Hola! como andan? en mi reina la tristeza, no puedo creer que este hermoso ciclo de los Teen haya terminado :´(, pero bien decía esas palabras Cris Morena "Los finales son indicios de nuevos comienzos...".
Un beso y que disfruten del capítulo!
Les dejo un link de una canción queme gusta mucho. Es de Lady Antebellum http://www.youtube.com/watch?v=IrAoL3pVCDI que la disfruten!
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—Peter,
¿en qué demonios estabas pensando? —preguntó Alejo irritado—. Eso de llevarla a
la ciudad y discutir con ella delante del palacio de justicia. Por Dios, te ha
visto la mitad del pueblo, y la otra mitad se ha enterado de todo a la media
hora.
Eugenia
alzó la vista y miró a Peter atónita. A éste le entraron ganas de estrangular a
Alejo por haber sacado el tema delante de su hermana.
—Intentaba
convencerla de que se fuera —replicó brevemente y sin siquiera mirar
directamente a Eugenia, aunque vio cómo se aliviaba la tensión en ella—. Hay
alguien que le está jugando malas pasadas. Hoy le han dejado un gato muerto en
el buzón del correo.
—¿Un
gato muerto? —Alejo compuso una mueca—. Eso es asqueroso. Pero, ¿qué hacía ella
en tu auto?
—Cuando
lo encontró, me llamó...
—¿Por
qué te llamó a ti? —exigió saber Eugenia, resentida.
—Porque
sí. —Peter sabía que su respuesta era brusca y reservada, pero no le importó—.
Llamé a Nico, y fue a casa de Lali. Quiso que los dos fuéramos al palacio de
justicia para que tomaran nuestras huellas... —Eugenia lanzó una
exclamación—... y Lali todavía estaba muy nerviosa, de modo que la llevé en mi auto.
—¿Para
qué necesitaban tomar sus huellas? —preguntó Eugenia, indignada—. ¿Es que ella
te acusó de ser el culpable?
—No,
pero toqué la caja. Si Mike no supiera qué huellas eran las nuestras, no podría
averiguar si había alguna del hijo de puta que dejó el paquete.
Eugenia
se mordió el labio.
—¿Y
ha averiguado algo?
—No
lo sé. Cuando Lali terminó de presentar declaración, la llevé a su casa.
—¿Va
a marcharse? —inquirió Alejo.
—No,
maldita sea. —Peter se pasó la mano por el pelo, nervioso—. Se ha vuelto de lo
más terca.
—Nada
de eso; era terca de nacimiento. Separó la silla del escritorio y se puso de
pie—. Voy a salir.
—¿Ahora?
—preguntó Eugenia, desconcertada—. ¿Adónde?
—Sólo
quiero salir. —Estaba inquieto y agitado. La sangre le latía en las venas, lo
instaba a la acción, a cualquier acción. Tenía la sensación de que se estaba
fraguando una violenta tormenta, pero el tiempo estaba en calma, y la falta de
truenos lo frustraba—. No sé a qué hora volveré. Mañana nos pondremos con esos
documentos, Alejo.
Perpleja
y preocupada, Eugenia lo contempló mientras salía con gesto airado de la
habitación.
Se
mordió un poco más el labio. Su hermano tenía pinta de estar enredándose cada
vez más con aquella Espósito. No comprendía cómo podía hacer semejante cosa,
después de todas las desgracias que había les causado. ¡Y Nicolás había acudido
a su casa! No quería verlo en ningún sitio en el que estuviera Lali Espósito;
las mujeres de los Espósito eran arañas que tejían telas para atrapar hombres
bastante incautos como para merodear por las inmediaciones.
Alejo
sacudió la cabeza, también con una mirada de preocupación.
—Voy
a despedirme de tu madre —dijo, y se dirigió al piso de arriba. Ornella se
había retirado a su propio cuarto de estar no mucho después de la cena con la
excusa de sentirse cansada, pero lo cierto era que sencillamente allí se
encontraba más cómoda.
