Hola! perdón por la tardanza! tengo mis excusas eh!
Chicas aunque no me guste la idea, tendré que poner condiciones! Las firmas son poquillas, aunque reconosco que yo también tengo que publicar que estoy subiendo la nove. Eso si sigo feliz por las visitas jejej
Besos!
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Estefanía
había pedido a Lali que saliese con ella aquella noche en forma de dos parejas,
y se encogió de hombros cuando ésta se negó a hacerlo porque alguien tenía que
cuidar de Torito. De todos modos, Lali no habría salido con Estefanía; su idea
de pasarlo bien era muy distinta de la de su hermana. Estefanía pensaba que
divertirse consistía en robar algo de bebida ilegal, ya que sólo tenía
dieciséis años, emborracharse y acostarse con el chico o grupo de chicos que
estuviera por ahí esa noche. Todo su ser se estremeció de repulsión al pensar
en ello. Había visto a Estefanía entrar en casa apestando a cerveza y a sexo,
con la ropa destrozada y llena de manchas, riendo tontamente por lo mucho que
se había «divertido». Al parecer, nunca la molestaba que esos mismos chicos no
le dirigieran la palabra si se la encontraban en público. Aquello sí molestaba
a Lali. Le ardía la sangre de humillación al ver el desprecio en los ojos de la
gente cada vez que la miraban a ella, a cualquiera de su familia. Esa gentuza
de los Espósito, así los llamaban. Borrachos y fulanas, todos ellos.
¡Pero
yo no soy así! Aquel silencioso grito surgía en el interior de Lali algunas
veces, pero siempre lo contenía. ¿Por qué la gente no veía nada más detrás de
aquel apellido? Ella no se pintaba ni se ponía ropa demasiado corta o ajustada
como hacían Gimena y Estefanía; ella no bebía, ni andaba por rincones tratando
de ligar con cualquier cosa que llevara pantalones. Vestía ropa barata y mal
confeccionada, pero siempre iba limpia. Jamás se perdía un día de clase, si
podía evitarlo, y sacaba buenas notas. Ansiaba respetabilidad, quería poder
entrar en una tienda sin que las dependientas la observasen como halcones sólo
porque formaba parte de aquella gentuza de los Espósito y todo el mundo sabía
que eran capaces de dejar a cualquiera en pelotas. No quería que la gente
hiciera comentarios a sus espaldas cada vez que la veían.
A
ello no ayudaba el hecho de que físicamente se pareciera más a Gimena que Estefanía.
Lali poseía la misma cabellera abundante y castaña, vibrante como una llama, la
misma piel de porcelana, los mismos pómulos y los mismos ojos, marrones y
exóticos. Su rostro no lucía tanta perfección de proporciones como el de Gimena,
sino que era más delgado, de mandíbula más cuadrada, y con una boca igual de
generosa y más llena. Gimena era voluptuosa; Lali era más alta y más esbelta,
su cuerpo tenía una constitución más delicada. Por fin le habían crecido los
pechos, firmes e insinuantes.
Como
se parecía a Gimena, por lo visto la gente esperaba que actuase como ella
también, y sin embargo nunca miraban más allá. La juzgaban por el mismo nivel
que al resto de la familia.
—Pero
algún día me marcharé, Torito —dijo suavemente—. Ya lo verás.
Él no
reaccionó a aquellas palabras, sino que se limitó a acariciar la rejilla.
Como
siempre, cada vez que necesitaba animarse un poco, pensaba en Peter. Sus
dolorosos sentimientos hacia él no habían disminuido en los tres años que
habían transcurrido desde la vez en que lo vio haciendo el amor con María Del
Cerro, sino que se habían intensificado conforme fue madurando. La asombrosa
alegría con que lo contemplaba cuando tenía once años había crecido y cambiado,
igual que le había ocurrido a ella misma. Ahora, cuando pensaba en él, se
mezclaban las sensaciones físicas con las románticas en vivo contraste, y, dado
el modo en que se había criado, los detalles eran mucho más nítidos y más
explícitos de lo que cabría esperar en el caso de otras niñas de catorce años.
