Subo rapidin! perdón por la hora!!
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Tenía
que ser la casa de verano, por supuesto, pensó Lali con resignación. ¿Por qué
no podían Nicolás y Gimena citarse en un motel, siguiendo la tradición
americana? Los recuerdos que tenía de aquella casa de verano eran agridulces,
igual que todo lo demás relacionado con Peter Lanzani. No quería verla de
nuevo, pues el hecho de hacerlo le recordaría demasiado vívidamente la niña que
fue, las largas horas que pasó escondida en la linde del bosque, con la
esperanza de tener una breve vista de Peter. Se tumbaba boca abajo entre las
agujas de los pinos y se contentaba con observarlo a él y a sus amigos bañarse
en el lago, escuchaba sus gritos y carcajadas y tejía fantasías de que un día
se uniría a ellos. Un tonto sueño. Una niña tonta.
Allí
también había visto a Peter haciendo el amor con María Del Cerro. Sintió un
retortijón en el estómago al pensar en ello y cerró las manos con una mezcla
impotente de rabia y celos. En aquella época se había limitado a pensar lo
guapo que era; pero ahora era una mujer con las necesidades y deseos propios de
las mujeres, y no quería ni siquiera imaginarlo haciendo el amor con otra mujer,
y mucho menos verlo.
Aquello
había sucedido quince largos años antes, pero aún conservaba la imagen fresca
en su mente como si fuera del día anterior. Aún oía la voz profunda y
aterciopelada de Peter murmurando palabras de amor en francés y frases tranquilizadoras,
aún veía su cuerpo joven y poderoso moviéndose entre las piernas abiertas de María.
Ajjj.
¿Por qué la habría besado aquel día en Nueva Orleans? Una cosa era soñar con
sus besos, y otra saber exactamente a qué sabían, cuán suaves eran sus labios,
cómo era estar en sus brazos y sentir su erección presionar con insistencia
contra su estómago. No era justo por parte de él alimentar su deseo y luego
usarlo contra ella. Pero es que con Peter todo era injusto. ¿Por qué no podía
haber engordado y desarrollado una barriga de bebedor de cerveza y llevar los
pantalones colgando debajo, en lugar de estilizarse hasta tener aquel cuerpo
delgado y musculoso, incluso mejor torneado que en la época en que jugaba al Rugby?
Y aunque él no hubiera cambiado, ¿por qué no podía haber cambiado ella? ¿Por
qué no podía haberse modificado lo suficiente para que él ya no la afectara de
forma tan violenta, o el corazón le latiera con normalidad cuando él estaba
presente?
En
cambio, todavía era la niña embelesada que había pasado horas, semanas, incluso
meses de su infancia tumbada boca abajo entre la arboleda, con la vista atenta
para captar cualquier movimiento de su héroe. Ni siquiera el hecho de descubrir
que su héroe podía ser un hombre despiadado cuando quería había conseguido
eliminar aquella dolorosa fijación.
No
quería volver a la casa de verano, a la escena de su necia juventud. ¿Qué podía
encontrar allí, después de doce años? Nada. Pero nadie había visto aquel lugar
con sus ojos; nadie había sospechado que Nicolás Lanzani pudiera haber pasado
allí las últimas horas de su vida.
Lali
masculló para sí. Estaba cansada y hambrienta tras el largo viaje en auto a
Nueva Orleans y vuelta, y además la preocupación por el señor Bauer la había
dejado exhausta. No quería ir a la casa de verano, pero acababa de darse a sí
misma un argumento convincente de por qué era necesario que fuera. Y si iba,
debería hacerlo ya, mientras aún brillaba con fuerza el sol vespertino.
Cogió
las llaves y salió de la casa.
Supuso
que el mejor camino para llegar sería el que usaba cuando tenía once años.
Había una carretera desde la residencia de los Lanzani hasta el lago, pero no
podía tomar aquella ruta. Sin embargo, por su época de merodeadora y espía
conocía la finca de los Lanzani tan bien como su propia cara. Fue en auto hasta
un lugar apartado cerca de la vieja cabaña en la que se había criado, pero
cuando alcanzó la última curva antes de que la vivienda apareciera ante sus
ojos, detuvo el automóvil y permaneció un momento sentada, con las manos
aferradas al volante. No se atrevía a doblar aquella curva. Era probable que a
aquellas alturas la cabaña estuviera destruida, pero eso no disminuiría sus
recuerdos. No quería verla, no quería revivir el recuerdo de aquella noche.
