sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo 52












Hola! como están? yo recomponiendome de un viaje de seis horas! :/ pero vale la pena jajajaj Veo que les gustó el capítulo anterior :) Y quédense tranquilas, habrá harto Laliter de aquí en adelante...jiji
Un beso y disfruten del capítulo!
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Era casi el anochecer la siguiente vez que Peter se despertó, y se pasó la mano por la cara con un gruñido.

—Estoy muerto de hambre —anunció con la voz ronca—. Tengo que llamar a casa para decir dónde estoy.

Lali rodó de espaldas y se estiró con cuidado. Aunque había pasado en la cama la mayor parte del día, estaba tan cansada como si no hubiera dormido en toda la noche. Estar en la cama con Peter Lanzani no era ningún descanso; era muy divertido, era maravillosamente excitante, pero de descansado, nada.

Ahora que él lo mencionaba, cayó en la cuenta del hambre que tenía. A ninguno de los dos se le había ocurrido la idea de almorzar, y ya hacía muchas horas desde el desayuno. Lo que necesitaba en aquel momento era comida.
Peter se sentó en el borde de la cama, ofreciendo a Lali una vista maravillosa de sus nalgas.
Ella extendió una mano y se las acarició mientras él levantaba el teléfono y le dedicaba una ancha sonrisa por encima del hombro.

—Tienes total libertad —la invitó mientras marcaba el número de su casa.
Su espalda era otra maravilla, igual que su torso, pensó Lali soñadora. Estaba constituida por músculos compactos, dividida por la profunda hendidura de la columna vertebral, y descendía formando una cuña desde los anchos hombros hasta la firme cintura.

—Hola —dijo él al aparato—. Dile a Delfina que no voy a ir a cenar a casa.

Lali oyó un murmullo ininteligible, alguien que le preguntaba dónde se encontraba, porque él repuso tranquilamente:
—Estoy en casa de Lali.
La voz siguió siendo ininteligible, pero se notaba bastante más agitada. Lali observó cómo se le tensaban los músculos de la espalda y de inmediato se sintió incómoda, como si estuviera escuchando una conversación ajena. Tenía que irse a otro sitio, pensó confusa; no podía soportar que él diera una excusa para explicar su presencia allí. Se incorporó y sacó los pies de la cama, haciendo un gesto de dolor al experimentar una inesperada rigidez en la espalda y en las piernas.

—Euge —dijo Peter con paciencia, y suspiró—. Tenemos que hablar. Mañana por la mañana estaré en casa... No, no puede ser antes. Por la mañana. Si surge algo importante, llámame aquí.

Lali se puso de pie despacio, enderezándose con dificultad. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo parecían protestar. Sentía las piernas ridículamente débiles, y le temblaban los muslos.  Estaba desesperada por salir de la habitación, pero su cuerpo no colaboraba. Dio un paso inseguro, haciendo una mueca de dolor, y luego otro.

—Te digo que ya hablaremos mañana. —El tono de Peter era de firmeza. Se giró para mirar a Lali, y a punto estaba de desviar la mirada de nuevo cuando su atención se quedó clavada en ella igual que un rayo láser—. Adiós —le dijo a Eugenia en tono ausente y colgó interrumpiéndola en medio de una protesta. Acto seguido se levantó y rodeó la cama para acudir en ayuda de Lali.

—Pobrecita —la arrulló—. ¿Tienes los músculos doloridos? . — Ella le dirigió una mirada furiosa. —Conozco perfectamente el remedio —prometió Peter cogiendo la sábana encima de la cama y sacudiéndola.

—Yo también. Una ducha caliente.

—Eso, después. —Enrolló la sábana alrededor de Lali y la tomó en brazos—. Tú quédate quieta y disfruta.

—¿Que disfrute de qué?

—De estar quieta. ¿De qué, si no? —replicó él exasperante, pero Lali ni siquiera pudo golpearlo porque tenía los brazos aprisionados por la sábana.
Enseguida lo averiguó. Peter la llevó a la cocina y la depositó con cuidado sobre la mesa, después desenrolló la sábana para extenderla debajo de ella.

—Se me ocurrió una idea fantástica con esta mesa tan grande la primera vez que la vi —dijo con algo más que satisfacción.

Lali, atónita, dijo:
—¿Qué estás haciendo? —Llevaba horas desnuda en sus brazos, pero por alguna razón estar tendida desnuda en la mesa de su cocina la hacía sentirse insoportablemente desprotegida, como si se tratase de un sacrificio humano sobre un altar de piedra.