Sus
sueños no tomaban el color sólo de lo que la rodeaba; el día en que vio a Peter
con María Del Cerro —actualmente María Recca le había proporcionado una gran
cantidad de conocimientos sobre el cuerpo del muchacho. En realidad no le había
visto los genitales, porque al principio estaba vuelto de espaldas a ella y
cuando se situó encima las piernas de los dos amantes le habían estorbado la
visión. Pero eso no importaba mucho, porque sabía cómo eran. No sólo llevaba
toda la vida cuidando a Torito, sino que su padre, y también Joaquín y Patricio,
cuando estaban borrachos, tenían tantas probabilidades de no ser capaces de
desabrocharse los pantalones y echar una meada delante de los escalones de la
entrada como de usar el cuarto de baño.
Pero Lali
conocía detalles suficientes del cuerpo de Peter para excitar sus sueños. Sabía
cuán musculosas eran aquellas largas piernas, y que en ellas le crecía un vello
negro. Sabía que sus nalgas eran pequeñas, redondas y prietas, y que tenía dos
preciosos lunares gemelos justo encima.
Sabía
que sus hombros eran anchos y poderosos, que su espalda era larga y con el
hueco de la columna vertebral profundamente marcado entre las gruesas capas de
músculos. En su ancho pecho tenía una ligera capa de vello.
Sabía
que hacía el amor en francés, con voz profunda, en tono suave y arrullador.
Había
seguido su carrera en la universidad con secreto orgullo. Acababa de graduarse
con excelentes calificaciones en economía y administración de empresas, con el
ojo puesto en hacerse cargo algún día de las propiedades de los Lanzani. Aunque
era muy bueno en rugby, no había querido hacer carrera como profesional, y en
vez de eso había regresado a su casa para empezar a ayudar a Nicolás.
Ahora
podría verlo ocasionalmente durante todo el año, en lugar de sólo durante el
verano y las vacaciones.
Por
desgracia, Eugenia también había vuelto a casa definitivamente y estaba tan
rencorosa como siempre. El resto del mundo era simplemente despectivo, pero Eugenia
odiaba activamente a toda persona que llevase el apellido Espósito. Sin
embargo, Lali no podía censurarla, y a veces incluso la comprendía. Nadie había
dicho nunca que Nicolás Lanzani no fuera buen padre; amaba a sus dos hijos y
ellos lo amaban a él. ¿Cómo se sentiría Eugenia al oír a la gente hablar del
lío que tenía Nicolás con Gimena desde hacía tanto tiempo, sabiendo que él era
abiertamente infiel a su madre?
Cuando
era más pequeña, Lali había fantaseado con la idea de que Nicolás también fuera
padre suyo; Salvador no tenía ningún papel en aquella fantasía. Nicolás era
alto, moreno y excitante, su rostro delgado se parecía tanto al de Peter que,
fuera como fuese, no podía odiarlo. Siempre había sido amable con ella, con
todos los hijos de Gimena, pero a veces hacía un esfuerzo especial por hablar
con Lali y en una o dos ocasiones le había comprado algún pequeño detalle.
Probablemente era porque se parecía a Gimena, pensó Lali. Si Nicolás fuera su
padre, Peter sería su hermano y ella podría idolatrarlo de cerca, vivir en la
misma casa con él. Aquellas fantasías siempre la hacían sentirse culpable por Salvador,
y entonces procuraba estar de lo más amable con él para compensarlo. Sin
embargo, últimamente se alegraba muchísimo de que Nicolás no fuese su padre,
porque ya no quería ser hermana de Peter.
Quería
casarse con él.
