martes, 12 de junio de 2012

Capítulo 21







Al fin puedo subir! jiji más tarde subiré más. Besos!
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Consultó su reloj. Había salido de Prescott aquella mañana temprano y había ido hasta Nueva Orleans para su cita con el señor Bauer, la cual no le había llevado tanto tiempo como había esperado. Jimena estaba en la ciudad, y Lali había quedado a comer con ella en la Terraza de las Dos Hermanas. Disponía de tiempo de sobra para llegar allí, de modo que regresó a su hotel para dejar el auto y acto seguido se fue a pie para ir viendo las vitrinas por el camino.

Hacía un calor sofocante mientras caminaba por las estrechas calles del Barrio Francés, y cruzó para seguir por la vereda en sombra. Visitaba Nueva Orleans con frecuencia, debido a la sucursal de la agencia que tenía allí, pero nunca se había tomado realmente el tiempo necesario para explorar aquel viejo distrito. Por las calles transitaban despacio carruajes tirados por caballos, cuyo conductor y guía iba señalando los puntos de interés a los turistas que transportaba. Sin embargo, la mayoría de la gente dependía de sus propios pies para recorrer el barrio. Más tarde, la principal atracción serían los bares y clubes; a aquella temprana hora del día el objetivo consistía en ir de compras, y la infinidad de boutiques, tiendas de antigüedades y comercios de especialidades ofrecía un amplio abanico de opciones a quien quisiera gastarse el dinero.

Entró en una tienda de lencería y adquirió un camisón de seda de color melocotón que se parecía a uno de ésos que llevaban las estrellas de cine de Hollywood en los años cuarenta y cincuenta. Después de no vestir casi más que prendas usadas durante los primeros catorce años de su vida, ahora sentía una pecaminosa tendencia a ser indulgente consigo misma en lo referente a la ropa. En ningún momento podría dejarse llevar a comprar a lo loco ahora que disponía de un poco de dinero, pero de vez en cuando se permitía algún que otro lujo: una prenda interior de encaje, un camisón lujoso, unos zapatos realmente de los buenos. Aquellos pequeños caprichos le proporcionaban el convencimiento de que los malos tiempos habían pasado de verdad.

Cuando llegó al restaurante, Jimena la estaba esperando dentro. La rubia se puso en pie de un salto y le dio un efusivo abrazo, aunque sólo hacía poco más de una semana que Lali se había ido de Dallas.

—¡Cuánto me alegro de verte! Bueno, ¿te has instalado bien en tu pequeña ciudad? ¡Creo que yo jamás sería capaz de establecerme en un sitio otra vez! Mi primer viaje de trabajo, y es a Nueva Orleans. ¿No es un lugar estupendo? Espero que no te importe estar aquí, en la terraza, en vez de ir dentro. Ya sé que hace calor, pero, ¿cuándo tiene una la oportunidad de comer en una terraza al aire libre de Nueva Orleans?
Lali sonrió ante aquel torrente de palabras. Sí, Jimena estaba decididamente emocionada con su trabajo nuevo.

—Bueno, veamos. Tengo veintiséis años y ésta es la primera vez que vengo a almorzar o a cualquier otra cosa en una terraza al aire libre, así que yo diría que eso no sucede muy a menudo.

—Querida, yo te llevo diez años, así que es todavía más infrecuente de lo que crees, y tengo la intención de disfrutar cada minuto. —Se sentaron a una de las mesas que había en la terraza. De hecho no hacía demasiado calor; había sombrillas y árboles que daban sombra. Jimena se fijó en la bolsa que llevaba Lali en la mano—. Veo que has ido de shopping. ¿Qué te compraste?

—Un camisón. Te lo enseñaría, pero no quiero sacarlo aquí, en medio del restaurante.
Los ojos de Jimena chispearon.

—Conque es un camisón de ésos, ¿eh?

—Digamos que no es propio de Mamá Osa —repuso Lali delicadamente, y ambas rompieron a reír. Un camarero sonriente les sirvió agua, y el alegre tintineo de los cubitos de hielo le recordó de repente la sed que tenía y el calor que le había entrado con la caminata desde el hotel. Mientras bebía el agua recorrió con la vista las otras personas que había sentadas en la terraza, y de pronto sus ojos tropezaron con Peter Lanzani.

