Hola! como andan?? a petición del público hoy habrá maratón! no se de cuantos capítulos serán pero prometo que mas de tres jejej Lamento informarles que la nove está llegando a su fin...pero no os desesperéis!
Espero que les gusten los capítulos de hoy! Besos.
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—¡Hijo
de puta!
Aquel
chillido no procedía de ninguna parte. Cegado por el intenso resplandor del
fuego, Peter no vio nada al principio. Entonces se materializó Eugenia saliendo
de la noche, vestida de pies a cabeza con ropas oscuras que impedían verla. La
cara de su hermana estaba blanca como la cal y tenía los ojos desorbitados.
—¡Hijo
de puta! —gritó Eugenia de nuevo, avanzando hacia Alejo como una Furia del
averno. La luz de las llamas arrancaba destellos al cañón del revólver que
llevaba en la mano—. Todos estos años... has estado utilizándome... fingiendo
que yo era mamá... ¡y tú mataste a mi padre!
Tal
vez Alejo vio la intención de disparar en los ojos de Eugenia. Tal vez
simplemente se sorprendió al verla aparecer gritando. Por la razón que fuera,
desvió el rifle y apuntó hacia ella. Peter
volvió a saltar sobre él con un rugido de protesta, sabiendo que no podría
alcanzarlo a tiempo, igual que le había sucedido un momento antes.
Eugenia
cerró los ojos y disparó.
* * *
—El
muy hijo de puta —continuó susurrando Eugenia con voz agotada y sin vida—. El
muy hijo de puta.
Lali
estaba sentada con ella en el interior de un auto patrulla, abrazándola mientras
ella lloraba, dejándola hablar todo lo que quisiera. La portezuela de su lado
había quedado abierta, mientras que la del lado de Eugenia había sido cerrada;
una sutil manera de prevención por parte de los encargados de hacer cumplir la
ley. A Eugenia no parecía importarle que su puerta no tuviera ningún tirador
por dentro. Se encontraba en estado de shock, se estremecía ocasionalmente a
pesar de lo caluroso de la noche añadido al calor del incendio, y el sheriff Riera
la había cubierto cuidadosamente con una manta.
Lali
miraba por la portezuela abierta, con una sensación de entumecimiento. Todo
había sucedido tan deprisa... La casa estaba completamente destrozada,
siniestro total. Alejo la había rociado con gasolina todo alrededor y después
había arrojado una cerilla, con la intención de atraparla en el interior sin
ninguna salida posible. Si conseguía escapar de las llamas, él la estaría
esperando con un rifle. Se habría dado por hecho que había sido asesinada por
quienquiera que hubiera enviado las notas, y como él era inocente de eso, se
sentiría a salvo. Pero Peter había escondido su auto detrás del garaje, y en la
oscuridad Alejo no lo había visto. Cuando Peter salió dando tumbos de la casa
en llamas, el esmerado plan de Alejo quedó hecho pedazos. Lo sorprendió
encontrarse con Peter, a quien él amaba como a un hijo. Lo único que podían
hacer ahora era adivinar lo que Alejo habría hecho al verse enfrentado a aquel
dilema.
El auto
de Lali, que estaba tan cerca de la casa, también era un siniestro total. Al no
tener la llave para encender el motor y apartarlo de allí, Lali había
contemplado cómo le caía encima un trozo de pared y le prendía fuego. El Jaguar
de Peter había sido retirado del garaje y ahora se encontraba a salvo a un lado
de la carretera. Sin embargo, el garaje aún se mantenía en pie. Lali lo observó
fijamente a través del humo. Tal vez pudiera dormir allí, pensó con amargo
humor.
Su
pequeño patio estaba invadido de gente. El sheriff y sus agentes, los bomberos
voluntarios, los doctores de incendios, el forense, los curiosos. Dios sabe qué
estaba haciendo toda aquella gente a aquellas horas de la noche, pero estaba
claro que un número desmesurado de personas habían seguido las luces
intermitentes.
Contempló
la silueta de Peter, recortada contra el incendio ya casi sofocado. Estaba
hablando con el sheriff Riera a pocos metros de donde se encontraba el cadáver
de Alejo cubierto por una manta. No llevaba camisa, el cabello le flotaba sobre
los hombros desnudos, e incluso desde aquella distancia Lali lo oía toser.
