sábado, 5 de mayo de 2012

Capítulo 4



Hola! perdón por la tardanza! tengo mis excusas eh!
Chicas aunque no me guste la idea, tendré que poner condiciones! Las firmas son poquillas, aunque reconosco que yo también tengo que publicar que estoy subiendo la nove. Eso si sigo feliz por las visitas jejej
Besos!
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Estefanía había pedido a Lali que saliese con ella aquella noche en forma de dos parejas, y se encogió de hombros cuando ésta se negó a hacerlo porque alguien tenía que cuidar de Torito. De todos modos, Lali no habría salido con Estefanía; su idea de pasarlo bien era muy distinta de la de su hermana. Estefanía pensaba que divertirse consistía en robar algo de bebida ilegal, ya que sólo tenía dieciséis años, emborracharse y acostarse con el chico o grupo de chicos que estuviera por ahí esa noche. Todo su ser se estremeció de repulsión al pensar en ello. Había visto a Estefanía entrar en casa apestando a cerveza y a sexo, con la ropa destrozada y llena de manchas, riendo tontamente por lo mucho que se había «divertido». Al parecer, nunca la molestaba que esos mismos chicos no le dirigieran la palabra si se la encontraban en público. Aquello sí molestaba a Lali. Le ardía la sangre de humillación al ver el desprecio en los ojos de la gente cada vez que la miraban a ella, a cualquiera de su familia. Esa gentuza de los Espósito, así los llamaban. Borrachos y fulanas, todos ellos.

¡Pero yo no soy así! Aquel silencioso grito surgía en el interior de Lali algunas veces, pero siempre lo contenía. ¿Por qué la gente no veía nada más detrás de aquel apellido? Ella no se pintaba ni se ponía ropa demasiado corta o ajustada como hacían Gimena y Estefanía; ella no bebía, ni andaba por rincones tratando de ligar con cualquier cosa que llevara pantalones. Vestía ropa barata y mal confeccionada, pero siempre iba limpia. Jamás se perdía un día de clase, si podía evitarlo, y sacaba buenas notas. Ansiaba respetabilidad, quería poder entrar en una tienda sin que las dependientas la observasen como halcones sólo porque formaba parte de aquella gentuza de los Espósito y todo el mundo sabía que eran capaces de dejar a cualquiera en pelotas. No quería que la gente hiciera comentarios a sus espaldas cada vez que la veían.

A ello no ayudaba el hecho de que físicamente se pareciera más a Gimena que Estefanía. Lali poseía la misma cabellera abundante y castaña, vibrante como una llama, la misma piel de porcelana, los mismos pómulos y los mismos ojos, marrones y exóticos. Su rostro no lucía tanta perfección de proporciones como el de Gimena, sino que era más delgado, de mandíbula más cuadrada, y con una boca igual de generosa y más llena. Gimena era voluptuosa; Lali era más alta y más esbelta, su cuerpo tenía una constitución más delicada. Por fin le habían crecido los pechos, firmes e insinuantes.

Como se parecía a Gimena, por lo visto la gente esperaba que actuase como ella también, y sin embargo nunca miraban más allá. La juzgaban por el mismo nivel que al resto de la familia.

—Pero algún día me marcharé, Torito —dijo suavemente—. Ya lo verás.
Él no reaccionó a aquellas palabras, sino que se limitó a acariciar la rejilla.

Como siempre, cada vez que necesitaba animarse un poco, pensaba en Peter. Sus dolorosos sentimientos hacia él no habían disminuido en los tres años que habían transcurrido desde la vez en que lo vio haciendo el amor con María Del Cerro, sino que se habían intensificado conforme fue madurando. La asombrosa alegría con que lo contemplaba cuando tenía once años había crecido y cambiado, igual que le había ocurrido a ella misma. Ahora, cuando pensaba en él, se mezclaban las sensaciones físicas con las románticas en vivo contraste, y, dado el modo en que se había criado, los detalles eran mucho más nítidos y más explícitos de lo que cabría esperar en el caso de otras niñas de catorce años.

Sus sueños no tomaban el color sólo de lo que la rodeaba; el día en que vio a Peter con María Del Cerro —actualmente María Recca le había proporcionado una gran cantidad de conocimientos sobre el cuerpo del muchacho. En realidad no le había visto los genitales, porque al principio estaba vuelto de espaldas a ella y cuando se situó encima las piernas de los dos amantes le habían estorbado la visión. Pero eso no importaba mucho, porque sabía cómo eran. No sólo llevaba toda la vida cuidando a Torito, sino que su padre, y también Joaquín y Patricio, cuando estaban borrachos, tenían tantas probabilidades de no ser capaces de desabrocharse los pantalones y echar una meada delante de los escalones de la entrada como de usar el cuarto de baño.

Pero Lali conocía detalles suficientes del cuerpo de Peter para excitar sus sueños. Sabía cuán musculosas eran aquellas largas piernas, y que en ellas le crecía un vello negro. Sabía que sus nalgas eran pequeñas, redondas y prietas, y que tenía dos preciosos lunares gemelos justo encima.

Sabía que sus hombros eran anchos y poderosos, que su espalda era larga y con el hueco de la columna vertebral profundamente marcado entre las gruesas capas de músculos. En su ancho pecho tenía una ligera capa de vello.
Sabía que hacía el amor en francés, con voz profunda, en tono suave y arrullador.

Había seguido su carrera en la universidad con secreto orgullo. Acababa de graduarse con excelentes calificaciones en economía y administración de empresas, con el ojo puesto en hacerse cargo algún día de las propiedades de los Lanzani. Aunque era muy bueno en rugby, no había querido hacer carrera como profesional, y en vez de eso había regresado a su casa para empezar a ayudar a Nicolás.
Ahora podría verlo ocasionalmente durante todo el año, en lugar de sólo durante el verano y las vacaciones.

