martes, 26 de junio de 2012

Capítulo 34






Ahí va el capitulón!! que lo disfruten :)
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Lali forcejeó intentando respirar, aspirando aire a bocanadas para llenar sus doloridos pulmones. ¡Dios, era más duro que una roca! Probablemente se habría causado alguna magulladura al estamparse contra él de aquel modo. Al cabo de unos instantes logró decir:
—Recordar viejas historias —y empujó contra los hombros desnudos de Peter para darle a entender que la dejara en el suelo.
Él soltó un bufido y no hizo caso.

—Estás violando una propiedad privada. Tendrás que buscar una razón mejor que ésa.

—Curiosidad —propuso sin aliento, pues todavía el oxígeno que le llegaba era más bien poco. La fuerza de los brazos de Peter estorbaba sus esfuerzos por inhalar aire. Se debatió contra él, pero se rindió de inmediato. La fricción de su piel desnuda resultaba una distracción demasiado peligrosa.

—Eso sí me lo creo —musitó Peter—. ¿Qué te traes ahora entre manos? —Decidió depositarla en el suelo y aflojó el abrazo para que ella pudiera zafarse.

Lali tenía las mejillas arreboladas al apartarse de él, y el color no se debía sólo a las profundas aspiraciones que estaba haciendo. Peter llevaba sólo unos vaqueros blandos y unas botas desgastadas, y contempló fascinada su torso desnudo. Aquellos hombros tenían sus buenos sesenta centímetros de anchura y eran todo músculo en poderosas capas que se extendían por el pecho. Una ligera capa de sudor daba brillo a su piel dándole el aspecto resplandeciente de una estatua esculpida en puro músculo y nervio.

—¿Cómo has llegado aquí? —le espetó ella, sin responder a su pregunta—. No he visto ningún auto.

—A caballo. —Señaló con la cabeza el prado que había al otro lado del cenagal—. Está allí, comiendo sin parar.

—¿Es Hércules? —preguntó Lali, recordando el nombre del bello semental que poseía Nicolás.

—Uno de sus hijos. —Peter frunció el entrecejo—. ¿Cómo es que conoces a Hércules? ¿Y cómo has llegado tú aquí?

—Imagino que la mayoría de la gente de la zona sabe que tienes caballos. —Mientras hablaba se fue desviando hacia un costado.
Peter le aferró un brazo.

—Espera. Sí, mucha gente sabe que tengo caballos, pero no hay muchas personas que conozcan el nombre de nuestro semental. Has vuelto a hacer preguntas por ahí, ¿verdad? —Apretó con más fuerza—. ¿Con quién has estado hablando ahora? ¡Dímelo, maldita sea! —Subrayó su exigencia con una ligera sacudida.

—Con nadie —respondió Lali furiosa—. Me acordaba del nombre de antes.

—¿Y cómo ibas a saberlo antes? Gimena no se reprimía precisamente, pero no creo que al llegar a casa se pusiera a regalar a su familia con detalles de la vida de su amante.

Lali apretó los labios. Conocía el nombre del semental porque ella era como una esponja que absorbía el más pequeño detalle de toda conversación que oía, si tenía que ver con Peter. Pero no estaba dispuesta a admitir aquello delante de él.

—Lo recordaba de antes —repitió finalmente.  Peter no la creyó, y se le oscureció el semblante.—¡No he hablado con nadie! —exclamó Lali, intentando zafarse de él—. Me acordaba del nombre del caballo, eso es todo. —¿Por qué cada encuentro con él tenía que implicar un tira y afloja con sus brazos?
Peter escrutó el rostro vuelto de Lali con los ojos entornados.

—Está bien, te concederé eso. Ahora dime por qué estás husmeando por mi casa de verano y cómo has llegado aquí. Sé perfectamente que tú no tienes caballo.
Por lo menos aquello no parecía peligroso de revelar.

—Estaba paseando —contestó—. Por el bosque.
Él bajó la vista y le miró los pies.

—No vienes vestida para pasear por el bosque.

Aquello era muy cierto. No se había tomado la molestia de cambiarse de ropa, así que aún llevaba la falda a media pierna, medias y los zapatos planos que se había puesto para ir a Nueva Orleans. Había sido criada andando descalza por aquellos bosques, por eso no le había preocupado el hecho de llevar aquellos zapatos. Se encogió de hombros para mostrar su indiferencia y dijo:
—No he pensado en ello. —Y rápidamente añadió—: Siento haber invadido tu propiedad; me voy...

—¡Eh! —Peter la obligó de nuevo a pararse—. Te irás cuando yo lo diga, no antes. Todavía estoy esperando a que contestes a la otra pregunta.
Gracias a Dios el cerebro volvía a funcionarle.

—Simplemente tenía curiosidad —dijo—. Ellos se veían aquí, por eso... me entraron ganas de verlo. —No había necesidad de explicar quiénes eran «ellos».
Para consternación suya, los ojos de Peter adoptaron una expresión fría.

—No me digas. Ya has estado aquí antes, porque yo te he visto.
Lali lo miró fijamente, estupefacta.

