domingo, 24 de junio de 2012

Capítulo 32











Domingo aburrido...nada que decir. Ustedes chicas que opinan de este día?
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La oficina del señor Bauer estaba situada en la última planta de un edificio de dos pisos. Lali subió las escaleras esperando, contra toda esperanza, encontrarlo allí, que tuviera el teléfono estropeado, que se encontrara bien. Lo del teléfono averiado no era muy probable, porque si no hubiera podido llamar, lo sabría y simplemente habría ido a otro teléfono. Además, se habría dado cuenta de que no recibía llamadas. A lo mejor se había puesto a trabajar en otro caso y se había olvidado de ella.
Pero dudaba de que Andrés Bauer se olvidase de algo.

Su oficina era la primera puerta de la izquierda. La mitad superior de la puerta era de cristal, pero las persianas interiores estaban cerradas y no dejaban ver nada. El día en que lo conoció, tenía las persianas abiertas. Intentó empujar la puerta, pero vio que estaba cerrada con llave. Aunque en realidad no esperaba recibir respuesta, llamó con los nudillos y acercó el oído al cristal. La estancia al otro lado estaba en silencio.

En la puerta había una ranura para el correo. Lali abrió la pequeña pestaña y ladeó la cabeza para espiar el interior. Su campo de visión era sumamente limitado, pero distinguió el correo, bastante abundante, desparramado en el suelo.
El detective no se encontraba allí, y aquella cantidad de correo indicaba que llevaba varios días fuera.  Cada vez más preocupada según pasaban los minutos, Lali fue hasta la oficina de al lado.

Según decía el letrero de la puerta, aquél era el bufete de Houston H. Manges. Oyó el ruido de una máquina de escribir y de gente hablando, así que abrió la puerta y entró.

La oficina de Houston H. Manges era pequeña y estaba abarrotada, con los archivos encajados en cualquier espacio disponible. Ella estaba en la zona de recepción, poblada por una mujer diminuta y de pelo blanco y tres ficus, uno de los cuales había alcanzado un tamaño gigantesco. La habitación siguiente, que se veía a través de una puerta abierta, era más o menos del mismo tamaño y estaba forrada de libros desde el suelo hasta el techo. Había un hombre corpulento repantigado detrás de una gastada mesa, hablando con un cliente sentado en uno de los dos desvencijados sillones de imitación de cuero que había frente a la mesa. Lo único que se veía del cliente era la parte de atrás de su cabeza.

La mujer diminuta levantó la vista y sonrió interrogativa, pero no hizo ningún movimiento para cerrar la puerta y así proporcionar un poco de intimidad a su jefe y al cliente. Lali se encogió de hombros mentalmente y se acercó.

—Soy una clienta del señor Bauer, de la oficina de al lado —dijo—. Llevo varios días tratando de localizarlo, pero no lo he conseguido. Por casualidad, ¿no sabrá usted dónde se encuentra?

—Pues no —respondió la mujer—. Hace como una semana se fue a ese pueblo que está tan cerca de Misisipi, no recuerdo cómo se llama, Perkins o algo así. Suponía que aún estaba allí.

—No, se marchó al día siguiente. Está mal del corazón, y me tiene preocupada.

—Oh, cielos. —Su pequeño rostro adoptó una expresión de angustia—. No me acordaba de su corazón. Estoy al corriente, por supuesto. Su mujer, Virginia, y yo solíamos comer juntas; fue muy triste cuando murió; ella me habló de su problema. Decía que era grave de verdad. Pero nunca se me ha ocurrido ver si se encontraba bien. —Cogió inmediatamente la agenda de teléfonos y pasó las páginas hasta llegar a la B—. Probaré con el número de su casa. No figura en la guía, ¿sabe usted? No le gustaba que el trabajo se inmiscuyera en su vida privada.

Lali ya lo sabía. Había llamado a información tratando de conseguir el número. Precisamente, al no tener éxito, sintió el impulso de coger el auto e intentar dar con él.
Al cabo de un minuto la mujer colgó el teléfono.

—No contesta nadie. Dios mío, ahora soy yo la que está preocupada. No es propio de Andrés no decir a nadie dónde está.

—Voy a llamar a todos los hospitales —dijo Lali con decisión—. ¿Puedo usar su teléfono?

—Claro, querida. Tenemos dos líneas para que la gente pueda llamar. Pero si recibo una llamada, necesitaré que usted cuelgue para poder atenderla.
Dando gracias a Dios por la hospitalidad de la señora, Lali aceptó la guía de Nueva Orleans y buscó los hospitales. Había más de los que imaginaba. Empezó por el principio y se puso a marcar.

