martes, 17 de julio de 2012

Capítulo 56





Hola! como andan?? a petición del público hoy habrá maratón! no se de cuantos capítulos serán pero prometo que mas de tres jejej Lamento informarles que la nove está llegando a su fin...pero no os desesperéis! 
Espero que les gusten los capítulos de hoy! Besos.
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—¡Hijo de puta!

Aquel chillido no procedía de ninguna parte. Cegado por el intenso resplandor del fuego, Peter no vio nada al principio. Entonces se materializó Eugenia saliendo de la noche, vestida de pies a cabeza con ropas oscuras que impedían verla. La cara de su hermana estaba blanca como la cal y tenía los ojos desorbitados.

—¡Hijo de puta! —gritó Eugenia de nuevo, avanzando hacia Alejo como una Furia del averno. La luz de las llamas arrancaba destellos al cañón del revólver que llevaba en la mano—. Todos estos años... has estado utilizándome... fingiendo que yo era mamá... ¡y tú mataste a mi padre!

Tal vez Alejo vio la intención de disparar en los ojos de Eugenia. Tal vez simplemente se sorprendió al verla aparecer gritando. Por la razón que fuera, desvió el rifle y apuntó hacia ella.  Peter volvió a saltar sobre él con un rugido de protesta, sabiendo que no podría alcanzarlo a tiempo, igual que le había sucedido un momento antes.
Eugenia cerró los ojos y disparó.
  
                             *            *            *

—El muy hijo de puta —continuó susurrando Eugenia con voz agotada y sin vida—. El muy hijo de puta.

Lali estaba sentada con ella en el interior de un auto patrulla, abrazándola mientras ella lloraba, dejándola hablar todo lo que quisiera. La portezuela de su lado había quedado abierta, mientras que la del lado de Eugenia había sido cerrada; una sutil manera de prevención por parte de los encargados de hacer cumplir la ley. A Eugenia no parecía importarle que su puerta no tuviera ningún tirador por dentro. Se encontraba en estado de shock, se estremecía ocasionalmente a pesar de lo caluroso de la noche añadido al calor del incendio, y el sheriff Riera la había cubierto cuidadosamente con una manta.

Lali miraba por la portezuela abierta, con una sensación de entumecimiento. Todo había sucedido tan deprisa... La casa estaba completamente destrozada, siniestro total. Alejo la había rociado con gasolina todo alrededor y después había arrojado una cerilla, con la intención de atraparla en el interior sin ninguna salida posible. Si conseguía escapar de las llamas, él la estaría esperando con un rifle. Se habría dado por hecho que había sido asesinada por quienquiera que hubiera enviado las notas, y como él era inocente de eso, se sentiría a salvo. Pero Peter había escondido su auto detrás del garaje, y en la oscuridad Alejo no lo había visto. Cuando Peter salió dando tumbos de la casa en llamas, el esmerado plan de Alejo quedó hecho pedazos. Lo sorprendió encontrarse con Peter, a quien él amaba como a un hijo. Lo único que podían hacer ahora era adivinar lo que Alejo habría hecho al verse enfrentado a aquel dilema.

El auto de Lali, que estaba tan cerca de la casa, también era un siniestro total. Al no tener la llave para encender el motor y apartarlo de allí, Lali había contemplado cómo le caía encima un trozo de pared y le prendía fuego. El Jaguar de Peter había sido retirado del garaje y ahora se encontraba a salvo a un lado de la carretera. Sin embargo, el garaje aún se mantenía en pie. Lali lo observó fijamente a través del humo. Tal vez pudiera dormir allí, pensó con amargo humor.

Su pequeño patio estaba invadido de gente. El sheriff y sus agentes, los bomberos voluntarios, los doctores de incendios, el forense, los curiosos. Dios sabe qué estaba haciendo toda aquella gente a aquellas horas de la noche, pero estaba claro que un número desmesurado de personas habían seguido las luces intermitentes.

Contempló la silueta de Peter, recortada contra el incendio ya casi sofocado. Estaba hablando con el sheriff Riera a pocos metros de donde se encontraba el cadáver de Alejo cubierto por una manta. No llevaba camisa, el cabello le flotaba sobre los hombros desnudos, e incluso desde aquella distancia Lali lo oía toser.