Inmediatamente el corazón le dio aquel vuelco familiar y delator. Peter estaba sentado, en compañía de otro hombre que estaba de espaldas a ella, dos mesas más allá. Sus ojos llamearon cuando levantó su copa de vino en dirección a Lali a modo de silencioso brindis. Ella levantó su vaso de agua para devolverle el saludo e Inclinó la cabeza parodiando un gesto de elegancia.

—¿Conoces a alguien? —preguntó Jimena, girándose en su asiento. Peter le envió una sonrisa.
Jimena sonrió a su vez, un esfuerzo más bien débil, y luego se volvió hacia Lali con una expresión alucinada en el rostro—. Madre mía —dijo deslumbrada.
Lali entendió perfectamente. Lo extravagante de Nueva Orleans le iba bien a Peter. Vestía un traje ligero de corte italiano con una camisa azul pálido que resaltaba el tono oliváceo de su piel.

Llevaba el pelo bien peinado, retirado de la cara y sujeto en la nuca. Con la anchura de sus hombros de jugador de rugby y la elegancia felina con que se sentaba a la pequeña mesa, atraía las miradas de todas las mujeres que había allí. No era guapo a lo chico fino; sus ancestros le habían legado una nariz fina y chiquita. Un lunar en la mejilla le daba un toque encantador. Era guapo y  llamativo, y peligrosamente excitante, con aquellos ojos audaces y aquella curva sensual en la boca. Parecía un hombre aventurero y seguro de sí mismo, dentro y fuera de la cama.

—¿Quién es? —susurró Jimena—. ¿Lo conoces, o es que estás coqueteando con un desconocido?

—No estoy coqueteando —respondió Lali, sorprendida, y desvió la mirada a propósito hacia el otro lado de la terraza.
Jimena rió.

—Querida, ese pequeño brindis que le has hecho decía: «Ven y tómame, grandullón, si eres lo bastante hombre». ¿Tú crees que un pirata como ése va a dejar pasar semejante desafío?
Los ojos de Lali se agrandaron.

—¡Yo no he hecho nada de eso! Él ha levantado la copa de vino hacia mí, así que yo he hecho lo mismo con mi vaso de agua. ¿Por qué iba a estar pensando él en nada parecido?

—Te has mirado al espejo últimamente? —preguntó Jimena, al tiempo que se volvía para deslizar otra mirada fugaz a Peter, y una sonrisa se extendió por su cara.
Lali hizo un gesto para quitarle importancia al asunto.

—Eso no tiene nada que ver con ello. Él no haría...

—Lo está haciendo —dijo Jimena con satisfacción, y Lali no pudo controlar un leve sobresalto cuando miró a su alrededor y vio que Peter estaba casi encima de ellas.

—Señoras —dijo, tomando la mano de Lali e inclinándose sobre ella con un gesto a la antigua que en él parecía completamente natural. La mirada atónita de Lali se clavó en la suya, y en la profundidad de aquellos ojos vio picardía, además de algo peligroso y ardiente, antes de que él se llevase a los labios los dedos de ella. Sus labios eran suaves y cálidos, muy cálidos. El corazón le golpeaba dolorosamente contra las costillas, e intentó retirar la mano, pero Peter se la apretó y ella notó cómo la punta de su lengua tocaba con delicadeza el sensible hueco que separaba los dos últimos dedos. Desconcertada, sufrió otro sobresalto, y advirtió en los ojos de Peter que éste se había dado cuenta de aquel pequeño movimiento que la delató.

Peter se irguió y soltó por fin su mano, y después se volvió hacia Jimena para inclinarse sobre la mano que ella le había tendido con expresión deslumbrada, pero Lali se fijó en que no le besó los dedos. No importó. Jimena no podría estar más alucinada si él le hubiera regalado diamantes. Se preguntó si ella no tendría en la cara aquella misma expresión débil y entregada, y se apresuró a bajar la vista para ocultarla, aunque por supuesto era demasiado tarde. Peter tenía demasiada experiencia para dejar pasar cualquier detalle. Sintió un hormigueo en los dedos y en la piel que él le había tocado con la lengua. Notaba aquel diminuto punto de humedad caliente y frío al mismo tiempo, y cerró la mano con fuerza para disipar la sensación. Le ardía el rostro. La acción de Peter había sido una sutil parodia sexual, una penetración de pega que su cuerpo reconoció y a la que reaccionó con una oleada de calor que le invadió la parte baja del cuerpo y una creciente humedad.
Sintió que los pezones se le endurecían y luchaban contra el encaje del sujetador. ¡Maldito fuera!