—Masajes —dijo Peter—. No te muevas.

Salió de la habitación dejándola allí tumbada. La dura superficie resultaba incómoda, pero la promesa de un masaje la hizo quedarse donde estaba. Peter regresó a la cocina con un frasco de aceite para bebés y un paño.

—Ponte boca abajo —le ordenó. Abrió el agua caliente del fregadero y la dejó correr hasta que empezó a elevarse el vapor, y a continuación llenó un recipiente y volcó en él el frasco de aceite.

Lali obedeció con movimientos rígidos. Peter no había encendido ninguna luz, por lo que la cocina estaba sumida en sombras profundas, pues acababa de anochecer. El aire acondicionado estaba conectado, y aunque en el dormitorio había estado perfectamente cómoda, el frío de la mesa traspasaba la sábana y la estaba dejando helada. Tuvo un escalofrío, y deseó que Peter se diera prisa.

—Cierra los ojos y relájate —dijo él en voz queda—. Duérmete, si quieres.
Sus músculos doloridos se fueron acoplando a la dureza de la mesa y le permitieron relajarse un poco. Cerró los ojos y se concentró en los sonidos de lo que estaba haciendo Peter. Oyó un chapoteo de agua y suspiró con placer esperando sentir el tacto del aceite templado en la piel.
La voz de Peter sonaba grave y calmante, poco más que un murmullo.

—Voy a lavarte para que estés más cómoda —le dijo justo antes de que Lali sintiera el contacto de un paño húmedo y muy caliente entre las piernas. Aquella sensación de calor resultó maravillosa para su carne inflamada y dolorida. Peter actuaba con una suavidad increíble, pero al mismo tiempo era concienzudo a la hora de lavar toda huella de su anterior acto amoroso. Retiró el paño, y Lali oyó correr el agua de nuevo—. Esta vez va a ser frío —avisó, y seguidamente presionó el paño húmedo y frío entre las piernas de ella. Repitió la operación varias veces, calmando el dolor. Después pasó a usar el aceite.

Comenzó por los hombros hundiendo sus poderosos dedos en los músculos. Lali se puso tensa automáticamente ofreciendo resistencia, y luego se relajó al notar que la fuerza y la tensión parecían abandonar su cuerpo. El aceite caliente hacía que las manos de Peter resbalasen sobre su piel dejándola brillante y fragante. Trabajó cada brazo, incluso masajeando las manos y los espacios entre los dedos. Y allí donde tocaba iba dejando los tendones relajados, los músculos inertes y un contento total. Lali ronroneó de placer cuando Peter volvió a trabajarle la espalda, comenzando por la cintura y subiendo poco a poco las manos en movimientos amplios y firmes que comprimían la caja torácica y arrancaban un gemido en voz alta a cada caricia. Fue repasando sin descanso cada músculo en tensión y lo masajeaba hasta que quedaba dócil bajo sus manos.

A continuación les tocó el turno a las piernas. Trabajó los músculos endurecidos, las pantorrillas, los tendones de Aquiles, las plantas de los pies. Hizo girar los tobillos adelante y atrás, apretando con los pulgares en el empeine, y Lali experimentó un sorprendente deseo sexual que la hizo flexionar los dedos.

—¡Oh! —dijo involuntariamente.

—Te gusta, ¿eh? —preguntó Peter en un tono suave y amortiguado por la creciente oscuridad de la habitación. Repitió el movimiento, y Lali reaccionó con un gemido.
Peter subió de nuevo por las piernas, separándolas y masajeando los tendones doloridos e inflamados de la cara interior de los muslos. Esta vez Lali gimió de dolor y se agarró a los bordes de la mesa. Él murmuró unas palabras para tranquilizarla y centró la atención en los glúteos. Ella volvió a relajarse y cerró los ojos. Ahora sentía un agradable calor, y no sólo a causa del aceite; las manos acariciantes de Peter estaban surtiendo otro efecto totalmente distinto. Iba naciendo lentamente el deseo, calentándole la sangre, sin ninguna urgencia.

—Ahora túmbate de espaldas —le dijo Peter, y la ayudó a darse la vuelta. Observó con interés los pezones erguidos y sonrió.
Sus manos grandes y aceitosas cubrieron suavemente los senos, extendiendo el aceite sobre la piel del pezón magullada por su vigoroso succionar y por el roce de su barba sin afeitar.

