miércoles, 2 de mayo de 2012

Capítulo 1








Era un buen día para soñar. Caían las últimas horas de la tarde, el sol proyectaba sombras alargadas cuando conseguía abrirse paso entre las densas nubes, pero en su mayor parte la luz dorada y traslúcida se quedaba prendida en las copas de los árboles y dejaba el lecho del bosque sumido en misteriosas sombras. En el aire del verano, cálido y húmedo, flotaba el perfume rosado y dulzón del néctar de madreselva, mezclado con el rico aroma marrón de la tierra y de la vegetación podrida, además del penetrante olor a verde de las hojas. Para Lali Espósito, los olores tenían color, y desde que era pequeña se entretenía Poniendo colores a los aromas que percibía a su alrededor.

La mayoría de los colores eran obvios, extraídos del aspecto que tenía cada cosa. Naturalmente, la tierra olía a marrón; por supuesto, aquel aroma fresco y fuerte de las hojas era verde en su mente. El pomelo olía amarillo brillante; nunca había comido pomelo, pero en cierta ocasión había cogido uno en la frutería y había olfateado su piel, titubeante, y el olor había explotado en sus papilas gustativas, agrio y dulce a la vez.

Le resultaba fácil poner color al olor de las cosas en la mente; en cambio, el color de los olores de las personas era más difícil, porque las personas no eran nunca una sola cosa, sino diferentes colores mezclados entre sí. Los colores no significaban lo mismo en los olores de la gente que en los de las cosas. Su madre, Gimena, despedía un aroma rojo profundo y picante, con algunas volutas de negro y amarillo, pero el rojo picante casi aplastaba todos los demás colores. El amarillo era bueno en las cosas, pero no en las personas; ni tampoco el verde, ni siquiera algunos de sus matices.

Su padre, Salvador, era una insoportable mezcla de verde, morado, amarillo y negro. Con él fue verdaderamente fácil, pues desde una edad muy temprana lo había asociado con el vómito. Beber y vomitar, beber y vomitar, eso era lo único que hacía papá. Bueno, y mear. Meaba mucho.

El mejor olor del mundo, pensó Lali mientras deambulaba entre los árboles contemplando los rayos de sol capturados y guardando su felicidad secreta en lo más hondo de su pecho, era el de Peter Lanzani. Lali vivía por los breves suposiciones de él que alcanzaba a ver en la ciudad, y si se encontraba lo bastante cerca para oír el sonido ronco y profundo de su voz, temblaba de alegría.
Hoy había logrado estar lo bastante cerca de él para olerlo, ¡y él incluso la había tocado! Aún flotaba en una nube tras vivir aquella experiencia.

Había entrado en la tienda de Prescott con Estefanía, su hermana mayor, porque ésta le había robado a Gimena un par de billetes del bolso y quería comprarse un esmalte de uñas. El olor de Tefy era anaranjado y amarillo, una pálida imitación del aroma de Gimena. Salieron de la tienda llevando el preciado frasco de esmalte de uñas rosa intenso cuidadosamente escondido en el sostén de Estefanía para que Gimena no lo viera. Tefy llevaba ya casi tres años usando sostén, y eso aunque sólo tenía trece años, un hecho que ella utilizaba para burlarse de Lali cada vez que se le ocurría, pues Lali tenía once años y aún no le habían salido pechos. Sin embargo, últimamente los pezones planos e infantiles de Lali habían empezado a hincharse, y se sentía muy avergonzada de que alguien se los viera. Se daba mucha cuenta de cómo despuntaban bajo la fina camiseta de la blusa que llevaba, pero cuando estuvieron a punto de chocar con Peter en el momento que éste entraba en la tienda y ellas salían, Lali se olvidó de lo liviano de su camiseta.

—Una camiseta muy bonita — había dicho Peter con sus oscuros ojos brillando divertidos, y le había tocado el hombro. Peter estaba pasando en casa las vacaciones veraniegas. Jugaba rugby para el equipo de la universidad. Tenía diecinueve años, medía más de uno setenta y seguía creciendo. Lali lo sabía porque lo había leído todo en la página deportiva de la gaceta local. Sabía que corría un 4,6 cuarenta y que tenía una gran velocidad lateral, fuera eso lo que fuera. También sabía que era muy guapo, no a lo fino, sino con el mismo estilo salvaje y poderoso que el estimado semental que poseía su padre. Tenía pelo castaño el cual le daba un aspecto de guerrero de la Edad Media que se encontrara accidentalmente en la época actual. Lali se leía todas las novelas que caían en sus manos sobre caballeros medievales y sus bellas damas, por eso reconocía un Caballero en cuanto lo veía.

