domingo, 1 de julio de 2012

Capítulo 40









Hola! como andan? en mi reina la tristeza, no puedo creer que este hermoso ciclo de los Teen haya terminado :´(, pero bien decía esas palabras Cris Morena "Los finales son indicios de nuevos comienzos...".
Un beso y que disfruten del capítulo! 
Les dejo un link de una canción queme gusta mucho. Es de Lady Antebellum http://www.youtube.com/watch?v=IrAoL3pVCDI que la disfruten!
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—Peter, ¿en qué demonios estabas pensando? —preguntó Alejo irritado—. Eso de llevarla a la ciudad y discutir con ella delante del palacio de justicia. Por Dios, te ha visto la mitad del pueblo, y la otra mitad se ha enterado de todo a la media hora.

Eugenia alzó la vista y miró a Peter atónita. A éste le entraron ganas de estrangular a Alejo por haber sacado el tema delante de su hermana.

—Intentaba convencerla de que se fuera —replicó brevemente y sin siquiera mirar directamente a Eugenia, aunque vio cómo se aliviaba la tensión en ella—. Hay alguien que le está jugando malas pasadas. Hoy le han dejado un gato muerto en el buzón del correo.

—¿Un gato muerto? —Alejo compuso una mueca—. Eso es asqueroso. Pero, ¿qué hacía ella en tu auto?

—Cuando lo encontró, me llamó...

—¿Por qué te llamó a ti? —exigió saber Eugenia, resentida.

—Porque sí. —Peter sabía que su respuesta era brusca y reservada, pero no le importó—. Llamé a Nico, y fue a casa de Lali. Quiso que los dos fuéramos al palacio de justicia para que tomaran nuestras huellas... —Eugenia lanzó una exclamación—... y Lali todavía estaba muy nerviosa, de modo que la llevé en mi auto.

—¿Para qué necesitaban tomar sus huellas? —preguntó Eugenia, indignada—. ¿Es que ella te acusó de ser el culpable?

—No, pero toqué la caja. Si Mike no supiera qué huellas eran las nuestras, no podría averiguar si había alguna del hijo de puta que dejó el paquete.
Eugenia se mordió el labio.

—¿Y ha averiguado algo?

—No lo sé. Cuando Lali terminó de presentar declaración, la llevé a su casa.

—¿Va a marcharse? —inquirió Alejo.

—No, maldita sea. —Peter se pasó la mano por el pelo, nervioso—. Se ha vuelto de lo más terca.

—Nada de eso; era terca de nacimiento. Separó la silla del escritorio y se puso de pie—. Voy a salir.

—¿Ahora? —preguntó Eugenia, desconcertada—. ¿Adónde?

—Sólo quiero salir. —Estaba inquieto y agitado. La sangre le latía en las venas, lo instaba a la acción, a cualquier acción. Tenía la sensación de que se estaba fraguando una violenta tormenta, pero el tiempo estaba en calma, y la falta de truenos lo frustraba—. No sé a qué hora volveré. Mañana nos pondremos con esos documentos, Alejo.

Perpleja y preocupada, Eugenia lo contempló mientras salía con gesto airado de la habitación.
Se mordió un poco más el labio. Su hermano tenía pinta de estar enredándose cada vez más con aquella Espósito. No comprendía cómo podía hacer semejante cosa, después de todas las desgracias que había les causado. ¡Y Nicolás había acudido a su casa! No quería verlo en ningún sitio en el que estuviera Lali Espósito; las mujeres de los Espósito eran arañas que tejían telas para atrapar hombres bastante incautos como para merodear por las inmediaciones.

Alejo sacudió la cabeza, también con una mirada de preocupación.

—Voy a despedirme de tu madre —dijo, y se dirigió al piso de arriba. Ornella se había retirado a su propio cuarto de estar no mucho después de la cena con la excusa de sentirse cansada, pero lo cierto era que sencillamente allí se encontraba más cómoda.

