Chicas animense! se vienen tiempos mejores eh! aunque sea 10 firmas!
Estefanía
le puso una mano en el hombro.
—Hermanita,
eres demasiado inocente para tu propio bien. Peter estaba hecho una furia, pero
de todos modos, no va a hacer nada. Sólo se estaba desahogando. Creo que voy a
ir a verlo y tal vez consiga lo mismo que tiene su padre con mamá. —Se pasó la
lengua por los labios y su rostro adoptó una expresión hambrienta—. Siempre he
tenido curiosidad por saber si lo que tiene dentro de los pantalones es tan
grande como dicen.
Lali
se apartó de un salto, sintiendo la punzada de los celos en medio de su
abatimiento. Estefanía no tenía cabeza para comprender que una cubeta de hielo
tendría más posibilidades de sobrevivir en el desierto de Sahara que ella de
atraer a Peter, pero cuánto envidiaba Lali la audacia de su hermana para
intentarlo. Trató de imaginarse cuánta fuerza debía de dar poseer la necesaria
seguridad en una misma para acercarse a un hombre y estar segura de que él la
encontraba atractiva. Aun cuando Peter rechazara a Estefanía, eso no haría
mella en su ego, porque había otros muchos chicos y hombres que jadeaban por
ella. Simplemente haría que Peter fuese un reto mayor.
Pero Lali
había visto el frío desprecio en los ojos de Peter aquella mañana, al examinar
la cabaña y sus habitantes, y se había sentido, sacudida por la vergüenza.
Había sentido deseos de decir: «Yo no soy así»; había querido que él la mirase
con admiración. Pero es que era así, en lo que a Peter concernía, por vivir en
aquella miseria.
Tarareando
alegremente, Estefanía se llevó el estridente arco iris que formaban las ropas
de Gimena a la habitación posterior para probárselas y ponerse unos alfileres
en el talle, porque Gimena tenía más pecho.
Conteniendo
a duras penas los sollozos, Lali tomó a Torito de la mano y se lo llevó a jugar
afuera. Se sentó en un tronco con la cara entre las manos mientras el niño
empujaba sus autitos por la tierra. Normalmente Torito era feliz haciendo
aquello durante todo el día, pero al cabo de una hora volvió con Lali y se
acurrucó junto a sus piernas, y pronto se quedó dormido. Ella le acarició el
pelo, aterrada por el ligero tinte azulado de sus labios.
Se
balanceó adelante y atrás en el tronco, con la mirada fija y ensombrecida por
el abatimiento.
Mamá
se había marchado y Torito se estaba muriendo. No había manera de saber cuánto
iba a durar, pero no creía que fuera más de un año. A pesar de lo penoso de su
situación anterior, por lo menos existía una cierta seguridad, porque las cosas
seguían tal cual un día tras otro y sabía lo que podía esperar. Ahora todo se
había derrumbado, y estaba aterrorizada. Había aprendido a salir adelante, a
manejar a papá y a sus hermanos, pero ahora nada sucedía según el plan y se
sentía impotente. Odiaba aquella sensación, la odiaba con tal ferocidad que se
le formaba un nudo en el estómago.
Maldita
sea mamá, pensó con rebeldía. Y maldito sea Nicolás Lanzani. Lo único en que
pensaban era en sí mismos, no en sus familias ni en el trastorno que iban a
ocasionar.
Hacía
mucho tiempo que no se sentía como una niña. Sus frágiles hombros venían
soportando la responsabilidad desde muy temprana edad, y eso había dado a sus
ojos una madurez solemne que chocaba con su juventud, pero en aquel momento
acusó profundamente la falta de años. Era demasiado joven para hacer nada; no
podía agarrar a Torito y marcharse de allí, porque era demasiado joven para
trabajar y mantener a los dos; era demasiado joven incluso para vivir sola,
según la ley. Estaba desamparada; su vida estaba totalmente controlada por el
capricho de los adultos que la rodeaban.
Ni
siquiera podía escaparse, porque no podría llevarse a Torito. Nadie cuidaría de
él, y el niño era casi tan desvalido como un bebé. Tenía que quedarse.
