jueves, 26 de julio de 2012

"Cuñados" Capítulo 5









Tercer capítulo de hoy! vamos, vamos con las firmas!!
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De pie, en el improvisado muelle de madera, Lali contemplaba a Peter, que hábilmente manejaba la grúa para desembarcar el último cargamento.
Josep Chambers, el hombre a cargo del equipo arqueológico, cotejaba los artículos con una lista.
—Parece que todo está en orden, Lali. Llegaste justo a tiempo; ya estábamos preocupados. Se nos había terminado nuestra última caja de provisiones —sacó un sobre del bolsillo de su camisa—. Esta es la lista de provisiones que necesitaremos al final de septiembre.
—Muy bien, señor Chambers —sonrió con alegría.
—¿Quien es el nuevo marinero de cubierta? —preguntó Josep, moviendo la cabeza hacia Peter.
—Un sustituto temporal —contestó con voz alta.
—Supongo que Jaime está ocupado en su pasatiempo acostumbrado de perseguir a las jovencitas. Ojalá yo tuviera dieciocho años.
El inoportuno comentario ocasionó que Peter se quedara rígido.
Terminó de amarrar la grúa y consultó su reloj.
—En una hora podemos llegar a Buenos Aires —gruñó él—. Suelte las cuerdas y yo pondré en marcha el motor.
—Este barco todavía me pertenece —le advirtió, seca—. No acepto órdenes suyas. Mañana iremos rumbo al sur. Buenos Aires está en la otra dirección.
—Necesito comprar algo de ropa —explicó él, incisivo—. Sólo cuento con la que traigo puesta.
—No es culpa mía —replicó—. Debió pensar en eso antes de tomar la decisión de entrar en… —terminó la frase con un chillido porque él la sujetó para llevarla al muelle con brusquedad.
—Haga lo que quiera —gruñó él—. Puede quedarse aquí esta noche. Regresaré mañana a recogerla.
Le dio la espalda para entrar en el compartimento del motor y ella lo observó iracunda.
—Puede pasar la noche con sus amigos arqueólogos —Peter asomó un momento la cabeza—. Estoy seguro de que le dejarán una tienda de campaña.
Cualquier cosa sería mejor que pasar la noche cerca de él, pero la camioneta conducida por Josep Chambers ya se había ido al lugar de las excavaciones, más o menos a ocho kilómetros. De todos modos, ¿por qué tendría que ser ella la que se fuera?
Subió al barco, con aire desafiante, dispuesta a enfrentarse a él. Ojalá pudiera convertirse en hombre por cinco minutos para darle a Peter Lanzani una lección que jamás olvidaría.
—¿De modo que cambió de opinión? —Peter salió del compartimento, después de poner en marcha el motor—. Magnífico. Vaya a desamarrar la cuerda de la popa.
—Desamárrela usted —le lanzó la pulla—. Voy a bajar.
En la intimidad de su camarote se sentó en el borde de su litera. ¡Dios, qué lío! ¿Cómo era posible que su vida se hubiera complicado de esa manera, en tan poco tiempo? Si no fuera por el cretino que estaba arriba, esa noche habría sido igual que las demás. Estaría preparando la cena mientras Jaime se ocupaba del mantenimiento de rutina. Cenarían en cubierta y después ella fregaría los platos. Más tarde se pondrían a jugar a las cartas compartiendo una botella de vino para recordar a su padre y los buenos tiempos que pasaron juntos. Por lo general. Jaime se acostaba antes que ella. En una noche cálida como ésa, dormiría en la cubierta de proa y ella se sentaría afuera de la caseta del timón para contemplar las estrellas un rato antes de acostarse.
Habían llevado una vida sana, feliz y sencilla, y no les había importado saber que nunca serían ricos. Algún día Jaime se casaría… o quizás ella se enamoraría de alguien, pero ninguno de los dos se preocupaba y, al igual que su padre, habían dejado su futuro en manos del destino.
Pero ahora, su destino se había convertido en un callejón sin salida.
Aún no habían tomado ninguna decisión con respecto al ultimátum de Peter, pero de algo estaba segura… no permitiría que la familia Lanzani llevara a cabo su amenaza contra su hermano. El simple hecho de pensarlo era horrible.
Comprendió con amargura que no le quedaba otro remedio que aceptar las condiciones de Peter, lo cual significaría humillación y absoluta degradación. ¿Pero qué era todo eso comparado con la amenaza contra Jaime?
Quedarse embarazada y tener un hijo no deseado era una perspectiva que la desalentaba, pero, ¿cómo evitarlo? Y cuando tuviera a ese hijo, ¿qué pasaría? Su deber sería mantenerlo, cuidarlo, ¿y cómo hacerlo y seguir con su vida despreocupada, nómada? El Miranda no era lugar adecuado para criar a un niño.
En cuanto a Jaime, tendría que hacerse cargo de la muchacha y de su hijo. Su vida estaría completa y ya no tendría tiempo para ella, a pesar de ser el culpable de toda esa situación.
Y Peter Lanzani era un sádico. «Ojo por ojo», le había dicho, pero estaba equivocado. Existía una gran diferencia. Jaime aparentemente había seducido a una muchacha de la familia Lanzani… o tal vez había sido al revés… pero desde luego no la había violado como Peter intentaba hacerlo con ella. Aunque tratara de negarlo y de cambiar las palabras, el chantaje moral que estaba usando era violencia en un nivel más refinado.
Cuando más pensaba en ello, sus problemas parecían más sombríos y sin solución; no obstante, después de media hora se dio por vencida y subió a cubierta para calmarse.
El rostro de su acompañante era una máscara de luz y sombra mientras la miraba desde la cámara del timón. Le volvió la espalda con desdén y miró hacia el frente. La luz de las estrellas iluminaba el mar y pudo ver las luces de Buenos Aires.
El Miranda parecía moverse más rápido que de costumbre y Lali frunció las cejas. Eso significaba que el acelerador estaba abierto a toda su capacidad, aumentando el desgaste del motor y el consumo de combustible, pero desde luego, ese hombre no se preocuparía por algo tan insignificante.
Pronto oyó los sonidos provenientes de la playa… las bocinas de los taxis y la música de una discoteca. Durante la época de turismo no tenía tiempo de visitar las ciudades de mayor tamaño.
El corazón le dio un vuelco cuando Peter entró al concurrido puerto a toda velocidad; se dirigió hacia un hueco vacío en el muelle, movió el timón y acomodó el barco en su lugar. Ella soltó el aire en un suspiro de alivio. ¡Maldición! Lo había hecho con el propósito de asustarla o de impresionarla.
Con los brazos cruzados, dejó que él se encargara de amarrar el barco. Una vez que su acompañante desembarcara, ella bajaría a cenar y después entraría en su camarote para dormir.
Pero los planes de Peter eran diferentes. La sujetó de la cintura y casi la levantó en brazos para subirla al muelle.
—Suélteme —espetó al tiempo que lo empujaba—. No voy a ir con usted a ningún lado.
—No te queda otro remedio, Lali —sus ojos brillaron de forma peligrosa por un instante—. Si te dejo sola tomarás una decisión absurda, por ejemplo: zarpar sin mí. Desde luego tarde o temprano te alcanzaría, pero mientras tanto, sentiría que tu desafortunado hermano… —levantó los hombros sin concluir la frase.

Continuará...

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