Ella misma sentía la garganta abrasada y el escozor de varias quemaduras en las manos, los brazos, la espalda y las piernas. Sentía dolor al toser, lo cual no impedía que sus pulmones tratasen periódicamente de expulsar el humo que habían tragado, pero en conjunto se sentía afortunada de estar viva y relativamente indemne.

—Lo siento —dijo Eugenia de pronto. Tenía la vista fija al frente—. Yo envié las notas... Sólo quería asustarte para que te fueras jamás habría... Lo siento.

Lali, atónita, se recostó en el asiento, pero volvió a incorporarse enseguida al notar el dolor en la espalda. Hizo ademán de ir a decir «no importa», pero cambió de idea. Sí que importaba. Se había asustado mucho, se sintió aterrorizada. Sabía que la rondaba un asesino. Eugenia no lo sabía, pero eso no la eximía de culpa. Ella no había matado al gato, pero eso tampoco constituía una excusa. De modo que no dijo nada y dejó que Eugenia buscase por sí misma la absolución.
Vio que un doctor se acercaba a Peter y trataba de obligarlo a sentarse para ponerle una mascarilla de oxígeno. Pero Peter se zafó de él con gesto enfadado y señaló en dirección a Lali.

—Voy a decírselo —dijo Eugenia todavía con aquella voz carente de toda expresión—. A Peter y Nicolás. Voy a contarles lo de las notas y el gato. No me detendrán por haberle disparado a Alejo pero no me merezco salir impune de esto.

Lali no tuvo tiempo para responder. El doctor trajo su equipo hasta el auto patrulla y se agachó en cuclillas junto a la portezuela abierta. Le examinó los ojos con su linterna de bolsillo, que la hizo parpadear. Le tomó el pulso, observó las quemaduras de las manos y de los brazos e intentó ponerle la mascarilla de oxígeno. Pero Lali no se dejó.

—Dígale a ése —dijo señalando a Peter— que me la pondré cuando se la ponga él.
El doctor se la quedó mirando y a continuación sonrió abiertamente.

—Sí, señora —dijo, y regresó alegremente con su primer paciente.

Lali observó cómo le repetía sus palabras a Peter. Éste giró para mirarla furioso. Ella se encogió de hombros. Molesto y frustrado, agarró la mascarilla y se la puso sobre la nariz y la boca con gesto de mala gana. Inmediatamente volvió a empezar a toser.

Como lo había prometido, Lali tuvo que cumplirlo cuando le tocó el turno a ella. Los doctores se mostraron de acuerdo en que sus pulmones funcionaban de modo satisfactorio, lo cual quería decir que la cantidad de humo que había inhalado no era crítica. Sus quemaduras eran en su mayoría de primer grado, pero en la espalda tenía una ampolla de segundo grado y quisieron que viera al doctor Bogarde. Peter se encontraba más o menos igual. Ambos habían sido extraordinariamente afortunados.

Excepto por el hecho de que Peter había perdido un amigo y ella se había quedado sin nada de lo que poseía excepto la bata que llevaba puesta y los zapatos que calzaba. Además de un garaje abierto, una cortadora de césped y dos rastrillos, se recordó a sí misma. Tenía asegurada la casa y el auto, pero tardaría tiempo en reponerlo todo. Su mente cansada empezó a intentar confeccionar una lista de todas las cosas que tendría que hacer: reponer las tarjetas de crédito, talonarios de cheques nuevos, comprarse ropa, conseguirse un auto, buscar un sitio donde vivir, hacer que le enviaran el correo a otra parte...

Cuántas cosas que hacer, con lo cansada que estaba y lo incapaz que se sentía de llevar a cabo ni una sola de ellas. Por lo menos no había nada que fuera irreemplazable, excepto las pocas fotografías que conservaba de Pablo. No había más recuerdos familiares.

Continuará...

2 comentarios:

  1. Me encanta esta novela...y que bien que a Lali nole paso nada...yocreia que si estaba herida...

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  2. X fin Euge reconoce parte d sus errores.K orgullosos los dos ,primero se tiene k poner la mascarilla el otro.Peter sabe k contra ella ,el pierde,y se la pone.

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