Hola! como están? yo recomponiendome de un viaje de seis horas! :/ pero vale la pena jajajaj Veo que les gustó el capítulo anterior :) Y quédense tranquilas, habrá harto Laliter de aquí en adelante...jiji
Un beso y disfruten del capítulo!
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Era
casi el anochecer la siguiente vez que Peter se despertó, y se pasó la mano por
la cara con un gruñido.
—Estoy
muerto de hambre —anunció con la voz ronca—. Tengo que llamar a casa para decir
dónde estoy.
Lali
rodó de espaldas y se estiró con cuidado. Aunque había pasado en la cama la
mayor parte del día, estaba tan cansada como si no hubiera dormido en toda la
noche. Estar en la cama con Peter Lanzani no era ningún descanso; era muy
divertido, era maravillosamente excitante, pero de descansado, nada.
Ahora
que él lo mencionaba, cayó en la cuenta del hambre que tenía. A ninguno de los
dos se le había ocurrido la idea de almorzar, y ya hacía muchas horas desde el
desayuno. Lo que necesitaba en aquel momento era comida.
Peter
se sentó en el borde de la cama, ofreciendo a Lali una vista maravillosa de sus
nalgas.
Ella
extendió una mano y se las acarició mientras él levantaba el teléfono y le
dedicaba una ancha sonrisa por encima del hombro.
—Tienes
total libertad —la invitó mientras marcaba el número de su casa.
Su
espalda era otra maravilla, igual que su torso, pensó Lali soñadora. Estaba
constituida por músculos compactos, dividida por la profunda hendidura de la
columna vertebral, y descendía formando una cuña desde los anchos hombros hasta
la firme cintura.
—Hola
—dijo él al aparato—. Dile a Delfina que no voy a ir a cenar a casa.
Lali
oyó un murmullo ininteligible, alguien que le preguntaba dónde se encontraba,
porque él repuso tranquilamente:
—Estoy
en casa de Lali.
La
voz siguió siendo ininteligible, pero se notaba bastante más agitada. Lali
observó cómo se le tensaban los músculos de la espalda y de inmediato se sintió
incómoda, como si estuviera escuchando una conversación ajena. Tenía que irse a
otro sitio, pensó confusa; no podía soportar que él diera una excusa para
explicar su presencia allí. Se incorporó y sacó los pies de la cama, haciendo
un gesto de dolor al experimentar una inesperada rigidez en la espalda y en las
piernas.
—Euge
—dijo Peter con paciencia, y suspiró—. Tenemos que hablar. Mañana por la mañana
estaré en casa... No, no puede ser antes. Por la mañana. Si surge algo
importante, llámame aquí.
Lali
se puso de pie despacio, enderezándose con dificultad. Todos y cada uno de los
músculos de su cuerpo parecían protestar. Sentía las piernas ridículamente
débiles, y le temblaban los muslos. Estaba
desesperada por salir de la habitación, pero su cuerpo no colaboraba. Dio un
paso inseguro, haciendo una mueca de dolor, y luego otro.
—Te
digo que ya hablaremos mañana. —El tono de Peter era de firmeza. Se giró para
mirar a Lali, y a punto estaba de desviar la mirada de nuevo cuando su atención
se quedó clavada en ella igual que un rayo láser—. Adiós —le dijo a Eugenia en
tono ausente y colgó interrumpiéndola en medio de una protesta. Acto seguido se
levantó y rodeó la cama para acudir en ayuda de Lali.
—Pobrecita
—la arrulló—. ¿Tienes los músculos doloridos? . — Ella le dirigió una mirada
furiosa. —Conozco perfectamente el remedio —prometió Peter cogiendo la sábana
encima de la cama y sacudiéndola.
—Yo
también. Una ducha caliente.
—Eso,
después. —Enrolló la sábana alrededor de Lali y la tomó en brazos—. Tú quédate
quieta y disfruta.
—¿Que
disfrute de qué?
—De
estar quieta. ¿De qué, si no? —replicó él exasperante, pero Lali ni siquiera
pudo golpearlo porque tenía los brazos aprisionados por la sábana.
Enseguida
lo averiguó. Peter la llevó a la cocina y la depositó con cuidado sobre la
mesa, después desenrolló la sábana para extenderla debajo de ella.
—Se
me ocurrió una idea fantástica con esta mesa tan grande la primera vez que la
vi —dijo con algo más que satisfacción.
Lali,
atónita, dijo:
—¿Qué
estás haciendo? —Llevaba horas desnuda en sus brazos, pero por alguna razón
estar tendida desnuda en la mesa de su cocina la hacía sentirse
insoportablemente desprotegida, como si se tratase de un sacrificio humano
sobre un altar de piedra.
