto que a ti no te hizo ninguna gracia que ella volviera aquí
—dijo Nicolás, mirando a Peter.
—Así
es. Y sigue sin gustarme. —La dura boca de Peter se curvó en una sonrisa sin
humor—. Pero las notas con amenazas y los gatos muertos no son mi estilo. Yo
libro mis batallas a cielo abierto.
—Es
verdad, ya lo sé. Sólo trato de saber por qué la señora Martínez te llamó a ti.
Peter
lanzó un bufido.
—Imagínatelo.
—Creo
que ya me lo he imaginado.
—Entonces
deja de hacerte el tarado.
El
sheriff no se dio por ofendido, sino que se limitó a sonreír. Un instante
después adoptó de nuevo una actitud profesional.
—Necesito
que los dos vengan al palacio de justicia para tomarles las huellas dactilares
y examinar la caja y la nota por si hay otras que no coincidan. Además, señora Martínez,
tendrá que hacer una declaración.
—De
acuerdo. Voy por las llaves. —Lali se puso de pie y Peter la cogió del brazo.
—No, te
llevo yo.
—No
es necesario que vuelvas hasta aquí...
—He
dicho que te llevo yo. —Le dirigió una mirada implacable, imponiéndole su
voluntad. Ella pareció irritada pero no protestó más, y el sheriff sonrió de
nuevo.
Peter
la condujo afuera y la depositó en el lujoso asiento de cuero del jaguar.
—No
tienes por qué llevarme —dijo malhumorada mientras se abrochaba el cinturón de
seguridad.
—Por
supuesto que sí, si quiero hablar contigo.
—¿Qué
hay que decir?
Peter
arrancó el auto y salió marcha atrás de la entrada para seguir al auto patrulla
del sheriff Riera.
—Es
evidente que algún loco te la tiene jurada. Estarás mucho más segura lejos de
Prescott.
Lali
desvió el rostro y fijó la vista en la ventanilla.
—No
has tardado mucho en sacar el tema —replicó.
—Si
que eres terca. ¿Es que no te das cuenta de que esa cabecita morocha tuya puede
correr peligro?
* * *
Lali
iba hirviendo de furia para cuando salió del palacio de justicia, aunque
mayormente había logrado controlar su genio. Peter la había presionado durante
todo el camino para convencerla de que se marchara de Prescott, y para más
irritación suya, el sheriff Riera se había mostrado de acuerdo en que tal vez
no estuviera del todo a salvo, viviendo sola y sin vecinos cerca. Lali había
señalado que si se fuera cesaría el acoso, jamás averiguarían quién había hecho
aquello, y el culpable se iría tan contento al ver que su táctica había
funcionado. Ella no estaba dispuesta a darle aquella satisfacción.
El
sheriff Riera le concedió que su lógica era aplastante y su valentía loable,
pero que brillaba por su falta de sentido común. Podía resultar herida de verdad.
Lali
convino con él en aquella valoración, y se negó tercamente a ceder un
centímetro. Ahora que ya se le había pasado el tembleque, veía la causa y el
efecto. El gato muerto significaba, de algún modo, que había estado muy cerca
de descubrir qué le había sucedido realmente a Nicolás, y si se marchara en
aquel momento nunca lo sabría con seguridad. El sheriff y Peter pensaban que
alguien la estaba acosando; ella sabía que la cosa era más grave. Tenía que
luchar contra la tentación de decirles lo que creía que había detrás de lo del
gato y las notas; si se extendía el rumor de que ella estaba sugiriendo que Nicolás
había sido asesinado, ello advertiría al culpable y lo haría aún más difícil de
capturar. De modo que guardó silencio, y la frustración de hacerlo era lo que
le producía aquella irritación.
Podía
hacer caso omiso de los comentarios del sheriff Riera en el sentido de que
debía marcharse, pero los de Peter le llegaban al corazón. Sus sugerencias en
tono afectuoso hacía mucho que se habían deteriorado y transformado en duras
exigencias para cuando salieron del palacio de justicia para emprender el
camino de vuelta a casa.
—¡Por
última vez, no! —gritó Lali, al menos por quinta vez, cuando entraba en el auto.
Varias cabezas se giraron hacia ella.
—Mierda
—murmuró Peter. Para ser un hombre que quería evitar los chismorreos, aquel día
se había lucido. Su Jaguar no era un automóvil que pasara inadvertido
fácilmente, y Lali era una mujer que hacía voltear cabezas. Muchas personas
habrían notado que él la había llevado en auto al centro del pueblo, había
entrado con ella en el palacio de justicia y salido con ella del mismo, por no
mencionar el hecho de que le estaba gritando. En fin, no había nada que pudiera
hacer al respecto; dadas las mismas circunstancias por las que había pasado
aquel día, haría lo mismo otra vez.
Lali
abrochó los dos extremos del cinturón de seguridad.
—Ya
sé que tú no has tenido nada que ver con el gato muerto ni con las notas —le
dijo en tono iracundo—. Pero no puedes evitar aprovecharte de ello en tu propio
beneficio, ¿verdad? Desde el primer día estás deseando que me vaya, y para ti
resulta inaceptable que no puedas obligarme a hacer lo que tú quieres.