Sintió un cosquilleo en el hombro cuando la tocó Peter, y sus pezones hinchados se estremecieron y la hicieron sonrojarse y bajar la cabeza. Todos sus sentidos giraron en un torbellino al percibir su olor, compuesto por una mezcla penetrante e indefinible que no supo describir, caliente y almizclada, con un rojo aún más intenso que el de Gimena, lleno de tentadores colores de matices profundos y lozanos.

Estefanía sacó hacia afuera sus senos redondos, cubiertos por una blusa rosa sin mangas. Se había dejado desabrochados los dos botones superiores.

—Y mi camiseta, ¿qué? —preguntó haciendo puchero para que sus labios también sobresalieran, tal como había visto hacer a Gimena miles de veces.

—Te has equivocado de color —dijo Peter endureciendo el tono y poniendo en él una gota de desdén. Lali supo la razón: Era porque Gimena se acostaba con su padre, Nicolás. Había oído cómo hablaban los demás de Gimena, y sabía lo que significaba la palabra «puta».
Peter pasó entre ambas, empujó la puerta y desapareció en el interior de la tienda. Estefanía se lo quedó mirando por espacio de unos segundos y después posó sus voraces ojos en Lali.

—Déjame tu camiseta —le dijo.

—Te queda demasiado pequeña —replicó Lali, y se alegró enormemente de que así fuera. A Peter le había gustado su camiseta, la había tocado, y ella no estaba dispuesta a renunciar a aquello.

Estefanía frunció el gesto ante aquella obvia verdad. Lali era pequeña y delgada, pero incluso sus estrechos hombros pugnaban contra las costuras de su camiseta, que ya le quedaba pequeña desde hace dos años.

—Ya conseguiré otra —declaró.

Ella también, pensó Lali ahora mientras contemplaba con expresión soñadora el parpadeo del sol entre los árboles. Pero Estefanía no tendría la que había tocado Peter; ella se la había quitado llegando a casa, la había doblado con todo cuidado y la había escondido debajo del colchón. La única forma de encontrarla era deshaciendo la cama para lavar las sábanas, y como ella era la única que hacía tal cosa, la camiseta permanecería a salvo y ella podría dormir encima todas las noches.

Peter. La violencia de sus emociones la asustó, pero no podía controlarlas. Lo único que tenía que hacer era verlo, y el corazón empezaba a latirle con tal fuerza en su delgado pecho que le hacía daño en las costillas y sentía calor y escalofríos a un tiempo. Peter era como un dios en la pequeña población de Prescott, Luisiana; era indómito como un potro, según decía la gente, pero estaba respaldado por el dinero de los Lanzani, e incluso de niño había poseído un duro e inquieto encanto que hacía aletear los corazones de las féminas. Los Lanzani habían engendrado un buen número de pícaros y renegados, y Peter pronto demostró tener el potencial para ser el más indomable de todos. Pero era un Lanzani, y aun cuando armara bronca, lo hacía con estilo.

A pesar de todo eso, nunca había sido desagradable con Lali, tal como había ocurrido con algunas personas del pueblo. Su hermana Eugenia escupió una vez en su dirección cuando Lali y Estefanía se cruzaron con ella en la calle. Lali se alegraba de que Eugenia se encontrase en Nueva Orleans en un estirado colegio privado para señoritas y de que no fuera a casa con demasiada frecuencia, ni siquiera durante el verano, porque estaba en casas de amigas. Por otra parte, el corazón de Lali había sufrido durante meses cuando Peter se marchó a la universidad; Baton Rouge no estaba tan lejos, pero durante la temporada de rugby no le quedaba mucho tiempo libre e iba a casa sólo en vacaciones. Siempre que sabía que Peter estaba en casa, Lali intentaba ir a los lugares donde pudiera cruzarse con él, para verlo, paseándose con la gracia indolente de un gato grande, tan alto y fuerte, tan peligrosamente excitante.

Ahora que era verano, Peter pasaba mucho tiempo junto al lago, lo cual era uno de los motivos de la excursión de Lali a través del bosque. El lago era privado, abarcaba más de ochocientas hectáreas y estaba totalmente rodeado por las tierras de los Lanzani. Era alargado y de forma irregular, con varias curvas; ancho y bastante superficial en algunos sitios, estrecho y profundo en otros. La gran mansión blanca de los Lanzani estaba situada al este del lago, la cabaña de los Espósito al oeste, pero ninguna de las dos se encontraba de hecho a la orilla del agua. La única casa de la ribera era la mansión de verano de los Lanzani, un edificio blanco y de una sola planta que contenía dos dormitorios, una cocina, un cuarto de estar y una entrada provista de una rejilla que la rodeaba por entero. Debajo de la casa había un garaje para botes y un embarcadero, y también una parrilla de ladrillo que habían construido. A veces, en verano, Peter y sus amigos se juntaban allí para divertirse nadando y remando toda la tarde, y Lali se deslizaba entre los árboles de la orilla para alegrarse el corazón observándolo.

