Aquí les dejo cap! pronto se vienen unos imperdibles! Besos!
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Ella
se echó hacia atrás, herida, y se lo quedó mirando con un gesto de reproche.
—¿Cómo
puedes decir eso? ¡Estoy preocupada por él!
—Ya
lo sé. —Peter consiguió dulcificar el tono—. Pero es una pérdida de tiempo, y
él no va a darte las gracias.
—¡Tú
siempre te pones de su parte, porque eres igual que él! —Las lágrimas ya le
resbalaban lentamente por las mejillas, y se volvió de espaldas—. Seguro que
esa propiedad de Baton Rouge resulta que tiene dos piernas y un par de pechos
grandes. Nada, anda, ¡que te diviertas!
—Así
lo haré —repuso Peter con ironía. Era verdad que iba a ver una propiedad; lo
que haría después era otra historia. Era un hombre joven, sano y fuerte, con un
impulso sexual que no había dado señales de ir a menos desde su adolescencia.
Era una quemazón constante en el vientre, un dolor hambriento en los
testículos. Era lo bastante afortunado de poder tener mujeres para calmar aquel
apetito, y lo bastante cínico para darse cuenta de que el dinero de su familia
contribuía mucho a su éxito sexual.
No le
importaba cuáles fueran los motivos de la mujer, si venía a él porque le
gustaba y disfrutaba de su cuerpo o si tenía el ojo puesto en la cuenta
bancaria de los Lanzani. Las razones no importaban, pues lo único que quería
era tener a su lado un cuerpo suave y cálido que absorbiese su impetuoso deseo
sexual y le diera satisfacción durante un tiempo. Nunca había amado a una
mujer, pero estaba claro que amaba el sexo, amaba todo lo que tenía que ver con
él: los olores, las sensaciones, los sonidos. En particular, lo maravillaba su
momento favorito, el instante de la penetración, cuando notaba la ligera
resistencia del cuerpo de la mujer a la presión que ejercía él, y luego la
aceptación, la sensación de ser absorbido y rodeado por carne caliente, tensa,
húmeda.
¡Dios,
aquello era maravilloso! Siempre ponía sumo cuidado en protegerse contra
embarazos no deseados y usaba condón aunque la mujer dijera que estaba tomando
la píldora, porque sabía que las mujeres mentían en cosas como ésas y un hombre
inteligente no debía correr riesgos.
No lo
sabía con seguridad, pero sospechaba que Eugenia aún era virgen. Aunque era
mucho más emocional que Ornella, todavía había en ella algo de su madre, una
especie de profundo distanciamiento que hasta el momento no había permitido que
se le acercara demasiado ningún hombre. Era una extraña mezcla de las
personalidades de sus padres, había recibido una parte del frío distanciamiento
de Ornella pero nada de su seguridad en sí misma, y otra parte de la naturaleza
emocional de Nicolás sin su intensa sexualidad. Por otro lado, Peter poseía la
sexualidad de su padre atemperada por el control de Ornella. A pesar de lo
mucho que deseaba el sexo, no era esclavo de su deseo como lo era Nicolás. Él
sabía cuándo y cómo decir no. Además, gracias a Dios, por lo visto él tenía más
sensatez eligiendo mujeres que Nicolás.
Tiró
de un mechón del pelo oscuro de Eugenia.
—Voy
a llamar a Alejo, a ver si sabe dónde está papá. —Alejo García, era abogado y
el mejor amigo de Nicolás.
Los
labios de Eugenia temblaron, pero sonrió a través de las lágrimas.
—Él
irá a buscar a papá y le dirá que venga a casa.
Peter
soltó un resoplido. Resultaba increíble que su hermana hubiera llegado a los
veinte sin haber aprendido absolutamente nada de los hombres.
—Yo
no estoy tan seguro de eso, pero puede que así te quedes tranquila.
Tenía
la intención de decirle a Eugenia que Nicolás se encontraba en una partida de
Póker, aunque Alejo supiera hasta el número de habitación del hotel donde Nicolás
había pasado la noche.
Fue
al estudio desde el que Nicolás atendía la mirada de intereses financieros de
los Lanzani y en el que él mismo estaba aprendiendo a atenderlos. A Peter lo
fascinaban las complejidades de los negocios y las finanzas, tanto que
voluntariamente había dejado pasar la oportunidad de jugar al rugby como
profesional para zambullirse de cabeza en el mundo de los negocios. No había
supuesto un gran sacrificio para él; sabía que era lo bastante bueno para jugar
como profesional, porque habían observado su rendimiento, pero también sabía
que no tenía madera para ser una estrella. Si hubiera dedicado su vida al rugby,
habría jugado durante ocho años o así, eso si hubiera tenido la suerte de no
lesionarse, y habría ganado un sueldo bueno pero no espectacular. Al final, lo
que pesaba más era que, por mucho que le gustase el balón, amaba más los
negocios. Aquél era un juego al que podía jugar durante mucho más tiempo que el
rugby, además de ganar muchísimo más dinero, y era una pelea entre iguales.
Aunque
a Nicolás le habría estallado el pecho de orgullo al ver a su hijo como
profesional del deporte, Peter opinaba que en cierto modo se había sentido
aliviado al ver que elegía regresar a casa. En los pocos meses que habían
transcurrido desde que Peter se graduó, Nicolás no había hecho otra cosa que
llenarle la cabeza de conocimientos sobre los negocios, material que no podía
encontrarse en un libro de texto.
