Hola! al fin termino la semana! aunque fue cortita igual se vino media cargada! aquí les dejo el tercer capítulo! Besos, acuérdense de firmar eh!
PD: gracias a Chari por sus lindos comentarios! Besos!
PD: gracias a Chari por sus lindos comentarios! Besos!
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Con
una familia así, la niña estaba perdida. Un par de años más y seguiría los
pasos de su madre y de su hermana, porque no conocería otra cosa. Y aunque
conociera otra cosa, de todas formas todos los chicos la rondarían como lobos
sólo por ser una Espósito, y no aguantaría mucho tiempo.
La
parroquia entera estaba al corriente de que el padre de Peter se acostaba con Gimena,
y de que llevaba años haciéndolo. Por mucho que Peter quisiera a su madre,
suponía que no podía censurar a Nicolás por buscar en otra parte; Ornella era
la persona menos física que había visto. A sus treinta y nueve años seguía
siendo tan fría y encantadora como una Virgen María, indefectiblemente pulcra y
compuesta, y distante. No le gustaba que la tocaran, ni siquiera sus hijos. Lo increíble
era que hubiera tenido hijos. Por supuesto, Nicolás no le era fiel, jamás lo
había sido, para gran alivio de ella.
Nicolás
Lanzani era lujurioso y de sangre caliente, y se había abierto camino hasta
muchas camas ajenas antes de sentar la cabeza, más o menos, con Gimena Espósito.
Pero siempre era amablemente cortés y protector con Ornella, y Peter sabía que
no la dejaría nunca, sobre todo por una puta barata como Gimena.
La
única persona que estaba molesta con aquella situación, por lo visto, era su
hermana Eugenia. Afectada por el distanciamiento emocional de Ornella
idolatraba a su padre y sentía unos celos feroces de Gimena, tanto en nombre de
su madre como porque Nicolás pasaba mucho tiempo con ella. En la casa había
mucha más calma ahora que Eugenia se había ido a un internado y había empezado
a relacionarse con sus amigas de allá.
—Peter,
date prisa —rogó María frenética.
Él
metió los brazos por las mangas de la camisa, pero no se molestó en
abotonársela y la dejó abierta.
—Ya
estoy listo. —La besó y le acarició el trasero—. No permitas que se te
alboroten las plumas, chérie. Lo único que tienes que hacer es cambiarte de
ropa. El resto de ti está maravilloso, como eres tú.
La
muchacha sonrió, contenta por el cumplido, y se calmó un poco.
—¿Cuándo
podemos repetir esto? —preguntó al tiempo que salían de la casa.
Peter
rió en voz alta. Le había costado la mayor parte del verano meterse en la cama
con la chica, pero ahora ella no quería perder más tiempo. Perversamente, ahora
que ya era suya, una buena parte de su implacable determinación se había
evaporado.
—No
lo sé —respondió en tono perezoso—. Pronto tengo que regresar a la facultad
para entrenar con el rugby.
Para
mérito suyo, María no hizo pucheros. En lugar de eso, sacudió la cabeza para
que el viento le levantara el pelo mientras el Corvette avanzaba por el sendero
privado en dirección a la carretera, y le sonrió.
—Cuando
quieras. —Era un año mayor que él, y poseía su dosis de seguridad en sí misma.
El
Corvette entró derrapando en la carretera, agarrándose al asfalto con los
neumáticos.
María
rió mientras Peter manejaba con facilidad el potente automóvil.
—Te
dejaré en casa dentro de cinco minutos —Prometió. Él tampoco quería que nada
interfiriese en el compromiso de María y Maximiliano.
Pensó
en la pequeña y escuálida Lali Espósito, y se preguntó si habría conseguido
llegar bien a su casa. No debería andar por ahí sola en el bosque de aquella
manera. Podría hacerse daño, o perderse. Peor aún aunque se trataba de una
finca privada, el lago atraía a los adolescentes como un imán, y Peter no se
hacía ilusiones acerca de ellos cuando formaban pandilla.
Si
perseguían a Lali, tal vez no se detuvieran a pensar lo joven que era, sólo
pensarían que era una Espósito, Caperucita Roja no tendría ninguna posibilidad
frente a los lobos Alguien tenía que vigilar más de cerca a aquella niña.
* * *
Tres
años después —Lali —dijo Gimena impaciente—, haz callar de una vez a Torito. Me
está poniendo enferma con tanto gimoteo.
Lali
dejó a un lado las papas que estaba pelando, se limpió las manos y fue hasta la
puerta de rejilla, donde estaba Torito manoteando la rejilla y haciendo unos ruiditos
que significaban que quería salir. Nunca lo dejaban salir solo porque no
entendía lo que significaba «no salir del patio», y empezaba a caminar sin
rumbo y acababa perdiéndose. La rejilla tenía un pestillo en lo alto, que él no
podía alcanzar y que siempre estaba cerrado para evitar que saliera por sí
mismo. Lali estaba ocupada con la cena, aunque era probable que sólo estuvieran
ella y Torito para comérsela, y en aquel preciso momento no podía salir con él.
Le
apartó las manos de la rejilla y dijo:
—¿
Quieres jugar con la pelota, Torito? ¿Dónde está la pelota?
Torito,
fácilmente distraído, echó a trotar en busca de su pelota roja toda
mordisqueada, pero Lali sabía que eso no lo tendría ocupado mucho tiempo.
Suspiró y volvió a las patatas.