—Tienes la piel delicada como la de un bebé —comentó—. Tendré que afeitarme dos veces al día.
Lali no contestó, demasiado absorta en lo que él le estaba haciendo.

Para cuando terminó con el estómago y los muslos, Lali ya se encontraba en un estado de doloroso anhelo, con el cuerpo arqueado bajo las manos de Peter. La cocina estaba ya completamente a oscuras, las sombras lavanda del crepúsculo habían dado paso a la noche. Hizo una pausa para encender la luz del fregadero, que los aisló a ambos en un leve resplandor.

Los músculos doloridos de las caras internas de los muslos recibieron mayor atención, y esa vez Peter no cesó hasta que los gemidos de Lali se transformaron en ronroneos. Sus dedos untados de aceite se deslizaron más hacia arriba, acariciando y explorando, y Lali se estremeció de placer.

—Peter. —Su voz sonó densa, turbia por el deseo. Extendió los brazos hacia él—: Por favor.

—No, nena, estás demasiado dolorida para otra sesión más —susurró Peter—. Yo me ocuparé de ti.
La arrastró hacia el borde de la mesa, con sábana y todo, haciendo resbalar suavemente la tela sobre la lisa superficie.

—¿ Qué... —empezó Lali, pero enseguida volvió a dejarse caer hacia atrás al tiempo que él le acomodaba los muslos sobre sus hombros.

Peter separó suavemente los pliegues de carne inflamada de entre las piernas, y Lali sintió su aliento cálido sobre ellos. Apenas tuvo tiempo para contener la respiración antes de que él introdujera la lengua en aquella sensible carne causándole un fogonazo de sensaciones que la hizo gritar. Fue muy tierno, y muy concienzudo, y en cuestión de minutos la redujo a un éxtasis de temblores y gritos.

Después la llevó al cuarto de baño. Ella permaneció de pie, soñolienta, bajo la ducha con él, rodeándole la cintura con los brazos y la cabeza apoyada en su pecho. Había desaparecido buena parte de la inflamación y el dolor, pero ahora sentía los músculos como si fueran de gelatina.
Cuando empezó a correr el agua caliente, Peter separó la mejilla que tenía apoyada en su cabeza.

—¿Comemos? —murmuró.

Lali se soltó de él de mala gana y cerró el agua de la ducha. Se escurrió el pelo mojado de la cara y lo miró con los ojos salpicados de gotas de agua en las pestañas, semejantes a diamantes. Parecía fuerte y despiadado, pero era muy humano, con sus deseos, miedos y rarezas, y ella lo amó todavía más profundamente por aquellas peculiaridades. Pero, sólo por espacio de unos instantes, Lali hubiera deseado que fuera más impenetrable, porque no podía aplazar mucho más lo que tenía que decirle de su padre.
Lo menos que podía hacer era darle de comer primero.


Peter devoró dos sándwiches de jamón con tomate y luego se recreó un poco más en el tercero mientras Lali daba cuenta de uno. Después hicieron otra vez la cama con sábanas limpias, y Peter se dejó caer en ella con un suspiro de agotamiento. La envergadura de sus brazos y piernas extendidos ocupaba la mayor parte de la cama, pero Lali trepó hasta uno de los huecos y se acurrucó con la cabeza todavía húmeda en el lugar acostumbrado junto a su hombro. Lo rodeó con sus brazos y se apretó a él con fuerza como si pudiera protegerlo del dolor.

—Tengo que decirte una cosa —dijo en voz baja.

Continuará...

Chicas 5 firmas y otro! :)



5 comentarios:

  1. HAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAY NO PARA MIQ UE LE DICE LO DE GIME OJALA QUE SEA ASI MAS NOVELAAAAAAAAAAAA

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  2. Aww como la mimó y logró hacerla sentir mejor! Ahora espero q lo se viene no sea tan malo, q por el contrario los haga unirse para que entre ambos descubran toda la verdad.

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  3. Cuantos mimos.lali no puede escoger otro momento para hablarle d Nicolás?,nena ,cállate ,k ya tendrás más oportunidades,y ahora solo vas a estropear todo el maravilloso día k estáis pasando.,

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  4. Buenísimo k Peter le hablara d esa manera x fin a Euge.

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  5. Como Peter no la calle,y ella le cuente ,me da miedo pensar ,lo k pueda llegar a pasar.

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