Ella
misma sentía la garganta abrasada y el escozor de varias quemaduras en las
manos, los brazos, la espalda y las piernas. Sentía dolor al toser, lo cual no
impedía que sus pulmones tratasen periódicamente de expulsar el humo que habían
tragado, pero en conjunto se sentía afortunada de estar viva y relativamente
indemne.
—Lo
siento —dijo Eugenia de pronto. Tenía la vista fija al frente—. Yo envié las
notas... Sólo quería asustarte para que te fueras jamás habría... Lo siento.
Lali,
atónita, se recostó en el asiento, pero volvió a incorporarse enseguida al
notar el dolor en la espalda. Hizo ademán de ir a decir «no importa», pero
cambió de idea. Sí que importaba. Se había asustado mucho, se sintió
aterrorizada. Sabía que la rondaba un asesino. Eugenia no lo sabía, pero eso no
la eximía de culpa. Ella no había matado al gato, pero eso tampoco constituía
una excusa. De modo que no dijo nada y dejó que Eugenia buscase por sí misma la
absolución.
Vio
que un doctor se acercaba a Peter y trataba de obligarlo a sentarse para
ponerle una mascarilla de oxígeno. Pero Peter se zafó de él con gesto enfadado
y señaló en dirección a Lali.
—Voy
a decírselo —dijo Eugenia todavía con aquella voz carente de toda expresión—. A
Peter y Nicolás. Voy a contarles lo de las notas y el gato. No me detendrán por
haberle disparado a Alejo pero no me merezco salir impune de esto.
Lali
no tuvo tiempo para responder. El doctor trajo su equipo hasta el auto patrulla
y se agachó en cuclillas junto a la portezuela abierta. Le examinó los ojos con
su linterna de bolsillo, que la hizo parpadear. Le tomó el pulso, observó las
quemaduras de las manos y de los brazos e intentó ponerle la mascarilla de
oxígeno. Pero Lali no se dejó.
—Dígale
a ése —dijo señalando a Peter— que me la pondré cuando se la ponga él.
El doctor
se la quedó mirando y a continuación sonrió abiertamente.
—Sí,
señora —dijo, y regresó alegremente con su primer paciente.
Lali
observó cómo le repetía sus palabras a Peter. Éste giró para mirarla furioso.
Ella se encogió de hombros. Molesto y frustrado, agarró la mascarilla y se la
puso sobre la nariz y la boca con gesto de mala gana. Inmediatamente volvió a
empezar a toser.
Como
lo había prometido, Lali tuvo que cumplirlo cuando le tocó el turno a ella. Los
doctores se mostraron de acuerdo en que sus pulmones funcionaban de modo
satisfactorio, lo cual quería decir que la cantidad de humo que había inhalado
no era crítica. Sus quemaduras eran en su mayoría de primer grado, pero en la
espalda tenía una ampolla de segundo grado y quisieron que viera al doctor
Bogarde. Peter se encontraba más o menos igual. Ambos habían sido
extraordinariamente afortunados.
Excepto
por el hecho de que Peter había perdido un amigo y ella se había quedado sin
nada de lo que poseía excepto la bata que llevaba puesta y los zapatos que
calzaba. Además de un garaje abierto, una cortadora de césped y dos rastrillos,
se recordó a sí misma. Tenía asegurada la casa y el auto, pero tardaría tiempo
en reponerlo todo. Su mente cansada empezó a intentar confeccionar una lista de
todas las cosas que tendría que hacer: reponer las tarjetas de crédito,
talonarios de cheques nuevos, comprarse ropa, conseguirse un auto, buscar un
sitio donde vivir, hacer que le enviaran el correo a otra parte...
Cuántas
cosas que hacer, con lo cansada que estaba y lo incapaz que se sentía de llevar
a cabo ni una sola de ellas. Por lo menos no había nada que fuera
irreemplazable, excepto las pocas fotografías que conservaba de Pablo. No había
más recuerdos familiares.
Continuará...
Me encanta esta novela...y que bien que a Lali nole paso nada...yocreia que si estaba herida...
ResponderEliminarX fin Euge reconoce parte d sus errores.K orgullosos los dos ,primero se tiene k poner la mascarilla el otro.Peter sabe k contra ella ,el pierde,y se la pone.
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