Hoooolaaa!! no saben lo feliz que estoy! recupere la compu!! :) jijijij Nada mas que decir. Besos.
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El
fax estaba funcionando, por eso Lali no oyó el motor del auto que se acercaba a
la entrada.
Cuando
la puerta vibró con la llamada, se asomó por la ventana a mirar. No vio quién
estaba de pie en la puerta, pero sí vio el Jaguar gris estacionado detrás de su
auto y dejó escapar un suspiro mientras, café en mano, pasaba la sala de estar
para abrir la puerta. Apenas eran las ocho y media, demasiado temprano para
tener que lidiar con Peter Lanzani.
Lo
primero que advirtió al abrir la puerta fue que estaba furibundo.
La
única vez que lo había visto en aquel estado fue el día en que fue a la cabaña
a decirles que Gimena se había fugado, y de nuevo aquella noche cuando los echó
a todos del pueblo. Al mirar la expresión fría y despiadada de aquellos ojos
oscuros, relampagueó en su mente el recuerdo de aquella noche, y las duras
imágenes la redujeron en un instante a la niña aterrorizada que era entonces.
Se le heló la sangre y retrocedió un paso al tiempo que Peter se entrometía en
la casa dejando que la puerta se cerrara de un golpe.
Lali
se sobresaltó al oír el ruido. Sus ojos, muy abiertos, estaban fijos en el
rostro de Peter, como si no se atreviese a desviar la mirada.
—¿Qué
diablos crees que estás haciendo? —le preguntó él muy suavemente, con una voz
aterciopelada que resultaba tan cortante como el filo de una espada contra
otra. Avanzó un paso más, amenazante, y Lali retrocedió otra vez. La taza de
café le tembló en la mano.
A
cada paso que él daba hacia delante, ella daba otro hacia atrás, una lenta
danza que terminó cuando Lali chocó contra la pared y quedó presionando con los
omóplatos contra la madera como si pudiera atravesarla por la fuerza. Peter
sacó rápidamente los brazos antes de que ella pudiera deslizarse a un lado y
plantó las palmas de las manos contra la pared, a ambos lados de los hombros de
Lali, aprisionándola con la jaula que formaban su cuerpo y sus brazos. Se
inclinó ligeramente; llevaba abiertos los dos botones superiores de la camisa y
se le veía una cuña de piel cálida decorada con un vello negro y rizado. El
pulso le latía visiblemente en la base de la fuerte garganta, justo delante de
los ojos de Lali. Ésta clavó la mirada en aquel movimiento rítmico, desesperada
por tranquilizarse. No tenía catorce años. Peter no podía echarla de su propia
casa.
—¿Y
bien? —preguntó él, todavía en aquel peligroso tono ronroneante.
Sus
gruesas muñecas le estaban estrujando los hombros desnudos bajo la blusa sin
mangas; sentía su piel contra la de ella. Sus hombros anchos y su poderoso
pecho eran como un muro que tuviera delante, y su olor masculino, penetrante y
almizclado hizo que sus fosas nasales aletearan automáticamente de placer. Aún
sostenía la taza de café, a modo de escudo entre ellos, y entonces tragó saliva
y consiguió decir:
—¿De
qué estás hablando?
Él se
inclinó todavía más, tanto que su estómago rozó los dedos de Lali.
—Estoy
hablando de todas esas preguntas que has estado haciendo. Anoche me dijo Alejo
que estuviste en su oficina. Una cosa es hablar con Alejo, que mantiene la boca
cerrada, pero adivina a quién he visto esta mañana: a Ed Morgan. —A pesar de su
tono calmado, Lali veía arder una fría cólera en sus ojos. Si él tuviera un
ataque de ira, no estaría ni la mitad de nerviosa. Pero en aquel estado de
ánimo era capaz de cualquier cosa, aunque, por extraño que pareciese, no le
tenía miedo físico. No; si Peter le hiciera daño, sería un daño emocional.
