Ahí va el capítulo, que lo disfruten! :)
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Peter
contempló pensativo el nivel de whisky que quedaba en el vaso. A lo mejor, si
se lo bebiera, podría olvidar el calor y la vitalidad de Lali bajo sus manos,
aquel aroma dulce y picante que se le había metido directamente en la cabeza y
lo había mareado de deseo. A lo mejor si se bebía la botella entera podría
olvidar aquel intenso deseo de hundir las manos en el fuego de su cabello para
ver si le quemaba, o la sed de saborear aquellos labios carnosos y plenos.
Pensó en su piel, tan fina y traslúcida que quedaba marcada con el más ligero
toque; sus senos, altos y redondos, y con pezones discernibles incluso debajo
del sujetador. Lali lo tenía, tenía aquel algo indefinible que poseía Gimena,
una sensualidad fácil, sin esfuerzo, que atraía a los hombres como si fuera un
imán. Lali no lo exhibía de forma descarada como Gimena, sino que lo atenuaba
vistiendo mejor, pero simplemente quedaba refinado, no diluido. Lo que parecía Lali
Martínez era una mujer con clase que adoraba una larga e intensa cabalgada en
la cama, y sería un estúpido si él no deseaba dársela.
Si no
se marchaba, era probable que los residentes de Prescott, con su mentalidad de
pueblo, quedasen desconcertados y estupefactos y Ornella diez veces más
alterada de lo que ya estaba, ante el espectáculo que supondría que otro de los
Lanzani tuviera una ardiente aventura con una Espósito.
Ed
Morgan salió deliberadamente al encuentro de Lali cuando ésta entraba en su
tienda.
—Lo
siento —le dijo sin aspecto de lamentarlo en absoluto—. No tengo nada que usted
necesite.
Lali
se detuvo y lo miró sin alterarse.
—Aún
no sabe qué necesito —señaló.
—Es
igual. —El comerciante se cruzó de brazos y sonrió burlonamente—. Me temo que
tendrá que ir a comprar a otra parte.
Lali
hizo un esfuerzo por reprimir su cólera. Detectó en aquello la fina mano de Peter
Lanzani, y no iba a conseguir nada poniéndose a discutir con el señor Morgan,
excepto posiblemente que la detuviesen por alterar el orden público, lo cual le
vendría estupendamente a Peter. Había
cumplido su palabra de ponerle las cosas difíciles. Ni diez minutos antes, el
encargado del grifo en el que había parado le había dicho sin cortarse que se
les había acabado el combustible y que tendría que acudir a otro sitio. En
aquel momento había un hombre en el surtidor de al lado llenando el depósito.
Si Peter
creía que aquello iba a amilanarla, había subestimado gravemente a su rival.
Podía demandar a aquellas personas por negarse a prestarle servicio, pero eso
no la haría muy popular en la ciudad. Su intención era vivir allí, de manera
que descartó aquella opción. Además, la verdadera batalla era la que se libraba
entre ella y Peter; los demás eran algo secundario.
Se alzó
de hombros y dio media vuelta para marcharse.
—Muy
bien. Si usted puede prescindir de mi dinero, yo puedo prescindir de sus
artículos.
—Todas
las demás tiendas de la ciudad se encuentran en la misma situación —dijo el
señor Morgan a su espalda, riendo—. Acaban de quedarse sin existencias de lo
que usted necesite.
Lali
pensó en hacerle el gesto con el dedo, pero contuvo el impulso; a lo mejor él
se lo tomaba como una invitación. Se dirigió con paso tranquilo hacia su auto.
Estaba claro que tendría que hacer la compra y poner gasolina en otra parte,
pero aquello no era más que una incomodidad, no un problema insalvable.
Incomodidad
a corto plazo, claro; a largo plazo tendría que hacer algo al respecto. Y a muy
corto plazo, estaba hecha una furia.
En la
esquina había una cabina telefónica; Lali pasó de largo su auto y fue hasta
ella. Dentro había una guía telefónica colgada de un rígido cordón de metal.
Era muy probable que los Lanzani tuvieran un número de teléfono que no figurara
en la guía, masculló en silencio al tiempo que abría la abría y pasaba las
páginas hasta llegar a la L. Pero no, allí estaba. Extrajo de su cartera una
moneda de veinticinco centavos y la introdujo en la ranura, y seguidamente
marcó el número.
Al
segundo tono contestó una voz de mujer.
—Residencia
de los Lanzani.
—Con Peter
Lanzani, por favor —dijo Lali en su tono más formal.
—¿Puede
decirme quién lo llama?
—La
señora Martínez —contestó.
—Un
momento.
No
habían transcurrido más de diez segundos cuando se oyó un chasquido en la línea
y a continuación la voz grave y aterciopelada de Peter que ronroneó:
—¿Es
usted la autentica señora Martínez?
Lali
captó el deje burlón en aquella voz, y aferró el auricular con tal fuerza que
se maravilló de que no se resquebrajara el plástico.
—Lo
soy.
—Bueno,
bueno. Supongo que no estarás pensando en pedir favores tan pronto, ¿verdad,
cariño? ¿Qué puedo hacer por ti? —Ni siquiera intentó disimular la satisfacción
en el tono de voz.
—Nada
en absoluto —replicó Lali con frialdad—. Sólo quería que supieras que tus
trucos infantiles no van a servirte de nada. ¡Haré que me envíen las
provisiones desde Dallas, antes de darte la satisfacción de ver cómo me voy!