Sintió
el dolor como un nudo en el centro del pecho que le impedía respirar y le
provocaba un escozor en los ojos. No lloró. Había llorado por el señor Bauer,
por Torito, por Pablo; no había llorado por sí misma desde la noche en que Gimena
se marchó.
Bueno,
retrasarlo no serviría de nada excepto aplazar la cena, y ya estaba muerta de
hambre. Se bajó del auto, cerró las puertas y se guardó la llave en el bolsillo
de la falda. Se veía la maleza muy crecida a ambos lados del camino, que ahora
era poco más que una pista forestal, pues la vegetación poco a poco iba
reclamando su terreno. Tuvo que abrirse paso entre varios arbustos, pero una
vez que estuvo en el bosque le resultó bastante fácil caminar. Cogió un palo
por si se encontraba con una serpiente, pero no estaba en absoluto asustada. En
aquellos bosques había crecido y jugado, y se había escondido cuando Salvador
estaba borracho y golpeaba a puñetazos con cualquiera que se tropezara en el
camino.
La
inundaron olores familiares, aromas frescos y potentes de la primavera, y se
detuvo un momento para absorberlos, con los ojos cerrados para concentrarse
mejor. Estaba el penetrante olor marrón de la tierra, el fresco verdor de las
hojas, el perfume dorado y picante de la savia de los pinos. Inhaló este último
con un leve estremecimiento. El aroma de Peter contenía una pizca de aquel
picor dorado. Le encantaría tenerlo desnudo y a su disposición para poder
explorar todos los matices de aquel olor. Se revolcaría en él, bebería con
placer...
De
pronto abrió los ojos. El delator aumento de temperatura de su cuerpo le indicó
hacía dónde se encaminaba aquella fantasía. El hecho de haber vuelto a aquel
lugar tenía la culpa; en su mente, los olores del bosque iban inextricablemente
unidos a Peter: la esperanza de verlo, la efervescente alegría de verlo.
Reanudó
la marcha con gesto resuelto. Si no se sacaba a Peter de la cabeza, acabaría
tumbada boca abajo sobre las agujas de pino en la linde del bosque,
completamente transportada otra vez a la niñez.
El
camino hasta el lago no fue muy largo, unos veinte minutos. El bosque había
cambiado, por supuesto; para los árboles el tiempo no se detenía más que para
las personas. Tuvo que avanzar sorteando obstáculos que antes no existían, y
los viejos puntos de referencia habían desaparecido, pero aún conocía el camino
con la exactitud de una paloma mensajera.
Se
aproximó a la casa de verano desde el ángulo de siempre, desde el costado
posterior derecho. Desde allí veía el embarcadero y una esquina del garaje para
botes. En otro tiempo rezó por ver un Corvette estacionado enfrente, pero ahora
se sintió sumamente contenta de no ver el jaguar.
Resultaría
demasiado irónico que apareciera Peter. Gracias a Dios, ahora tenía
preocupaciones financieras y no se podía permitir el lujo de pasarse días enteros
holgazaneando, nadando y pescando.
El
tiempo también había dejado su huella en la casa de verano. No estaba ruinosa, Peter
se había ocupado de su mantenimiento, pero la rodeaba un aire de abandono. Las
cosas que eran utilizadas por los seres humanos de forma habitual poseían un
cierto brillo de realización, una pátina que la casa de verano ya no tenía. Se
apreciaba una sutil inversión en el orden. Antes, el césped estaba siempre
perfectamente cuidado, y aunque ahora el jardín no estaba invadido por los
hierbajos, mostraba un cierto descuido que indicaba que el césped llevaba más
de una semana sin ser cortado. Por otra parte, la casa de verano siempre tuvo
restos de presencia humana esparcidos por ahí, y ahora estaba demasiado limpia,
sin la actividad que antes la mantenía desordenada y viva.
Subió
los escalones de la parte de atrás, los mismos en los que se había agachado en
cuclillas para escuchar cómo Peter le hacía el amor a María Del Cerro. La
puerta de rejilla del porche no estaba cerrada, y crujió ligeramente al
abrirse. El ruido la hizo sonreír, tan estrechamente relacionado estaba con la
época de su infancia.
A
pesar de todas las dificultades, no había tenido una infancia tan desgraciada.