—Sólo voy a decírtelo una vez. —Pronunció aquella frase con toda precisión,
acercándose aún más, hasta casi tocarle la nariz con la suya—. Deja de hacer
preguntas sobre mi padre. Si te entrometes no harás más que provocar
chismorreos y hacer daño otra vez a mi familia. Y si eso ocurre, Lali, sí que
volveré a echarte de aquí, por el medio que sea necesario. Puedes estar segura
de ello. Así que tenlo en cuenta, no quiero que por esa bonita boca salga ni
siquiera en susurro el nombre de mi padre.
Los
ojos muy abiertos de Lali miraron fijamente los de él, oscuros y gélidos, tan
sólo separados por unos pocos centímetros. Ella alzó la barbilla y abrió la
boca, que él consideraba bonita, para tirar al león de la cola deliberadamente,
y pronunció dos palabras:
—Nicolás
Lanzani.
Vio
cómo las pupilas de Peter se dilataban de incredulidad, y luego cómo el hielo
de sus ojos era engullido por el puro fuego. Tal vez no había sido prudente
provocarlo, pero contemplar el resultado fue fascinante. Pareció ensancharse
por la furia, su rostro se tiñó de un color oscuro.
Dispuso
de una fracción de segundo para disfrutar del espectáculo. Luego, Peter se
movió con la misma velocidad de vértigo que la vez anterior y levantó las manos
de la pared para cerrarlas con fuerza sobre los brazos de Lali, y le propinó
una fuerte sacudida. A ella se le aflojó la mano que sostenía la olvidada taza
de café, y notó cómo se le escapaba de entre los dedos. Lanzó una leve
exclamación en el intento de retenerla, pero Peter estaba demasiado cerca y lo
único que consiguió fue vertérsela encima, antes que dejar que el líquido
humeante lo quemara a él. El café le empapó la falda y se la pegó al muslo
antes de caer por fin a sus pies. Lanzó otra exclamación, esta vez de dolor.
La
taza se estrelló contra el suelo y perdió el asa, pero el resto quedó intacto. Peter
dio un salto hacia atrás y soltó automáticamente a Lali, que trataba
frenéticamente de separar la tela mojada del muslo escocido.
Él la
recorrió con la mirada y dijo:
—Mierda
—en tono áspero. La agarró, la atrajo hacia él y sus manos trabajaron durante
unos instantes en la parte posterior de su cintura. La falda se aflojó y cayó a
los pies de Lali. Él la levantó del suelo tomándola en sus brazos y ella,
aturdida, se aferró de sus hombros mientras la habitación giraba a su
alrededor.
—¿Qué
estás haciendo? —exclamó alarmada mientras él la llevaba a toda prisa a la
cocina. Estaba confusa por la impresión causada por el dolor, y él se movía
demasiado rápido para poder entender nada. Y por debajo de todo ello, era muy
consciente de que tenía las piernas desnudas por encima del brazo de Peter y de
que sólo iba vestida con la blusa y ropa interior.
Peter
enganchó un pie en la pata de una silla, separó ésta de la mesa y acto seguido
depositó a Lali con cuidado en ella. Se dirigió hacia el fregadero, sacó varias
toallas de papel, hizo un envoltorio con ellas y lo puso debajo del chorro de
agua fría. Todavía goteaba cuando lo aplicó sobre el muslo enrojecido y
escocido. Lali se estremeció al notar el frío. El agua corrió en reguerillos
por la pierna hasta el asiento de la silla y le mojó la prenda interior.
—Se
me olvidó el café —musitó Peter. A decir verdad, ni siquiera se había fijado en
él hasta que lo vio corriendo por la pierna de Lali—. Lo siento, Lali ¿Tienes
té? —Antes de que ella pudiera responder, ya estaba abriendo la puerta de la
refrigeradora y sacando la jarra de té que era casi de rigor en todas las
cocinas sureñas.
Abrió
y cerró cajones de los armarios hasta dar con toallas limpias. Extrajo una, la
introdujo en la jarra de té y después la sacó y la escurrió con cuidado para
retirar el líquido sobrante. Lali observó divertida cómo él retiraba la bola de
papel y la tiraba al fregadero para sustituirla por la toalla empapada en té.
Si el agua le pareció fría, el té estaba helado. Lali respiró hondo y siseó
mientras el líquido le corría por la pierna y formaba un charco debajo de su
trasero.
—¿Te
duele? —preguntó Peter, doblando una rodilla para pasarle la toalla por el
muslo. Su voz sonaba tensa por la ansiedad.
