lunes, 25 de junio de 2012

Capítulo 33









Subo rapidin! perdón por la hora!!
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Tenía que ser la casa de verano, por supuesto, pensó Lali con resignación. ¿Por qué no podían Nicolás y Gimena citarse en un motel, siguiendo la tradición americana? Los recuerdos que tenía de aquella casa de verano eran agridulces, igual que todo lo demás relacionado con Peter Lanzani. No quería verla de nuevo, pues el hecho de hacerlo le recordaría demasiado vívidamente la niña que fue, las largas horas que pasó escondida en la linde del bosque, con la esperanza de tener una breve vista de Peter. Se tumbaba boca abajo entre las agujas de los pinos y se contentaba con observarlo a él y a sus amigos bañarse en el lago, escuchaba sus gritos y carcajadas y tejía fantasías de que un día se uniría a ellos. Un tonto sueño. Una niña tonta.

Allí también había visto a Peter haciendo el amor con María Del Cerro. Sintió un retortijón en el estómago al pensar en ello y cerró las manos con una mezcla impotente de rabia y celos. En aquella época se había limitado a pensar lo guapo que era; pero ahora era una mujer con las necesidades y deseos propios de las mujeres, y no quería ni siquiera imaginarlo haciendo el amor con otra mujer, y mucho menos verlo.

Aquello había sucedido quince largos años antes, pero aún conservaba la imagen fresca en su mente como si fuera del día anterior. Aún oía la voz profunda y aterciopelada de Peter murmurando palabras de amor en francés y frases tranquilizadoras, aún veía su cuerpo joven y poderoso moviéndose entre las piernas abiertas de María.

Ajjj. ¿Por qué la habría besado aquel día en Nueva Orleans? Una cosa era soñar con sus besos, y otra saber exactamente a qué sabían, cuán suaves eran sus labios, cómo era estar en sus brazos y sentir su erección presionar con insistencia contra su estómago. No era justo por parte de él alimentar su deseo y luego usarlo contra ella. Pero es que con Peter todo era injusto. ¿Por qué no podía haber engordado y desarrollado una barriga de bebedor de cerveza y llevar los pantalones colgando debajo, en lugar de estilizarse hasta tener aquel cuerpo delgado y musculoso, incluso mejor torneado que en la época en que jugaba al Rugby? Y aunque él no hubiera cambiado, ¿por qué no podía haber cambiado ella? ¿Por qué no podía haberse modificado lo suficiente para que él ya no la afectara de forma tan violenta, o el corazón le latiera con normalidad cuando él estaba presente?

En cambio, todavía era la niña embelesada que había pasado horas, semanas, incluso meses de su infancia tumbada boca abajo entre la arboleda, con la vista atenta para captar cualquier movimiento de su héroe. Ni siquiera el hecho de descubrir que su héroe podía ser un hombre despiadado cuando quería había conseguido eliminar aquella dolorosa fijación.

No quería volver a la casa de verano, a la escena de su necia juventud. ¿Qué podía encontrar allí, después de doce años? Nada. Pero nadie había visto aquel lugar con sus ojos; nadie había sospechado que Nicolás Lanzani pudiera haber pasado allí las últimas horas de su vida.

Lali masculló para sí. Estaba cansada y hambrienta tras el largo viaje en auto a Nueva Orleans y vuelta, y además la preocupación por el señor Bauer la había dejado exhausta. No quería ir a la casa de verano, pero acababa de darse a sí misma un argumento convincente de por qué era necesario que fuera. Y si iba, debería hacerlo ya, mientras aún brillaba con fuerza el sol vespertino.
Cogió las llaves y salió de la casa.

Supuso que el mejor camino para llegar sería el que usaba cuando tenía once años. Había una carretera desde la residencia de los Lanzani hasta el lago, pero no podía tomar aquella ruta. Sin embargo, por su época de merodeadora y espía conocía la finca de los Lanzani tan bien como su propia cara. Fue en auto hasta un lugar apartado cerca de la vieja cabaña en la que se había criado, pero cuando alcanzó la última curva antes de que la vivienda apareciera ante sus ojos, detuvo el automóvil y permaneció un momento sentada, con las manos aferradas al volante. No se atrevía a doblar aquella curva. Era probable que a aquellas alturas la cabaña estuviera destruida, pero eso no disminuiría sus recuerdos. No quería verla, no quería revivir el recuerdo de aquella noche.

