Al fin puedo subir! jiji más tarde subiré más. Besos!
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Consultó su reloj. Había
salido de Prescott aquella mañana temprano y había ido hasta Nueva Orleans para
su cita con el señor Bauer, la cual no le había llevado tanto tiempo como había
esperado. Jimena estaba en la ciudad, y Lali había quedado a comer con ella en
la Terraza de las Dos Hermanas. Disponía de tiempo de sobra para llegar allí,
de modo que regresó a su hotel para dejar el auto y acto seguido se fue a pie
para ir viendo las vitrinas por el camino.
Hacía un calor sofocante
mientras caminaba por las estrechas calles del Barrio Francés, y cruzó para
seguir por la vereda en sombra. Visitaba Nueva Orleans con frecuencia, debido a
la sucursal de la agencia que tenía allí, pero nunca se había tomado realmente
el tiempo necesario para explorar aquel viejo distrito. Por las calles
transitaban despacio carruajes tirados por caballos, cuyo conductor y guía iba
señalando los puntos de interés a los turistas que transportaba. Sin embargo,
la mayoría de la gente dependía de sus propios pies para recorrer el barrio.
Más tarde, la principal atracción serían los bares y clubes; a aquella temprana
hora del día el objetivo consistía en ir de compras, y la infinidad de boutiques,
tiendas de antigüedades y comercios de especialidades ofrecía un amplio
abanico de opciones a quien quisiera gastarse el dinero.
Entró en una tienda de
lencería y adquirió un camisón de seda de color melocotón que se parecía a uno
de ésos que llevaban las estrellas de cine de Hollywood en los años cuarenta y
cincuenta. Después de no vestir casi más que prendas usadas durante los
primeros catorce años de su vida, ahora sentía una pecaminosa tendencia a ser
indulgente consigo misma en lo referente a la ropa. En ningún momento podría
dejarse llevar a comprar a lo loco ahora que disponía de un poco de dinero,
pero de vez en cuando se permitía algún que otro lujo: una prenda interior de
encaje, un camisón lujoso, unos zapatos realmente de los buenos. Aquellos
pequeños caprichos le proporcionaban el convencimiento de que los malos tiempos
habían pasado de verdad.
Cuando llegó al restaurante,
Jimena la estaba esperando dentro. La rubia se puso en pie de un salto y le dio
un efusivo abrazo, aunque sólo hacía poco más de una semana que Lali se había
ido de Dallas.
—¡Cuánto me alegro de verte!
Bueno, ¿te has instalado bien en tu pequeña ciudad? ¡Creo que yo jamás sería
capaz de establecerme en un sitio otra vez! Mi primer viaje de trabajo, y es a
Nueva Orleans. ¿No es un lugar estupendo? Espero que no te importe estar aquí,
en la terraza, en vez de ir dentro. Ya sé que hace calor, pero, ¿cuándo tiene
una la oportunidad de comer en una terraza al aire libre de Nueva Orleans?
Lali sonrió ante aquel
torrente de palabras. Sí, Jimena estaba decididamente emocionada con su trabajo
nuevo.
—Bueno, veamos. Tengo
veintiséis años y ésta es la primera vez que vengo a almorzar o a cualquier
otra cosa en una terraza al aire libre, así que yo diría que eso no sucede muy
a menudo.
—Querida, yo te llevo diez
años, así que es todavía más infrecuente de lo que crees, y tengo la intención
de disfrutar cada minuto. —Se sentaron a una de las mesas que había en la
terraza. De hecho no hacía demasiado calor; había sombrillas y árboles que
daban sombra. Jimena se fijó en la bolsa que llevaba Lali en la mano—. Veo que
has ido de shopping. ¿Qué te compraste?
—Un camisón. Te lo enseñaría,
pero no quiero sacarlo aquí, en medio del restaurante.
Los ojos de Jimena
chispearon.
—Conque es un camisón de
ésos, ¿eh?
—Digamos que no es propio de
Mamá Osa —repuso Lali delicadamente, y ambas rompieron a reír. Un camarero
sonriente les sirvió agua, y el alegre tintineo de los cubitos de hielo le
recordó de repente la sed que tenía y el calor que le había entrado con la
caminata desde el hotel. Mientras bebía el agua recorrió con la vista las otras
personas que había sentadas en la terraza, y de pronto sus ojos tropezaron con Peter
Lanzani.