Así
que se pasó la tarde sentada en el tronco viendo pasar las horas, demasiado
triste para entrar en la vivienda a ocuparse de sus labores habituales. Tenía
la sensación de estar en una guillotina aguardando a que cayera la cuchilla, y
conforme fue aproximándose la noche creció y aumentó la tensión hasta ponerle
todos los nervios de punta, hasta que le entraron ganas de gritar para hacer
añicos aquella lenta quietud. Torito se había despertado y estaba jugando junto
a sus piernas, como si tuviera miedo de alejarse demasiado de su hermana.
Pero
llegó la noche, y la cuchilla no cayó. Torito tenía hambre y tiraba de ella
para que entrase en casa. De mala gana, Lali abandonó su sitio en el tronco y
llevó al niño adentro en el preciso instante en que Joaquín y Patricio salían
para correrse una de sus juergas nocturnas. Estefanía se puso el vestido
amarillo que tanto codiciaba y se fue también.
A lo
mejor Estefanía estaba en lo cierto, pensó Lali. A lo mejor Peter sólo se había
desahogado un poco y no había dicho en serio lo que había dicho. A lo mejor Nicolás
se había puesto en contacto con su familia a lo largo del día y había calmado
la situación. Tal vez hubiera cambiado de idea sobre el hecho de marcharse y
hubiera negado tener a Gimena consigo. Cualquier cosa era posible.
Sin
embargo, de todas formas no esperaba que volviera Gimena. Y sin Gimena, aunque Nicolás
regresara con su familia, no tendría motivo alguno para permitirles seguir en
aquella cabaña. No era gran cosa, pero al menos era un techo, y gratis. No, de
nada servía albergar esperanzas; había que utilizar el sentido común. De un
modo o de otro, quizá no inmediatamente pero sí muy pronto, iban a tener que
marcharse. Pero Lali conocía a su padre y sabía que no movería un dedo para
irse hasta que se viera obligado. Exprimiría de los Lanzani hasta el último
minuto gratis que le fuera posible.
Dio
de cenar a Torito y lo bañó, y acto seguido lo metió en la cama. Por segunda
vez consecutiva disponía de una noche de bendita intimidad, y se apresuró a
darse un baño ella también y ponerse el camisón. Pero cuando sacó su preciado libro
no pudo concentrarse en leer. La escena que había tenido lugar aquella mañana
con Peter le venía una y otra vez a la mente, igual que una película de vídeo
que no dejase de reproducirse en su cabeza. Cada vez que pensaba en aquella
mirada de desprecio de Peter, el dolor la golpeaba en el pecho hasta casi no
dejarla respirar. Rodó hacia un costado y hundió la cara en la almohada,
luchando contra las lágrimas. Ella lo quería mucho, y él la despreciaba porque
era una Espósito.
Al
final se quedó dormida, exhausta por la inquietud de la noche anterior y el
trauma sufrido aquel día. Siempre tenía el sueño ligero y permanecía alerta
como un gato, se despertaba y repasaba mentalmente la lista cada vez que
llegaba a casa un miembro de la familia. Papá fue el primero en aparecer. Venía
borracho, naturalmente, después de haber comenzado tan temprano, pero por una
vez no bramó pidiendo una cena que de todos modos no iba a consumir. Lali
escuchó los tumbos que iba dando en su camino al dormitorio. Momentos más tarde
le llegaron los familiares y trabajosos ronquidos.
Estefanía
llegó a casa a eso de las once, de mal humor y haciendo pucheros. La noche no
debía de haberle salido como ella pensaba, se dijo Lali, pero permaneció
tendida en silencio en su jergón y no preguntó. Estefanía se quitó el vestido
amarillo, hizo una bola con él y lo arrojó a un rincón. Después se tumbó en su
camastro y dio la espalda a Lali.
Era
temprano para todos. Los chicos llegaron no mucho más tarde, riendo y armando
bulla, y, como de costumbre, despertaron a Torito. Lali no se levantó, y pronto
volvió a reinar el silencio. Ya estaban
todos en casa, excepto mamá. Lali lloró en silencio secándose las lágrimas con
la ligera sábana, y enseguida se quedó dormida otra vez.
