Último del día!
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—No vuelvas a tocarme —le
dijo en tono áspero y grave.
Y acto seguido dio media
vuelta y echó a andar lo más rápido que pudo, con la cabeza baja contra la
lluvia que barría las calles igual que una cortina gris. Peter salió en pos de
ella con la intención de arrastrarla hasta un lugar cubierto, pero se obligó a
sí mismo a parar y regresar al hotel. Si la seguía en aquel momento, Lali
lucharía contra él como un gato salvaje. La observó hasta que dobló la esquina
dos manzanas más abajo y desapareció de su vista. Para entonces ya casi iba
corriendo... escapando. De él.
Por el momento.
Cuando llegó al auto, Lali
chorreaba temblando de arriba abajo, tanto a causa del frío como de la
reacción. Le temblaron las manos cuando trató de introducir la llave en la
cerradura, y tuvo que hacer varios intentos antes de conseguirlo. Se metió en
el auto y se derrumbó contra el volante, con la cabeza apoyada con fuerza
contra el frío vinilo. ¡Idiota!, pensó violentamente.
¡Tonta!
Tenía que estar loca para
haber cedido al ansia de besarlo. Ahora él ya lo sabía, ya no podría
ocultárselo durante más tiempo. A cambio de unos pocos instantes de placer,
había permitido que viera su debilidad, y ahora Peter sabía que ella lo
deseaba. Le ardía la cara por la humillación, sentía como un ácido que le
corroía las entrañas. Conocía muy bien a Peter, pues poseía experiencia de
primera mano de su carácter despiadado. Era un depredador, y al primer indicio
de debilidad se lanzaría directo sobre su presa.
No descansaría hasta hacerla
suya; la observación sugerente ocasional se convertiría en verdaderos intentos
de seducirla, y lo que acababa de ocurrir demostraba que no podía confiar en su
sentido común para resistirse a él. En lo que se refería a Peter, carecía de
todo sentido común. Se sintió horrorizada ante la idea de que él pudiera usarla
y tirarla, como si se tratara de un Kleenex sexual. Peter la consideraba un
clon de su madre, una ramera dispuesta a abrirse de piernas ante cualquiera que
estuviera equipado como Dios manda —y a juzgar por lo que había notado, él
tenía más que de sobra—, mientras que ella suspiraba por él con aquel
enamoramiento infantil que se había transformado en un anhelo muy adulto. No
deseaba otra cosa que ser amada por Peter, ser libre de abrir las compuertas de
sus sentimientos; pero él convertiría aquel sueño en una amarga pesadilla, se
valdría de su debilidad por él como un medio para herirla, para reducirla a
ser, después de todo, otra puta Espósito para ser usada por un Lanzani.
Pese a lo mucho que deseaba
quedarse en Prescott, prefería marcharse antes que vivir con aquella
humillación, antes que ver el desprecio en sus ojos al mirarla, como ya lo
había visto en cierta ocasión. Aún resonaban las palabras de Peter en su mente,
una letanía que había oído muchas veces a lo largo de los años: Eres basura. Aquella
frase estaba grabada en su subconsciente y con frecuencia afloraba a la
superficie para atormentarla.
No. No podría volver a vivir
aquello.
Pero por unos instantes
había estado en el séptimo cielo. Los brazos de Peter la rodearon y ella fue
libre para tocarlo, para acariciarle los hombros y hundir los dedos en su pelo.
¿Cómo estaría con su boca alrededor de su cuerpo? ¿O humedecido de sudor y
cayendo hacia adelante al inclinarse sobre ella, con el rostro tenso por la
pasión ... ?
Dejó escapar un gemido,
herida por un dulce dolor que sólo él podía aplacar. Lali nunca había sido
promiscua; era virgen cuando se casó con Pablo, y éste era el único hombre con
el que había hecho el amor. Sin embargo, su castidad era reflejo del horror de
ser como Gimena, con aquella desagradable asociación de ser la puta del pueblo,
más que una falta de interés por el acto en sí. Le gustaba mucho hacer el amor,
le gustaba sentir a un hombre dentro de ella, le gustaban los olores y los
sonidos, la mezcla de sudor. Cuando disminuyó su pena por la muerte de Pablo,
aumentó su deseo de contacto sexual, intensificado por su propia abstinencia.
Simplemente no podía tener relaciones sexuales sólo por la satisfacción física,
y tras la muerte de Pablo tampoco deseaba una relación emocional. Llevaba
cuatro años sin ser abrazada, ni besada, hasta que Peter la tomó en sus brazos
y abrió por un instante la puerta del paraíso.