Al cabo de treinta minutos y tres interrupciones debido a llamadas que se recibían, colgó dándose por vencida. El señor Bauer no era paciente de ninguno de los hospitales locales. Si se había puesto enfermo mientras regresaba conduciendo de Prescott, podría encontrarse en un hospital de otro sitio, pero, ¿en dónde?

O también podría haberle ocurrido algo peor. Era una posibilidad que no quería tomar en cuenta, pero debía aceptarla. Si Nicolás Lanzani había sido asesinado y el señor Bauer había estado haciendo preguntas que incomodaban a algunas personas... Se sintió enfermar al pensarlo. Si le había sucedido algo a aquel encantador viejecito, sería culpa de ella por haberlo involucrado. Al parecer, no tenía nada, aparte de la declaración de Gimena de que Nicolás no había estado con ella en absoluto, que no lo había visto desde aquella noche doce años atrás.

La mayoría de la gente no habría sospechado un asesinato; la mayoría de la gente no temería ahora que el pobre señor Bauer se hubiera visto con la misma persona que mató a Nicolás. Pero la mayoría de la gente tampoco había sido sacada a rastras de su casa en medio de la noche y arrojada al suelo. Hasta que Gimena y Nicolás desaparecieron, la vida de Lali había sido predecible, aunque un tanto penosa; pero aquella noche quedó destrozada su confianza en aquella consoladora mediocridad y nunca había recuperado la sensación de seguridad, de permanecer ajena a las cosas que simplemente no les ocurrían a las personas normales. Era como si se hubiera descorrido una cortina y después de aquella noche hubiera tomado clara conciencia de todos los peligros e incertidumbres. Lo malo no sólo era posible; según su experiencia, tenía muchas posibilidades de suceder. Había sostenido la mano de Torito al morir, había identificado el cadáver de Pablo en un depósito... Sí, lo malo sucedía.

—¿Qué va a hacer? —preguntó la diminuta secretaria, suponiendo automáticamente que Lali iba a hacer algo.

—Denunciar la desaparición de una persona —contestó Lali, porque era lo único que se le ocurría hacer. El señor Bauer había desaparecido de forma tan repentina y total como Nicolás Lanzani.

Había estado haciendo preguntas sobre Nicolás; ¿coincidencia? Probablemente, no, pero tampoco tenía pruebas que justificasen una investigación criminal. Lo mejor que podía hacer era denunciar su desaparición. Por lo menos, eso pondría en marcha algún tipo de investigación.

Preguntó cómo se iba a la comisaría de policía y logró dar con ella equivocándose sólo dos veces. Un agente de recepción le indicó el despacho apropiado, y pronto estuvo sentada en una silla de respaldo recto recitando la información que poseía ante un detective cansado vestido con un traje cansado, que de todos modos conseguía mostrar interés.

—¿Llamó usted al motel en el que él se alojaba y le dijeron que se había marchado? —quiso saber el detective Estrella. Sus ojos mundanos se ablandaron un poco al mirar a Lali.

—El empleado no llegó a ver al señor Bauer. Dijo que la llave estaba en la mesita de noche y que sus cosas habían desaparecido.

—¿La habitación fue pagada por adelantado?
Lali afirmó con la cabeza.

—Entonces no hay nada fuera de lo habitual. Veamos. No lo ha visto nadie desde que se fue de Prescott, en su despacho se está acumulando el correo, en el teléfono de su casa no contesta nadie y tiene el corazón hecho polvo. —El detective sacudió la cabeza negativamente. Me daré una vuelta por su casa a ver qué me encuentro, pero... —titubeó, con expresión compasiva.

Pero probablemente al pobre hombre le había fallado el corazón, eso era lo que estaba pensando. Lali hundió los hombros en un gesto de desolación. Odiaría que el señor Bauer hubiera muerto sin que ella estuviera allí para cogerle la mano o ni siquiera asistir a su funeral.

Había comprobado sólo los ingresos actuales en los hospitales, no que hubiera sido un paciente ingresado durante la semana anterior. Pero él sabía que estaba mal del corazón, estaba preparado, incluso estaba esperando a reunirse con su esposa. Lali lo lamentaría, pero si había muerto de aquella forma, parecía justo. La verdadera pesadilla sería que el detective no consiguiera localizarlo; entonces se temería lo peor y no tendría modo de saberlo con seguridad.
Extrajo una tarjeta de visita del bolso y la puso sobre la mesa.

