miércoles, 27 de junio de 2012

Capítulo 35






Hola! que les pareció el capitulón de ayer? Cada vez se nos van a venir más momentos Laliter! jijij Espero que disfruten el de hoy :) Besos.
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Tampoco había nada que decir. Tal vez no hubiera sido ella exactamente la que había prendido la llama, pero desde luego había sido quien avivó el fuego acariciándolo desde un primer instante. Si aquello había llegado más lejos de lo que ella quería, la culpa era solamente suya.

Por fin se levantó del suelo con movimientos rígidos. Tenía la falda desgarrada y una media corrida. Se volteó dándole la espalda, sólo para verse atrapada de nuevo, esa vez por un puñado de tela de la falda.

—Te llevaré a casa —dijo Peter—. Deja que vaya a buscar el caballo.

—Gracias, pero prefiero caminar —replicó Lali con la misma rigidez en la voz que en el resto del cuerpo.

—No te he preguntado qué prefieres. He dicho que voy a llevarte a casa. No deberías andar sola por el bosque. —Como no se fiaba de que ella se quedase allí si la soltaba, empezó a arrastrarla tras de sí.

—Me he pasado más de la mitad de mi vida andando sola por ahí —masculló Lali.

—Puede ser, pero ahora no vas a hacerlo. —Le dirigió de reojo una mirada breve, dura—. Esta finca es mía, y las normas las dicto yo.

Continuaba agarrándole la falda, de modo que Lali se vio obligada a seguirle el paso o destrozar la prenda. Dejaron atrás el garaje para botes y rodearon el pantano, una distancia de unos cien metros, hasta llegar a donde Peter había dejado al semental para que pudiera pastar. A un silbido suyo, el enorme animal de color marrón oscuro empezó a moverse hacia él. Para consternación de Lali, no había ninguna silla de montar a la vista.

—¿Montas a pelo? —preguntó nerviosa.
Los Ojos de Peter chispearon.

—No dejaré que te caigas.
Lali no sabía mucho de caballos, ya que nunca se había subido a ninguno, pero sí sabía que los sementales eran animales díscolos, difíciles de controlar. Hizo ademán de retroceder cuando el caballo se les acercó, pero la mano de Peter en su falda la obligó a permanecer a su costado.

—No tengas miedo. Es el semental de mejor carácter que he visto nunca, de lo contrario no lo montaría sin silla. —El caballo llegó hasta su alcance y lo agarró de la correa al tiempo que le susurraba un elogio junto a las rectas orejas.

—Nunca he montado a caballo —reconoció Lali contemplando la gran cabeza que se inclinaba hacia ella. Unos labios aterciopelados le rozaron el brazo al tiempo que unas enormes fosas nasales la olfateaban para aprehender su olor. Titubeante, levantó la mano y acarició al caballo por encima del morro.

—Entonces tu estreno va a ser con un pura sangre —dijo Peter, y la levantó hasta el ancho lomo. Ella se aferró de las gruesas crines, alarmada por la altura a la que se encontraba, mientras que la plataforma viviente que tenía debajo no dejaba de moverse.
Peter tomó las riendas, agarró dos puñados de crines y montó detrás de Lali. El semental se agitó ligeramente al sentir el aumento de peso, lo cual hizo que Lali contuviera la respiración, pero la mano de Peter y el sonido de su voz lo tranquilizaron de inmediato.

—¿Dónde has dejado el auto? —inquirió.

—En la última curva antes de llegar a la cabaña —contestó Lali, y aquéllas fueron las únicas palabras que se dijeron durante el paseo a caballo.

Peter guió el semental a través de los árboles, evitando las ramas bajas y obligándolo a rodear los obstáculos. Lali aguantó, plenamente consciente del pecho desnudo de Peter contra su espalda y del modo en que sus nalgas iban encajadas en la entrepierna de él. Los fuertes muslos de Peter le abrazaban las caderas, y sintió que se tensaban y relajaban para guiar al caballo. Llegaron a la carretera demasiado pronto, pero en cierto sentido el paseo duró una pequeña eternidad.

Peter tiró de las riendas al llegar junto al auto de Lali y saltó al suelo, luego extendió los brazos para tomar a Lali por las axilas y bajarla del caballo. Alarmada de pronto por la posibilidad de que hubiera perdido las llaves en la riña, se palpó el bolsillo, y oyó el tranquilizador tintineo.
No quería mirar a Peter, así que sacó las llaves y se volvió de espaldas para abrir el auto.

