miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulo 49






Holaa! subo rapidin porque tengo un sueño de muerte! ayer murió mi secadora de pelo y me tuvo que quedar 1 hora esperando que se seque :/ Pero todo eso se olvidó, ya que hoy salí de vacaciones! al fin! :) 
A las que no han salido, fuerza!! falta poco!
Besos!!
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Dos horas después, ambos yacían sudorosos y exhaustos entre las sábanas revueltas de la cama. El sol del mediodía se abría paso por entre las láminas cerradas de las persianas arrojando finas bandas de luz sobre el suelo. Una suave brisa procedente del ventilador del techo se esparcía sobre la piel desnuda de Lali y le ponía la carne de gallina. Tenía el cuerpo tan sensible que se imaginaba poder sentir cómo se erguía cada uno de los finos pelillos de su cuerpo bajo aquel leve frescor. Ahora el corazón le latía lento, gravemente, y sus venas y arterias vibraban a cada latido. Peter estaba tendido de espaldas, con los ojos cerrados y el pecho subiendo y bajando, mientras que ella estaba acurrucada de costado con la cabeza apoyada en el hombro de él.

Pasó mucho tiempo antes de que le pareciera que podía moverse. Sentía los miembros pesados e inertes, sin hueso. En aquellas dos horas él la había tomado tres veces, con tanta ferocidad como si lo del servicio de señoras no hubiera sucedido. Y por muy exigente e inmediato que hubiera sido el apetito de Peter, la respuesta de ella estuvo a la misma altura. Se aferró a él, clavándole las uñas en la espalda y levantando las caderas con avidez para recibir cada una de sus embestidas, y daba la sensación de que su ardor no hacía sino avivar el fuego de él. No sabía cuántas veces había alcanzado la satisfacción; esta última vez le había parecido una prolongada excitación que alcanzó su culminación para luego negarse a ceder, de modo que se vio inundada por un mar de sensaciones, borracha de placer.

Conforme su respiración fue aquietándose, Peter se movió y trató de levantar la cabeza, sólo para dejarla caer de nuevo con un gruñido.

—Dios, no puedo ni moverme.

—Entonces no te muevas —musitó Lali abriendo los ojos una rendija.

Un par de minutos más tarde, Peter volvió a intentarlo. Con gran esfuerzo alzó la cabeza y contempló despacio el revoltillo que formaban sus cuerpos desnudos en medio de la cama deshecha.
Su mirada se posó en su entrepierna, que yacía blanda sobre sus muslos.

—Tú, maldito loco —ladró—. ¡Esta vez, quédate ahí abajo!
Aquella extravagancia sobresaltó a Lali, que se echó a reír. Escondió la cara en el hombro de Peter, con todo el cuerpo agitado.
Peter dejó caer la cabeza sobre la almohada y atrajo a Lali hacia sí.

—Qué fácil te resulta reír —masculló—. Este amigo está intentando matarme. Nunca ha sido muy dado a quedarse quieto, pero esto es ridículo. Debe de pensar que tengo todavía dieciséis años.

—Él no piensa —señaló Lali, riendo con más ganas.

—Ni lo digas. Con algo que piensa, uno puede razonar. —Las risas de Lali se incrementaron aún más, y él le hizo cosquillas en revancha—. Deja de reírte —ordenó, aunque una sonrisa curvaba su boca—. Tú no sabes lo que es tener una parte prominente del cuerpo que no atiende a órdenes ni al sentido común.

—Pues no, pero sé lo que es estar cerca de una.
Peter soltó una risita y se frotó ociosamente el pecho con la mano.

—¿Sabes por qué los hombres ponen nombre a su miembro?

—No, ¿por qué? —preguntó Lali procurando reprimir la risa.

—Para que las decisiones importantes de su vida no las tome un total desconocido.

Ambos rompieron a reír, y Lali tomó una esquina de la sábana para secarse los ojos. Nunca había visto aquel lado jocoso e impúdico de Peter, y estaba totalmente encantada.
Él se incorporó sobre el codo y sostuvo la cabeza de Lali en el hueco del brazo mientras le sonreía.