Inmediatamente el corazón le
dio aquel vuelco familiar y delator. Peter estaba sentado, en compañía de otro
hombre que estaba de espaldas a ella, dos mesas más allá. Sus ojos llamearon
cuando levantó su copa de vino en dirección a Lali a modo de silencioso
brindis. Ella levantó su vaso de agua para devolverle el saludo e Inclinó la
cabeza parodiando un gesto de elegancia.
—¿Conoces a alguien?
—preguntó Jimena, girándose en su asiento. Peter le envió una sonrisa.
Jimena sonrió a su vez, un
esfuerzo más bien débil, y luego se volvió hacia Lali con una expresión
alucinada en el rostro—. Madre mía —dijo deslumbrada.
Lali entendió perfectamente.
Lo extravagante de Nueva Orleans le iba bien a Peter. Vestía un traje ligero de
corte italiano con una camisa azul pálido que resaltaba el tono oliváceo de su
piel.
Llevaba el pelo bien
peinado, retirado de la cara y sujeto en la nuca. Con la anchura de sus hombros
de jugador de rugby y la elegancia felina con que se sentaba a la pequeña mesa,
atraía las miradas de todas las mujeres que había allí. No era guapo a lo chico
fino; sus ancestros le habían legado una nariz fina y chiquita. Un lunar en la
mejilla le daba un toque encantador. Era guapo y llamativo, y peligrosamente excitante, con
aquellos ojos audaces y aquella curva sensual en la boca. Parecía un hombre
aventurero y seguro de sí mismo, dentro y fuera de la cama.
—¿Quién es? —susurró Jimena—.
¿Lo conoces, o es que estás coqueteando con un desconocido?
—No estoy coqueteando
—respondió Lali, sorprendida, y desvió la mirada a propósito hacia el otro lado
de la terraza.
Jimena rió.
—Querida, ese pequeño
brindis que le has hecho decía: «Ven y tómame, grandullón, si eres lo bastante
hombre». ¿Tú crees que un pirata como ése va a dejar pasar semejante desafío?
Los ojos de Lali se
agrandaron.
—¡Yo no he hecho nada de
eso! Él ha levantado la copa de vino hacia mí, así que yo he hecho lo mismo con
mi vaso de agua. ¿Por qué iba a estar pensando él en nada parecido?
—Te has mirado al espejo
últimamente? —preguntó Jimena, al tiempo que se volvía para deslizar otra
mirada fugaz a Peter, y una sonrisa se extendió por su cara.
Lali hizo un gesto para
quitarle importancia al asunto.
—Eso no tiene nada que ver
con ello. Él no haría...
—Lo está haciendo —dijo Jimena
con satisfacción, y Lali no pudo controlar un leve sobresalto cuando miró a su
alrededor y vio que Peter estaba casi encima de ellas.
—Señoras —dijo, tomando la
mano de Lali e inclinándose sobre ella con un gesto a la antigua que en él
parecía completamente natural. La mirada atónita de Lali se clavó en la suya, y
en la profundidad de aquellos ojos vio picardía, además de algo peligroso y
ardiente, antes de que él se llevase a los labios los dedos de ella. Sus labios
eran suaves y cálidos, muy cálidos. El corazón le golpeaba dolorosamente contra
las costillas, e intentó retirar la mano, pero Peter se la apretó y ella notó
cómo la punta de su lengua tocaba con delicadeza el sensible hueco que separaba
los dos últimos dedos. Desconcertada, sufrió otro sobresalto, y advirtió en los
ojos de Peter que éste se había dado cuenta de aquel pequeño movimiento que la
delató.
Peter se irguió y soltó por
fin su mano, y después se volvió hacia Jimena para inclinarse sobre la mano que
ella le había tendido con expresión deslumbrada, pero Lali se fijó en que no le
besó los dedos. No importó. Jimena no podría estar más alucinada si él le
hubiera regalado diamantes. Se preguntó si ella no tendría en la cara aquella
misma expresión débil y entregada, y se apresuró a bajar la vista para
ocultarla, aunque por supuesto era demasiado tarde. Peter tenía demasiada
experiencia para dejar pasar cualquier detalle. Sintió un hormigueo en los
dedos y en la piel que él le había tocado con la lengua. Notaba aquel diminuto
punto de humedad caliente y frío al mismo tiempo, y cerró la mano con fuerza
para disipar la sensación. Le ardía el rostro. La acción de Peter había sido
una sutil parodia sexual, una penetración de pega que su cuerpo reconoció y a
la que reaccionó con una oleada de calor que le invadió la parte baja del
cuerpo y una creciente humedad.