Gimena
salió lentamente de su dormitorio. Esa noche iba vestida para matar, advirtió Lali,
con un ceñido vestido corto de color rojo que dejaba al descubierto sus piernas
largas y bien torneadas y que curiosamente no hacía mal contraste con su
cabello. Gimena tenía unas piernas estupendas; lo tenía todo estupendo, y lo
sabía. Su abundante cabellera formaba una nube y su penetrante perfume la
seguía con una aura de un rojo intenso.
—¿Cómo
estoy? —preguntó, girando sobre sus tacones altos mientras se ponía unos aretes
de cristal barato en las orejas.
—Preciosa
—respondió Lali, sabedora de que eso era lo que esperaba oír Gimena, y no era
nada menos que la verdad. Gimena era tan amoral como un gato, pero también era
una mujer de sorprendente belleza, con un rostro perfecto y ligeramente
exótico.
—Bien,
pues me voy. —Se inclinó para depositar un ligero beso en la cabeza de Lali.
—Que
te diviertas, mamá —Así lo haré. —Dejó escapar una risita—. Desde luego que sí.
—Soltó el pestillo de la puerta de rejilla y salió de la cabaña exhibiendo sus
largas piernas.
Lali
se levantó para cerrar de nuevo el pestillo y se quedó mirando cómo Gimena
entraba en su reluciente auto deportivo y se marchaba. A su madre le encantaba
aquel auto. Un día llegó conduciéndolo sin decir una sola palabra para explicar
de dónde lo había sacado, aunque no había mucho que dudar al respecto. Se lo
había regalado Nicolás Lanzani.
Al
verla en la puerta, Torito regresó y empezó a hacer de nuevo los ruiditos que
indicaban que quería salir.
—No
puedo sacarte —explicó Lali con paciencia infinita aunque el niño no entendiese
gran cosa—. Tengo que hacer la cena. ¿Qué prefieres, patatas fritas o en puré?
—Era una pregunta retórica, puesto que el puré de patatas le resultaba mucho
más fácil de comer. Lali le acarició el pelo oscuro y volvió una vez más a la
mesa y al cuenco de patatas.
Últimamente,
Torito no demostraba la misma energía de siempre, y cada vez con más frecuencia
sus labios adquirían un tinte azulado cuando jugaba. Le estaba fallando el
corazón, tal como habían dicho los médicos que iba a pasar. No iba a haber un
trasplante milagroso para Torito, aunque los Espósito hubieran tenido recursos
para permitírselo. Los pocos corazones de niño que había disponibles eran
demasiado valiosos para desperdiciarlos en un niño pequeño que jamás sabría
vestirse solo, ni leer, ni manejar más que unas cuantas palabras balbuceadas
por mucho tiempo que viviera. «Gravemente retrasado» era la categoría que le
habían asignado. Aunque a Lali se le formaba un nudo en el pecho cuando pensaba
en que Torito fuera a morirse, no sentía amargura por saber que no se iba a
hacer nada por la frágil salud del niño. Un corazón nuevo no lo ayudaría, desde
luego no de forma que importase. Los médicos no esperaban que hubiera vivido
tanto, y ella cuidaría de él durante el tiempo que le quedara.
Durante
una temporada se preguntó si no sería hijo de Nicolás Lanzani, y se sintió
furiosa por él, porque no lo hubieran llevado a vivir en aquella gran casa
blanca, donde tendría los mejores cuidados y sería feliz durante los pocos años
que le quedasen. Como era retrasado, pensó, Nicolás estaba contento de
mantenerlo fuera de la vista.
Lo
cierto era que Torito podría ser perfectamente hijo de Salvador, y era
imposible saberlo. No se parecía a ninguno de los dos hombres, simplemente se
parecía a sí mismo. Ya tenía seis años, y era un niño apacible que se
contentaba con las cosas más pequeñas y cuya seguridad radicaba en su hermana
de catorce años. Lali cuidaba de él desde el día en que Gimena lo trajo del
hospital a casa, y lo protegió de los accesos de ira de su padre cuando estaba
borracho y de las despiadadas burlas de Joaquín y Patricio. Gimena y Estefanía
lo ignoraban la mayor parte del tiempo, lo cual a Torito le parecía bien.
Continuará...
Peter aun piensa k Lali, puede llegar a ser como su madre y su hermana.Este chico, no conoce k cada uno tiene sus ideales ,y su propia personallidad.Ya conocemos un pelin mas,al papi y mami d Peter,para ser ricos, k joyitas(ironia),y encima se permiten en el pueblo juzgar a Gimena,no miden a todos x igual.Peter tambien juzga a su padre,pero el aunque soltero ,tambien hace lo mismo,jajaja,sangre caliente y lujurioso,con Maria,despues d conseguirla,como k casi ya no le interesa.Jajaja,y vuelve a pensar en "su pequeña",k no le pase nada y k nadie le haga daño.No quiero pensar k la quiere d" esa manera",(como su padre a Gimena) para el solito.Ya con 14 Lali sigue siendo la misma y amando a su hermano Torito.
ResponderEliminarNo tengo blog, y no se si se puede hacer,pero preguntare ,para dar a conocer tu novela.Cuando comentas en otros blog,veo tus comentarios ,te aconsejo k promociones la novela,en esos mismos comentarios,valga la redundancia.Ademas d hacerlo en los blogs k recomiendas,(columna derecha)k te recomienden ellos.Un beso.
ResponderEliminarAh,y en los k sigues,viendo tu perfil,k son bastantes.
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