viernes, 11 de mayo de 2012

Capítulo 8



Perdón por la hora!!! se me re fue! pero viene largo eh! Besos!
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—Alejo. —El tono de Peter era duro y afilado como el acero, y cortaba el silencio—. ¿Qué está pasando?

—Peter, te juro que no pensaba que fuera a hacerlo —dijo Alejo afligido—. Puede que no lo haya hecho. Puede que se haya quedado dormido.

—Que no haya hecho ¿qué?

—Lo mencionó en un par de ocasiones, pero sólo cuando estaba bebido. Te juro que jamás pensé que hablara en serio. Dios, ¿cómo podía ser?
El plástico del auricular crujió bajo la mano de Peter.

—¿A qué te refieres?

—A dejar a tu madre. —Alejo tragó saliva de forma audible, con un sonido seco—. Y fugarse con Gimena Espósito.

Con mucha suavidad, Peter volvió a dejar el auricular en su sitio. Permaneció inmóvil unos segundos contemplando el aparato. No podía ser... Nicolás no podía haber hecho semejante cosa. ¿Por qué habría de hacerla? ¿Por qué escaparse con Gimena cuando podía acostarse con ella, y de hecho lo hacía, cada vez que se le antojase? Alejo tenía que estar equivocado. Nicolás jamás abandonaría a sus hijos ni su negocio... Sin embargo, se sintió aliviado cuando él escogió rechazar el rugby profesional y le impartió un curso acelerado sobre cómo dirigirlo todo.

Por espacio de varios instantes de aturdimiento, Peter permaneció atontado por la sensación de incredulidad, pero era demasiado realista para que dicho estado le durase mucho. La sensación de entumecimiento comenzó a ceder, y una rabia intensa vino a llenar el hueco que aquél había dejado.  Se movió igual que una serpiente atacando, agarró el teléfono y lo lanzó por la ventana, haciendo pedazos el cristal y provocando que varias personas acudieran de inmediato al estudio a ver qué había pasado.

Todo el mundo durmió hasta muy tarde excepto Lali y Torito, y Lali salió de la cabaña en cuanto hubo dado de desayunar al niño y se lo llevó al arroyo para que pudiera chapotear en el agua e intentar atrapar pececillos. Jamás lo conseguía, pero le encantaba intentarlo. Hacía una mañana magnífica, el sol brillaba con fuerza a través de los árboles y arrancaba destellos al agua. Los aromas eran frescos y penetrantes, llenos de colores buenos y limpios que tapaban los malos olores del alcohol que aún percibía, exudadas por las cuatro personas que había dejado durmiendo tras los efectos de la pasada noche.

Esperar que Torito no se mojara era como esperar que el sol saliera por el oeste. Cuando llegaron al arroyo le quitó la camisa y los pantalones y dejó que se metiera en el agua llevando sólo el pañal. Había traído otro seco para cambiarlo cuando volvieran a casa. Colgó con cuidado la ropa de unas ramas y seguidamente se metió en el arroyo para chapotear un poco y vigilar a Torito. Si se le acercase una culebra, el niño no sabría que debía alarmarse. Lali tampoco les tenía miedo, pero desde luego obraba con cautela.

Lo dejó jugar durante un par de horas y después tuvo que cogerlo en brazos y sacarlo del agua con gran pataleo y protestas por parte del pequeño.

—No puedes estar más en el agua —le explicó—. Mira, tienes los dedos de los pies arrugados como una pasa.
Se sentó en el suelo y le cambió el pañal, y a continuación lo vistió. Fue una tarea difícil, ya que Torito no dejaba de retorcerse y tratar de escapar de vuelta al agua.

—Vamos a buscar ardillas —le dijo Lali—. ¿Ves alguna ardilla?

Distraído, el pequeño miró inmediatamente hacia arriba con los ojos muy abiertos por la emoción mientras trataba de descubrir ardillas entre los árboles. Lali cogió su mano regordeta y lo condujo lentamente a través del bosque, por un sendero que serpenteaba en dirección a la cabaña.
Quizá para cuando hubieran regresado Gimena ya estuviera en casa.

Aunque no era la primera vez que su madre pasaba fuera toda la noche, aquello siempre inquietaba a Lali. Lo tenía siempre en un rincón de su cabeza, pero vivía con el miedo constante de que Gimena se marchara una noche y no regresara nunca. Lali sabía, con amargo realismo, que si Gimena conociera a un hombre que tuviera un poco de dinero y le prometiera cosas bonitas, se largaría sin pensarlo dos veces. Probablemente, lo único que la retenía en Prescott era Nicolás Lanzani y lo que éste podía darle. Si alguna vez Nicolás la dejase, no se quedaría allí más que el tiempo necesario para hacer las maletas.

Torito logró descubrir dos ardillas, una que correteaba por la rama de un árbol y otra que trepaba por un tronco, así que se sentía feliz de ir a donde Lali lo llevase. Sin embargo, cuando tuvieron la cabaña a la vista, el niño advirtió que regresaban a casa y empezó a proferir gruñidos de protesta y tirar hacia atrás en un intento de soltarse de la mano de su hermana.

—Para, Torito —dijo Lali al tiempo que lo sacaba a la fuerza de entre los árboles para salir al camino de tierra que llevaba hasta la cabaña—. Ahora mismo no puedo seguir jugando contigo, tengo que hacer las cosas. Pero te prometo que jugaremos con tus autos cuando...

En eso, oyó a su espalda el rugido grave del motor de un automóvil, que iba aumentando de intensidad a medida que se acercaba, y su primer pensamiento de alivio fue: «Mamá está en casa».