Peter
pasó los dedos por la madera pulimentada del gran escritorio. Había una enorme
fotografía de Ornella en un rincón del mismo, rodeada de fotos más pequeñas de
él y de Eugenia en diversas etapas de su crecimiento, como una reina con sus
súbditos reunidos a su alrededor. La mayoría de la gente habría pensado que era
una madre con sus hijos pegados a la falda, pero Ornella no era maternal en lo
más mínimo. El sol matinal iluminaba de costado la foto y resaltaba detalles
que por lo general pasaban inadvertidos, y Peter se detuvo a mirar la imagen
fija del rostro de su madre.
Era
una mujer muy guapa, aunque poseía un tipo de belleza muy diferente al de Gimena
Espósito.
Gimena
era el sol, caliente, audaz y brillante, mientras que Ornella era la luna,
distante y fría. Tenía un cabello oscuro, abundante y sedoso, que llevaba peinado
en un sofisticado moño, y unos encantadores ojos azules que no había heredado
ninguno de sus hijos. No era criolla francesa, sino llanamente americana vieja;
algunos parroquianos se habían preguntado si Nicolás Lanzani no se habría
casado con alguien inferior. Pero ella había resultado ser más regia de lo que
podría haberlo sido ninguna criolla nacida para ese papel, y aquellas antiguas
dudas habían quedado olvidadas hacía ya mucho tiempo.
Sobre
el escritorio estaba la agenda de citas de Nicolás, abierta. Peter apoyó una
cadera contra la mesa y recorrió con la vista las citas que había apuntadas
para aquel día. Su padre tenía una reunión con William Grady, el banquero, a
las diez. Por primera vez, Peter sintió una punzada de inquietud. Nicolás nunca
había permitido que sus mujeres interfirieran en sus negocios, y jamás acudía a
una cita sin afeitar y sin haberse puesto ropa limpia.
Enseguida
marcó el número de Alejo, y su secretaria respondió al primer timbrazo.
—García
y Anderson, abogados.
—Buenos
días, Tina. ¿Ha llegado ya Alejo?
—Por
supuesto —repuso ella con buen humor, pues había reconocido inmediatamente el
distintivo tono grave de Peter, semejante al terciopelo—. Ya sabes cómo es.
Haría falta un terremoto para que no entrara por la puerta al dar las nueve.
Espera un momento, voy a llamarlo.
Peter
oyó el chasquido de la llamada en espera, pero conocía a Tina demasiado bien
para pensar que estaba hablando con Alejo por el interno. Había estado en aquella
oficina muy a menudo, tanto de niño como de hombre, y sabía que la única
ocasión en la que Tina usaba el interfono era cuando había delante un
desconocido. La mayoría de las veces se limitaba a girarse en su silla y
levantar la voz, ya que el despacho de Alejo estaba justo a su espalda, con la
puerta abierta.
Peter
sonrió al recordar cómo Nicolás reía a carcajadas al contarle que Alejo había
intentado una vez que Tina adoptase una actitud más formal, más propia de un
bufete de abogados. El pobre Alejo, tan poco severo, no tenía la menor
posibilidad de vencer a su secretaria. Ésta, sintiéndose ofendida, se volvió
tan fría que la oficina se congeló. En lugar del habitual «Alejo» empezó a
llamarlo «señor García» cada vez que se dirigía a él, utilizaba siempre el
interfono, y la cómoda camaradería que había entre are ambos se esfumó. Cuando
él se paraba en frente de la mesa de ella para charlar, Tina se levantaba para ir
al baño. Todos esos pequeños detalles de los que en otro tiempo se había
ocupado como algo normal, quitándole a Alejo una buena parte de trabajo, ahora
aparecían amontonados sobre la mesa de él. Alejo empezó a llegar más temprano y
salir más tarde, mientras que Tina de pronto pasó a tener un horario de lo más
preciso. No cabía pensar en sustituirla; las secretarias de bufete no eran
fáciles de encontrar en Prescott. Al cabo de dos semanas, Alejo se había
rendido humildemente, y desde entonces Tina le hablaba a voces a través de la
puerta del despacho.
La
línea telefónica chasqueó de nuevo cuando Alejo tomó el auricular. Por el otro
lado sonó su forma de hablar tranquila y
bonachona.
—Buenos
días, Peter.— Hoy has madrugado, según parece.
—No
tanto. —Siempre madrugaba más que su padre, pero la mayoría de la gente suponía
era que de tal palo, tal astilla—. Voy a ir a Baton Rouge a echar un vistazo a
una propiedad. Alejo, ¿sabes tú dónde está mi papá?
Se
hizo un pequeño silencio al otro extremo del cable.
—No,
no lo sé. —Otra breve pausa de cautela—. ¿Ocurre algo malo?
—Anoche
no vino a casa, y hoy a las diez tiene una cita con Will Grady.
—Maldición
—dijo Alejo suavemente, pero Peter percibió el tono de alarma en su voz—. Dios,
no creía que él fuera a... ¡Maldita sea!
Continuará
Alejo sabe algo del papa d Peter,y este le va a sonsacar.Espero k se encuentren pronto ,Peter y Lali,muero x saber como, y en k circunstancias.
ResponderEliminarACABÓ DE EMPEZAR A LEER TÚ NOVE, LA VERDAD ME SUPER ENGANCHE.
ResponderEliminarESPERO QUE SUBAS PRONTO EL PROXIMO CAPITULO, QUIERO SABER DONDE SE METIERON NICOLÁS Y GIMENA.
BESOS :-*
@solo_ellos_axel