—De todas maneras, es culpa tuya —le dijo al tiempo que le apartaba un mechón de pelo rojo del rostro. Su mano continuó su lenta caricia por el cuello y la forma delicada de la clavícula, para cerrarse sobre un pecho.

—¿Mía? —preguntó ella indignada.

—Sí. —Tomó el seno con suavidad en su mano y lo levantó. Pasó levemente el dedo pulgar sobre el pezón y contempló fascinado cómo éste se endurecía rápidamente y se tornaba de color rojo—. Tus pezones se parecen a las frambuesas —dijo maravillado, y se inclinó para tomar aquella frambuesa en particular entre los labios y acariciarla con la lengua, empujándola adelante y atrás.
Lali se estremeció en sus brazos, alarmada por la inmediata punzada de deseo. No creía que pudiera soportarlo otra vez.

—No puedo —gimió, pero él advirtió que el otro pezón también estaba enhiesto.
Se echó hacia atrás y admiró su obra, el pezón enrojecido y brillante de humedad.

—Perfecto —dijo en tono ausente—, pero desde luego que yo tampoco puedo. —Lali tenía los pechos claros, con el brillo del satén, y con una piel tan traslúcida y fina que bajo su superficie se distinguía el recorrido azulado de las venas. Eran firmes, llenos y altos, y no lograba apartar las manos de ellos. Diablos, es que no podía apartar las manos de ella, y punto—. Imagínate lo bonitos que estarán cuando estén llenos de leche.
Ella le dio una palmada en el hombro.

—¡Ya te he dicho que no estoy embarazada!

—Eso no lo sabes —bromeó Peter.

—Sí lo sé.

—Podrías tener alguna irregularidad.

—Yo nunca soy irregular.

—Podrías serlo esta vez.
Lali lo miró con el ceño fruncido, y entonces volvió a lo que él había dicho antes.

—¿Por qué es culpa mía?

—Tiene que serlo —respondió él, razonable—. Cada vez que tú estás cerca, me tiento.

—Yo no hago nada. Tiene que ser culpa tuya.

—Tú respiras. Es evidente que con eso basta. —Volvió a dejarse caer sobre la cama y tiró de Lali de modo que ésta quedó tumbada a medias encima de él. Con la mano libre le acarició la esbelta espalda y las curvas redondeadas de las nalgas—. En parte se debe a cómo hueles, a miel y canela, dulce y picante a un tiempo.

Lali alzó la cabeza y lo miró fijamente, atónita.

—A mí siempre me ha encantado cómo hueles tú —confesó—. Incluso cuando era pequeña.
Pensaba que tenías el mejor olor del mundo, pero nunca he sabido describirlo con exactitud.

—¿Así que ya estabas loca por mí desde pequeña? —quiso saber Peter, complacido.
Para ocultar su expresión, Lali volvió a acomodar la cabeza en el hueco de su brazo e inhaló el delicioso aroma masculino que acababa de mencionar.

—No —dijo con suavidad—. No era ninguna locura.
Peter gruñó y se puso más cómodo, poniendo un muslo de ella encima de sus caderas. Lali sintió su miembro vibrar como advertencia contra la suave piel de su pierna y después ceder de nuevo.

—Yo solía estar preocupado por ti —murmuró con la voz cada vez más soñolienta—. Eso de andar por los bosques tú sola...
Lali guardó silencio por espacio de unos instantes.

—¿Me veías muy a menudo?

—Un par de veces.

—Yo te vi a ti —dijo ella haciendo acopio de valor.

—¿En el bosque?

—En la casa de verano. Con María Del Cerro. Te vi por la ventana.

 Continuará...

3 comentarios:

  1. Jajajaja ya no paran más!!! Lo bueno es que se están dando chance para hablar!
    Q bueno q ya saliste de vacaciones!!

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  2. Ya comienzan a tener otro tipo d relación ,al menos ahora hablan con tranquilidad,claro k mientras k no sea el tema d su padre ,veremos k pasa después, xk ella es muy persistente.

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  3. Estan hablando como toda una pareja...y me encanta

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