La
más íntima de sus fantasías era tan sorprendente que a veces la dejaba atónita
el hecho de que se atreviese siquiera a soñar apuntando tan alto. ¿Un Lanzani
casado con una Espósito? ¿Una Espósito poniendo el pie en aquella mansión
centenaria? Todos los antepasados de los Lanzani se levantarían de sus tumbas
para expulsar a la intrusa. Los parroquianos quedarían horrorizados.
Pero
continuaba soñando. Soñaba con vestirse de blanco, con recorrer el ancho
pasillo de la iglesia mientras Peter la esperaba en el altar y se volvía para
mirarla con aquellos ojos oscuros de pesados párpados y expresión intensa y
deseosa, sólo para ella. Soñaba con que la tomaba en brazos y cruzaba con ella
el umbral de la casa —no la casa de los Lanzani, no podía imaginar tal cosa,
sino otra que fuera sólo de ellos dos, tal vez una cabaña donde pasar la luna
de miel— y la llevaba hasta una gran cama que los estaba aguardando. Se
imaginaba tendida debajo de él, rodeándolo con sus piernas igual que había
visto hacer a María, lo imaginaba moviéndose, oía su voz seductora susurrarle
al oído palabras de amor en francés. Sabía lo que hacían hombres y mujeres
cuando estaban juntos, sabía dónde pondría él su cosa, aunque no pudiera
imaginarse qué sensación le produciría.
Estefanía
decía que era una sensación maravillosa, lo mejor del mundo...
Torito
lanzó un penetrante aullido que sacó a Lali de su ensoñación. Soltó la patata
que estaba troceando y se puso de pie de repente, porque Torito no lloraba a
menos que se hubiera hecho daño. Estaba de pie, inmóvil, junto a la rejilla,
sosteniéndose el dedo. Lali lo cogió en brazos y lo llevó hasta la mesa para
sentarse con él en las rodillas y examinarle la mano. Tenía un rasguño pequeño
pero profundo en la punta del dedo índice; probablemente había pasado la mano
por un agujero de la rejilla y se había clavado el alambre roto. De la
minúscula herida había brotado una única gota de sangre.
—Vamos,
vamos, no pasa nada —lo consoló abrazándolo y secándole las lágrimas—. Te
pondré una curita y se curará. A ti te gustan las curitas.
Así
era. Cada vez que Torito se hacía un arañazo que necesitaba un vendaje, Lali
terminaba poniéndole curitas por todas partes en los brazos y las piernas,
porque el niño no dejaba de insistir hasta gastar todas las que hubiera en la
caja. Lali había aprendido a sacar la mayoría de las curitas y esconderlas, de
modo que sólo quedasen dos o tres que Torito pudiera ver.
Le
lavó el dedo y sacó la caja de la balda superior, donde la guardaba para
mantenerla fuera de su alcance. La carita redonda del niño resplandecía de
placer mientras le ofrecía el dedo. Con gran teatralidad, Lali aplicó la curita
a la herida. Torito se inclinó hacia adelante y miró el interior de la caja
abierta, y a continuación soltó un gruñido y tendió la otra mano.
—También
te has hecho daño en ésta? ¡Pobre manita! —Le besó la mano pequeña y regordeta
y le puso una curita en el dorso.
El
niño se inclinó y observó de nuevo el interior de la caja, y mostró una ancha
sonrisa al tiempo que levantaba la pierna derecha.
—¡Cielo
santo! ¡Te has hecho daño por todas partes! —exclamó Lali, y le puso otra curita
en la rodilla.
Torito
examinó la caja otra vez, pero ya estaba vacía. Satisfecho, regresó trotando a
la puerta y Lali volvió a ocuparse de la cena.
Continuará...
Me encanta,,lastima k la gente tenga tantos prejuicios y hable siempre generalizando ,sin saber como es un solo undividuo.Lali sigue toda la vida d Peter,se la conoce mejor k el mismo.Espero k algo haga cambiar d opinion a Euge.Lali se comporta siempre muy amorosa con Torito.
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