Un
enorme estruendo la hizo despertarse de golpe, aterrada y confusa. Un haz de
luz brillante la cegó y una mano ruda la sacó en volandas del jergón. Lali
chilló y trató de zafarse de aquella garra que le hacía daño en el brazo, trató
de resistirse haciendo fuerza, pero quienquiera que fuese la alzó del suelo de
un tirón como si no pesara más que un niño pequeño y literalmente la arrastró
por la vivienda. Por encima de sus propios gritos de terror oyó los chillidos
de Torito y las voces de su padre y de los chicos maldiciendo y vociferando,
entre los sollozos de Estefanía.
En el
patio había un semicírculo de luces brillantes y penetrantes, Lali tuvo una
impresión borrosa de un montón de gente que se movía adelante y atrás. El
hombre que la sujetaba a ella abrió de una patada la puerta de rejilla y la
empujó al exterior. Tropezó en los desvencijados escalones y fue a caer de
bruces en el suelo, con el camisón subido hasta los muslos.
Las
piedras y el cemento le desgarraron la piel de palmas y rodillas y le hicieron
una raspadura en la frente.
—Ven
aquí —dijo alguien—. Trae al crío.
Torito
fue depositado sin ningún miramiento junto a Lali, llorando histérico y con sus
redondos ojos azules fijos y aterrorizados. Lali consiguió adoptar la posición
de sentada, se cubrió las piernas con el camisón y refugió a Torito en sus
brazos.
Empezaron
a volar cosas por el aire, que se estrellaban y caían a su alrededor. Vio a Salvador
agarrado al marco de la puerta mientras dos hombres de uniforme marrón lo
sacaban a rastras de la casa. Agentes, pensó Lali con una sensación de vértigo.
¿Qué estaban haciendo allí? A no ser que hubieran atrapado a papá o a los
chicos robando algo. Mientras contemplaba la escena, uno de los agentes propinó
un golpe a Salvador en los dedos con su linterna. Salvador lanzó un alarido y
soltó el marco de la puerta, y los hombres lo llevaron hasta el patio.
Una
silla salió volando por la puerta, y Lali la esquivó echándose hacia un lado.
Fue a dar contra el suelo justo donde estaba ella antes y estalló hecha
pedazos. Medio arrastrando, con Torito agarrado de su cuello y entorpeciendo
sus movimientos, luchó por buscar refugio en la vieja camioneta de su padre,
donde se acurrucó contra el neumático delantero.
Contempló
aturdida aquella escena de pesadilla, intentando encontrarle algún sentido. Por
las ventanas salían cosas de todo tipo, prendas de vestir, platos y cacerolas.
Los platos eran de plástico y armaban un ruido tremendo al aterrizar. Alguien
vació un cajón lleno de cubertería por una ventana, y su contenido de acero
inoxidable barato relumbró bajo los faros de los autos patrulla.
—Vacíenla
del todo —oyó que rugía una voz grave—. No quiero que quede nada dentro.
¡Peter!
Se quedó petrificada al reconocer aquella amada voz, de cuclillas en el suelo
estrechando a Torito contra sí en un gesto protector. Lo descubrió casi de
inmediato, con su figura alta y poderosa, de pie y cruzado de brazos, al lado
del sheriff.
—¡No
tienes derecho a hacernos esto! —se desgañitaba Salvador, intentando agarrar a Peter
del brazo. Éste se lo quitó de encima sin más esfuerzo que si se tratara de un
perrito molesto—. ¡No puedes dejarnos tirados en plena noche! ¿Qué va a ser de
mis hijos, de mi pobre hijo retrasado? ¿Es que no tienes sentimientos, para
tratar así a un niño pequeño y desvalido?
—Te
dije que los quería fuera de aquí antes de que se hiciera de noche, y lo dije
en serio —replicó Peter—. Recojan lo que quieran llevarse, porque dentro de
media hora voy a prender fuego a lo que quede.