Alejo
permaneció allá arriba media hora. Eugenia aún estaba sentada en el estudio
cuando lo oyó bajar las escaleras, más despacio que cuando las subió. Él fue
hasta la puerta de la sala y se detuvo, mirándola a ella. Eugenia levantó la
cabeza y lo miró fijamente, angustiada. La mano de Alejo se acercó al
interruptor de la luz. Eugenia se quedó helada de miedo, conteniendo la
respiración, cuando él apagó la luz.
—Amor
mío—dijo Alejo, y ella supo que se lo decía a la mujer que estaba en el piso de
arriba.
* * *
Lali
vagaba por la casa, incapaz de leer ni ver la televisión. A pesar de haber
insistido en quedarse, estaba más alterada de lo que quería admitir. Tuvo que
obligarse a entrar en la cocina, pues el recuerdo de aquella caja sobre la mesa
aún era muy fuerte. Supuso un alivio ver la superficie vacía, descubrir que
aquella asociación se desvanecía al prepararse una frugal cena. Frugal o no,
sólo pudo comerse la mitad.
Volvió
a llamar a Gimena. Sabía que era pronto, pero fue algún débil instinto,
enterrado hacía tiempo, lo que la hizo acudir a su madre, no tanto en busca de
consuelo sino porque entre ambas existía un vínculo al margen del parentesco:
los hombres de la familia Lanzani.
Para
alivio suyo, contestó Gimena. Si hubiera contestado su abuela, sabía que Gimena
no habría querido atenderla.
—Mamá
—dijo, y se sintió desconcertada al notar que le temblaba un poco la voz—.
Necesito ayuda.
Se
produjo un silencio al otro extremo de la línea, y después Gimena dijo con
cautela:
—¿Qué
ocurre? —La preocupación maternal no era una reacción natural en ella.
—Me
han dejado un gato muerto en el buzón del correo y también he recibido un par
de notas de amenaza que me dicen que deje de hacer preguntas o terminaré igual
que el gato. No sé quién me está haciendo esto...
—¿Qué
preguntas?
Lali
titubeó, temerosa de que Gimena le colgara el teléfono.
—Acerca
de Nicolás —reconoció.
—¡Lali!
—vociferó Gimena—. Te dije que no fueras averiguando por ahí, pero no me has
hecho caso. No, tú te empeñas en revolver el pasado. ¡Si no cierras el pico vas
a terminar muerta!
—A Nicolás
lo mataron, ¿verdad? Tú sabes quién fue, por eso te marchaste.
Por
el tubo sonó la respiración de Gimena, áspera y agitada.
—No
te metas en eso —le rogó—. No puedo decirlo, prometí no decir nada. Él tiene mi
pulsera, dijo que me acusaría a mí del asesinato si me iba de la lengua, que
dejaría la pulsera donde pareciera que Nicolás y yo nos habíamos peleado y que
yo lo maté.
Después
de semanas sospechando, de someter a examen viejos rumores y acabar
continuamente en callejones sin salida, resultaba sorprendente oír de pronto la
verdad. Necesitó unos momentos para recuperarse de la impresión, para
asimilarla.
—Tú
querías a Nicolás —dijo, dejando entrever su convicción en el tono de voz—. No
podrías haberlo matado.
Gimena
rompió a llorar. No fueron sollozos sonoros, destinados a suscitar compasión;
se notaba que estaba llorando por un súbito enronquecimiento del tono.
—Es
el único hombre al que he querido en mi vida —dijo, y Lali supo que tanto si lo
había amado de verdad como si no, ella creía que sí, y aquello ya era
suficiente.
—¿Qué
ocurrió, mamá?
—No
puedo decirlo...
—Mamá,
por favor. —Lali, desesperada, buscó en su mente una razón que significase algo
para Gimena. Haría falta mucho para superar el básico egocentrismo de su madre,
y en aquel caso en realidad no podía censurarla por haber ido en pos del número
uno. Lo único que siempre había sido más grande que el egoísmo de Gimena era su
avaricia —... Mamá, para todo el mundo Nicolás sigue estando vivo en alguna
parte. No lo han declarado muerto, de modo que eso significa que no se ha leído
su testamento.