Una buena parte de ella había sido claramente divertida, llena de fantasía,
sobre todo las largas horas que pasó explorando el bosque. Había chapoteado en
los arroyos, había pescado cangrejos de río a mano, se había maravillado con el
delicado dibujo de una hoja al trasluz del sol. Nunca había tenido una bicicleta,
pero había tenido aire puro y el cielo azul, la emoción de levantar un tronco
podrido para ver cuántos insectos y gusanos ocultaba. Había comido bayas
silvestres directamente de las ramas, había encontrado alguna que otra punta de
flecha y se había construido laboriosamente su propio arco y sus propias
flechas con una rama verde, hilo de pescar gastado y palitos afilados. La dicha
que le proporcionaron todas aquellas cosas había creado una reserva de fuerza
de la que nutrirse cuando llegaban los malos momentos.
Los
tablones del porche crujieron bajo sus pies cuando cruzó en dirección a la
puerta de atrás.
En
los viejos tiempos había unas cuantas mecedoras repartidas por el patio para
disfrutar de las noches de verano en las que hacía bueno. Toda el equipo para
nadar y pescar se suponía que estaba guardada en el garaje para botes, pero por
alguna razón siempre había parte de ella esparcida por el jardín: una llanta
que había que parchear, una caña de pescar, un surtido de cebos, anzuelos y
corchos. En cambio, ahora el jardín estaba vacío, ya no era un lugar al que
acudían adolescentes ruidosos ni donde se citaban los adultos.
Fue
hasta la ventana desde la que había observado a Peter y María haciendo el amor;
ahora la habitación estaba vacía, y los suelos de madera desnudos y cubiertos
de una ligera capa de polvo. Permaneció allí de pie por espacio de unos
instantes, recordando aquel día de verano, hacía tanto tiempo, idealizado por
la magia de la niñez.
Se
volvió y probó la puerta trasera, y se sorprendió al ver que la manija giraba
dócilmente en su mano. Nunca había estado en el interior de aquella casa, lo
más cerca que había estado fue en el patio, aquella vez. Entró en la cocina y
miró a su alrededor con interés. En otro tiempo había habido allí una refrigeradora
y un horno, porque se veían los espacios vacíos y las tomas de electricidad que
señalaban el sitio que ocuparon. Abrió armarlos y cajones, pero todo estaba
vacío.
Cada
ruido que hacía levantaba eco en las habitaciones.
Todo
estaba bastante limpio y no olía a ratones, aunque era obvio que llevaba un par
de semanas sin repasar. Al pasear por las otras estancias de la casa vio que
ninguno de los apliques de luz tenía una sola bombilla. En cada uno de los dos
dormitorios había un pequeño armario ropero, y husmeó el interior de ambos.
Nada, ni siquiera una percha para la ropa. La casa de verano estaba
completamente vacía.
¿Cuál
de aquellos dormitorios habrían utilizado Nicolás y Gimena? No importaba; allí
no había nada que encontrar, ningún escondrijo en el que se hubiera podido
ocultar un cadáver. En la casa no había absolutamente nada sospechoso.
Cualquier prueba hacía tiempo que había sido borrada, limpiada o eliminada
pintando encima. Se maravilló de que no hubiera rastro alguno de vagabundos, teniendo
en cuenta que la casa no estaba cerrada con llave, pero como estaba en medio de
la finca de los Lanzani, supuso que por allí no pasaría mucha gente.
Todavía
quedaba por explorar el garaje para botes, aunque en realidad no esperaba
encontrar nada. Había ido allí sólo para poder decirse a sí misma que había
hecho todo lo posible para averiguar lo que le había sucedido a Nicolás y
también al señor Bauer. Salió por la puerta principal y se encaminó hacia el
embarcadero. Tanto éste como el garaje para botes se encontraban a un costado
de la casa, ligeramente a la izquierda, en la curva de un pequeño cenagal.
Desde la última vez que estuvo allí, doce años atrás, se había dejado que
creciera la vegetación por encima de las orillas. Los jóvenes sauces que crecían
en grupos a lo largo de la ribera habían madurado y ahora proporcionaban mucha
más sombra de la que ella recordaba. En otro tiempo, desde allí se disfrutaba
de un panorama del lago prácticamente sin obstáculos, excepto el garaje para
botes, pero ahora arbolitos y arbustos se habían aprovechado del sutil abandono
para hundir sus raíces en el rico suelo.