Sintió el dolor como un nudo en el centro del pecho que le impedía respirar y le provocaba un escozor en los ojos. No lloró. Había llorado por el señor Bauer, por Torito, por Pablo; no había llorado por sí misma desde la noche en que Gimena se marchó.

Bueno, retrasarlo no serviría de nada excepto aplazar la cena, y ya estaba muerta de hambre. Se bajó del auto, cerró las puertas y se guardó la llave en el bolsillo de la falda. Se veía la maleza muy crecida a ambos lados del camino, que ahora era poco más que una pista forestal, pues la vegetación poco a poco iba reclamando su terreno. Tuvo que abrirse paso entre varios arbustos, pero una vez que estuvo en el bosque le resultó bastante fácil caminar. Cogió un palo por si se encontraba con una serpiente, pero no estaba en absoluto asustada. En aquellos bosques había crecido y jugado, y se había escondido cuando Salvador estaba borracho y golpeaba a puñetazos con cualquiera que se tropezara en el camino.

La inundaron olores familiares, aromas frescos y potentes de la primavera, y se detuvo un momento para absorberlos, con los ojos cerrados para concentrarse mejor. Estaba el penetrante olor marrón de la tierra, el fresco verdor de las hojas, el perfume dorado y picante de la savia de los pinos. Inhaló este último con un leve estremecimiento. El aroma de Peter contenía una pizca de aquel picor dorado. Le encantaría tenerlo desnudo y a su disposición para poder explorar todos los matices de aquel olor. Se revolcaría en él, bebería con placer...

De pronto abrió los ojos. El delator aumento de temperatura de su cuerpo le indicó hacía dónde se encaminaba aquella fantasía. El hecho de haber vuelto a aquel lugar tenía la culpa; en su mente, los olores del bosque iban inextricablemente unidos a Peter: la esperanza de verlo, la efervescente alegría de verlo.

Reanudó la marcha con gesto resuelto. Si no se sacaba a Peter de la cabeza, acabaría tumbada boca abajo sobre las agujas de pino en la linde del bosque, completamente transportada otra vez a la niñez.

El camino hasta el lago no fue muy largo, unos veinte minutos. El bosque había cambiado, por supuesto; para los árboles el tiempo no se detenía más que para las personas. Tuvo que avanzar sorteando obstáculos que antes no existían, y los viejos puntos de referencia habían desaparecido, pero aún conocía el camino con la exactitud de una paloma mensajera.

Se aproximó a la casa de verano desde el ángulo de siempre, desde el costado posterior derecho. Desde allí veía el embarcadero y una esquina del garaje para botes. En otro tiempo rezó por ver un Corvette estacionado enfrente, pero ahora se sintió sumamente contenta de no ver el jaguar.

Resultaría demasiado irónico que apareciera Peter. Gracias a Dios, ahora tenía preocupaciones financieras y no se podía permitir el lujo de pasarse días enteros holgazaneando, nadando y pescando.

El tiempo también había dejado su huella en la casa de verano. No estaba ruinosa, Peter se había ocupado de su mantenimiento, pero la rodeaba un aire de abandono. Las cosas que eran utilizadas por los seres humanos de forma habitual poseían un cierto brillo de realización, una pátina que la casa de verano ya no tenía. Se apreciaba una sutil inversión en el orden. Antes, el césped estaba siempre perfectamente cuidado, y aunque ahora el jardín no estaba invadido por los hierbajos, mostraba un cierto descuido que indicaba que el césped llevaba más de una semana sin ser cortado. Por otra parte, la casa de verano siempre tuvo restos de presencia humana esparcidos por ahí, y ahora estaba demasiado limpia, sin la actividad que antes la mantenía desordenada y viva.

Subió los escalones de la parte de atrás, los mismos en los que se había agachado en cuclillas para escuchar cómo Peter le hacía el amor a María Del Cerro. La puerta de rejilla del porche no estaba cerrada, y crujió ligeramente al abrirse. El ruido la hizo sonreír, tan estrechamente relacionado estaba con la época de su infancia.