Por desgracia, Eugenia también había vuelto a casa definitivamente y estaba tan rencorosa como siempre. El resto del mundo era simplemente despectivo, pero Eugenia odiaba activamente a toda persona que llevase el apellido Espósito. Sin embargo, Lali no podía censurarla, y a veces incluso la comprendía. Nadie había dicho nunca que Nicolás Lanzani no fuera buen padre; amaba a sus dos hijos y ellos lo amaban a él. ¿Cómo se sentiría Eugenia al oír a la gente hablar del lío que tenía Nicolás con Gimena desde hacía tanto tiempo, sabiendo que él era abiertamente infiel a su madre?

Cuando era más pequeña, Lali había fantaseado con la idea de que Nicolás también fuera padre suyo; Salvador no tenía ningún papel en aquella fantasía. Nicolás era alto, moreno y excitante, su rostro delgado se parecía tanto al de Peter que, fuera como fuese, no podía odiarlo. Siempre había sido amable con ella, con todos los hijos de Gimena, pero a veces hacía un esfuerzo especial por hablar con Lali y en una o dos ocasiones le había comprado algún pequeño detalle. Probablemente era porque se parecía a Gimena, pensó Lali. Si Nicolás fuera su padre, Peter sería su hermano y ella podría idolatrarlo de cerca, vivir en la misma casa con él. Aquellas fantasías siempre la hacían sentirse culpable por Salvador, y entonces procuraba estar de lo más amable con él para compensarlo. Sin embargo, últimamente se alegraba muchísimo de que Nicolás no fuese su padre, porque ya no quería ser hermana de Peter.
Quería casarse con él.

La más íntima de sus fantasías era tan sorprendente que a veces la dejaba atónita el hecho de que se atreviese siquiera a soñar apuntando tan alto. ¿Un Lanzani casado con una Espósito? ¿Una Espósito poniendo el pie en aquella mansión centenaria? Todos los antepasados de los Lanzani se levantarían de sus tumbas para expulsar a la intrusa. Los parroquianos quedarían horrorizados.

Pero continuaba soñando. Soñaba con vestirse de blanco, con recorrer el ancho pasillo de la iglesia mientras Peter la esperaba en el altar y se volvía para mirarla con aquellos ojos oscuros de pesados párpados y expresión intensa y deseosa, sólo para ella. Soñaba con que la tomaba en brazos y cruzaba con ella el umbral de la casa —no la casa de los Lanzani, no podía imaginar tal cosa, sino otra que fuera sólo de ellos dos, tal vez una cabaña donde pasar la luna de miel— y la llevaba hasta una gran cama que los estaba aguardando. Se imaginaba tendida debajo de él, rodeándolo con sus piernas igual que había visto hacer a María, lo imaginaba moviéndose, oía su voz seductora susurrarle al oído palabras de amor en francés. Sabía lo que hacían hombres y mujeres cuando estaban juntos, sabía dónde pondría él su cosa, aunque no pudiera imaginarse qué sensación le produciría.
Estefanía decía que era una sensación maravillosa, lo mejor del mundo...

Torito lanzó un penetrante aullido que sacó a Lali de su ensoñación. Soltó la patata que estaba troceando y se puso de pie de repente, porque Torito no lloraba a menos que se hubiera hecho daño. Estaba de pie, inmóvil, junto a la rejilla, sosteniéndose el dedo. Lali lo cogió en brazos y lo llevó hasta la mesa para sentarse con él en las rodillas y examinarle la mano. Tenía un rasguño pequeño pero profundo en la punta del dedo índice; probablemente había pasado la mano por un agujero de la rejilla y se había clavado el alambre roto. De la minúscula herida había brotado una única gota de sangre.

—Vamos, vamos, no pasa nada —lo consoló abrazándolo y secándole las lágrimas—. Te pondré una curita y se curará. A ti te gustan las curitas.

Así era. Cada vez que Torito se hacía un arañazo que necesitaba un vendaje, Lali terminaba poniéndole curitas por todas partes en los brazos y las piernas, porque el niño no dejaba de insistir hasta gastar todas las que hubiera en la caja. Lali había aprendido a sacar la mayoría de las curitas y esconderlas, de modo que sólo quedasen dos o tres que Torito pudiera ver.

Le lavó el dedo y sacó la caja de la balda superior, donde la guardaba para mantenerla fuera de su alcance. La carita redonda del niño resplandecía de placer mientras le ofrecía el dedo. Con gran teatralidad, Lali aplicó la curita a la herida. Torito se inclinó hacia adelante y miró el interior de la caja abierta, y a continuación soltó un gruñido y tendió la otra mano.

—También te has hecho daño en ésta? ¡Pobre manita! —Le besó la mano pequeña y regordeta y le puso una curita en el dorso.
El niño se inclinó y observó de nuevo el interior de la caja, y mostró una ancha sonrisa al tiempo que levantaba la pierna derecha.

—¡Cielo santo! ¡Te has hecho daño por todas partes! —exclamó Lali, y le puso otra curita en la rodilla.
Torito examinó la caja otra vez, pero ya estaba vacía. Satisfecho, regresó trotando a la puerta y Lali volvió a ocuparse de la cena.

Continuará...

1 comentario:

  1. Me encanta,,lastima k la gente tenga tantos prejuicios y hable siempre generalizando ,sin saber como es un solo undividuo.Lali sigue toda la vida d Peter,se la conoce mejor k el mismo.Espero k algo haga cambiar d opinion a Euge.Lali se comporta siempre muy amorosa con Torito.

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