—Peter Lanzani —murmuró él en dirección a Jimena—. Lali y yo somos viejos conocidos.

Por lo menos no mintió diciendo que eran amigos, pensó Lali con la mirada fija mientras Jimena se presentaba a su vez, y, para su horror, pedía a Peter que se uniera a ellas. Demasiado tarde, propinó a Jimena una ligera patada de advertencia.

—Gracias —dijo Peter sonriendo a Jimena con un encanto tal que ella no reaccionó en absoluto a la patada de Lali—. Pero estoy aquí por negocios y tengo que regresar a mi mesa. Sólo quería acercarme a hablar un momento con Lali. ¿Hace mucho que se conocen?

—Cuatro años —contestó Jimena, y añadió con orgullo—: Soy su directora de distrito.
Lali le propinó otra patada en el tobillo, esta vez más fuerte, y cuando Jimena la miró con sorpresa le dirigió una furiosa mirada de advertencia.

—No me digas —dijo Peter, al parecer interesado. Su mirada se agudizó—. ¿En qué sector estás?
Tras haber captado por fin el mensaje, Jimena lanzó a Lali una rápida mirada interrogante.

—Nada de tu nivel —dijo Lali con una sonrisa tan fría que él se encogió de hombros y comprendió que no iba a obtener más información.

Lali exhaló un suspiro de alivio, pero se puso en tensión otra vez cuando Peter se agachó en cuclillas junto a la mesa, un acto garboso y masculino que situó su rostro más a la altura del de ella.  Ahora le era más difícil ocultar su expresión que cuando él estaba de pie. Al tenerlo tan cerca, veía las insondables pupilas de sus ojos y cómo relampagueaban al mirarla a ella.

—Ojalá hubiera sabido que ibas a venir a Nueva Orleans, cariño. Podríamos haber hecho el viaje juntos.

Si Peter pensaba que se iba a desmoronar delante de Jimena, estaba tristemente equivocado. Si pensaba que su encanto le había convertido el cerebro en papilla, también estaba equivocado.  Cuánto le hubiera gustado pasarle por las narices el hecho de que ella era una mujer de negocios de éxito, pero aquella semana la había hecho ser cautelosa con la información que daba de sí misma.

La respetabilidad no significaría nada para él ni para la ciudad de Prescott; hasta que —siempre que— pudiera probar que su madre no se había fugado con el padre de él, nada cambiaría su actitud. Alzó la barbilla, un signo seguro de mal genio, y dijo:
—Antes habría venido todo el camino andando que compartir un auto contigo.

Jimena hizo un ruido de ahogamiento, pero Lali no perdió tiempo en mirarla, sino que mantuvo su mirada clavada en la de Peter, ambas enfrascadas en una batalla visual. Él sonrió como un pirata que disfruta temerariamente de una trifulca.

—Pero podríamos habernos divertido mucho y haber compartido... los gastos.

—Siento que tengas problemas de dinero —replicó ella, encantadora—. A lo mejor tu acompañante te puede prestar algo si tú no tienes para pagar la habitación del hotel.

—No tengo que preocuparme por los gastos de alojamiento. —Su sonrisa se ensanchó—. El hotel es mío.
Maldito, pensó Lali. Tendría que averiguar cuál le pertenecía y cerciorarse de no llevar allí a ningún grupo de turistas.

—¿Por qué no cenamos juntos esta noche? —sugirió Peter—. Tenemos mucho de que hablar.

—No se me ocurre de qué. Gracias, pero no. —Tenía previsto regresar a Prescott aquella tarde, pero prefería que él creyera que rechazaba la invitación simplemente porque no deseaba su compañía.

—Iba a ser para bien tuyo —le dijo él, y a sus ojos regresó aquella mirada peligrosa.