Él le
dirigió una mirada amenazadora, peligrosa, mientras sorteaba el tráfico de la
plaza.
—Ni
se te ocurra pensar algo así —dijo en voz baja—. Si quisiera, podría obligarte
a salir de aquí en media hora. Pero he decidido no hacerlo.
—No
me digas —replicó Lali en un tono teñido de incredulidad—. ¿Y para qué andarse
con chiquilinadas?
—Por
dos razones. Una es que no te merecías lo que sucedió hace doce años, y yo no
tenía intención de volver a tratarte así. —Desvió la vista de la calle el
tiempo suficiente para recorrer de arriba abajo el cuerpo de Lali, haciendo
hincapié en los senos y los muslos—. Ya sabes cuál es la segunda razón.
Aquella
verdad vibró un instante entre ambos, justo por debajo del punto de ebullición.
Peter la deseaba. Lali lo sabía... bueno, casi desde el principio, ciertamente
desde aquel beso incendiario de Nueva Orleans. Pero la deseaba con sus
condiciones; quería instalarla en una casita en algún sitio que no fuese
Prescott, completamente fuera de la parroquia, para que su lío con ella no
molestase a su familia. Aquellas circunstancias serían perfectas para él porque
conseguiría sus dos objetivos de un solo plumazo.
—No
pienso permitir que me escondas como si yo fuera algo vergonzoso —dijo, con
mirada vehemente y dura, fija en el parabrisas—. Si no eres capaz de
relacionarte conmigo abiertamente, pues déjame en paz de una vez.
Peter
descargó el puño contra el volante.
—¡Maldita
sea, Lali! Ese gato muerto no te lo ha enviado el comité de bienvenida. ¡Estoy
pensando en tu seguridad! Sí, me gustaría horrores que te mudases a otro sitio.
Mi madre me crispa los nervios, sin embargo eso no significa que quiera hacerle
daño. ¿Es que tengo que pedir disculpas por quererla a pesar de todo? Tú sabes
enfrentarte a las situaciones difíciles, pero ella no. — Yo soy un canalla
avaricioso, quiero lo mejor para ella y tenerte también a ti. Si te fueras a
otra parte, podríamos mantener una relación satisfactoria, ¡y yo no tendría que
preocuparme de que te estuviera acechando un maníaco!
—Entonces
no te preocupes. Ya me preocuparé yo.
Peter
emitió un sonido de rabia y frustración contenidas.
—No
piensas ceder ni un milímetro, ¿verdad?
Una
vez más, Lali tuvo que luchar contra el impulso de decirle que tenía sus
motivos para seguir en sus trece, motivos que estaban al margen de la relación
personal entre ambos. Pero estando de aquel humor, de todas formas no la
creería.
Ya
habían salido de la ciudad y por la carretera circulaba muy poco tráfico.
Pronto se desviaron a una carretera secundaria que conducía a la casa de Lali.
En realidad, nunca se había percatado de lo aislada que estaba su casa, por lo
menos no desde el punto de vista de su propia vulnerabilidad.
Había
disfrutado de la paz y la quietud, de la sensación de espacio. Maldito fuera
aquel enemigo desconocido, invisible, por haber destruido el placer que le
proporcionaba haber regresado por fin al hogar.
No
volvió a decir nada hasta que Peter la dejó frente a la entrada. Eran las
últimas horas de la tarde y el sol poniente bañaba el pequeño edificio con una
luz dorada. En muy poco tiempo se había hecho a vivir allí, rodeada por sus
cosas, sus paredes, bajo un tejado que era suyo. ¿Marcharse de allí? Le
resultaba impensable.
—Dime
una cosa —le dijo a Peter con una mano en el tirador de la portezuela—: No
quiero tener un romance contigo, viva donde viva. ¿Sirve eso para disminuir tu
preocupación por mi seguridad?
Peter
la detuvo cerrando los dedos sobre su muñeca y reteniéndola dentro del auto.
Tenía los ojos oscurecidos por la ira, pero no respondió a aquella pregunta
insultante, sino que se limitó a replicar:
—Puedo
hacerte cambiar de idea. Los dos lo sabemos.
Lali
abrió la puerta y él la dejó salir, contento de haber tenido la última palabra.
Con frecuencia era así, pensó Lali. Peter tenía el empeño de llevar la
conversación más lejos de lo que ella pretendía, para que su único recurso
fuera el silencio.
Sintió
que él la observaba desde el auto hasta que estuvo a salvo en el interior de la
casa.
Tenía
razón. Sí que podía hacerla cambiar de idea, con poco o nulo esfuerzo. Lo de
ella había sido un jugada, pero no una mentira. Era verdad que no quería tener
un romance con él, pero eso no quería decir que fuera capaz de resistirse. Si
él hubiera insistido en entrar en la casa con ella, después de un beso
probablemente se habría dejado llevar directamente al dormitorio. Luego sería
cuando vendría el arrepentimiento.
Continuará...
UH! Volvieron nuestras familiares peleas, pero no os desesperéis, puesto que pronto vendrán tiempos mejores! jijij
Hasta luego mis queridas lectoras!