sábado, 19 de mayo de 2012

Capítulo 10








Mil perdones! tengo ua excusa! esta semana fue un horror total, llenas de trabajos y nada de tiempo! se los recompenso con capítulo largo y si se portan bien con las firmas o poniendo abajo si les gusto o no hare maratón!
Besos!
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Tina sonrió de inmediato cuando entró, algo que las mujeres solían hacer al verlo. El color destacaba un poco su rostro redondo y agradable. Tenía cuarenta y cinco años, edad suficiente para ser su madre, pero la edad no tenía nada que ver con su instintiva reacción femenina a la presencia alta y musculosa del muchacho.
Peter devolvió automáticamente la sonrisa, pero su mente trabajaba a toda velocidad haciendo planes.

—¿Hay alguien con Alejo? Necesito verlo.

—No. Está solo. Puedes entrar, cariño.

Peter rodeó la mesa de Tina, entró en el despacho de Alejo y cerró la puerta firmemente tras de sí. Alejo levantó la vista de la organizada pila de archivos que había sobre su escritorio y se puso de pie. Su apuesto semblante estaba contraído por la preocupación.

—¿Lo has encontrado?
Peter negó con la cabeza.

—Gimena Espósito también ha desaparecido.

—No puede ser. —Alejo volvió a dejarse caer en su sillón, cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz—. No puedo creerlo. No creí que lo dijera en serio. Dios, ¿por qué iba a decirlo en serio? Ya estaba... —Se interrumpió y abrió los ojos, ligeramente sonrojado.

—Revolcándose con ella de todas formas —terminó Peter sin ambages. Fue hasta la ventana y se quedó un momento allí, con las manos en los bolsillos, observando la calle. Prescott era una ciudad pequeña, sólo contaba con unos quince mil habitantes, pero aquel día un intenso tráfico rodeaba la plaza del palacio de justicia. Pronto todos aquellos habitantes se enterarían de que Nicolás Lanzani había abandonado a su mujer y a sus hijos para fugarse con la puta de los Espósito.

—¿Lo sabe tu madre? —preguntó Alejo con voz tensa.
Peter sacudió la cabeza negativamente.

—Todavía no. Se lo diré a ella y a Eugenia al regresar a casa. —La impresión y el dolor de los primeros momentos habían desaparecido dejando detrás una implacable fuerza de voluntad y un cierto distanciamiento, como si se viera a sí mismo desde lejos en una película. Un poco de aquella distancia se filtraba en su tono de voz y le prestaba un tinte de seguridad y calma—. ¿Te ha dejado papá algún poder escrito para mí?
Era evidente que hasta entonces Alejo sólo había pensado en las ramificaciones personales de la deserción de Nicolás. Ahora cayó en la cuenta de los aspectos jurídicos, y sus ojos se agrandaron de horror.

—Mierda —dijo, cayendo en una vulgaridad inusitada—. No, no dejó nada. Si lo hubiera hecho, yo habría sabido que decía en serio lo de fugarse y habría intentado detenerlo.

—Tal vez haya una carta en el escritorio de casa. Puede que llame dentro de un día o así. En ese caso, no habrá problemas en el aspecto económico. Pero si no hay ninguna carta y él no llama... No puedo permitirme el lujo de esperar. Tendré que liquidar todo lo que me sea posible antes de que la noticia de lo sucedido se extienda por ahí y los precios de las acciones caigan en picado como una piedra.

—Llamará —dijo Alejo débilmente. Tiene que llamar. No puede simplemente dar la espalda a una obligación económica como ésta. ¡Hay una fortuna implicada!
Peter se encogió de hombros. Su expresión era una hoja en blanco.

—Ya ha dado la espalda a su familia. No puedo permitirme el lujo de suponer que para él es más importante su negocio. —Calló durante unos instantes—. No creo que vuelva ni que llame. Creo que su intención era darle la espalda a todo y no regresar jamás. Me ha estado enseñando todo lo que ha podido, y ahora entiendo por qué. Si tuviera la intención de permanecer al frente de todo, no habría hecho esto.

