Tercer capítulo de hoy! vamos, vamos con las firmas!!
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De pie, en el improvisado
muelle de madera, Lali contemplaba a Peter, que hábilmente manejaba la grúa
para desembarcar el último cargamento.
Josep Chambers, el
hombre a cargo del equipo arqueológico, cotejaba los artículos con una lista.
—Parece que todo está en
orden, Lali. Llegaste justo a tiempo; ya estábamos preocupados. Se nos había
terminado nuestra última caja de provisiones —sacó un sobre del bolsillo de su
camisa—. Esta es la lista de provisiones que necesitaremos al final de
septiembre.
—Muy bien, señor
Chambers —sonrió con alegría.
—¿Quien es el nuevo
marinero de cubierta? —preguntó Josep, moviendo la cabeza hacia Peter.
—Un sustituto temporal
—contestó con voz alta.
—Supongo que Jaime está
ocupado en su pasatiempo acostumbrado de perseguir a las jovencitas. Ojalá yo
tuviera dieciocho años.
El inoportuno comentario
ocasionó que Peter se quedara rígido.
Terminó de amarrar la
grúa y consultó su reloj.
—En una hora podemos
llegar a Buenos Aires —gruñó él—. Suelte las cuerdas y yo pondré en marcha el
motor.
—Este barco todavía me
pertenece —le advirtió, seca—. No acepto órdenes suyas. Mañana iremos rumbo al
sur. Buenos Aires está en la otra dirección.
—Necesito comprar algo
de ropa —explicó él, incisivo—. Sólo cuento con la que traigo puesta.
—No es culpa mía
—replicó—. Debió pensar en eso antes de tomar la decisión de entrar en…
—terminó la frase con un chillido porque él la sujetó para llevarla al muelle
con brusquedad.
—Haga lo que quiera
—gruñó él—. Puede quedarse aquí esta noche. Regresaré mañana a recogerla.
Le dio la espalda para
entrar en el compartimento del motor y ella lo observó iracunda.
—Puede pasar la noche
con sus amigos arqueólogos —Peter asomó un momento la cabeza—. Estoy seguro de
que le dejarán una tienda de campaña.
Cualquier cosa sería
mejor que pasar la noche cerca de él, pero la camioneta conducida por Josep
Chambers ya se había ido al lugar de las excavaciones, más o menos a ocho
kilómetros. De todos modos, ¿por qué tendría que ser ella la que se fuera?
Subió al barco, con aire
desafiante, dispuesta a enfrentarse a él. Ojalá pudiera convertirse en hombre
por cinco minutos para darle a Peter Lanzani una lección que jamás olvidaría.
—¿De modo que cambió de
opinión? —Peter salió del compartimento, después de poner en marcha el motor—.
Magnífico. Vaya a desamarrar la cuerda de la popa.
—Desamárrela usted —le
lanzó la pulla—. Voy a bajar.
En la intimidad de su
camarote se sentó en el borde de su litera. ¡Dios, qué lío! ¿Cómo era posible
que su vida se hubiera complicado de esa manera, en tan poco tiempo? Si no fuera
por el cretino que estaba arriba, esa noche habría sido igual que las demás.
Estaría preparando la cena mientras Jaime se ocupaba del mantenimiento de rutina.
Cenarían en cubierta y después ella fregaría los platos. Más tarde se pondrían
a jugar a las cartas compartiendo una botella de vino para recordar a su padre
y los buenos tiempos que pasaron juntos. Por lo general. Jaime se acostaba antes
que ella. En una noche cálida como ésa, dormiría en la cubierta de proa y ella
se sentaría afuera de la caseta del timón para contemplar las estrellas un rato
antes de acostarse.
Habían llevado una vida
sana, feliz y sencilla, y no les había importado saber que nunca serían ricos.
Algún día Jaime se casaría… o quizás ella se enamoraría de alguien, pero
ninguno de los dos se preocupaba y, al igual que su padre, habían dejado su
futuro en manos del destino.
Pero ahora, su destino
se había convertido en un callejón sin salida.
Aún no habían tomado
ninguna decisión con respecto al ultimátum de Peter, pero de algo estaba segura…
no permitiría que la familia Lanzani llevara a cabo su amenaza contra su
hermano. El simple hecho de pensarlo era horrible.
Comprendió con amargura
que no le quedaba otro remedio que aceptar las condiciones de Peter, lo cual
significaría humillación y absoluta degradación. ¿Pero qué era todo eso
comparado con la amenaza contra Jaime?
Quedarse embarazada y
tener un hijo no deseado era una perspectiva que la desalentaba, pero, ¿cómo
evitarlo? Y cuando tuviera a ese hijo, ¿qué pasaría? Su deber sería mantenerlo,
cuidarlo, ¿y cómo hacerlo y seguir con su vida despreocupada, nómada? El
Miranda no era lugar adecuado para criar a un niño.
En cuanto a Jaime,
tendría que hacerse cargo de la muchacha y de su hijo. Su vida estaría completa
y ya no tendría tiempo para ella, a pesar de ser el culpable de toda esa
situación.
Y Peter Lanzani era un
sádico. «Ojo por ojo», le había dicho, pero estaba equivocado. Existía una gran
diferencia. Jaime aparentemente había seducido a una muchacha de la familia Lanzani…
o tal vez había sido al revés… pero desde luego no la había violado como Peter
intentaba hacerlo con ella. Aunque tratara de negarlo y de cambiar las
palabras, el chantaje moral que estaba usando era violencia en un nivel más refinado.
Cuando más pensaba en ello,
sus problemas parecían más sombríos y sin solución; no obstante, después de
media hora se dio por vencida y subió a cubierta para calmarse.
El rostro de su
acompañante era una máscara de luz y sombra mientras la miraba desde la cámara
del timón. Le volvió la espalda con desdén y miró hacia el frente. La luz de
las estrellas iluminaba el mar y pudo ver las luces de Buenos Aires.
El Miranda parecía
moverse más rápido que de costumbre y Lali frunció las cejas. Eso significaba
que el acelerador estaba abierto a toda su capacidad, aumentando el desgaste
del motor y el consumo de combustible, pero desde luego, ese hombre no se preocuparía
por algo tan insignificante.
Pronto oyó los sonidos
provenientes de la playa… las bocinas de los taxis y la música de una
discoteca. Durante la época de turismo no tenía tiempo de visitar las ciudades
de mayor tamaño.
El corazón le dio un
vuelco cuando Peter entró al concurrido puerto a toda velocidad; se dirigió
hacia un hueco vacío en el muelle, movió el timón y acomodó el barco en su
lugar. Ella soltó el aire en un suspiro de alivio. ¡Maldición! Lo había hecho
con el propósito de asustarla o de impresionarla.
Con los brazos cruzados,
dejó que él se encargara de amarrar el barco. Una vez que su acompañante
desembarcara, ella bajaría a cenar y después entraría en su camarote para
dormir.
Pero los planes de Peter
eran diferentes. La sujetó de la cintura y casi la levantó en brazos para
subirla al muelle.
—Suélteme —espetó al
tiempo que lo empujaba—. No voy a ir con usted a ningún lado.
—No te queda otro
remedio, Lali —sus ojos brillaron de forma peligrosa por un instante—. Si te
dejo sola tomarás una decisión absurda, por ejemplo: zarpar sin mí. Desde luego
tarde o temprano te alcanzaría, pero mientras tanto, sentiría que tu desafortunado
hermano… —levantó los hombros sin concluir la frase.
Continuará...
más!!
ResponderEliminarPeter utiliza todas las situaciones con amenazas.
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