Había en él una fuerte
esencia terrenal que avivaba las chispas de su fuego sexual. Estaba duro como
una piedra, y lo exhibió con descaro; quería que ella lo sintiera,
deliberadamente la atrajo hacia sí y la levantó del suelo para hacer presión
con su miembro erecto contra ella. Estaban en una vía pública, a la luz del
día, pero eso no lo había detenido. Aunque aquello fuera Nueva Orleans, en
donde aquellas cosas tal vez no fueran tan insólitas, ella jamás había hecho
nada parecido. Siempre se había esforzado por evitar incluso lo que pudiera
parecer impropio. Para ella, la respetabilidad y la responsabilidad eran cosas
demasiado importantes para permitirse ser acariciada en público, y sin embargo
aquello era exactamente lo que había hecho.
Cuando Peter la tocó, se
olvidó de todo excepto de la ardiente dicha de estar en sus brazos. Se preguntó
con desesperación si, de haber continuado él, lo habría parado o se habría
dejado tomar allí mismo, en la calle, como la más vil de las putas, ajena a
toda decencia, modestia o legalidad siquiera. Le ardía la cara ante la idea de
ser detenida por escándalo público o como se dijese.
Estupidez aguda sería un
término más apropiado.
Aquello no habría sucedido
con nadie que no fuera Peter. Con ningún otro hombre se habría perdido de forma
tan total.
Permaneció inmóvil en el
asiento del auto, viendo cómo golpeaba la lluvia contra las calles más allá de
los cimientos del estacionamiento, y dejó que el abatimiento le inundara la
mente. Quizá siempre había percibido cuál era la verdad, pero la había
arrinconado para no verla.
Ya no podía seguir
ocultándose del pleno alcance de la realidad.
Había amado a Pablo, había
disfrutado de dormir con él, pero era como si sólo se hubiera implicado una
mitad de ella misma. Siempre había existido aquella otra mitad, apartada a un
lado, que pertenecía, de manera irrevocable, a Peter. A Pablo lo había engañado;
tal vez él no lo supo nunca, y sin duda hubo problemas en su matrimonio por
culpa de que él bebía, pero desde luego no debería haberse casado con él sin
amarlo de verdad. En lo más recóndito de su mente siempre había estado
convencida de que algún día volvería a casarse, pero ahora sabía que no podría
ser; no podía engañar a otro hombre. Tan sólo existía un hombre al que podría
amar plenamente, en cuerpo y alma, sin reservas, y ése era Peter Lanzani. Y
precisamente era el hombre al cual no se atrevía a entregarse, porque la
destruiría.
Cuando dejó de llover, Peter
regresó andando a su hotel y subió a la suite, donde hizo una llamada
telefónica a Dallas.
—Montenegro, búscame una
cosa. Tienes ahí una guía telefónica, ¿no? Mira a ver si en ella figura una tal
Mariana Martínez.
Cruzó las piernas a la
altura del tobillo y apoyó los pies en la mesita de centro, aguardando mientras
su amigo y socio hojeaba el grueso volumen. Un momento después retumbó en su
oído el acento de Texas.
—He encontrado dos Mariana
Martínez, y como diez Martínez más con la inicial M
—¿Alguno de ellos es M. E. Martínez?
—Er... No. Hay un M. D. y un
M. G., pero no un M. E.
—¿Qué ocupaciones tienen?
—Vamos a ver. Una es maestra
de escuela, otra está jubilada... —Montenegro recorrió la lista de ocupaciones.
Ninguna encajaba con los escasos datos que Peter poseía de Lali. Quizá Dallas
no fuera la ciudad adecuada, después de todo, pero era más probable que Lali se
hubiera negado a figurar en la guía de la ciudad.
—Está bien, me parece que
por ahí llegamos a una vía muerta. Busca Jimena Barón; se deletrea J—i—m—e—n—a.
Montenegro soltó un
resoplido.
—¿Estás seguro de que no es
X—i—m—e—n—a? ¿No es así como lo escribe la gente de moda últimamente?
—Búscalo de las dos formas.
Se oyó el ruido de más
páginas al pasar y a Montenegro tarareando por lo bajo. Luego hubo una pausa.
—Aquí hay un montón de con
apellido Barón.
—¿Ves alguna Jimena, en la
versión común o en la «de moda»?