—En ese caso, debería haber un poder escrito —insistió Alejo—. Nicolás era un hombre de negocios demasiado agudo para no haberse ocupado de algo así.

—Puede ser, pero yo tengo que pensar en mi madre y en Eugenia. No puedo esperar. Tengo que liquidar ya, y conseguir todo el dinero que pueda para tener algo con lo que trabajar y construir de nuevo. Si no lo hago, y si él no hace nada por arreglar la situación, no tendremos ni un orinal donde mear.
Alejo tragó saliva, pero afirmó con la cabeza.

—De acuerdo. Me pondré a hacer lo que pueda para salvar tu situación legal, pero tengo que decirte que a menos que Nicolás se ponga en contacto contigo o haya dejado un poder escrito, va a ser un buen lío. Todo está bloqueado a no ser que Ornella se divorcie de él y el tribunal le conceda a ella la mitad de los activos, pero eso llevará tiempo.

—Tengo que hacer planes para lo peor —dijo Peter—. Iré a casa y buscaré esa carta, pero no esperes a tener noticias mías para empezar. Si no hay poder, llamaré inmediatamente al agente de bolsa y empezaré a vender. Pase lo que pase te lo haré saber. No digas nada hasta que yo te llame.
Alejo se puso de pie.

—Ni siquiera se lo contaré a Tina. —Se pasó las manos por el pelo, una indicación de que estaba preocupado, porque Alejo no era dado a los gestos de nerviosismo. Sus ojos grises estaban oscurecidos por la angustia. -Lo siento, Peter. Tengo la sensación de que esto ha sido culpa mía.
Debería haber hecho algo.-
Peter movió la cabeza en un gesto negativo.

—No te eches la culpa. Como has dicho, ¿quién iba a pensar que hablaba en serio? No, las únicas personas a las que culpo son papá y Gimena Espósito. —Esbozó una sonrisa glacial—. No se me ocurre nada que tenga ella y que sea tan bueno como para obligarlo a abandonar a su familia, pero evidentemente lo tiene. —Hizo una pausa, perdido por un instante en la negrura de sus pensamientos, y a continuación sacudió la cabeza y se encaminó hacia la puerta—. Te llamaré cuando descubra algo.

Una vez que se hubo ido, Alejo se hundió de nuevo en su sillón con movimientos rígidos y sin fuerzas. Apenas consiguió controlar la expresión de su cara cuando Tina apareció en el despacho, picada por la curiosidad.

—¿Qué pasa con Peter?

—Nada importante. Un asunto personal del que quería hablar conmigo.
La mujer se sintió decepcionada de que su jefe no confiara en ella.

—¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudar?

—No, todo irá bien. —Alejo dejó escapar un suspiro y se frotó los ojos—. ¿Por qué no te vas a comer y aprovechas para traerme algo? Estoy esperando una llamada, así que no puedo moverme de aquí.

—Está bien. ¿Qué te provoca?
Él agitó la mano.

—Cualquier cosa. Ya sabes lo que me gusta. Sorpréndeme.
Tina trajinó en la oficina por espacio de unos minutos, apagando el ordenador que él había comprado un año antes, guardando los disquetes, cogiendo su bolso. Cuando se marchó, Alejo aguardó unos minutos más antes de pasar a la otra habitación y cerrar la puerta con llave. Entonces se sentó en la silla de ella y encendió el ordenador, y se puso a teclear a toda prisa.

—Maldito seas, Nicolás —susurró—. Eres un hijo de puta.


Peter estacionó el Corvette delante de los cinco amplios escalones que conducían al porche cubierto y la doble puerta frontal, aunque a Ornella no le gustaba aquello y prefería que los autos de la familia estuvieran debidamente protegidos y fuera de la vista en el garaje anexo a la parte posterior de la casa. El camino de entrada delantero era para las visitas, que no debían poder distinguir qué miembros de la familia se encontraban en casa a juzgar por los vehículos allí aparcados. De esa manera, uno no sentía la obligación de admitir que estaba allí y no se veía forzado a recibir visitas no deseadas. Algunas de las ideas de Ornella eran claramente victorianas; por lo general él le daba el capricho, pero hoy tenía cosas más importantes en la cabeza, y además tenía prisa.