Alejo permaneció allá arriba media hora. Eugenia aún estaba sentada en el estudio cuando lo oyó bajar las escaleras, más despacio que cuando las subió. Él fue hasta la puerta de la sala y se detuvo, mirándola a ella. Eugenia levantó la cabeza y lo miró fijamente, angustiada. La mano de Alejo se acercó al interruptor de la luz. Eugenia se quedó helada de miedo, conteniendo la respiración, cuando él apagó la luz.

—Amor mío—dijo Alejo, y ella supo que se lo decía a la mujer que estaba en el piso de arriba.

                                 *               *             *

Lali vagaba por la casa, incapaz de leer ni ver la televisión. A pesar de haber insistido en quedarse, estaba más alterada de lo que quería admitir. Tuvo que obligarse a entrar en la cocina, pues el recuerdo de aquella caja sobre la mesa aún era muy fuerte. Supuso un alivio ver la superficie vacía, descubrir que aquella asociación se desvanecía al prepararse una frugal cena. Frugal o no, sólo pudo comerse la mitad.

Volvió a llamar a Gimena. Sabía que era pronto, pero fue algún débil instinto, enterrado hacía tiempo, lo que la hizo acudir a su madre, no tanto en busca de consuelo sino porque entre ambas existía un vínculo al margen del parentesco: los hombres de la familia Lanzani.
Para alivio suyo, contestó Gimena. Si hubiera contestado su abuela, sabía que Gimena no habría querido atenderla.

—Mamá —dijo, y se sintió desconcertada al notar que le temblaba un poco la voz—. Necesito ayuda.

Se produjo un silencio al otro extremo de la línea, y después Gimena dijo con cautela:
—¿Qué ocurre? —La preocupación maternal no era una reacción natural en ella.

—Me han dejado un gato muerto en el buzón del correo y también he recibido un par de notas de amenaza que me dicen que deje de hacer preguntas o terminaré igual que el gato. No sé quién me está haciendo esto...

—¿Qué preguntas?
Lali titubeó, temerosa de que Gimena le colgara el teléfono.

—Acerca de Nicolás —reconoció.

—¡Lali! —vociferó Gimena—. Te dije que no fueras averiguando por ahí, pero no me has hecho caso. No, tú te empeñas en revolver el pasado. ¡Si no cierras el pico vas a terminar muerta!

—A Nicolás lo mataron, ¿verdad? Tú sabes quién fue, por eso te marchaste.
Por el tubo sonó la respiración de Gimena, áspera y agitada.

—No te metas en eso —le rogó—. No puedo decirlo, prometí no decir nada. Él tiene mi pulsera, dijo que me acusaría a mí del asesinato si me iba de la lengua, que dejaría la pulsera donde pareciera que Nicolás y yo nos habíamos peleado y que yo lo maté.

Después de semanas sospechando, de someter a examen viejos rumores y acabar continuamente en callejones sin salida, resultaba sorprendente oír de pronto la verdad. Necesitó unos momentos para recuperarse de la impresión, para asimilarla.

—Tú querías a Nicolás —dijo, dejando entrever su convicción en el tono de voz—. No podrías haberlo matado.
Gimena rompió a llorar. No fueron sollozos sonoros, destinados a suscitar compasión; se notaba que estaba llorando por un súbito enronquecimiento del tono.

—Es el único hombre al que he querido en mi vida —dijo, y Lali supo que tanto si lo había amado de verdad como si no, ella creía que sí, y aquello ya era suficiente.

—¿Qué ocurrió, mamá?

—No puedo decirlo...

—Mamá, por favor. —Lali, desesperada, buscó en su mente una razón que significase algo para Gimena. Haría falta mucho para superar el básico egocentrismo de su madre, y en aquel caso en realidad no podía censurarla por haber ido en pos del número uno. Lo único que siempre había sido más grande que el egoísmo de Gimena era su avaricia —... Mamá, para todo el mundo Nicolás sigue estando vivo en alguna parte. No lo han declarado muerto, de modo que eso significa que no se ha leído su testamento.
Gimena sorbió, pero la palabra «testamento» atrajo su atención.