A pesar de todas las dificultades, no había tenido una infancia tan desgraciada. Una buena parte de ella había sido claramente divertida, llena de fantasía, sobre todo las largas horas que pasó explorando el bosque. Había chapoteado en los arroyos, había pescado cangrejos de río a mano, se había maravillado con el delicado dibujo de una hoja al trasluz del sol. Nunca había tenido una bicicleta, pero había tenido aire puro y el cielo azul, la emoción de levantar un tronco podrido para ver cuántos insectos y gusanos ocultaba. Había comido bayas silvestres directamente de las ramas, había encontrado alguna que otra punta de flecha y se había construido laboriosamente su propio arco y sus propias flechas con una rama verde, hilo de pescar gastado y palitos afilados. La dicha que le proporcionaron todas aquellas cosas había creado una reserva de fuerza de la que nutrirse cuando llegaban los malos momentos.
Los tablones del porche crujieron bajo sus pies cuando cruzó en dirección a la puerta de atrás.

En los viejos tiempos había unas cuantas mecedoras repartidas por el patio para disfrutar de las noches de verano en las que hacía bueno. Toda el equipo para nadar y pescar se suponía que estaba guardada en el garaje para botes, pero por alguna razón siempre había parte de ella esparcida por el jardín: una llanta que había que parchear, una caña de pescar, un surtido de cebos, anzuelos y corchos. En cambio, ahora el jardín estaba vacío, ya no era un lugar al que acudían adolescentes ruidosos ni donde se citaban los adultos.

Fue hasta la ventana desde la que había observado a Peter y María haciendo el amor; ahora la habitación estaba vacía, y los suelos de madera desnudos y cubiertos de una ligera capa de polvo. Permaneció allí de pie por espacio de unos instantes, recordando aquel día de verano, hacía tanto tiempo, idealizado por la magia de la niñez.

Se volvió y probó la puerta trasera, y se sorprendió al ver que la manija giraba dócilmente en su mano. Nunca había estado en el interior de aquella casa, lo más cerca que había estado fue en el patio, aquella vez. Entró en la cocina y miró a su alrededor con interés. En otro tiempo había habido allí una refrigeradora y un horno, porque se veían los espacios vacíos y las tomas de electricidad que señalaban el sitio que ocuparon. Abrió armarlos y cajones, pero todo estaba vacío.
Cada ruido que hacía levantaba eco en las habitaciones.

Todo estaba bastante limpio y no olía a ratones, aunque era obvio que llevaba un par de semanas sin repasar. Al pasear por las otras estancias de la casa vio que ninguno de los apliques de luz tenía una sola bombilla. En cada uno de los dos dormitorios había un pequeño armario ropero, y husmeó el interior de ambos. Nada, ni siquiera una percha para la ropa. La casa de verano estaba completamente vacía.

¿Cuál de aquellos dormitorios habrían utilizado Nicolás y Gimena? No importaba; allí no había nada que encontrar, ningún escondrijo en el que se hubiera podido ocultar un cadáver. En la casa no había absolutamente nada sospechoso. Cualquier prueba hacía tiempo que había sido borrada, limpiada o eliminada pintando encima. Se maravilló de que no hubiera rastro alguno de vagabundos, teniendo en cuenta que la casa no estaba cerrada con llave, pero como estaba en medio de la finca de los Lanzani, supuso que por allí no pasaría mucha gente.

Todavía quedaba por explorar el garaje para botes, aunque en realidad no esperaba encontrar nada. Había ido allí sólo para poder decirse a sí misma que había hecho todo lo posible para averiguar lo que le había sucedido a Nicolás y también al señor Bauer. Salió por la puerta principal y se encaminó hacia el embarcadero. Tanto éste como el garaje para botes se encontraban a un costado de la casa, ligeramente a la izquierda, en la curva de un pequeño cenagal. Desde la última vez que estuvo allí, doce años atrás, se había dejado que creciera la vegetación por encima de las orillas. Los jóvenes sauces que crecían en grupos a lo largo de la ribera habían madurado y ahora proporcionaban mucha más sombra de la que ella recordaba. En otro tiempo, desde allí se disfrutaba de un panorama del lago prácticamente sin obstáculos, excepto el garaje para botes, pero ahora arbolitos y arbustos se habían aprovechado del sutil abandono para hundir sus raíces en el rico suelo.