Subió de dos saltos los escalones y abrió la puerta. Era probable que Eugenia lo hubiera estado observando desde la ventana del dormitorio, porque ya estaba bajando las escaleras velozmente con la ansiedad pintada en el rostro.

—¡Todavía no ha vuelto papá! —siseó, lanzando una mirada hacia el comedor de desayunar, donde se encontraba Ornella, alargando el desayuno de forma evidente—. ¿Por qué rompiste la ventana de su estudio y después saliste disparado de aquí como alma que lleva el diablo? ¿Y por qué has estacionado enfrente de la casa? Eso no le va a gustar a mamá.

Peter no respondió, sino que cruzó el recibidor a grandes zancadas en dirección al estudio. Eugenia se apresuró a seguirlo y se coló en el estudio al tiempo que él se ponía a examinar, de uno en uno, los papeles que había sobre el escritorio de Nicolás.

—No creo que Alejo haya dicho la verdad respecto de esa partida de póker —dijo con un leve temblor en los labios—. Llámalo otra vez, Peter. Que te diga dónde está papá.

—Dentro de un minuto —murmuró su hermano sin volver la mirada. Ninguno de los papeles que había en el escritorio era una carta de poderes. Empezó a abrir cajones.

—¡Peter! —Eugenia levantó la voz bruscamente—. ¡Encontrar a papá es más importante que registrar su escritorio!
Peter se detuvo, respiró hondo y se irguió.

—Eugenia, mi vida, siéntate ahí y guarda silencio —le dijo en un tono amable que sin embargo llevaba una pizca de acero—. Tengo que buscar un papel muy importante que tal vez me haya dejado papá. Estaré contigo en un minuto.
Eugenia abrió la boca para decir algo más, pero su hermano le dirigió una mirada que la hizo cambiar de opinión. En silencio, con una vaga expresión de perplejidad en la cara, se sentó, y Peter volvió a enfrascarse en su búsqueda.

Cinco minutos más tarde, se reclinó hacia atrás con el amargo sabor de la derrota en la garganta. No había ninguna carta. Aquello no era lógico. ¿Por qué se había tomado Nicolás tanto trabajo en enseñárselo todo, para luego marcharse sin dejarle los poderes? Tal como había dicho Alejo, Nicolás era demasiado inteligente para no haberlo pensado. Si lo que pretendía era seguir estando él al frente de todo, ¿por qué se había molestado en impartir a su hijo tan intensiva instrucción? A lo mejor tuvo la intención de entregar las riendas a Peter y luego cambió de idea. Aquélla era la única explicación alternativa que podía haber. En tal caso, volverían a tener noticias suyas, dentro de unos días como máximo, porque sus tratos financieros eran demasiado complicados para dejarlos abandonados durante más tiempo.

Pero, como Peter le había dicho a Alejo, no podía permitirse el lujo de suponer que alguien se haría cargo de la situación. No se imaginaba a su padre desentendiéndose de los negocios, pero hasta aquella mañana tampoco había podido imaginar que fuera capaz de abandonarlos a todos por Gimena Espósito. Había sucedido lo imposible, de modo que, ¿cómo podía confiar a ciegas en cualquier otra cosa que siempre había dado como cierta en su padre? Sobre sus hombros pesaba gravemente la responsabilidad respecto de su madre y su hermana; no podía arriesgar el bienestar de las dos.

Hizo el ademán de ir a coger el teléfono, pero no estaba en la mesa. Recordó vagamente que lo había tirado y volvió la vista hacia la ventana, que ahora estaba cubierta por unos tablones, a la espera de cristales nuevos. Se levantó y salió al vestíbulo para usar el teléfono que había en la mesa situada al pie de las escaleras. Eugenia fue tras él, aún silenciosa pero claramente resentida por ello.
Primero llamó a Alejo. Éste contestó al primer timbrazo.