A lo mejor estaba allí hoy, pensó, sintiendo ya el dulce anhelo que la embargaba cada vez que pensaba en Peter. Sería maravilloso verlo dos veces en un mismo día.

Estaba descalza, y los raídos pantalones cortos que llevaba no le protegían las piernas de los arañazos y las serpientes, pero Lali se encontraba tan cómoda en el bosque como las otras tímidas criaturas; no la preocupaban las serpientes, y no hacía el menor caso de los arañazos. Su largo cabello de color castaño oscuro tendía a colgarle en desorden por delante de los ojos y molestarla, de modo que se lo había echado hacia atrás y lo había sujetado. Se deslizaba igual que un espectro entre los árboles, con una expresión soñadora en sus ojos al imaginar a Peter en su mente. A lo mejor estaba allí; a lo mejor un día la veía oculta entre los arbustos, o asomada detrás de un árbol, y entonces le tendería la mano y le diría: — ¿Por qué no sales de ahí y vienes a divertirte con nosotros?». Se perdió en la deliciosa fantasía de formar parte de aquel grupo de chicos bronceados por el sol, risueños y pendencieros, de ser una de aquellas muchachas que eran todo curvas y lucían breves bikinis.

Incluso antes de llegar al borde del claro en el que se alzaba la casa de verano, vio el brillo plateado del Corvette de Peter enfrente del edificio, y el corazón empezó a latirle con familiar violencia. ¡Estaba allí! Se deslizó silenciosamente tras el refugio de un gran tronco, pero al cabo de unos instantes se dio cuenta de que no oía nada. No se percibía ningún ruido de chapoteos, voces, chillidos ni risas.

A lo mejor estaba pescando desde el embarcadero, o quizá hubiera tomado el bote para dar un paseo. Lali se acercó un poco más y torció hacia un lado para tener una vista del embarcadero, pero éste se encontraba desierto. Peter no estaba allí. Sintió que la invadía la desilusión. Si había tomado el bote, no había forma de saber cuánto tiempo hacía de eso, y ella no podía quedarse a esperarlo. Había encontrado aquel momento para ella misma, pero tenía que regresar pronto y ponerse a preparar la cena y cuidar de Torito.

Estaba dando media vuelta para marcharse cuando le llegó un sonido amortiguado que la hizo detenerse con la cabeza inclinada para localizarlo. Salió de entre los árboles y dio unos cuantos pasos en dirección al claro, y entonces oyó un murmullo de voces, demasiado débil e indistinto para entenderlo. Instantáneamente, el corazón le dio otro vuelco; después de todo, sí que estaba allí. Pero se encontraba dentro de la casa; sería difícil atinar a verlo desde el bosque. Sin embargo, si se acercaba más, podría oírlo, y eso era todo lo que necesitaba.

Lali poseía el don de las criaturas pequeñas y silvestres para guardar silencio. Sus pies desnudos no hicieron el menor ruido al acercarse a la casa. Procuró permanecer fuera del campo visual en línea recta de todas las ventanas. El murmullo de las voces parecía provenir de la parte posterior de la casa, donde estaban los dormitorios.

Alcanzó el porche y se acuclilló junto a los escalones, e inclinó otra vez la cabeza en un intento de entender lo que estaban diciendo, aunque sin éxito. Pero era la voz de Peter; los tonos graves eran inconfundibles, al menos para ella. Entonces oyó un suspiro, una especie de gemido, de una voz mucho más aguda.

Atraída de forma irresistible por la curiosidad y por el imán de la voz de Peter, Lali abandonó su postura en cuclillas y tiró con cautela de la manilla de la puerta. No estaba cerrada. La abrió apenas lo suficiente para que pudiera pasar un gato, y deslizó su cuerpo delgado y ligero al interior, y después, con idéntico silencio, dejó que se cerrase la puerta. Se acuclilló y avanzó sobre las tablas del porche en dirección a la ventana abierta de uno de los dormitorios, del cual parecían provenir las voces.
Oyó otro suspiro.

Continuará...

Eso es todo por hoy!! Recuerden Firmar! Besos!

2 comentarios:

  1. Es una niña y ya muere x el,todo lo k es capaz d hacer ,con tal d tan solo verlo.Hummm ,zona d dormitorios,jajaja,con la edadd el ,ya se sabe,espero k Lali no se defraude mucho,y k tal si la pillan?.Muy buen comienzo.

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  2. Si puedes quitar la verificacion d palabras,seria mejor y mas comodo comentar.Gracias.

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