Gimena
sorbió, pero la palabra «testamento» atrajo su atención.
—¿Y
qué?
—Pues
que si te dejó algo a ti, estará en su testamento. Podrías encontrarte con un
montón de dinero que te he estado esperando todos estos años.
—Siempre
decía que cuidaría de mí. —La voz de Gimena se tiñó de una nota de queja y
autocompasión. Respiró hondo para tranquilizarse y Lali casi llegó a oír que
había tomado una decisión—. Nos encontramos en la casa de verano, como siempre
—relató Gimena—. Ya lo habíamos... ya sabes... hecho. Estábamos tumbados en la
oscuridad cuando llegó un auto. No sabíamos quién era, y Nicolás se levantó y
cogió los pantalones, temiendo que fuera uno de sus hijos. Nunca se preocupaba
en absoluto por su mujer, porque sabía que no le importaba.
»Fueron
a hablar al garaje para botes. Yo los oí gritar, así que me vestí y bajé allí
justo cuando yo llegaba, Nicolás abrió la puerta y salió. Entonces se paró,
miró hacia atrás y, jamás se me olvidará, dijo: «Ya lo tengo decidido".
Entonces fue cuando recibió un disparo de lleno en la cabeza. Se desplomó enfrente
del garaje. Yo me arrodillé a su lado, chillando y llorando, pero antes de
tocar el suelo ya estaba muerto. Ni se movía.
—Fue Peter?
—preguntó Lali en tono angustiado. No podía ser. Peter, no. Pero tenía que
preguntarlo—. ¿Mató Peter a su padre?
—¿ Peter?
—Percibió una nota de perplejidad a través de las lágrimas—. No, no fue Peter.
No estaba allí.
No
había sido Peter. Gracias, Dios mío. No había sido él. Por mucho que se hubiera
repetido a sí misma que él no podía haberlo hecho, debía de quedar alguna duda
recóndita, porque de pronto experimentó un súbito alivio, un aligeramiento del
espíritu.
—Mamá...
Mamá, nadie se creería que fuiste tú quien disparó a Nicolás. ¿Por qué no
acudiste al sheriff ?
—¿Es broma?
—Gimena soltó una carcajada áspera que terminó en un sollozo—. La gente de ese
pueblo se creería cualquier cosa de mí. La mayoría de ellos se alegrarían de
verme detenida aunque supieran a ciencia cierta que era inocente. Además, él lo
tenía todo pensado...
—¡Pero
si ni siquiera llevabas una pistola!
—¡Él
iba a matarme a mí también! Dijo que me metería la pistola en la boca y me
haría apretar el gatillo, su mano encima de la mía, si no le prometía marcharme
y no regresar nunca, y no decir nunca nada a nadie. Es muy fuerte, Lali, lo
bastante para hacerlo. Yo intenté forcejear, pero me golpeó y no pude
escapar...
—¿Por
qué no te mató, entonces? —quiso saber Lali, tratando de encontrarle alguna
lógica al hecho de que un asesino dejase suelto a un testigo deliberadamente.
Gimena
no pudo contestar durante unos instantes, lloraba demasiado. Por fin aspiró
profundamente y recuperó el control de la voz.
—No...
No tenía la intención de matar a Nicolás, dijo que se había vuelto loco de
rabia. Tampoco quería matarme a mí. Dijo que me fuera y se quedó con mi
pulsera. Me advirtió que si volvía, podía hacer que pareciera que yo había
matado a Nicolás y me condenarían a la pena de muerte. ¡Es capaz de hacerlo, tú
no lo conoces! —Después de gritar la última frase, y una vez más se deshizo en
profundos sollozos.
A Lali
también le escocían los ojos. Por primera vez sintió lástima de su madre. Pobre
Gimena, sin estudios ni amigos, con aquella vida desordenada y aquella falta de
responsabilidad, había sido el primer objetivo para cualquiera que quisiera aprovecharse
de ella. Había visto cómo mataban de un tiro al único hombre que había amado,
el hombre del que dependía para que le hiciera la vida fácil, y después la
habían amenazado a ella con culparla de su muerte. No, el asesino la había
calibrado bien; no había peligro de que Gimena acudiera al sheriff. Seguramente
se creyó todo lo que él dijo, y con razón.