—Sí, aquí hay una Jimena en
versión común.
—¿Dónde trabaja?
—En Holladay Travel.
—Compruébalo y entérate de
si es la propietaria.
Más tarareo.
—Bingo —dijo Montenegro—. La
propietaria es M. E. Martínez.
—Gracias —dijo Peter,
divertido al ver lo fácil que había sido, después de todo.
—A tu disposición.
Peter colgó el teléfono y
reflexionó sobre lo que acababa de descubrir. Lali era la dueña de una agencia
de viajes. Bien por ella, pensó, inexplicablemente complacido. Siguiendo una
corazonada, cogió del escritorio la guía de Nueva Orleans y consultó las páginas
amarillas. Allí estaba el anuncio, discreto y elegante: «Holladay Travel. Usted
disfrute de sus vacaciones y déjenos a nosotros las preocupaciones».
Así que tenía por lo menos
dos sucursales, y probablemente más, lo cual explicaba que hubiera podido pagar
la casa al contado. Sonrió al recordar la sonrisita de satisfacción con que
rechazó su oferta de recomprarle la casa. Pero si le iban tan bien las cosas,
¿por qué quería mantenerlo tan en secreto? ¿Por qué no lo publicaba por todo
Prescott para demostrar a todo el mundo que una Espósito era capaz de salir adelante?
¿Por qué había interrumpido a Jimena de aquella manera tan obvia y le había
impedido que diese más información de la que ella ya había dejado que se
filtrara?
No hacía falta ser un científico
espacial para imaginárselo. Lali tenía miedo de que él hiciera algo para
sabotear su negocio. No sólo poseía gran influencia en Luisiana y sus
alrededores, sino que además acababa de decirle que era dueño de un hotel en
una ciudad que vivía del turismo. Le resultaría fácil causar problemas a su
agencia, y era evidente que Lali esperaba que hiciera precisamente eso. No
tenía muy buena opinión de él, pensó con ironía.
Por Dios, ¿cómo no iba a
tenerla? Doce años atrás, en una calurosa noche de verano, él la había hundido
en la mierda. Después de aquella noche, probablemente se lo imaginaba como el
demonio en persona.
Tan sólo una hora antes la
había asustado agarrándola del brazo sin ninguna ceremonia, desde atrás, aunque
Caperucita Roja resultó estar más furiosa que asustada; se había puesto a
golpearlo, son sus ojos entrecerrados y brillantes por la determinación. Y
luego a él no se le había ocurrido otra cosa que manosearla en una vía pública,
agarrarle el trasero, levantarla del suelo y frotarse contra ella. No era de
extrañar que huyera de él cuando por fin se vio libre.
Excepto... que no había
protestado. En lugar de eso se mostró tan ardiente y cariñosa que ahora se
sintió embriagado al recordarla en sus brazos, amoldada a la forma de su
cuerpo. Estaba tensa y temblando de deseo, vibrante. Su reacción lo noqueó, lo
impresionó de tal modo que aún no se había recuperado. Por un momento se vio
cegado por la lujuria, insensible a todo excepto la apremiante necesidad de
estar dentro de ella. Si no lo hubiera sobresaltado aquel trueno, quizás
hubiera intentado tomarla allí mismo, de pie en el callejón, con la gente
pasando a menos de un metro de ellos. No recordaba haberse sentido nunca tan
irracional por una mujer de forma que nada más le importase, pero Lali lo había
reducido a aquel nivel con sólo un beso.
Sólo un beso, dulce y
picante al mismo tiempo, tan ardiente que lo abrasó. Su lengua, enroscada en la
suya en el juego del amor. La sensualidad sin reservas en el modo en que ella
lo succionó. La presión de su cuerpo, ávida e instintiva. Lali lo deseaba, con
tanta violencia como él la deseaba a ella.
Su memoria recreó la robusta
plenitud de las nalgas de Lali en sus manos, y cerró los puños con fuerza para
reprimir el hormigueo que sentía en las palmas. Era peor de lo que había
pensado, aquel insistente deseo de poseerla. No estaba acostumbrado a reprimir
sus apetitos sexuales, pero las barreras que se alzaban entre ellos eran a la
vez sólidas y exasperantes. Estaba su madre, que se había retraído totalmente
cuando se enfrentó a la humillación de que su marido la dejara por la puta de
la ciudad. Eugenia, con las muñecas cortadas y la sangre encharcándose a sus
pies; la palidez de su rostro era otra imagen que no olvidaría jamás. Luego
estaban sus propios sentimientos, la rabia y el dolor de verse abandonado por
su padre. Pero las barreras no estaban todas en su lado; entre Lali y él
flotaba el recuerdo de aquella noche, un Muro de Berlín mental, demoledor y sin
atenuantes. Demasiado dolor, demasiadas razones.