—Lali.
Ella vaciló un instante, luego hizo girar la llave en la cerradura y abrió la puerta. Peter dio un paso adelante y la expresión que vio en sus ojos hizo que diera las gracias por tener la puerta del auto como separación entre los dos.

—No vuelvas a pisar mi propiedad —dijo él en tono calmado—. Si vuelvo a verte en tierras de los Lanzani, te voy a fastidiar como te mereces.

                                *             *             *

Al día siguiente, Lali encontró la nota dentro del auto, en el asiento del conductor. Vio el papel doblado y lo cogió, preguntándose qué se le habría caído. Cuando lo desdobló, vio el texto siguiente escrito en letras mayúsculas:
“NO HAGAS MÁS PREGUNTAS ACERCA DE NICOLÁS LANZANI CIERRA LA BOCA SI SABES LO QUE TE CONVIENE “

Se apoyó contra el auto mientras una brisa ligera agitaba el papel en su mano. No había cerrado el auto con llave al llegar a casa, de modo que no tenía que preguntarse cómo había llegado hasta allí la nota. Se quedó mirando el papel, volvió a leerlo y se preguntó si la estaban amenazando o si el que había escrito aquello simplemente había utilizado una frase familiar. Cierra la boca si sabes lo que te conviene. Había oído variaciones de aquello mismo cientos de veces, y sólo cambiaba el orden. La nota podía ser o no una amenaza; probablemente sería más bien una advertencia. Había alguien a quien no le gustaba que anduviera preguntando por Nicolás.

No había sido Peter. No era propio de él, él manifestaba sus amenazas en persona, y las dejaba bien claras. La última de ellas todavía la hacía temblar. ¿Quién más podría haberse molestado por las preguntas que hacía? Había dos posibilidades: alguien que tuviera algo que ocultar o alguien que buscara el favor de Peter.

Precisamente se dirigía a la ciudad para llevar a cabo otra misión de investigación, esta vez para intentar hablar con Emilia Attias, de modo que había una cierta ironía en lo oportuno de la aparición de la nota. Tras reflexionar un momento, decidió que iba a intentarlo de todas maneras. Si el que la había escrito quería que se tomase la amenaza en serio, tendría que ser más específico.

Con todo, lo primero que hizo fue guardar la nota en la guantera bajo llave, para cerciorarse de no manipular demasiado aquel papel. En sí mismo, no era algo que justificase notificarlo al sheriff, pero si recibía otra nota quería poder exhibir las dos como prueba. En cualquier caso, no estaba precisamente ansiosa por ver al sheriff; tenía un vivo recuerdo de él de pie junto a su auto patrulla, con sus gruesos brazos cruzados mientras observaba con mirada satisfecha cómo sus agentes sacaban de la cabaña las pertenencias de los Espósito. Peter tenía al sheriff Deese completamente en el bolsillo; la cuestión era si haría algo o nada incluso aunque ella recibiera una amenaza de muerte.

Una vez que la nota estuvo debidamente guardada, se fue a la ciudad. Aquella noche, en la cama, sin poder dormir, había planeado su estrategia. No iba a llamar a la señora Attias, pues eso le daría la oportunidad de rechazar la cita. Lo mejor sería tomarla por sorpresa, cara a cara, y dejar caer unas cuantas preguntas antes de que se le pasara la primera impresión. Pero no sabía dónde vivían los Attias, y la dirección que figuraba en el listín telefónico no le resultó familiar.

La primera parada fue en la biblioteca. Para desilusión suya, la parlanchina Greta DuBois no estaba detrás del mostrador; en su lugar se encontraba una rubia diminuta e insustancial que apenas parecía tener edad suficiente para haber terminado la escuela secundaria. Masticaba chicle mientras pasaba las páginas de una revista de música rock. ¿Qué le habría sucedido a aquella estereotipada bibliotecaria de cabello recogido en un moño y gafas de leer apoyadas en la nariz afilada? La rockera del chicle no representaba ninguna mejora.

Lali sabía, siendo realista, que ella misma probablemente sólo tenía cuatro o cinco años más que aquella pequeña bibliotecaria. Sin embargo, mental y emocionalmente, ni siquiera era de su misma generación. Ella nunca había sido joven en el sentido en que lo era aquella chica, y no pensaba que tuviera nada de malo. Ella había tenido responsabilidades desde muy temprana edad; recordaba que ya cocinaba cuando la sartén de hierro pesaba demasiado para ella y que tenía que subirse a una silla para remover las legumbres. Barría con una escoba que era el doble de alta que ella.