—¿Y qué?

—Pues que si te dejó algo a ti, estará en su testamento. Podrías encontrarte con un montón de dinero que te he estado esperando todos estos años.

—Siempre decía que cuidaría de mí. —La voz de Gimena se tiñó de una nota de queja y autocompasión. Respiró hondo para tranquilizarse y Lali casi llegó a oír que había tomado una decisión—. Nos encontramos en la casa de verano, como siempre —relató Gimena—. Ya lo habíamos... ya sabes... hecho. Estábamos tumbados en la oscuridad cuando llegó un auto. No sabíamos quién era, y Nicolás se levantó y cogió los pantalones, temiendo que fuera uno de sus hijos. Nunca se preocupaba en absoluto por su mujer, porque sabía que no le importaba.

»Fueron a hablar al garaje para botes. Yo los oí gritar, así que me vestí y bajé allí justo cuando yo llegaba, Nicolás abrió la puerta y salió. Entonces se paró, miró hacia atrás y, jamás se me olvidará, dijo: «Ya lo tengo decidido". Entonces fue cuando recibió un disparo de lleno en la cabeza. Se desplomó enfrente del garaje. Yo me arrodillé a su lado, chillando y llorando, pero antes de tocar el suelo ya estaba muerto. Ni se movía.

—Fue Peter? —preguntó Lali en tono angustiado. No podía ser. Peter, no. Pero tenía que preguntarlo—. ¿Mató Peter a su padre?

—¿ Peter? —Percibió una nota de perplejidad a través de las lágrimas—. No, no fue Peter. No estaba allí.

No había sido Peter. Gracias, Dios mío. No había sido él. Por mucho que se hubiera repetido a sí misma que él no podía haberlo hecho, debía de quedar alguna duda recóndita, porque de pronto experimentó un súbito alivio, un aligeramiento del espíritu.

—Mamá... Mamá, nadie se creería que fuiste tú quien disparó a Nicolás. ¿Por qué no acudiste al sheriff ?

—¿Es broma? —Gimena soltó una carcajada áspera que terminó en un sollozo—. La gente de ese pueblo se creería cualquier cosa de mí. La mayoría de ellos se alegrarían de verme detenida aunque supieran a ciencia cierta que era inocente. Además, él lo tenía todo pensado...

—¡Pero si ni siquiera llevabas una pistola!

—¡Él iba a matarme a mí también! Dijo que me metería la pistola en la boca y me haría apretar el gatillo, su mano encima de la mía, si no le prometía marcharme y no regresar nunca, y no decir nunca nada a nadie. Es muy fuerte, Lali, lo bastante para hacerlo. Yo intenté forcejear, pero me golpeó y no pude escapar...

—¿Por qué no te mató, entonces? —quiso saber Lali, tratando de encontrarle alguna lógica al hecho de que un asesino dejase suelto a un testigo deliberadamente.
Gimena no pudo contestar durante unos instantes, lloraba demasiado. Por fin aspiró profundamente y recuperó el control de la voz.

—No... No tenía la intención de matar a Nicolás, dijo que se había vuelto loco de rabia. Tampoco quería matarme a mí. Dijo que me fuera y se quedó con mi pulsera. Me advirtió que si volvía, podía hacer que pareciera que yo había matado a Nicolás y me condenarían a la pena de muerte. ¡Es capaz de hacerlo, tú no lo conoces! —Después de gritar la última frase, y una vez más se deshizo en profundos sollozos.

A Lali también le escocían los ojos. Por primera vez sintió lástima de su madre. Pobre Gimena, sin estudios ni amigos, con aquella vida desordenada y aquella falta de responsabilidad, había sido el primer objetivo para cualquiera que quisiera aprovecharse de ella. Había visto cómo mataban de un tiro al único hombre que había amado, el hombre del que dependía para que le hiciera la vida fácil, y después la habían amenazado a ella con culparla de su muerte. No, el asesino la había calibrado bien; no había peligro de que Gimena acudiera al sheriff. Seguramente se creyó todo lo que él dijo, y con razón.