Sintió que los pezones se le
endurecían y luchaban contra el encaje del sujetador. ¡Maldito fuera!
—Peter Lanzani —murmuró él
en dirección a Jimena—. Lali y yo somos viejos conocidos.
Por lo menos no mintió
diciendo que eran amigos, pensó Lali con la mirada fija mientras Jimena se
presentaba a su vez, y, para su horror, pedía a Peter que se uniera a ellas.
Demasiado tarde, propinó a Jimena una ligera patada de advertencia.
—Gracias —dijo Peter
sonriendo a Jimena con un encanto tal que ella no reaccionó en absoluto a la
patada de Lali—. Pero estoy aquí por negocios y tengo que regresar a mi mesa.
Sólo quería acercarme a hablar un momento con Lali. ¿Hace mucho que se conocen?
—Cuatro años —contestó Jimena,
y añadió con orgullo—: Soy su directora de distrito.
Lali le propinó otra patada
en el tobillo, esta vez más fuerte, y cuando Jimena la miró con sorpresa le
dirigió una furiosa mirada de advertencia.
—No me digas —dijo Peter, al
parecer interesado. Su mirada se agudizó—. ¿En qué sector estás?
Tras haber captado por fin
el mensaje, Jimena lanzó a Lali una rápida mirada interrogante.
—Nada de tu nivel —dijo Lali
con una sonrisa tan fría que él se encogió de hombros y comprendió que no iba a
obtener más información.
Lali exhaló un suspiro de
alivio, pero se puso en tensión otra vez cuando Peter se agachó en cuclillas
junto a la mesa, un acto garboso y masculino que situó su rostro más a la
altura del de ella. Ahora le era más
difícil ocultar su expresión que cuando él estaba de pie. Al tenerlo tan cerca,
veía las insondables pupilas de sus ojos y cómo relampagueaban al mirarla a
ella.
—Ojalá hubiera sabido que
ibas a venir a Nueva Orleans, cariño. Podríamos haber hecho el viaje juntos.
Si Peter pensaba que se iba
a desmoronar delante de Jimena, estaba tristemente equivocado. Si pensaba que
su encanto le había convertido el cerebro en papilla, también estaba
equivocado. Cuánto le hubiera gustado
pasarle por las narices el hecho de que ella era una mujer de negocios de
éxito, pero aquella semana la había hecho ser cautelosa con la información que
daba de sí misma.
La respetabilidad no
significaría nada para él ni para la ciudad de Prescott; hasta que —siempre
que— pudiera probar que su madre no se había fugado con el padre de él, nada
cambiaría su actitud. Alzó la barbilla, un signo seguro de mal genio, y dijo:
—Antes habría venido todo el
camino andando que compartir un auto contigo.
Jimena hizo un ruido de
ahogamiento, pero Lali no perdió tiempo en mirarla, sino que mantuvo su mirada
clavada en la de Peter, ambas enfrascadas en una batalla visual. Él sonrió como
un pirata que disfruta temerariamente de una trifulca.
—Pero podríamos habernos
divertido mucho y haber compartido... los gastos.
—Siento que tengas problemas
de dinero —replicó ella, encantadora—. A lo mejor tu acompañante te puede
prestar algo si tú no tienes para pagar la habitación del hotel.
—No tengo que preocuparme
por los gastos de alojamiento. —Su sonrisa se ensanchó—. El hotel es mío.
Maldito, pensó Lali. Tendría
que averiguar cuál le pertenecía y cerciorarse de no llevar allí a ningún grupo
de turistas.
—¿Por qué no cenamos juntos
esta noche? —sugirió Peter—. Tenemos mucho de que hablar.
—No se me ocurre de qué.
Gracias, pero no. —Tenía previsto regresar a Prescott aquella tarde, pero
prefería que él creyera que rechazaba la invitación simplemente porque no
deseaba su compañía.
—Iba a ser para bien tuyo
—le dijo él, y a sus ojos regresó aquella mirada peligrosa.