Pero a sus cuerpos eso les
importaba un comino.
Así era, en resumidas
cuentas. Él no era un donjuán, pero estaba claro que siempre le había resultado
fácil estar con mujeres. Sin embargo, en su extensa experiencia nada lo había
preparado para aquella... fiebre. No podían mirarse el uno al otro sin sentir
aquel calor. Y cuando se tocaban, era como una hoguera.
Paseó nervioso por la
habitación, tratando de encontrar un modo de salvar aquellas barreras.
Lali no podía quedarse en
Prescott, eso era pedirle demasiado a su familia. No, no podía cejar en su
empeño de hacerle la vida imposible a Lali, aunque de todos modos no había
mucho que él pudiera, o quisiera, hacer. La había incomodado, y punto. No podía
ponerse a acosarla de verdad.
Lali no se lo merecía; ella
también era una víctima. Había trabajado con ahínco para ser algo en la vida, y
lo había logrado. Si no fuera por la familia, él la recibiría con los brazos
abiertos. Y también con la bragueta abierta, pensó con ironía, sintiendo el
hormigueo de la excitación en la ingle.
Pero no iba a poder
convencer a su familia, no podía cambiar sus sentimientos, de modo que Lali
tendría que marcharse. Quizá no muy lejos. Tal vez pudiera persuadirla de que
se mudase a Baton Rouge o incluso a alguno de los pueblos que rodeaban
Prescott. Un sitio fuera de la parroquia, pero que estuviera lo bastante cerca
para poder verse. Lali había cometido un error estratégico al permitirle ver lo
mucho que lo deseaba, porque ahora él podría servirse de eso para convencerla
de que se mudara. Aquí no podemos estar juntos. Vete a otra parte, y nos
veremos tan a menudo como sea posible. Aquello no iba a gustarle a Lali; lo más
probable era que lo mandase a volar, de momento. Pero la fiebre no
desaparecería, seguiría estando en ella igual que estaba en él. Si aprovechaba
cualquier oportunidad para avivar las llamas, ella terminaría viendo las cosas
como las veía él, suponiendo que los dos no acabaran quemándose entre tanto.
Lali podría quedarse con la
casa de Prescott, si el hecho de venderla le parecía renunciar a demasiado. Él
le compraría otra nueva, donde se le antojara.
Se enfrentaba a dos hechos: Lali
tenía que marcharse de Prescott, y él tenía que hacerla suya.
Hiciera falta lo que hiciera
falta, tenía que poseerla.
Continuará...
Nada más ni nada menos chicas; al fin el beso! jijiji espero sus comentarios! :)
Sigue pensando en hacerla su puta,d la manera k el lo piensa,k se vaya,le compra una nueva casa y verla ahí,esta re loco,Lali no va a aceptar eso ni x asomo,x mucha pasión k sienta x el,eso si k sería destruir todo lo k ella ha conseguido hasta ahora.¿y k es eso d hacerla pensar como el?,más locuras d una mente k esta acostumbrada a k le obedezcan.A estas alturas ya pienso k la madre se volvió así,xk mató al marido ,y le fué muy conveniente k Gimena Esposito fuera la amante del susodicho.Si tan frágiles son Gimena y Euge ,¡k les busque un buen psicólogo,o mejor dicho,un buen psiquiatra.Lali salió adelante ella sola,menos mal k eso lo valora.Peter siempre esta caliente con ella,primero con los pensamientos,pero ahora k ha logrado tocarla,lo esta aún mas,hasta k no logre k ella ceda ,no va a parar,pero espero k ella se imponga y sea el quien le suplique k lo ame , y se arrastre a sus pies x todo lo k le hizo.
ResponderEliminarLali era normalque actuara asi...esta enamorada de el desde niña...el que me ha sorprendido para bien claro esta es Peter, no me esperaba esta reacción...siente una atraccion o amor tan fuerte por ella que le da igual su familia, solo quiere estar con ella y no essolo por sexo...siente amor...
ResponderEliminarLo malo es que como se van a fiar el uno del otro...o por lo menos Lali, siempre va a creer que es una venganza..
me encnata la nove