Hola! como las trató este lluvioso día? (por lo menos aquí en Chile llovió mucho hoy). No hay mucho que contar. Solo quiero hacerles una recomendación; ahora me estoy leyendo un libro llamado "Obsidian" de Jennifer L. y esta buenísimo! espero que se animen lo busquen y lo lean :)
Un beso enorme y que comiencen bien su semana!
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A veces Eugenia sentía
rencor por las restricciones que le habían inculcado desde la cuna. Peter no
estaba sujeto ni confinado por todas las cosas que no debían hacer las
señoritas. Era como si su madre hubiera descartado a Peter como una causa
perdida desde el instante de su nacimiento; él era varón, por lo tanto esperaba
que actuase como un animal. Como ella era una señora, no había hecho caso de
las escapadas sexuales del padre y del hijo, aquellas cosas carecían de interés
para ella, y esperaba que tampoco interesaran a su hija.
No funcionó así, aunque Eugenia
lo intentó. Lo intentó de verdad, durante los primeros veinticinco años de su
vida. Incluso después del aislamiento de su madre tras la fuga de papá, siguió
intentándolo con la esperanza de que, si era buena, su madre no sufriría tanto
el abandono de papá.
Pero siempre había ansiado
más. Su madre era tan reservada y fría, perfecta, intocable. Su padre era
cálido y cariñoso, la abrazaba, jugaba a pelearse con ella a pesar de que Ornella
desaprobaba semejante alboroto con su hija. Peter era aún más físico que su
padre; siempre ardió con un fuego interior que Eugenia reconoció desde muy
temprana edad.
Se acordaba de una ocasión,
cuando Peter estaba de vacaciones en casa en su época universitaria, en la que
se quedaron un rato de sobremesa tras la cena, charlando. Peter estaba
retrepado en su silla con aquella gracia gatuna que poseía, riendo mientras
describía una broma que le había hecho algunos de los jugadores de Rugby al
entrenador, y en aquel momento percibió... no sabría explicarlo bien... una
especie de sensualidad en estado silvestre en su forma de inclinar la cabeza,
en el movimiento de la mano para levantar el vaso. Miró a su madre y descubrió
que ésta estaba observando fijamente a Peter con una expresión de repulsión en
la cara, como si se tratase de un animal asqueroso. Es que, en efecto, era un
animal, naturalmente, un muchacho adolescente sano e independiente, destilando
testosterona. Pero no tenía nada de repulsivo, y Eugenia lo lamentó por él, por
aquella desaprobación.
Peter era un hermano
maravilloso. No sabía lo que habría hecho sin él, en los días horribles que
siguieron a la fuga de papá. Estaba tan avergonzada de su intento de suicidio
que juró que nunca volvería a ser tan débil y suponer una carga para Peter.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo, pero cumplió su promesa. No tenla más que
mirarse las finas cicatrices de color pálido de sus muñecas para recordarse a
sí misma cuál era el precio de la debilidad.
Al ver a Lali Espósito en el
estacionamiento de la tienda de comestibles se quedó tan impresionada que, por
primera vez en mucho tiempo, cayó en la antigua costumbre de recurrir enseguida
a Peter, esperando que él solucionase sus problemas. Se sentía asqueada consigo
misma por haberse desmoronado de aquella forma, pero cuando la vio, estuvo a
punto de parársele el corazón. Durante un instante de perplejidad pensó: ¡papá
ha vuelto!, porque si Gimena estaba allí, seguro que su padre también.
Pero a papá no se lo veía
por ninguna parte. Solamente estaba Gimena, con un aspecto más joven que cuando
se marchó, lo cual era una verdadera injusticia. Alguien tan malvado y
depravado como Gimena Espósito debería llevar sus pecados escritos en la cara
para que todo el mundo los conociera.
Pero el rostro que la miró a
ella a su vez poseía un cutis delicado, como siempre, sin una sola arruga a la
vista. Los mismos ojos café y soñolientos, la misma boca grande, suave y
sensual. No había cambiado nada. Y por un instante, Eugenia fue de nuevo la
muchacha herida y desvalida que había sido antes, y fue corriendo a Peter.
Sólo que no era Gimena; la
mujer del estacionamiento era Lali Espósito, y Peter se mostraba extrañamente
reacio a utilizar su influencia en contra de ella. Eugenia no recordaba gran
cosa de Lali, sólo tenía un vago recuerdo de una niña escuálida que tenía el
mismo pelo que su madre, pero aquello no importaba. Lo que no fue vago en
absoluto fue la punzada de dolor que sintió al verla, la acumulación de
recuerdos, aquella vieja sensación de abandono y traición. Desde entonces le
daba miedo ir a la ciudad, miedo de volver a tropezarse con Lali y experimentar
el escozor de la sal en aquella herida reabierta.