—No
—contestó ella con brusquedad—. Está frío, y me estás mojando el trasero.
Tenía
el rostro de Peter a la altura del suyo. Al decir aquello, vio que la
preocupación se borraba de su mirada y se relajaba la tensión de sus hombros. Peter
agarró el respaldo de la silla con la mano izquierda y preguntó con humor
irónico:
—¿Me
he pasado?
Ella
frunció los labios.
—Un
pelín.
—Tienes
la pierna colorada. Sé que te has quemado.
—Sólo
un poco. Quema un poquito, eso es todo. Dudo que se me formen ampollas.
—Entrecerró los ojos para mirarlo, intentando ocultar la risa que le borboteaba
en el pecho—. Agradezco tu preocupación, pero desde luego no estaba justificado
que me quitaras la mitad de la ropa.
Peter
le miró las piernas desnudas y el algodón blanco de la ropa interior apenas
visible por debajo del borde de la blusa. Sintió un temblor que le recorría
todo el cuerpo. Puso la mano derecha sobre el muslo apenas herido y acarició
con la palma la elasticidad tranquila de aquella carne, fascinado por su
textura de seda.
—Llevo
mucho tiempo deseando mojarte los calzones —murmuró—, pero no con té.
La
risa desapareció como si no hubiera existido nunca. La tensión nació entre
ellos, tan densa que era casi palpable. Lali sintió que se le contraía el
estomago al oír aquello, notó un calor que le inundaba las ingles, un
endurecimiento en los pechos. Experimentó el humedecimiento del deseo, y en sus
labios tembló la tentación de pronunciar: «Ya lo has hecho», pero reprimió el
impulso, pues sabía que declarar en voz alta aquella delatora reacción
supondría traspasar una frontera que no se atrevía a cruzar. De Peter emanaba
una tensión sexual semejante a un campo de fuerza, caliente y urgente. Sólo con
que hiciera aquella confesión, lo tendría encima inmediatamente.
Sufría
por la necesidad de tocarlo, de apretarse contra aquel cuerpo grande y duro
como el acero, de abrir su propio cuerpo a él. Sólo el instinto de conservación
la mantuvo silenciosa e inmóvil.
Peter
se acercó de forma imperceptible, inhalando su aroma dulce y picante. La sangre
le latía en las venas pulsante, potente. Se miraron en silencio el uno al otro,
como dos adversarios enfrentados en una calle polvorienta. Deseaba bajarle la
ropa interior y hundir la cara en su falda, un impulso tan fuerte que se
estremeció por el esfuerzo de resistirse a él, y se preguntó qué haría Lali si
él se dejase llevar. ¿Se asustaría, lo empujaría para apartarlo... o abriría
las piernas y le engancharía el pelo con las manos?
Su
mano se flexionó sobre el muslo de Lali, sus dedos presionaron la carne sedosa
que se había calentado bajo su contacto. Vio cómo se dilataban sus pupilas y a
continuación bajaba los párpados para inhalar aire, profunda y lentamente, un
movimiento que le hizo fijarse en sus pechos.
Movió
un poco la mano y agitó el pulgar adelante y atrás, cada vez un poco más
arriba, más en dirección a la hendidura que se abría entre los muslos
apretados. Quería tocarla. Se olvidó de Eugenia, de Nicolás y de todo excepto
el movimiento lento y ardiente de su dedo pulgar, cada vez más cerca de aquella
carne de exquisita suavidad que aguardaba entre las piernas, tan débilmente
protegida por la delgada capa de algodón. Deslizaría el dedo bajo el elástico y
encontraría el surco de aquellos pliegues estrechamente cerrados. Luego lo
arrastraría hacia arriba, abriéndola poco a poco, hasta encontrar el diminuto brote
que coronaba su sexo.
Si
ella le permitiera tocarla, sería suya. La tomaría allí mismo.
Su
dedo pulgar rozó la liga. Lali se movió, le agarró la mano con la suya y la
apartó del muslo.
—No
—susurró.
Continuará...
Mucha tentativa ,pero Peter nunca se atreve a pasar más allá,el solito se lo guisa y se lo come,(el coraje,jajaja).
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