—¿Cuándo?

—Cuando eras pequeña. Te deslizaste entre los árboles como un fantasma, pero te olvidaste de cubrirte la cabeza. —Tomó un mechón de pelo suelto y se lo peinó detrás de la oreja—. Fue como contemplar el movimiento de una ardilla a través del bosque.

De modo que supo que ella estaba allí. Durante un instante de abatimiento en el que se le paró el corazón, se preguntó si habría adivinado que era él lo que la había atraído como una polilla a la luz. Recordó amargamente todas sus fantasías infantiles en las que un día él levantaría la mirada y la vería, y le pediría que fuera a divertirse con ellos. Y la había visto, de acuerdo, pero no hubo invitación alguna; lo sorprendente habría sido que le hubiera pedido de verdad que se uniera a ellos.

Los ocho años de diferencia que había entre los veintiséis y los treinta y cuatro era casi inexistente, pero entre los once y los diecinueve había todo un mundo. Aunque en aquella época no hubiera sido tan joven, era una Espósito, y como tal quedaría para siempre fuera de su círculo.

—Voy a preguntártelo una vez más —dijo Peter suavemente cuando ella guardó silencio. Un escalofrío le recorrió la espalda al notar el tono acerado de su voz—: ¿Qué estás haciendo aquí?

—Ya te lo he dicho. —Alzó la barbilla y le sostuvo la mirada—. Curiosear.

—La siguiente pregunta es: ¿Por qué? Desde que has vuelto has estado curioseando mucho por ahí. ¿Qué te traes entre manos, Lali? Te advertí que no reavivaras viejos chismorreos que pueden perjudicar a mi familia, y lo dije muy en serio.
Lali ya le había dado la única respuesta que podía darle, y él no la había creído. Podía contarle toda la verdad, o podía mentir. Al final escogió no hacer ninguna de las dos cosas, sino guardar silencio.

Peter apretó la mandíbula con rabia y su mano hizo más fuerza sobre el brazo de Lali. Ésta hizo un gesto de dolor, y Peter bajó la mirada a las marcas moradas que estaban dejando sus dedos en la suave piel de ella. Maldijo y aflojó la mano, y en aquel momento Lali se zafó de un tirón y salió disparada hacia la seguridad que le ofrecía el bosque. Al cabo de un par de zancadas supo que era un error, pero en aquellos momentos la dominaba la emoción, no la lógica. Peter reaccionó como el depredador que era, echando a correr en pos de ella. Lali se encontraba apenas a medio camino cuando el impacto del corpachón de Peter la lanzó al suelo igual que un tigre que se abalanzara sobre una gacela. Cayó con ella, la inmovilizó contra su pecho y giró el cuerpo para recibir él toda la fuerza de la caída, con Lali encima. A ella se le nubló la vista en un revoltillo de hierba, árboles y cielo al rodar por el suelo con Peter, el cual la situó hábilmente debajo de su cuerpo.

La impresión que sufrió al darse cuenta de la situación la hizo quedarse inmóvil de pronto, como si no se atreviera a moverse en aquel primer momento desconcertante de placer. Una cosa era estar en sus brazos, y otra muy distinta estar tirada en el suelo debajo de él. Su considerable peso la aplastaba contra la hierba desprendiendo la dulce fragancia verde de las hojas, que se mezclaba con el embriagador aroma masculino de su piel cubierta de sudor. La caída le había subido la falda hasta la mitad del muslo, y una de las piernas de Peter había quedado entre las suyas de modo que sus muslos abrazaban aquella columna de músculos. Se había aferrado a él instintivamente al caer, y ahora tenía los dedos hundidos con fuerza en su espalda desnuda, palpando el calor de su carne. La postura era la de hacer el amor, y el cuerpo de Lali reaccionó con inconsciente intensidad. Se le nublaron los sentidos, sobrecargados por aquella primera explosión de señales sexuales.

—¿Estás bien? —murmuró Peter, levantando la cabeza.
Lali tragó saliva. Las palabras se le agolpaban en la garganta. Sintió que se le contraía el  estómago, instándola a pegarse a él en un impulso ciego, ardiente. Se resistió y volvió el rostro a un lado para no verlo reflejado en los ojos oscuros de Peter.

—¿Lali? —El tono fue más insistente, exigía una respuesta.

—Sí —susurró.

—Mírame. —Se apoyó sobre los codos, retirando la mayor parte de su peso para que ella pudiera respirar mejor, pero seguía estando demasiado cerca, con la cara a escasos centímetros de la suya.

La tentación flotó entre ambos, todavía más poderosa debido a las veces que ella se había resistido. Hacía falta muy poco para convertir el deseo en una llamarada, un beso, un leve contacto, como una chispa en la paja seca. Cada vez era más difícil resistirse a él, y sólo la fuerza de su aversión por el sexo ocasional, por ser una réplica moral de su madre, le había permitido a Lali mantenerlo a raya. Pero cada nuevo contacto erosionaba su fuerza de voluntad y la iba desgastando poco a poco, de forma que cada rechazo le requería un mayor esfuerzo.