—¡Mi
ropa! —exclamó Estefanía saltando del lugar donde se había puesto a salvo,
entre dos autos.
Empezó
a recorrer frenética todos los enseres desparramados, cogiendo prendas y
desechándolas de nuevo al comprobar que pertenecían a otra persona. Las que
eran suyas se las echaba al hombro.
Lali
se incorporó con dificultad llevando a Torito todavía aferrado a ella, con una
fuerza nacida de la desesperación. Las posesiones de la familia probablemente
no serían sino basura para Peter, pero era todo lo que tenían. Consiguió
aflojar las manos de Torito lo suficiente para agacharse a recoger unas cuantas
prendas enmarañadas, las cuales volcó en la parte trasera de la camioneta de Salvador.
No sabía qué pertenecía a quién, pero no importaba; tenía que salvar todo lo
que pudiera.
Torito
seguía pegado a ella como una lapa, decidido a no soltarse. Con aquel estorbo, Lali,
agarró a Salvador del brazo y lo sacudió.
_¡No
te quedes ahí! —gritó con urgencia—. ¡Ayúdame a meter nuestras cosas en la
camioneta!
Él
reaccionó apartándola de un empujón que la lanzó por el suelo.
—¡No
me digas lo que tengo que hacer, estúpida hija de puta!
Lali
volvió a incorporarse de un salto, sin notar siquiera las nuevas magulladuras y
los arañazos, anestesiada por la desesperación. Los chicos, todavía más
borrachos que Salvador, se movían sin rumbo fijo dando tumbos e insultando. Los
agentes habían terminado de vaciar la cabaña y permanecían de pie, contemplando
el espectáculo.
—¡Estefanía,
ayúdame! —Lali agarró a su hermana cuando ésta pasaba furiosa a su lado,
llorando porque no encontraba su ropa—. Coge todo lo que puedas, lo más rápido
que puedas. Ya lo ordenaremos después. Recoge toda la ropa, y así sabrás que la
tuya está también ahí dentro. —Fue el único argumento que se le ocurrió para
lograr la colaboración de Estefanía.
Las
dos muchachas comenzaron a moverse a toda prisa por el patio, recogiendo todos
los objetos con que se topaban. Lali trabajó más que nunca en su vida, doblando
su esbelto cuerpo una y otra vez de un lado para otro, tan deprisa que Torito
no podía seguirla. Iba detrás de ella sollozando amargamente, y se agarraba a
sus faldas con sus manitas regordetas cada vez que la tenía a su alcance.
Lali
sentía la mente entumecida. No se permitió a sí misma pensar, no podía pensar.
Se movía de manera automática, e incluso no se dio cuenta de que se había hecho
un corte en la mano con un recipiente roto. Pero uno de los agentes sí lo
advirtió, y le dijo en tono hosco:
—Cuidado,
muchacha, estás sangrando —y le envolvió la mano en su pañuelo. Ella le dio las
gracias sin saber lo que decía.
Era
demasiado inocente y estaba demasiado aturdida para darse cuenta de que los
faros de los autos atravesaban la delgada tela de su camisón revelando la
silueta de su cuerpo juvenil, sus esbeltos muslos y sus senos altos y sutiles.
Ella se agachaba y se levantaba, mostrando una parte diferente de su cuerpo con
cada cambio de postura, tensando la tela del camisón sobre el pecho y revelando
la suave protuberancia del pezón, la vez siguiente resaltando la curva
redondeada de una nalga. Sólo tenía catorce años, pero bajo aquella luz dura y
artificial, con su larga y gruesa cabellera flotando sobre los hombros
semejante a una llama oscura y entre las sombras que destacaban el ángulo de
sus altos pómulos y oscurecían sus ojos, no se apreciaba su edad.
Lo
que se apreciaba era su extraordinario parecido con Gimena Espósito, una mujer
que no tenía más que cruzar una habitación para provocar mayor o menor grado de
excitación en la mayoría de los hombres presentes. La sensualidad de Gimena era
seductora y vibrante, un auténtico faro para los instintos masculinos. Cuando
los hombres miraban a Lali, no era a ella a quien veían, sino a su madre.