—Masajes
—dijo Peter—. No te muevas.
Salió
de la habitación dejándola allí tumbada. La dura superficie resultaba incómoda,
pero la promesa de un masaje la hizo quedarse donde estaba. Peter regresó a la
cocina con un frasco de aceite para bebés y un paño.
—Ponte
boca abajo —le ordenó. Abrió el agua caliente del fregadero y la dejó correr
hasta que empezó a elevarse el vapor, y a continuación llenó un recipiente y
volcó en él el frasco de aceite.
Lali
obedeció con movimientos rígidos. Peter no había encendido ninguna luz, por lo
que la cocina estaba sumida en sombras profundas, pues acababa de anochecer. El
aire acondicionado estaba conectado, y aunque en el dormitorio había estado
perfectamente cómoda, el frío de la mesa traspasaba la sábana y la estaba
dejando helada. Tuvo un escalofrío, y deseó que Peter se diera prisa.
—Cierra
los ojos y relájate —dijo él en voz queda—. Duérmete, si quieres.
Sus
músculos doloridos se fueron acoplando a la dureza de la mesa y le permitieron
relajarse un poco. Cerró los ojos y se concentró en los sonidos de lo que
estaba haciendo Peter. Oyó un chapoteo de agua y suspiró con placer esperando
sentir el tacto del aceite templado en la piel.
La voz
de Peter sonaba grave y calmante, poco más que un murmullo.
—Voy
a lavarte para que estés más cómoda —le dijo justo antes de que Lali sintiera
el contacto de un paño húmedo y muy caliente entre las piernas. Aquella
sensación de calor resultó maravillosa para su carne inflamada y dolorida. Peter
actuaba con una suavidad increíble, pero al mismo tiempo era concienzudo a la
hora de lavar toda huella de su anterior acto amoroso. Retiró el paño, y Lali
oyó correr el agua de nuevo—. Esta vez va a ser frío —avisó, y seguidamente
presionó el paño húmedo y frío entre las piernas de ella. Repitió la operación
varias veces, calmando el dolor. Después pasó a usar el aceite.
Comenzó
por los hombros hundiendo sus poderosos dedos en los músculos. Lali se puso
tensa automáticamente ofreciendo resistencia, y luego se relajó al notar que la
fuerza y la tensión parecían abandonar su cuerpo. El aceite caliente hacía que
las manos de Peter resbalasen sobre su piel dejándola brillante y fragante.
Trabajó cada brazo, incluso masajeando las manos y los espacios entre los
dedos. Y allí donde tocaba iba dejando los tendones relajados, los músculos
inertes y un contento total. Lali ronroneó de placer cuando Peter volvió a
trabajarle la espalda, comenzando por la cintura y subiendo poco a poco las
manos en movimientos amplios y firmes que comprimían la caja torácica y
arrancaban un gemido en voz alta a cada caricia. Fue repasando sin descanso
cada músculo en tensión y lo masajeaba hasta que quedaba dócil bajo sus manos.
A
continuación les tocó el turno a las piernas. Trabajó los músculos endurecidos,
las pantorrillas, los tendones de Aquiles, las plantas de los pies. Hizo girar
los tobillos adelante y atrás, apretando con los pulgares en el empeine, y Lali
experimentó un sorprendente deseo sexual que la hizo flexionar los dedos.
—¡Oh!
—dijo involuntariamente.
—Te
gusta, ¿eh? —preguntó Peter en un tono suave y amortiguado por la creciente
oscuridad de la habitación. Repitió el movimiento, y Lali reaccionó con un
gemido.
Peter
subió de nuevo por las piernas, separándolas y masajeando los tendones
doloridos e inflamados de la cara interior de los muslos. Esta vez Lali gimió
de dolor y se agarró a los bordes de la mesa. Él murmuró unas palabras para
tranquilizarla y centró la atención en los glúteos. Ella volvió a relajarse y
cerró los ojos. Ahora sentía un agradable calor, y no sólo a causa del aceite;
las manos acariciantes de Peter estaban surtiendo otro efecto totalmente
distinto. Iba naciendo lentamente el deseo, calentándole la sangre, sin ninguna
urgencia.
—Ahora
túmbate de espaldas —le dijo Peter, y la ayudó a darse la vuelta. Observó con
interés los pezones erguidos y sonrió.
Sus
manos grandes y aceitosas cubrieron suavemente los senos, extendiendo el aceite
sobre la piel del pezón magullada por su vigoroso succionar y por el roce de su
barba sin afeitar.