Colgó
el teléfono antes de que él pudiera responder y se encaminó hacia el auto. En
realidad no había conseguido nada, excepto desahogarse un poco y hacer saber a Peter
que se había dado cuenta de quién estaba detrás de lo último que había sucedido
y que no iba a funcionar. De todos modos fue satisfactorio.
En la
residencia de los Lanzani, Peter se recostó en su sillón con una risita. Estaba
en lo cierto acerca del fuerte temperamento de Lali. Le habría gustado verla en
aquel preciso instante, con aquellos ojos caramelo escupiendo fuego. A lo mejor
su maniobra la había hecho seguir más en sus trece en vez de instarla a acudir
a un lugar más amistoso, pero una cosa era segura: ¡había provocado una
reacción en ella! Entonces su mirada se volvió más penetrante. Conque Dallas,
¿eh?
Tal
vez debiera indagar un poco por allí.
Lali
se permitió continuar furibunda durante un minuto y después dejó a un lado su
cólera por considerarla una pérdida de energía. Se negaba a abandonar aquella
ciudad y a permitir que Peter Lanzani la confundiera. ¡Conseguiría que
cambiasen la opinión que tenían de ella aunque le costara veinte años!
Comprendió que la clave para hacerlos cambiar de opinión consistía en demostrar
que Nicolás Lanzani no se había fugado con su madre. Fuera cual fuese la razón
por la que se fue, a su familia no podían echarle la culpa. Si se tomaba eso en
cuenta, tenía muchas más razones para estar resentida que los Lanzani con
cualquier otra persona de aquel lugar.
Sin
embargo, saber que Nicolás no se había ido con Gimena y demostrarlo eran dos
cosas muy distintas. Quizá, si pudiera lograr que Gimena hablase con Peter, por
lo menos éste sentiría suficiente curiosidad para ponerse a buscar a su padre.
Tal vez ya lo hubiera hecho, y la señora DuBois de la biblioteca simplemente no
conocía el resultado de dicha búsqueda. Pero si Nicolás estaba vivo, en alguna
parte tenía que haber un documento que así lo atestiguara y que pudiera
encontrarse. Se dirigió a New Roads, donde llenó el depósito del auto y compró
los pocos productos que necesitaba. Vaya con los esfuerzos de Peter por matarla
de hambre, pensó con satisfacción al regresar a casa con la bolsa repleta. Ni
siquiera había tenido que irse muy lejos.
Una
vez hubo colocado las cosas, entró en el despacho y llamó a su abuela Accardi.
Igual que la vez anterior, contestó Gimena.
—Mamá,
soy Lali.
—¡Lali!
Hola, cariño —dijo Gimena con su voz perezosa y sensual—. ¿Qué tal te va,
querida? No esperaba volver a hablar contigo tan pronto.
—Estoy
bien, mamá. Me he mudado a Prescott.
Se
produjo un instante de silencio en la línea.
—¿Y
por qué has hecho eso? Por lo que me contó Estefanía, allí la gente no te trató
bien.
—Era
mi hogar —repuso Lali con sencillez, sabiendo que Gimena no lo comprendería—.
Pero no te he llamado por eso. Mamá, aquí todo el mundo sigue creyendo que tú
te fugaste con Nicolás Lanzani.
—Bueno,
ya te dije que no era verdad, ¿no? Me importa un comino lo que crean.
—Pero
es que a mí me está causando algunos problemas, mamá. Si consigo que Peter
Lanzani te llame, ¿podrías hablar con él y decirle que no te fugaste con su
padre?
Gimena
lanzó una risa nerviosa.
—Peter
no se creería ni una palabra de lo que yo le dijera. Nicolás era fácil de
convencer, pero Peter... No, no quiero hablar con él.
—Mamá,
por favor. Si no te cree, allá él, pero...
—He
dicho que no —la interrumpió bruscamente Gimena—. No pienso hablar con él, y tú
estás desperdiciando saliva. Me importa un pepino lo que piense la gente de
Prescott. —Y colgó el teléfono de un golpe. Lali hizo un gesto de dolor al
sentir el porrazo en el oído.
Continuará...
¡Vaya!menudo escaneo k le hizo a Lali,esta super enganchadísimo ,aunque intente disfrazarlo con rabia.Se quiere divertir,jajaja,y para mi, hasta aprovecharse d la situación, y le va a salir el tiro x la culata.Pero quien sigue sufriendo es Lali.Como ella misma dice ,las trabas k le esta poniendo hasta ahora son infantiles¡Joder con la madre!,si no le importa lo k dice el pueblo,¿xk rayos no le echa una mano a Lali?,incomprensible.Ojalá lali pronto encuentre un aliado ,k la ayude,y a ser posible k a Peter le entren muchísimos celos.
ResponderEliminarGimena esconde algo...
ResponderEliminarLalinecesita mucha fuerza y valentia para aguantar a todo un pueblo comprado por lanzani...lo que no sabe es que Lanzani muere por ella...solo tiene que chasquear un dedo y lanzani cae a sus pies...
Gimena esconde algo...
ResponderEliminarLali debe ser muy fuerte y valiente para aguantar a un pueblo comprado por Lanzani...lo que no sabe que el se muere por ella...solo necesita chasquear los dedos y cae rendido a sus pies