—Por favor, llámeme si se entera de algo —dijo—. Yo no lo conocía muy bien, pero lo apreciaba mucho. Era un viejecito encantador. —Para horror suyo, cayó en la cuenta de que se estaba refiriendo a él en tiempo pasado, y se encogió.
El detective cogió la tarjeta y acarició el delgado borde con los dedos.

—Hay una cosa que me gustaría saber, señora Martínez. ¿Qué estaba investigando para usted el señor Bauer?
Sabía que se lo preguntaría, y le dijo la verdad.

—Hace doce años, mi madre se fugó con su amante. Quería que el señor Bauer los encontrara, si le era posible.

—¿Y los había encontrado?
Lali negó con la cabeza.

—La última vez que hablé con él, no.

—¿Y cuándo fue eso?

—Cené con él la noche antes de que abandonara el motel.

—¿Lo vio alguien después de esa ocasión?

—No lo sé. —Resultaba fácil adivinar hacia dónde se encaminaba el interrogatorio. Por lo menos, el detective la estaba tomando en serio.

—¿Parecía encontrarse bien cuando se marchó?

—Sí. Yo tuve una visita inesperada, y el señor Bauer se fue nada más cenar.

—¿De modo que usted fue la única persona que lo vio?
Lali sonrió levemente.

—No.

—¿Quién era esa visita?

—Un vecino, Peter Lanzani. Vino a hablar de comprarme la casa. —Era asombroso el modo en que los hechos desnudos podían ser tan diferentes de lo que había sucedido en realidad. Se estaba convirtiendo en una experta en exponer la punta del iceberg y mantener sumergido el resto.

—Peter Lanzani —repitió el detective Estrella, cuyos ojos cansados se iluminaron al reconocer el nombre—. ¿No será el mismo Lanzani que jugaba al Rugby para la universidad hará... unos diez años o así?

—Casi trece años —repuso Lali—. Sí, es el mismo.

—En esta parte del estado los Lanzani son peces gordos. Bien, bien. ¿Así que va a venderle a él su casa?

—No. Él me propuso comprarla, pero yo no deseo vender.

—¿Se lleva bien con él?

—No exactamente.

—¡Caramba! —Parecía decepcionado. Lali lo miró fijamente durante unos instantes y luego curvó la boca en una ligera sonrisa. Después de todo, aquello era el sur. El Rugby profesional hacía alguna que otra incursión, pero era el Rugby universitario el que seguía reinando.

—No, no tengo influencia en él para conseguir entradas para los partidos —dijo.
El otro se encogió de hombros y frunció los labios en una sonrisa.

—Valía la pena intentarlo. —Cerró el bolígrafo y se puso de pie, indicando así que no tenía más preguntas que hacer—. Veré lo que puedo averiguar sobre el señor Bauer. ¿Va a estar en la ciudad mucho tiempo, o se marcha ya a su casa?

—Me voy a casa. La única razón de haber venido hasta aquí era ver si podía encontrarlo.
Agradecida, se levantó de su silla de respaldo recto y se abstuvo de estirarse.
El detective le puso una mano en el hombro, un ligero contacto.

—Ya sabe que lo primero que revisaré serán las defunciones —dijo con suavidad.
Lali se mordió el labio y asintió.
La mano de él la acarició dos veces.

—La tendré informada.

Fue llorando durante la mayor parte del camino de vuelta a Prescott. En los doce últimos años había llorado muy poco; algunas lágrimas fueron para Pablo, y algunas más para Torito, pero la idea de perder al señor Bauer le resultaba muy dolorosa. No disponía de mucho espacio para el optimismo en su vida, y se esperaba lo peor.

El detective Estrella demostró estar muy atento. Cuando escuchó el contestador, nada más llegar a casa, se encontró un mensaje de él: «He ido al domicilio del señor Bauer y no hay ni rastro de él. Allí también se ha acumulado el correo y los vecinos no lo han visto». Una pausa.
«Tampoco figura en las defunciones. Seguiré investigando y volveré a llamarla.» No estaba. Aquella idea no dejó de repetirse en su cabeza. Nadie lo había visto desde que se fue de Prescott.
Suponiendo que se hubiera ido.

Comenzó a sentir que la invadía la rabia y apartó la pena hacia un lado. Su madre y Nicolás habían creado una maraña, doce años atrás, que aún seguía causando destrucción. Tenía que absolver a Gimena de toda participación en la desaparición del señor Bauer, ya que ni siquiera sabía de su existencia, pero continuaba formando parte de la causa inicial.