—Tienes
la piel delicada como la de un bebé —comentó—. Tendré que afeitarme dos veces
al día.
Lali
no contestó, demasiado absorta en lo que él le estaba haciendo.
Para
cuando terminó con el estómago y los muslos, Lali ya se encontraba en un estado
de doloroso anhelo, con el cuerpo arqueado bajo las manos de Peter. La cocina
estaba ya completamente a oscuras, las sombras lavanda del crepúsculo habían
dado paso a la noche. Hizo una pausa para encender la luz del fregadero, que
los aisló a ambos en un leve resplandor.
Los
músculos doloridos de las caras internas de los muslos recibieron mayor
atención, y esa vez Peter no cesó hasta que los gemidos de Lali se
transformaron en ronroneos. Sus dedos untados de aceite se deslizaron más hacia
arriba, acariciando y explorando, y Lali se estremeció de placer.
—Peter.
—Su voz sonó densa, turbia por el deseo. Extendió los brazos hacia él—: Por
favor.
—No,
nena, estás demasiado dolorida para otra sesión más —susurró Peter—. Yo me
ocuparé de ti.
La
arrastró hacia el borde de la mesa, con sábana y todo, haciendo resbalar
suavemente la tela sobre la lisa superficie.
—¿
Qué... —empezó Lali, pero enseguida volvió a dejarse caer hacia atrás al tiempo
que él le acomodaba los muslos sobre sus hombros.
Peter
separó suavemente los pliegues de carne inflamada de entre las piernas, y Lali
sintió su aliento cálido sobre ellos. Apenas tuvo tiempo para contener la
respiración antes de que él introdujera la lengua en aquella sensible carne
causándole un fogonazo de sensaciones que la hizo gritar. Fue muy tierno, y muy
concienzudo, y en cuestión de minutos la redujo a un éxtasis de temblores y
gritos.
Después
la llevó al cuarto de baño. Ella permaneció de pie, soñolienta, bajo la ducha
con él, rodeándole la cintura con los brazos y la cabeza apoyada en su pecho.
Había desaparecido buena parte de la inflamación y el dolor, pero ahora sentía
los músculos como si fueran de gelatina.
Cuando
empezó a correr el agua caliente, Peter separó la mejilla que tenía apoyada en
su cabeza.
—¿Comemos?
—murmuró.
Lali
se soltó de él de mala gana y cerró el agua de la ducha. Se escurrió el pelo
mojado de la cara y lo miró con los ojos salpicados de gotas de agua en las
pestañas, semejantes a diamantes. Parecía fuerte y despiadado, pero era muy
humano, con sus deseos, miedos y rarezas, y ella lo amó todavía más
profundamente por aquellas peculiaridades. Pero, sólo por espacio de unos
instantes, Lali hubiera deseado que fuera más impenetrable, porque no podía
aplazar mucho más lo que tenía que decirle de su padre.
Lo
menos que podía hacer era darle de comer primero.
Peter
devoró dos sándwiches de jamón con tomate y luego se recreó un poco más en el
tercero mientras Lali daba cuenta de uno. Después hicieron otra vez la cama con
sábanas limpias, y Peter se dejó caer en ella con un suspiro de agotamiento. La
envergadura de sus brazos y piernas extendidos ocupaba la mayor parte de la
cama, pero Lali trepó hasta uno de los huecos y se acurrucó con la cabeza
todavía húmeda en el lugar acostumbrado junto a su hombro. Lo rodeó con sus
brazos y se apretó a él con fuerza como si pudiera protegerlo del dolor.
—Tengo
que decirte una cosa —dijo en voz baja.
Continuará...
Chicas 5 firmas y otro! :)
HAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAY NO PARA MIQ UE LE DICE LO DE GIME OJALA QUE SEA ASI MAS NOVELAAAAAAAAAAAA
ResponderEliminarAww como la mimó y logró hacerla sentir mejor! Ahora espero q lo se viene no sea tan malo, q por el contrario los haga unirse para que entre ambos descubran toda la verdad.
ResponderEliminarCuantos mimos.lali no puede escoger otro momento para hablarle d Nicolás?,nena ,cállate ,k ya tendrás más oportunidades,y ahora solo vas a estropear todo el maravilloso día k estáis pasando.,
ResponderEliminarBuenísimo k Peter le hablara d esa manera x fin a Euge.
ResponderEliminarComo Peter no la calle,y ella le cuente ,me da miedo pensar ,lo k pueda llegar a pasar.
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