Sin
embargo, el embarcadero seguía estando bien cuidado, y lo recorrió hasta el
final. Hacía un día apacible, con una imperceptible brisa que formaba débiles
rizos en la superficie del agua, la cual a su vez acariciaba los pilotes del
embarcadero con una cadencia rítmica. Era uno de aquellos días calurosos y
perezosos que la instaban a tenderse de espaldas y contemplar las gruesas nubes
blancas que flotaban en un cielo de intenso color azul. Se oía cantar a los
pájaros en los árboles, y en algún lugar saltaba un pez, con un leve chapoteo
que no alteraba la paz. A la izquierda, un corcho rojo y blanco se mecía feliz
sobre los rizos del agua...
De
pronto se puso rígida y sus ojos se agrandaron por el miedo al tiempo que se
volteaba lentamente. Un corcho de pesca significaba que había alguien pescando,
alguien que estaba oculto a su vista debido a la esquina del garaje para botes.
Igual que un delincuente acercándose al patio, siguió con la mirada el sedal
que se arqueaba elegantemente desde el corcho, a través del agua, hasta donde
estaba enhebrado a la caña de pescar. Una caña sostenida por las manos de Peter
Lanzani, que estaba de pie y desnudo de cintura para arriba en la orilla, al
otro lado del garaje, mirándola a ella con los ojos entrecerrados.
Se
miraron el uno al otro por espacio de un minuto a través del pequeño trecho de
agua. La mente de Lali, presa del pánico, trabajaba a toda velocidad, buscando
una buena razón para justificar su presencia, pero su habitual agilidad mental
ahora estaba paralizada causa de la impresión. Creía que estaba completamente
sola, y de pronto se topó con Peter, precisamente...
Peter
semidesnudo, además. No era justo. Cuando trataba con él necesitaba estar
plenamente cabal, no podía permitirse que la distrajera la visión de aquel
pecho ancho y desnudo.
Él
empezó a recoger el corcho con movimientos rápidos y precisos. Prefiriendo la
precaución al valor, Lali echó a correr por el embarcadero haciendo crujir los
tablones. Peter tiró la caña de pescar y rodeó a toda velocidad el garaje para
botes. Lali, jadeando, apretó la zancada; si lograra llegar al inicio del
bosque antes que él, ya no podría atraparla. Ella era más pequeña, más esbelta,
y podría avanzar regateando entre árboles que él tendría que rodear. Pero por
muy rápida que fuera, Peter seguía teniendo la velocidad de un rugbier. Lo vio
por el rabillo del ojo, demasiado cerca, ganando terreno a cada zancada. La venció
por una fracción de segundo bloqueándole el paso con su gran cuerpo justo al
final del embarcadero. Lali intentó parar, pero ya lo tenía encima, y los
zapatos que llevaba no estaban diseñados para huir. Chocó de frente contra su
pecho, y el impacto hizo que se le escapara el aire de los pulmones con una
exclamación. Peter soltó un gruñido y retrocedió unos pasos, pero sus brazos
llegaron justo a tiempo de aferrar a Lali contra él e impedir que cayera de cara.
Recuperó el equilibrio y dejó escapar una risa amortiguada al tiempo que
rodeaba a Lali con sus brazos, sin dejar que hiciera contacto con el suelo.
—No
ha estado mal el golpe, para un peso ligero. Y también ha sido buena la
velocidad. ¿Adónde ibas con tanta prisa, petiza? Y antes que nada, ¿qué diablos
estás haciendo aquí?
Continuará...
Excelente,sentí k estaba allí mismo.No me equivoqué,jajaja,hace tiempo k no me ocurría,menos en una lectura .La palabra quiero se ha vuelto una constante en mí.Así k ya mismo QUIERO saber,me has dejado el cap en demasiada tensión entre Peter y Lali,y eso k solo ha sido un encontronazo,yyyyyyyyy Quiero mucho más.Me encanta toda la historia y la relación k mantienen ellos dos.
ResponderEliminarSiento no haberte leido en dias...exactamente desde el capitulo 27. Pasa es que te perdí, bueno lo que se dice perder no, esque veras os leo a la malloria cuando veo en un blog que hacen recomendaciones de otras novelas, y yo creia que a ti te tenia así, pero va y como hacia dias que no te leia, pues me ido a ver "Mis favoritos", y a ti te tengo así...y mi sorpresa es que has subido mucho...ahora me pondre al dia...
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