—¿Eugenia? —le llegó la voz
perezosa de Nicolás—. ¿Vas a dormir ahí, cariño?
—No, sólo estoy arreglándome
—contestó, y abrió el caño del lavabo para dar credibilidad a aquella mentira.
Su reflejo le devolvió la imagen de su cara. No estaba mal para tener treinta y
dos años. Tenía el pelo rubio y brillante, no castaño como el de Peter, pero
sin una sola cana. Su rostro era de huesos finos, como el de su madre, pero
poseía los ojos verdes de los Lanzani. Además, no tenía exceso de peso.
Cuando salió del cuarto de
baño, Nicolás estaba todavía desnudo en la cama y una lenta sonrisa iluminó su cara
al tiempo que le tendía una mano.
—Ven, acurrúcate conmigo —la
invitó, y a Eugenia el corazón le dio un vuelco. Volvió a subirse a la cama, a
disfrutar del calor de los brazos de él. Nicolás la acomodó contra sí con un
suspiro de satisfacción, para así acunarla en su pecho. — Creo que deberíamos
casarnos —dijo en un tono totalmente normal. Esa vez no sólo le dio un vuelco
el corazón, sino que casi se le paró. Se lo quedó mirando con los ojos
redondos, una mezcla de pánico y perplejidad.
—¿Casarnos? —balbuceó, y
acto seguido se llevó las dos manos a la boca para contener la risita histérica
que pugnaba por salir—. ¿Nicolás y Eugenia Riera? —La risa salió de todos
modos.
Nicolás mostró una ancha
sonrisa.
—Dicho de esa manera, parece
que fuéramos gemelos. Puedo vivir con ello, si tú quieres. —Le acarició el pelo—.
Pero si tenemos un niño, le pondremos un nombre que empiece por cualquier letra
que no sea una M.
Matrimonio. Hijos. Oh, Dios.
Por alguna razón que desconocía jamás se había imaginado que Nicolás quisiera
casarse con ella. Ni siquiera había pensado en el matrimonio en relación
consigo misma. Su vida se había congelado doce años atrás, y nunca había
pensado que pudiera cambiar.
Pero nada es estático. Hasta
las rocas cambian, limadas por el tiempo y los elementos. Alejo no había
alterado el ritmo uniforme de su vida, pero Nicolás había irrumpido en él como
un cometa.
Alejo. Oh, Dios.
—Ya sé que no tengo mucho
que ofrecerte estaba diciendo Nicolás—. Seguro que esta casa no se parece en
nada a lo que tú estás acostumbrada, pero estoy dispuesto a arreglarla como tú
quieras; no tienes más que decirme lo que quieres que haga, y lo haré.
Otra sorpresa. Había vivido
sus treinta y dos años de vida en la mansión Lanzani. Intentó imaginarse
viviendo en otra parte, y no pudo. Doce años antes se habían venido abajo los
cimientos de su vida, y desde entonces no había llevado bien ningún cambio, ni
siquiera uno relativamente pequeño como comprarse un auto nuevo. Peter la había
obligado finalmente a deshacerse del que tenía desde los diecinueve años, igual
que, cinco años antes, la había obligado a decorar de nuevo su habitación.
Llevaba años completamente harta de aquella decoración infantil, pero la idea
de cambiarla la hacía sentirse aún peor. Supuso un alivio que Peter trajese a
un decorador un día en el que ella tenía cita con el dentista, y al regresar se
encontró con el papel ya arrancado de las paredes y la alfombra levantada del
suelo. Aun así, se pasó tres días llorando. Era lo poco que quedaba de su vida
anterior a la fuga de papá tal como era, y le dolía renunciar a ello. Cuando
dejó de llorar y el decorador terminó su trabajo, quedó encantada con la
habitación; la transición fue lo que le resultó doloroso.
—¿Amor? —decía Nicolás
ahora, con un tinte de vacilación en la voz—. Lo siento, a lo mejor pensé
que...
Eugenia se apresuró a
taparle la boca con la mano.
—No se te ocurra rebajarte
ante mí —le dijo en un tono grave y violento, dolida por dentro porque Nicolás
pudiera pensar ni por un segundo que ella se consideraba demasiado buena para
él.
Era precisamente todo lo
contrario: Nicolás resultaba demasiado bueno para ella. Sólo dos días antes se
había tumbado en el sofá de cuero de la oficina de Alejo y había dejado que
éste la tomara. Una palabra desagradable. Un acto desagradable. No guardaba
nada en común con el acto de amor de Nicolás. No había sentido nada, excepto
lástima, y alivio al terminar.
Si Nicolás supiera lo de Alejo,
ya no la desearía. ¿Cómo iba a desearla? Todo el año anterior creyó que le
pertenecía sólo a él, y durante todo aquel tiempo ella había permitido que la usara
un amigo de la familia, igual que durante los seis años anteriores.