—Dudo que sea para bien mío nada que sugiera un Lanzani.

—Aún no sabes cuáles son mis... sugerencias.

—Ni tengo intención de saberlo. Vuelve a tu mesa y déjame en paz.

—Tenía pensado hacer lo primero. —Se incorporó y pasó un largo dedo por la mejilla de Lali—. Pero por nada del mundo voy a hacer lo segundo. —Inclinó la cabeza en dirección a Jimena y regresó despacio a su mesa.
Jimena parpadeó con ojos solemnes.

—¿Quieres que lo examine a ver si tiene alguna herida? Desde luego, lo has atacado de lo lindo. ¿Qué demonios tiene este hombre para ponerte tan furiosa?

Lali buscó otra vez refugio en su vaso de agua y bebió lentamente hasta que logró controlar la expresión de su cara. Tras depositarlo en la mesa, dijo:
—Es una historia muy vieja. Él es un Capuleto y yo soy una Montesco.

—¿Una disputa entre familias? No lo creo.

—Está intentando echarme de Prescott — dijo Lali escuetamente—. Si se enterara de lo de la agencia de viajes, es posible que pudiera causarnos problemas desbaratando algunos de los viajes que organizamos. Eso perjudicaría nuestra reputación, y perderíamos dinero. Ya lo has oído: Es dueño de un hotel de aquí. No sólo es inmensamente rico, con lo cual tiene dinero para sobornar a la gente para que haga lo que él quiere, sino que además posee contactos en el negocio. Yo no lo consideraría un enemigo pequeño en nada.

—Vaya. Esto parece serio. ¿Qué empezó esta disputa? ¿Alguna vez ha llegado a haber sangre de por medio?

—No lo sé. —Lali jugueteó con la cubertería, pues no quería mencionar su sospecha de que Nicolás había sido asesinado—. Mi madre era la amante de su padre. No hace falta decir que su familia odia a cualquiera que lleve el apellido Espósito. —Aquello serviría como explicación; no podía ponerse a contar la historia completa, no podía sacar a la luz sus recuerdos de aquella noche ni siquiera para un público comprensivo.

—¿Cómo has dicho que se llama ese pueblo? —quiso saber Jimena—. ¿Prescott? ¿Estás segura de que no es Verona?

Las dos rompieron a reír, y en aquel momento se acercó el camarero para preguntarles qué les gustaría comer. Ambas eligieron el buffet libre, y pasaron al interior para escogerlo. Lali era plenamente consciente de una mirada oscura que seguía todos sus movimientos y deseó que Jimena no se hubiera empeñado en comer en la terraza. Ella habría preferido estar a salvo de aquella mirada. Pero, claro, ¿quién habría pensado que Peter iba a estar aquel día en Nueva Orleans, ni que en una ciudad del tamaño de aquélla iban a tropezar inmediatamente el uno con el otro? Cierto que la Terraza de las Dos Hermanas era un restaurante muy conocido, pero Nueva Orleans estaba abarrotada de restaurantes conocidos.
Peter y su acompañante de negocios se fueron del restaurante no mucho después de que Lali y Jimena regresaran a la mesa con los platos llenos. Al pasar se detuvo junto a Lali.

—Quiero hablar contigo de verdad —le dijo—. Ven a mi suite esta tarde a las seis. Estoy en el Beauville Courtyard.

Lali disimuló su consternación. El Beauville era un hotel mediano, encantador, de ambiente muy agradable, construido alrededor de un patio al aire libre. Había alojado en él a grupos y turistas sueltos muchas veces. Si el propietario era Peter, tendría que buscar otro hotel mediano y encantador que tuviera un ambiente agradable, porque no se atrevía a usar aquél otra vez.
Respondiendo a la orden que él le había dado, porque de eso se trataba, sacudió la cabeza en un gesto negativo.

—No, no pienso ir.
Los ojos de Peter relampaguearon.

—Entonces, tú sabrás lo que haces —repuso, y se fue.

Continuará...

1 comentario:

  1. Pobre Jimena ,jajaja,me duelen los tobillos a mi.Peter un arrogante k se quiere imponer a toda costa.Yo d Lali iría,pero no a su suite,si no a un lugar neutral,no me fío ni un pelo d el.

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