Sin embargo, el embarcadero seguía estando bien cuidado, y lo recorrió hasta el final. Hacía un día apacible, con una imperceptible brisa que formaba débiles rizos en la superficie del agua, la cual a su vez acariciaba los pilotes del embarcadero con una cadencia rítmica. Era uno de aquellos días calurosos y perezosos que la instaban a tenderse de espaldas y contemplar las gruesas nubes blancas que flotaban en un cielo de intenso color azul. Se oía cantar a los pájaros en los árboles, y en algún lugar saltaba un pez, con un leve chapoteo que no alteraba la paz. A la izquierda, un corcho rojo y blanco se mecía feliz sobre los rizos del agua...

De pronto se puso rígida y sus ojos se agrandaron por el miedo al tiempo que se volteaba lentamente. Un corcho de pesca significaba que había alguien pescando, alguien que estaba oculto a su vista debido a la esquina del garaje para botes. Igual que un delincuente acercándose al patio, siguió con la mirada el sedal que se arqueaba elegantemente desde el corcho, a través del agua, hasta donde estaba enhebrado a la caña de pescar. Una caña sostenida por las manos de Peter Lanzani, que estaba de pie y desnudo de cintura para arriba en la orilla, al otro lado del garaje, mirándola a ella con los ojos entrecerrados.

Se miraron el uno al otro por espacio de un minuto a través del pequeño trecho de agua. La mente de Lali, presa del pánico, trabajaba a toda velocidad, buscando una buena razón para justificar su presencia, pero su habitual agilidad mental ahora estaba paralizada causa de la impresión. Creía que estaba completamente sola, y de pronto se topó con Peter, precisamente...

Peter semidesnudo, además. No era justo. Cuando trataba con él necesitaba estar plenamente cabal, no podía permitirse que la distrajera la visión de aquel pecho ancho y desnudo.

Él empezó a recoger el corcho con movimientos rápidos y precisos. Prefiriendo la precaución al valor, Lali echó a correr por el embarcadero haciendo crujir los tablones. Peter tiró la caña de pescar y rodeó a toda velocidad el garaje para botes. Lali, jadeando, apretó la zancada; si lograra llegar al inicio del bosque antes que él, ya no podría atraparla. Ella era más pequeña, más esbelta, y podría avanzar regateando entre árboles que él tendría que rodear. Pero por muy rápida que fuera, Peter seguía teniendo la velocidad de un rugbier. Lo vio por el rabillo del ojo, demasiado cerca, ganando terreno a cada zancada. La venció por una fracción de segundo bloqueándole el paso con su gran cuerpo justo al final del embarcadero. Lali intentó parar, pero ya lo tenía encima, y los zapatos que llevaba no estaban diseñados para huir. Chocó de frente contra su pecho, y el impacto hizo que se le escapara el aire de los pulmones con una exclamación. Peter soltó un gruñido y retrocedió unos pasos, pero sus brazos llegaron justo a tiempo de aferrar a Lali contra él e impedir que cayera de cara. Recuperó el equilibrio y dejó escapar una risa amortiguada al tiempo que rodeaba a Lali con sus brazos, sin dejar que hiciera contacto con el suelo.

—No ha estado mal el golpe, para un peso ligero. Y también ha sido buena la velocidad. ¿Adónde ibas con tanta prisa, petiza? Y antes que nada, ¿qué diablos estás haciendo aquí?

Continuará...

2 comentarios:

  1. Excelente,sentí k estaba allí mismo.No me equivoqué,jajaja,hace tiempo k no me ocurría,menos en una lectura .La palabra quiero se ha vuelto una constante en mí.Así k ya mismo QUIERO saber,me has dejado el cap en demasiada tensión entre Peter y Lali,y eso k solo ha sido un encontronazo,yyyyyyyyy Quiero mucho más.Me encanta toda la historia y la relación k mantienen ellos dos.

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  2. Siento no haberte leido en dias...exactamente desde el capitulo 27. Pasa es que te perdí, bueno lo que se dice perder no, esque veras os leo a la malloria cuando veo en un blog que hacen recomendaciones de otras novelas, y yo creia que a ti te tenia así, pero va y como hacia dias que no te leia, pues me ido a ver "Mis favoritos", y a ti te tengo así...y mi sorpresa es que has subido mucho...ahora me pondre al dia...

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