—No hay carta —dijo Peter lacónicamente—. Mira a ver qué puedes hacer para conseguirme un poder notarial o alguna otra cosa que proteja mi posición. —Un poder notarial era una opción complicada, pero tal vez se pudiera pulsar algunas teclas.

—Ya estoy trabajando en  eso —repuso Alejo en voz baja.
A continuación, Peter llamó a su agente de bolsa. Le dio instrucciones breves y explícitas. Si sucedía lo peor, necesitaría hasta el último céntimo de efectivo que pudiera reunir.

Después le tocaba la parte más difícil. Eugenia lo miraba fijamente con la alarma dibujada en sus grandes ojos.

—Pasa algo malo, ¿verdad? —preguntó.
Peter hizo acopio de fuerzas mentalmente y luego cogió la mano de su hermana.

—Vamos a hablar con mamá —le dijo.
Ella fue a decir algo, pero Peter movió la cabeza en un gesto negativo.

—Sólo puedo decirlo una vez —dijo en tono áspero.

Ornella estaba disfrutando de su última taza de té y leyendo las páginas de sociedad del periódico de Nueva Orleans. Prescott tenía su propio semanario, en el que ella aparecía mencionada de forma regular, pero lo que verdaderamente contaba era salir en el periódico de Nueva Orleans.

Su nombre se citaba en él lo bastante a menudo como para convertirse en la envidia del resto de la sociedad local. Aparecía vestida de blanco, su color favorito, con el pelo oscuro y brillante recogido en un moño francés. Llevaba un maquillaje minimalista pero perfecto, y joyas caras pero comedidas. En Ornella no había nada chillón ni frívolo, nada sobresaliente, nada fuera de lugar, ningún color estridente; tan sólo líneas limpias y clásicas. Hasta sus uñas no mostraban nada más que un poco de brillo.

Levantó la vista cuando Peter y Eugenia entraron en el comedor de desayunar, y su mirada se posó durante un instante en las manos entrelazadas de ambos. Pero no hizo comentario alguno al respecto, pues eso demostraría un interés personal y tal vez invitase a ser correspondido.

—Buenos días, Peter —saludó a su hijo en un tono perfectamente compuesto, como siempre.
Ornella podía sentir un odio violento hacia alguien, pero esa persona jamás podría distinguirlo por el tono de su voz, que nunca revelaba calidez, afecto, rabia ni ninguna otra emoción. Semejante exhibición sería vulgar, y Ornella no permitía que en ella nada cayera tan bajo—. ¿Pido otro poco más de té?

—No, gracias, madre. Necesito hablar contigo y con Eugenia; ha ocurrido algo grave. —Notó que la mano de su hermana temblaba dentro de la suya, y se la apretó para tranquilizarla.
Ornella dejó el periódico a un lado.

—¿Quieres que hablemos más en privado? —preguntó, preocupada por el hecho de que alguno de los criados los oyese discutir cuestiones personales.

—No es necesario. —Peter acercó una silla a Eugenia y después se situó detrás de ella con una mano apoyada en su hombro. Ornella se iba a sentir molesta por los matices sociales, por la vergüenza, pero el dolor de Eugenia iba a ser mucho peor—. No conozco ningún modo de hacer esto más fácil. Papá no ha dejado ninguna nota ni nada parecido, pero por lo que parece se ha ido de la ciudad con Gimena Espósito. Han desaparecido los dos.
Ornella se llevó una esbelta mano a la garganta. Eugenia permaneció inmóvil, sin respirar siquiera.

—Estoy segura de que no se llevaría a una mujer así en un viaje de negocios —dijo Ornella con serena certeza—. Imagina el efecto que causaría.

—Mamá... —Peter se interrumpió a sí mismo, conteniendo su impaciencia—. No se ha ido en un viaje de negocios. Papá y Gimena Espósito se han fugado juntos. No va a volver.

Continuará...

1 comentario:

  1. Aun no saben lo k paso, y Peter ya especula con la fuga,bien podria ser un accidente.

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