Para Lali, los hechos seguían muy de cerca a los pensamientos. Furiosa, cogió el teléfono y marcó el número de su abuela. Sin embargo, se vio frustrada al oír el timbre una y otra vez al otro extremo de la línea. No había nadie en casa.
Llamó cuatro veces más antes de obtener respuesta, y por fin oyó la voz rota de su abuela, que llamó a Gimena para que se pusiera al teléfono.

—¿Quién es? —oyó que preguntaba Gimena al fondo.

—Esa hija tuya, la pequeña.

—No quiero hablar con ella. Dile que no estoy.

Lali apretó con más fuerza el auricular y entrecerró los ojos. Oyó que su abuela volvía a debatirse con el aparato. No aguardó a oír la excusa repetida como un loro.

—Dila a mi madre que si no habla conmigo acudiré al sheriff. —Era una carnada, al menos de momento, pero muy calculado. La reacción de Gimena sería muy significativa; si su madre no tenía nada que ocultar, la carnada no serviría de nada, pero en caso contrario...
Se produjo una pausa mientras el mensaje era transmitido, y después más manoteos con el auricular.

—¿De qué demonios estás hablando, Lali, querida? ¿Qué tiene que ver el sheriff? —El tono era demasiado animado, demasiado alegre.

—Estoy hablando de Nicolás Lanzani. Mamá...

—¿Quieres dejar de una vez de hablar de Nicolás Lanzani? Ya te dije que no lo he visto.
Lali suprimió la náusea que le rondaba el estómago y continuó en un tono más suave.

—Ya lo sé, mamá. Te creo. Pero me parece que aquella noche le ocurrió algo, después de que te fueras tú. —No quería que pensara que era sospechosa de algo, pues en ese caso se cerraría como una ostra.

—Yo no sé nada de eso, y si eres tan lista como te crees, dejarás de meter las narices en los asuntos de los demás.

—¿Dónde te encontraste con él aquella noche, mamá? — le preguntó Lali, haciendo caso omiso del consejo materno.

—No sé por qué te preocupas tanto por él —dijo Gimena en un tono hosco—. Si hubiera hecho lo que tenía que hacer, yo habría estado mejor atendida. Y también mis hijos —agregó, pensándolo mejor—. Pero se empeñaba en aplazarlo, esperó a que Peter terminase el colegio... Bueno, ahora ya da lo mismo.

—Fuiste al motel? ¿O te encontraste con él en otra parte?
Gimena respiró hondo.

—Cuando se te mete una cosa en la cabeza, eres como un bulldog, ¿sabías eso? Siempre has sido la más terca de todos mis hijos, siempre decidida a salirte con la tuya aunque supieras que tu padre te iba a dar un bofetón por hacerlo. ¡Por si quieres saberlo, nos encontramos en la casa de verano, donde siempre! ¡Ve a investigar por ahí, y ya verás enseguida que Peter no tiene tan buen carácter como su padre!

Lali hizo una mueca de dolor cuando Gimena colgó el teléfono de golpe y a continuación dejó escapar un suspiro tembloroso y colgó a su vez. Fuera lo que fuera lo que sucedió aquella noche, Gimena lo sabía. Tan sólo su propio interés egoísta podía impulsarla a hacer algo que no quería hacer, por eso tenía un motivo para no querer que Lali acudiera al sheriff. No obstante, lograr que lo reconociera requeriría cierto esfuerzo.

Continuará...

Luego de esto se vienen unos capítulos...uff jajajaj Un beso y que tengan linda semana!

1 comentario:

  1. Es sorprendente la capacidad d amor k tiene lali ,buscar a Bauer ,sabiendo k padecia del corazón,conociéndolo tan solo d su entrevista y cena,está verdaderamente preocupada x su salud y no tanto x los resultados d su investigación.Una capa ,solo muestra la punta del iceberg,no quiere implicar a más gente,pero como ya ha empezado a tirar d la manta,muchos van a estar nerviositos.Ya tiene la firmeza d k Gimena sabe más d lo k cuenta,pero acercarse a la casa d verano d los Lanzani,va a ser un paso un tanto duro para ella,seguro k lo da,los retos se le dan muy bien.Ya la veo yendo x el bosque,como cuando era niña ,en vez de utilizar el auto.Y ,si,Peter no tiene un buen carácter,pero se le ablanda un pelín con ella.

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