No se sintió en absoluto culpable,
por Alejo, cuando Nicolás se convirtió en su amante. Con Alejo no sentía
conexión alguna; ¿cómo iba a sentirla? Ni siquiera era ella la que lo hacía,
sino su madre. Pero sí que la devoró el sentimiento de culpabilidad cuando fue
con Alejo porque suponía una profunda traición a Nicolás. Tendría que decirle
que aquello tenía que acabar, pero el viejo terror seguía habitando allí,
enterrado en lo más profundo. Si dejaba de permitirle que la utilizara, ¿se
marcharía? ¿Importaría algo que así lo hiciera? Ya no era una adolescente
herida y confusa, ya no necesitaba a papá... o más bien a su substituto.
Pero, ¿qué pasaría con mamá
si Alejo dejase de ir por casa? Él la amaba, pero, ¿podría soportar verla, tan
lejana para él, si no tuviera el alivio de fingir que le hacía el amor?
—Te amo —le dijo ahora a Nicolás,
con las lágrimas resbalando por sus mejillas—. Es que...
jamás se me ha ocurrido que
quisieras casarte conmigo.
—Tonta. —Le enjugó las
lágrimas, y una sonrisa ladeada iluminó su rostro de niño grande . Me ha hecho
falta un año para reunir el valor necesario y atreverme a pedírtelo, eso es
todo —dijo sonrojándose.
Ella consiguió sonreír a su
vez.
—Espero que a mí no me haga
falta tanto tiempo para reunir valor y decirte que sí.
—¿Te da miedo? —preguntó,
riendo.
—Cualquier... cambio me
resulta muy difícil.
Tragó saliva, aterrada ante
la perspectiva y con miedo de hablar de Nicolás a su madre. Peter ya estaba
enterado, por supuesto; no era ningún secreto que se estaban viendo, pero nadie
sospechaba que llevaban un año acostándose. Pero como su madre nunca iba ya a
la ciudad y tampoco tenía amigas que la visitaran, no sabía nada de lo que
estaba ocurriendo. No iba a gustarle por dos razones. Primera, no le gustaría
la idea de que Eugenia se casara con nadie, porque eso significaría que su única
hija se vería sujeta al asqueroso contacto de un hombre. Dos, no le gustaría
sobre todo si ese hombre era Nicolás Riera. Los Riera nunca habían sido otra
cosa que granjeros pobres, y desde luego no se encontraban en el mismo estrato
social que los Lanzani. El hecho de que Nicolás fuera el sheriff no le hacía
ganar puntos a sus ojos; se trataba solamente de un funcionario que ganaba un
sueldo bueno pero nada espectacular.
Y tendría que contárselo a Alejo.
—Todo irá bien —dijo Nicolás
para reconfortarla—. Voy a empezar por reformar la casa. Deberá estar terminada
en, pongamos, seis meses. Eso te dará tiempo suficiente para acostumbrarte a la
idea, ¿no?
Eugenia levantó la vista
hacia aquel amado rostro y dijo:
—Sí.
Sí a todo. El corazón le
latía con violencia. Se las arreglaría. Se lo diría a mamá y haría frente a su fría
desaprobación. A Alejo le diría que ya no podía seguir viéndolo. Le iba a
doler, pero lo entendería. No abandonaría a mamá, era absurdo pensar siquiera
en ello. Tenía que ver las, cosas como una persona adulta, no como una niña
asustada. Alejo no era sólo un hombre enamorado de su madre; era el
representante legal de Peter, y un amigo de la familia incluso ya antes de que
naciera ella. Probablemente fuera sólo que había adquirido la costumbre de
utilizarla. A lo mejor se alegraba de tener una excusa para dejar de hacerlo, a
lo mejor se sentía tan culpable al respecto como se sentía ella.
Tenía que enderezar las
cosas lo antes posible. No podía fallar ni siquiera en lo más mínimo, porque
entonces se enredaría todo. Ante ella se presentaba una vida normal, feliz,
como el anillo dorado de un carrusel, que podría ser suyo si lograba hacer lo
correcto. La última vez, su sueño quedó destrozado por Gimena Espósito...
Sus pensamientos sufrieron
una sacudida. Aunque Nicolás la tenía abrazada eufóricamente, una cara surgió
ante ella: ojos oscuros y soñolientos, una boca sensual que volvía locos a los
hombres. Gimena seguía allí, en la forma de su hija.
Continuará...
Me da pena Euge...ha sufrido la que mas por la perdida de su padre y todolo que hace es para no sentirse abandonada...que lastima...y Nico si se entera...es el único que la ama pero si se entera tambien la abandonara..
ResponderEliminarEuge desde chiquita k se siente inferior,necesita deshacerse d Lali para k su madre la acepte.Espero k Nicolas,x mucho k la ame no decida ayudarla y si convencerla ,d k las cosas no son como ella las ve.
ResponderEliminareres de chile que bkn
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