—No
te preocupes, mamá —le dijo amable—. No te preocupes.
—Tú...
¿no irás a decir nada? Esto tiene que ser un secreto entre nosotras, de lo
contrario él hará que me detengan, estoy segura...
—Yo
no permitiré que te detenga nadie, te lo prometo. ¿Sabes qué hizo con el
cadáver?
Gimena
hipó, tomada por sorpresa.
—¿El
cadáver? —preguntó en tono vago—. Supongo que lo enterraría en alguna parte.
Aquello
era posible, pero, ¿habría perdido el tiempo el asesino en cavar una fosa, una
fosa que pudiera resultar visible, teniendo el lago allí mismo? No había más
que poner un peso al cadáver, y quedaba resuelto el problema de deshacerse de
él.
—¿Qué
tipo de pistola utilizó? ¿La viste?
—Yo
no sé nada de pistolas. Era una pistola, es lo único que sé.
—¿Era
un revólver como los que usan en las películas, con esa cámara redonda donde se
meten las balas, o era una pistola de las que llevan el cartucho dentro de la
culata?
—De
las del cartucho en la culata —dijo tras una breve pausa.
Eso
quería decir que el casquillo habría salido despedido y estaría dentro del garaje
para botes. El asesino tenía un cadáver del que deshacerse y un testigo al que
aterrorizar para que huyera.
¿Se
habría acordado del casquillo y habría vuelto a recuperarlo?
¿Qué
posibilidades había de que el casquillo estuviera allí después de doce años?
Casi ninguna. Pero aquel lugar había caído en desuso tras la desaparición de Nicolás,
así que era probable que el garaje sólo hubiera tenido una limpieza mínima. El
casquillo podría haber ido a caer dentro del bote, o incluso en el agua, y
haberse perdido para siempre.
También
podía haber aterrizado en un rincón o detrás de algún objeto. Cosas más raras
habían sucedido.
—No
digas nada —suplicó Gimena—. Por favor, no digas nada. No deberías haber ido a
vivir ahí, Lali; ahora él te está persiguiendo a ti también. Márchate antes de
que te pase algo, tú no lo conoces...
—Puede
que sí. ¿Quién es, mamá? A lo mejor puedo hacer algo...
En
aquel instante Gimena colgó el teléfono e interrumpió la conexión en medio de
un sollozo.
Lali
devolvió lentamente el auricular a su sitio. Aquella noche se había enterado de
muchas cosas, pero no de las suficientes. La más importante de todas era que Peter
era inocente. La más frustrante, que todavía no tenía ni idea de quién era el
culpable.
Continuará...
Tan tan! quien creen que fue el que atacó a Nico esa fatídica noche? digan sus apuestas :) Mañana mas! jij
para miii aque fue alejo ams novelAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
ResponderEliminarYo sigo diciendo k fue Alejo,esta más perturbado k la madre d Peter,está tan obsesionado k tiene sexo con Eugenia pensando k es Ornella,y era el mejor amigo d Nicolás.Lali estuvo a puntito d k Gimena dijera quien fue,me cachis...x k poquito,ni aún sabiendo el peligro k corre Lali,Gimena es capaz d contar toda la verdad,si está llorando tanto debería x el amor k le tuvo a Nicolas ,y x todo el amor k le faltó x darle a Lali,debería ir al pueblo y poner nervioso a esa persona ,y estar al lado d su hija,para protegerla ya k no lo hizo d niña,aunque pongo en duda k lo haga,a no ser x el testamento,ya k sabemos k es una egocéntrica y avariciosa.
ResponderEliminarNo me extrañaría ,k la pulsera este en poder d Euge,xk Alejo le mató a su padre y sabe lo mal k lo pasó cuando creyó k se había fugado,y se la daría como una especie d tapar un poco su culpa x privarla d el.
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