—Dudo que sea para bien mío
nada que sugiera un Lanzani.
—Aún no sabes cuáles son
mis... sugerencias.
—Ni tengo intención de
saberlo. Vuelve a tu mesa y déjame en paz.
—Tenía pensado hacer lo
primero. —Se incorporó y pasó un largo dedo por la mejilla de Lali—. Pero por
nada del mundo voy a hacer lo segundo. —Inclinó la cabeza en dirección a Jimena
y regresó despacio a su mesa.
Jimena parpadeó con ojos
solemnes.
—¿Quieres que lo examine a
ver si tiene alguna herida? Desde luego, lo has atacado de lo lindo. ¿Qué
demonios tiene este hombre para ponerte tan furiosa?
Lali buscó otra vez refugio
en su vaso de agua y bebió lentamente hasta que logró controlar la expresión de
su cara. Tras depositarlo en la mesa, dijo:
—Es una historia muy vieja.
Él es un Capuleto y yo soy una Montesco.
—¿Una disputa entre
familias? No lo creo.
—Está intentando echarme de
Prescott — dijo Lali escuetamente—. Si se enterara de lo de la agencia de
viajes, es posible que pudiera causarnos problemas desbaratando algunos de los
viajes que organizamos. Eso perjudicaría nuestra reputación, y perderíamos
dinero. Ya lo has oído: Es dueño de un hotel de aquí. No sólo es inmensamente
rico, con lo cual tiene dinero para sobornar a la gente para que haga lo que él
quiere, sino que además posee contactos en el negocio. Yo no lo consideraría un
enemigo pequeño en nada.
—Vaya. Esto parece serio. ¿Qué
empezó esta disputa? ¿Alguna vez ha llegado a haber sangre de por medio?
—No lo sé. —Lali jugueteó
con la cubertería, pues no quería mencionar su sospecha de que Nicolás había
sido asesinado—. Mi madre era la amante de su padre. No hace falta decir que su
familia odia a cualquiera que lleve el apellido Espósito. —Aquello serviría
como explicación; no podía ponerse a contar la historia completa, no podía
sacar a la luz sus recuerdos de aquella noche ni siquiera para un público
comprensivo.
—¿Cómo has dicho que se
llama ese pueblo? —quiso saber Jimena—. ¿Prescott? ¿Estás segura de que no es
Verona?
Las dos rompieron a reír, y
en aquel momento se acercó el camarero para preguntarles qué les gustaría
comer. Ambas eligieron el buffet libre, y pasaron al interior para escogerlo. Lali
era plenamente consciente de una mirada oscura que seguía todos sus movimientos
y deseó que Jimena no se hubiera empeñado en comer en la terraza. Ella habría
preferido estar a salvo de aquella mirada. Pero, claro, ¿quién habría pensado
que Peter iba a estar aquel día en Nueva Orleans, ni que en una ciudad del
tamaño de aquélla iban a tropezar inmediatamente el uno con el otro? Cierto que
la Terraza de las Dos Hermanas era un restaurante muy conocido, pero Nueva
Orleans estaba abarrotada de restaurantes conocidos.
Peter y su acompañante de
negocios se fueron del restaurante no mucho después de que Lali y Jimena
regresaran a la mesa con los platos llenos. Al pasar se detuvo junto a Lali.
—Quiero hablar contigo de
verdad —le dijo—. Ven a mi suite esta tarde a las seis. Estoy en el Beauville
Courtyard.
Lali disimuló su
consternación. El Beauville era un hotel mediano, encantador, de ambiente muy
agradable, construido alrededor de un patio al aire libre. Había alojado en él
a grupos y turistas sueltos muchas veces. Si el propietario era Peter, tendría
que buscar otro hotel mediano y encantador que tuviera un ambiente agradable,
porque no se atrevía a usar aquél otra vez.
Respondiendo a la orden que
él le había dado, porque de eso se trataba, sacudió la cabeza en un gesto
negativo.
—No, no pienso ir.
Los ojos de Peter
relampaguearon.
—Entonces, tú sabrás lo que
haces —repuso, y se fue.
Continuará...
Pobre Jimena ,jajaja,me duelen los tobillos a mi.Peter un arrogante k se quiere imponer a toda costa.Yo d Lali iría,pero no a su suite,si no a un lugar neutral,no me fío ni un pelo d el.
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