Peter
permanecía silencioso, observando lo que ocurría. Aún sentía rabia, una rabia
fría y voraz, concentrada. Lo invadía una sensación de asco al ver a los Espósito,
padre e hijos, deambulando de un lado para otro, maldiciendo y profiriendo
salvajes amenazas. Pero estando allí el sheriff y sus ayudantes, no harían otra
cosa que cerrar el pico, de modo que Peter no les hizo caso. Salvador se había
librado por los pelos cuando empujó al suelo a su hija pequeña; Peter cerró con
fuerza los puños, pero al ver que la muchacha se levantaba, aparentemente sin
haber sufrido daño alguno, decidió contenerse.
Las
dos muchachas corrían de un lado para otro, intentando sin descanso recoger los
objetos más necesarios. Los chicos desahogaban en ellas sus estúpidas y crueles
frustraciones, arrancándoles las cosas de las manos y tirándolas al suelo, y
proclamando en voz alta que ningún hijo de puta iba a echarlos de su casa y que
no perdieran el tiempo cogiendo cosas porque no se iban a marchar a ninguna
parte, maldita fuera. La hermana mayor, Estefanía, les rogaba que las ayudasen,
pero sus bravatas de borracho ahogaban todo esfuerzo que ella pudiera hacer.
La
hermana pequeña no desperdiciaba el tiempo tratando de razonar con ellos, sino
que se limitaba a moverse en silencio e intentaba poner orden en el caos pese a
que el niño se aferraba a ella constantemente. A pesar de sí mismo, Peter cayó
en la cuenta de que su mirada la buscaba continuamente y de que se sentía
fascinado de manera involuntaria por el contorno menudo y femenino de su cuerpo
bajo aquel camisón casi transparente. El propio silencio de la joven llamaba la
atención, y cuando Peter lanzó una mirada a su alrededor, descubrió que la
mayoría de los agentes también la estaban observando.
Había
en ella una extraña madurez, y un juego de las luces le causó la extraña
sensación de estar viendo a Gimena en vez de a su hija. Aquella puta le había
arrebatado a su padre, lo cual había hecho que su madre se retrajera
mentalmente y casi le había costado la vida a su hermana, y allí la tenía de
nuevo, tentando a los hombres encarnada en su hija.
Estefanía
era más voluptuosa, pero también era ruidosa y barata. La larga cabellera morocha
de Lali se mecía sobre el brillo perlado de sus hombros desnudos bajo los
tirantes del camisón. Parecía mayor de
lo que era, y también un tanto irreal, una encarnación de su madre moviéndose
en silencio a través de la noche, una danza carnal a cada movimiento.
Sin
quererlo, Peter notó que su erección se hacía presente, y sintió asco de sí
mismo. Miró a los agentes que lo rodeaban y vio la misma reacción reflejada en
sus ojos, un deseo animal que debería avergonzarlos, por ir dirigido a una
muchacha tan joven.
Continuará...
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Odie a Peter ,parece un cacique.Compara a Lali con su madre,Gimena, constantemente la cataloga como si fuera ella,pero la esta observando, cada vez k se le presenta la oportunidad.Me agrado ver k sintio ira cuando salvador la tiro ,pero tampoco hizo nada,aunque ella se levantara,cuando la sacaron d casa,tambien la empujaron y tiraron al suelo ,y ahi si se hizo rasguños ,y eso fue idea d el.Todos unos lascivos,k asco!,en una situacion asi ,y siendo Lali una pre adolescente,todos excitados con su vision,y Peter el primero.¡Dios!,¿ a nadie se le ocurre cubrirla?,espero k Peter tenga al menos ,un poco d compasion y la cubra.Perdon ,me colgue demasiado volviendo a ver las 3 primeras temporadas d CA,y ahora me esta costando ponerme al dia con todas las novelas,pero aqui estoy,y ya tienes mi comentario en todos los caps anteriores k me perdi.Quiero mucho mas,me encanta la novela,ya lo sabes .Un beso ,k estes bien.
ResponderEliminarTodos unos verdaderos machistas...
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