—No te preocupes, mamá —le dijo amable—. No te preocupes.

—Tú... ¿no irás a decir nada? Esto tiene que ser un secreto entre nosotras, de lo contrario él hará que me detengan, estoy segura...

—Yo no permitiré que te detenga nadie, te lo prometo. ¿Sabes qué hizo con el cadáver?
Gimena hipó, tomada por sorpresa.

—¿El cadáver? —preguntó en tono vago—. Supongo que lo enterraría en alguna parte.

Aquello era posible, pero, ¿habría perdido el tiempo el asesino en cavar una fosa, una fosa que pudiera resultar visible, teniendo el lago allí mismo? No había más que poner un peso al cadáver, y quedaba resuelto el problema de deshacerse de él.

—¿Qué tipo de pistola utilizó? ¿La viste?

—Yo no sé nada de pistolas. Era una pistola, es lo único que sé.

—¿Era un revólver como los que usan en las películas, con esa cámara redonda donde se meten las balas, o era una pistola de las que llevan el cartucho dentro de la culata?

—De las del cartucho en la culata —dijo tras una breve pausa.

Eso quería decir que el casquillo habría salido despedido y estaría dentro del garaje para botes. El asesino tenía un cadáver del que deshacerse y un testigo al que aterrorizar para que huyera.
¿Se habría acordado del casquillo y habría vuelto a recuperarlo?

¿Qué posibilidades había de que el casquillo estuviera allí después de doce años? Casi ninguna. Pero aquel lugar había caído en desuso tras la desaparición de Nicolás, así que era probable que el garaje sólo hubiera tenido una limpieza mínima. El casquillo podría haber ido a caer dentro del bote, o incluso en el agua, y haberse perdido para siempre.
También podía haber aterrizado en un rincón o detrás de algún objeto. Cosas más raras habían sucedido.

—No digas nada —suplicó Gimena—. Por favor, no digas nada. No deberías haber ido a vivir ahí, Lali; ahora él te está persiguiendo a ti también. Márchate antes de que te pase algo, tú no lo conoces...

—Puede que sí. ¿Quién es, mamá? A lo mejor puedo hacer algo...
En aquel instante Gimena colgó el teléfono e interrumpió la conexión en medio de un sollozo.

Lali devolvió lentamente el auricular a su sitio. Aquella noche se había enterado de muchas cosas, pero no de las suficientes. La más importante de todas era que Peter era inocente. La más frustrante, que todavía no tenía ni idea de quién era el culpable.

Continuará...

Tan tan! quien creen que fue el que atacó a Nico esa fatídica noche? digan sus apuestas :) Mañana mas! jij 

3 comentarios:

  1. para miii aque fue alejo ams novelAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

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  2. Yo sigo diciendo k fue Alejo,esta más perturbado k la madre d Peter,está tan obsesionado k tiene sexo con Eugenia pensando k es Ornella,y era el mejor amigo d Nicolás.Lali estuvo a puntito d k Gimena dijera quien fue,me cachis...x k poquito,ni aún sabiendo el peligro k corre Lali,Gimena es capaz d contar toda la verdad,si está llorando tanto debería x el amor k le tuvo a Nicolas ,y x todo el amor k le faltó x darle a Lali,debería ir al pueblo y poner nervioso a esa persona ,y estar al lado d su hija,para protegerla ya k no lo hizo d niña,aunque pongo en duda k lo haga,a no ser x el testamento,ya k sabemos k es una egocéntrica y avariciosa.

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  3. No me extrañaría ,k la pulsera este en poder d Euge,xk Alejo le mató a su padre y sabe lo mal k lo pasó cuando creyó k se había fugado,y se la daría como una especie d tapar un poco su culpa x privarla d el.

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