Luego tuvo que ocuparse de Torito, la mayor responsabilidad de todas. Pero cuando terminó el colegio, ya estaba preparada para la vida, a diferencia de las niñas que jamás habían hecho nada y no tenían ni idea de cómo enfrentarse a ello. Con veinticinco años, aquellas «niñas» aún volvían corriendo a sus padres para que las socorriesen.

La muchacha levantó la vista de la revista para transformar sus labios rosados de chicle en lo que pasó por ser una sonrisa profesional. Llevaba los ojos tan pintados con perfilador negro que parecían dos almendras en un pozo de polvo de carbón.

—¿En qué puedo servirla?
El tono era competente, pensó Lali con alivio. A lo mejor la muchacha simplemente estaba en el límite del maquillaje.

—¿Tienen mapas de la ciudad y de la parroquia?

—Claro. —Condujo a Lali hasta una mesa en la que había un gran globo terráqueo—. Aquí están todos los mapas y atlas. Se actualizan todos los años, así que si necesita uno más antiguo tendrá que acudir a los archivos.

—No, necesito uno actual.

—Entonces lo tiene aquí. —La chica sacó un libro enorme que fácilmente mediría un metro de largo por más de medio de ancho, pero lo manejó con facilidad al posarlo sobre la mesa—.  Tenemos que sellar los mapas con plástico y ponerlos en el libro —explicó—. Si no, los roban.
Lali sonrió y la chica se fue. Aquella solución tenía su lógica. Una cosa era plegar un mapa y metérselo en el bolsillo, pero hacer desaparecer una enorme hoja plastificada requeriría cierto ingenio.

No sabía si los Attias vivían en la ciudad o en la parroquia. Miró primero el mapa urbano pasando el dedo por la lista de calles impresa en el reverso. Bingo. Anotó las coordenadas, buscó la página y rápidamente localizó MeadowIark Drive, en una subdivisión que no existía cuando ella vivía allí. Con un nombre así, debería haberlo supuesto. Los urbanistas formaban un colectivo que carecía de imaginación. Después de memorizar cómo llegar, volvió a dejar en su sitio el libro de mapas y se fue. La bibliotecaria estaba de nuevo enfrascada en su revista y no levantó la mirada cuando Lali pasó junto al mostrador.

Con lo pequeño que era Prescott, le llevó menos de cinco minutos dar con MeadowIark Drive.
Aquella subdivisión incluía fincas de terreno vacío, en vez de solares solamente, de modo que había menos casas y estaban más separadas entre sí de lo normal. Probablemente en Prescott tampoco habría muchas personas que pudieran permitirse construir allí, pues las viviendas parecían ser de la franja de los doscientos mil dólares. En el noreste y a lo largo de la costa oeste, valdrían fácilmente un millón.

La casa de los Attias había sido diseñada al estilo de una villa mediterránea, cómodamente instalada entre enormes robles cubiertos de musgo español. Lali estacionó en la entrada y subió a pie por el sendero de ladrillos de color pardo que conducía a las dobles puertas de la vivienda. El timbre estaba disimulado entre unas volutas pero discretamente iluminado para que la gente lo viera. Lo apretó, y oyó cómo un sonido de campanas hacía eco por toda la casa.

Al cabo de unos instantes se oyó un rápido taconeo sobre el suelo de baldosas, y se abrió la mitad derecha de la puerta revelando a una mujer muy guapa de mediana edad, elegantemente ataviada con unos pantalones entallados y una túnica blanca. Tenía el cabello corto, de color rubio, peinado hacia un lado, y llevaba unos aretes de oro. En sus ojos azules oscuro se reflejó la sorpresa de reconocerla.

—Hola, soy Mariana Martínez —dijo Lali, apresurándose a corregir la horrible suposición de la otra mujer de que se trataba de Gimena—. ¿Es usted la señora Attias?
Emilia Attias asintió con la cabeza, evidentemente sin habla debido a la impresión. Seguía mirando fijamente a Lali.

Continuará...

2 comentarios:

  1. OK YA ME LEI TODO LANOVELA ASTA ACA AJAJAAJAJ MAS BUENA ÑA NOVELA QUIERO CAP 36 PORFIIIIS GENIA MAS

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  2. Peter sigue en sus trece ,me parece k hasta k LAli no encuentre pistas claras ,y se verifique todo ,este Peter va a seguir siendo el engreido d siempre .X mas k lo niegue,Peter siempre sintió algo más k deseo x ella ,pero también lo rodeo el temor al sufrimiento d su mama y su hermana.Esa nota en el coche parece k es lo único k se le ocurrió a Euge.

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