El aliento de Peter se proyectaba sobre sus labios, aquel sutil contacto los hacía abrirse como si Lali quisiera inhalar su esencia. Peter bajó la cabeza y llevó su boca hacia la de ella.  En un gesto desesperado, Lali introdujo los brazos entre ambos y empujó contra el pecho de Peter. Pero Peter permaneció quieto un instante, observando a Lali. Un reguero de sudor descendió por su sien y se curvó siguiendo la línea de la mandíbula. Deseó acariciarlo, besar su cuerpo, paladear la sal de su piel, sentir cómo se tensaba y estremecía por la excitación.

La rondó la tentación, aguda e insistente. Peter tomó aire, su pecho se expandió bajo las manos de Lali, y el castillo de arena de su resistencia se desmoronó bajo la oleada de placer. Dejando salir el aire en un suave suspiro, dio vuelta a las manos y las movió de forma que los pulgares rozaron su cuerpo, una vez, dos. El placer le produjo un ligero vértigo.

Las pupilas de Peter se dilataron hasta casi eclipsar del todo el color oscuro del iris. Bajó la cabeza entre los brazos y su aliento susurró entre los dientes. Habiendo capitulado, Lali ya no pudo dejar de tocarlo. Exploró los duros planos de su pecho regresando una y otra vez a las puntas endurecidas que la habían atraído a un territorio tan peligroso. No se cansaba de tocarlo, no podía saciar su sed de sentirlo.
Entonces él le apartó las manos del cuerpo y clavó en ella una mirada intensa.

—Lo justo es cambiar el turno —le dijo, y le puso una mano en el pecho.

Lali se arqueó debajo de él, dejando escapar una exclamación al sentir la fuerte llamarada de placer. Los pechos se le tensaron bajo aquel contacto, tan sensibles que el calor de las manos de Peter se hizo casi insoportable y, sin embargo, si dejara de tocarla sería como una tortura. Incluso a través de la ropa el roce de sus dedos le producía una sensación de quemazón y palpitación en los pezones.

Peter inclinó la cabeza y la besó, una presión dura y devastadora, al tiempo que tiraba de la blusa para sacarla de la cintura de la falda. Una vez libre, introdujo una mano por debajo de la tela y la deslizó bajo el sujetador para cerrar los dedos alrededor de la piel de satén del pecho desnudo.

—Ya sabes lo que quiero —dijo con voz ronca, situándose más encima de ella y empujando con las piernas entre las suyas para hacerse un sitio.

Lali lo sabía. Ella también quería lo mismo, con tal vehemencia que aquella necesidad casi ofuscaba cualquier otra consideración. Los dedos ásperos de Peter se apoderaron del pezón y empezaron a acariciarlo. Lali quería sentir allí su boca succionando con fuerza; quería que él la tomase, allí mismo, sobre la hierba, con el calor del sol quemando sus cuerpos desnudos. Lo deseaba a él, para siempre.

—Dímelo —dijo Peter—. Dime por qué. —Aquellas palabras sonaron amortiguadas contra la garganta de Lali, mientras iba recorriéndole el cuello a besos.

Ella parpadeó y se quedó mirando las nubes con desconcierto. Entonces comprendió de pronto el significado de aquellas palabras y fue como un jarro de agua fría. Peter la deseaba, así lo atestiguaba la gruesa protuberancia que presionaba contra sus ingles, pero mientras ella estaba perdida en la niebla del deseo, el cerebro de él permanecía despejado, funcionando, aún tratando de obtener respuestas.

Explotó con un siseo rabioso y se lo quitó de encima a puñetazos y patadas. Peter se apartó de ella y se incorporó. Parecía un salvaje semidesnudo con el pelo enredado alrededor del rostro y sus ojos entrecerrados por una peligrosa lujuria.

—¡Hijo de puta! —escupió Lali, temblando de furia.

Se puso de rodillas de un salto con las manos cerradas en dos puños mientras luchaba contra el impulso de arremeter contra él. No era aquél el momento de desafiarle físicamente, cuando todo aquel enorme cuerpo estaba tenso por la necesidad. El control, tanto el de ella como el de Peter, pendía de un hilo; a la menor presión se vendría abajo. Peter aguardó con aplomo, preparado para su ataque, y Lali vio el deseo sexual ardiendo en sus ojos. Durante largos instantes se miraron el uno al otro, hasta que gradualmente ella se obligó a relajarse. No había nada que ganar en aquella confrontación.

Continuación...

2 comentarios:

  1. Buen encontronazo .Pero Peter sigue siendo muy frío con ella ,no tanto en su deseo sexual,hay cambia y mucho la cosa,espero k alguna vez (así tiene k ser)lleguen a confiar ,y a creer el uno en el otro.D momento todo lo k dicen y hacen, les parece sospechoso, y con doble intención.

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  2. Me encanto la nove,me la lei toda entera de tiron...
    Subi maaaaaaaaas!!:)

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