Pero lo que apareció al doblar la curva no fue el reluciente auto rojo de Gimena, sino un Corvette negro descapotable, adquirido para sustituir al plateado que conducía Peter desde la secundaria. Lali se detuvo en seco, olvidándose de Torito y de Gimena, sintiendo que se le paraba el corazón y que luego empezaba a golpearle el pecho con tal fuerza que casi se sintió enferma. ¡Era Peter quien venía!

Estaba tan aturdida por la alegría que casi se olvidó de apartar a Torito del camino y quedarse entre las hierbas de la cuneta. Peter, cantaba su corazón. Un leve temblor le empezó en las rodillas y le subió poco a poco por el cuerpo al pensar que de verdad iba a hablar con él de nuevo, aunque sólo fuera para susurrar un saludo.

Clavó la mirada en él, absorbiendo todos los detalles, mientras lo veía acercarse. Aunque iba sentado detrás del volante y ella no alcanzaba a ver mucho, le pareció que estaba más delgado que cuando jugaba al rugby y que llevaba el pelo un poco más largo. Sin embargo, sus ojos eran los mismos, verdes e igual de tentadores. Se posaron en ella durante unos segundos cuando el Corvette pasó por delante de donde se encontraban ella y Torito, y la saludó cortésmente con una inclinación de cabeza.

Torito se revolvió y tiró de la mano, fascinado por el hermoso automóvil. Le encantaba el auto de Gimena, y Lali tenía que vigilar para que no se acercase a él, porque a Gimena la ponía enferma que el niño lo manosease y dejase las marcas de sus manitas en la pintura.

—Está bien —susurró Lali, aún aturdida—. Vamos a ver ese auto tan bonito.

Volvieron a entrar en el camino y siguieron al Corvette, que ya se había detenido enfrente de la cabaña. Peter se izó detrás del volante y pasó una pierna por encima de la puerta, después la otra, y salió del bajo automóvil igual que si éste fuera el autito de un bebé. Subió los dos escalones de la entrada, abrió de un tirón la puerta de rejilla y penetró en el interior de la vivienda.
No había llamado a la puerta, pensó Lali. Eso estaba mal. No había llamado.

Apretó el paso tirando de Torito de tal modo que sus cortas piernas tuvieron que acelerar, y el niño lanzó un quejido de protesta. Se acordó de su corazón, y el terror le causó una punzada en el estómago. Enseguida se detuvo y se inclinó para tomar al niño en brazos.

—Lo siento, cariño, no pretendía hacerte correr.

Le dolía la espalda por el esfuerzo de cargar con el pequeño, pero no hizo caso y volvió a caminar deprisa. La piedra rodaba inadvertida bajo sus pies descalzos y cada golpe de talón levantaba pequeñas nubes de polvo. El peso de Torito parecía abrumarla, impedirle alcanzar La cabaña. La sangre le batía en los oídos, y en el pecho le estaba adquiriendo una sensación de pánico que casi la asfixiaba.

Oyó un rugido débil y lejano que reconoció como la voz de su padre, amortiguada por el tono más grave de la de Peter jadeante, imprimó mayor velocidad a sus piernas y por fin llegó a la cabaña. La puerta de rejilla chirrió cuando la abrió de un tirón y entró a toda prisa en la casa, sólo para detenerse de golpe, parpadeando para adaptar los ojos a la penumbra. Se vio rodeada de gritos ininteligibles y maldiciones que le causaron la misma sensación que si estuviera atrapada en un túnel de pesadilla.

Tragando aire a borbotones, dejó a Torito en el suelo. Asustado por los gritos, el pequeño se aferró a las piernas de su hermana y escondió la cara contra ella.  Cuando su vista se fue adaptando poco a poco y el estruendo de sus oídos empezó a disminuir, los gritos fueron cobrando sentido, y deseó que ojalá no fuera así.

Peter había sacado a Salvador de la cama y estaba arrastrándolo a la cocina. Salvador gritaba y juraba, aferrado al marco de la puerta en un intento de frenar a Peter. Sin embargo, no tenía ninguna posibilidad frente a la fuerza de aquel joven furibundo, y lo único que podía hacer era procurar no perder el equilibrio mientras Peter lo empujaba hacia el centro de la habitación.

—¿Dónde está Gimena? —ladró Peter, irguiéndose amenazador sobre Salvador, que reaccionó encogiéndose.
Los ojos vidriosos de Salvador recorrieron rápidamente la estancia, como si buscara a su mujer.

—No está aquí —farfulló.

—¡Ya veo que no está aquí, maldito imbécil! ¡Lo que quiero saber es dónde diablos está!
Salvador se balanceaba de delante atrás sobre sus pies descalzos, y de pronto soltó un eructo.

Llevaba el pecho al aire y los pantalones todavía desabrochados. Su cabello desordenado apuntaba en todas direcciones, estaba sin afeitar, tenía los ojos inyectados en sangre, y su aliento despedía un tufo a sueño y alcohol. Como contraste, Peter se elevaba por encima de él con su musculoso cuerpo, el pelo negro pulcramente peinado hacia atrás, la camisa de un blanco inmaculado y los pantalones hechos a medida.

—No tienes derecho a empujarme, no me importa quién sea tu padre —se quejó Salvador. A pesar de su bravata, se encogía cada vez que Peter hacía un movimiento.
Joaquín y Patricio habían salido rápidamente de su dormitorio, pero no hicieron ningún gesto para apoyar a su padre. No era su estilo enfrentarse a un Peter Lanzani furioso, ni tampoco lo era atacar a nadie que pudiera ocasionarles problemas.

—¿Sabes dónde está Gimena? —preguntó Peter de nuevo con voz gélida.

Continuará...

1 comentario:

  1. K sea Lali quien lo enfrente.Pobre Torito ,despues d pasarlo bien con su hermana,tiene k sufrir esos gritos y esta asustado.

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