Era
un buen día para soñar. Caían las últimas horas de la tarde, el sol proyectaba
sombras alargadas cuando conseguía abrirse paso entre las densas nubes, pero en
su mayor parte la luz dorada y traslúcida se quedaba prendida en las copas de
los árboles y dejaba el lecho del bosque sumido en misteriosas sombras. En el
aire del verano, cálido y húmedo, flotaba el perfume rosado y dulzón del néctar
de madreselva, mezclado con el rico aroma marrón de la tierra y de la
vegetación podrida, además del penetrante olor a verde de las hojas. Para Lali Espósito,
los olores tenían color, y desde que era pequeña se entretenía Poniendo colores
a los aromas que percibía a su alrededor.
La
mayoría de los colores eran obvios, extraídos del aspecto que tenía cada cosa.
Naturalmente, la tierra olía a marrón; por supuesto, aquel aroma fresco y
fuerte de las hojas era verde en su mente. El pomelo olía amarillo brillante;
nunca había comido pomelo, pero en cierta ocasión había cogido uno en la
frutería y había olfateado su piel, titubeante, y el olor había explotado en
sus papilas gustativas, agrio y dulce a la vez.
Le
resultaba fácil poner color al olor de las cosas en la mente; en cambio, el
color de los olores de las personas era más difícil, porque las personas no
eran nunca una sola cosa, sino diferentes colores mezclados entre sí. Los
colores no significaban lo mismo en los olores de la gente que en los de las
cosas. Su madre, Gimena, despedía un aroma rojo profundo y picante, con algunas
volutas de negro y amarillo, pero el rojo picante casi aplastaba todos los
demás colores. El amarillo era bueno en las cosas, pero no en las personas; ni
tampoco el verde, ni siquiera algunos de sus matices.
Su
padre, Salvador, era una insoportable mezcla de verde, morado, amarillo y
negro. Con él fue verdaderamente fácil, pues desde una edad muy temprana lo
había asociado con el vómito. Beber y vomitar, beber y vomitar, eso era lo
único que hacía papá. Bueno, y mear. Meaba mucho.
El
mejor olor del mundo, pensó Lali mientras deambulaba entre los árboles
contemplando los rayos de sol capturados y guardando su felicidad secreta en lo
más hondo de su pecho, era el de Peter Lanzani. Lali vivía por los breves suposiciones
de él que alcanzaba a ver en la ciudad, y si se encontraba lo bastante cerca
para oír el sonido ronco y profundo de su voz, temblaba de alegría.
Hoy
había logrado estar lo bastante cerca de él para olerlo, ¡y él incluso la había
tocado! Aún flotaba en una nube tras vivir aquella experiencia.
Había
entrado en la tienda de Prescott con Estefanía, su hermana mayor, porque ésta
le había robado a Gimena un par de billetes del bolso y quería comprarse un
esmalte de uñas. El olor de Tefy era anaranjado y amarillo, una pálida
imitación del aroma de Gimena. Salieron de la tienda llevando el preciado
frasco de esmalte de uñas rosa intenso cuidadosamente escondido en el sostén de
Estefanía para que Gimena no lo viera. Tefy llevaba ya casi tres años usando
sostén, y eso aunque sólo tenía trece años, un hecho que ella utilizaba para
burlarse de Lali cada vez que se le ocurría, pues Lali tenía once años y aún no
le habían salido pechos. Sin embargo, últimamente los pezones planos e
infantiles de Lali habían empezado a hincharse, y se sentía muy avergonzada de
que alguien se los viera. Se daba mucha cuenta de cómo despuntaban bajo la fina
camiseta de la blusa que llevaba, pero cuando estuvieron a punto de chocar con Peter
en el momento que éste entraba en la tienda y ellas salían, Lali se olvidó de
lo liviano de su camiseta.
—Una
camiseta muy bonita — había dicho Peter con sus oscuros ojos brillando
divertidos, y le había tocado el hombro. Peter estaba pasando en casa las
vacaciones veraniegas. Jugaba rugby para el equipo de la universidad. Tenía
diecinueve años, medía más de uno setenta y seguía creciendo. Lali lo sabía
porque lo había leído todo en la página deportiva de la gaceta local. Sabía que
corría un 4,6 cuarenta y que tenía una gran velocidad lateral, fuera eso lo que
fuera. También sabía que era muy guapo, no a lo fino, sino con el mismo estilo
salvaje y poderoso que el estimado semental que poseía su padre. Tenía pelo
castaño el cual le daba un aspecto de guerrero de la Edad Media que se
encontrara accidentalmente en la época actual. Lali se leía todas las novelas
que caían en sus manos sobre caballeros medievales y sus bellas damas, por eso
reconocía un Caballero en cuanto lo veía.
Sintió
un cosquilleo en el hombro cuando la tocó Peter, y sus pezones hinchados se
estremecieron y la hicieron sonrojarse y bajar la cabeza. Todos sus sentidos
giraron en un torbellino al percibir su olor, compuesto por una mezcla
penetrante e indefinible que no supo describir, caliente y almizclada, con un
rojo aún más intenso que el de Gimena, lleno de tentadores colores de matices
profundos y lozanos.
Estefanía
sacó hacia afuera sus senos redondos, cubiertos por una blusa rosa sin mangas.
Se había dejado desabrochados los dos botones superiores.
—Y
mi camiseta, ¿qué? —preguntó haciendo puchero para que sus labios también
sobresalieran, tal como había visto hacer a Gimena miles de veces.
—Te
has equivocado de color —dijo Peter endureciendo el tono y poniendo en él una
gota de desdén. Lali supo la razón: Era porque Gimena se acostaba con su padre,
Nicolás. Había oído cómo hablaban los demás de Gimena, y sabía lo que
significaba la palabra «puta».
Peter
pasó entre ambas, empujó la puerta y desapareció en el interior de la tienda. Estefanía
se lo quedó mirando por espacio de unos segundos y después posó sus voraces
ojos en Lali.
—Déjame
tu camiseta —le dijo.
—Te
queda demasiado pequeña —replicó Lali, y se alegró enormemente de que así
fuera. A Peter le había gustado su camiseta, la había tocado, y ella no estaba
dispuesta a renunciar a aquello.
Estefanía
frunció el gesto ante aquella obvia verdad. Lali era pequeña y delgada, pero
incluso sus estrechos hombros pugnaban contra las costuras de su camiseta, que ya
le quedaba pequeña desde hace dos años.
—Ya
conseguiré otra —declaró.
Ella
también, pensó Lali ahora mientras contemplaba con expresión soñadora el
parpadeo del sol entre los árboles. Pero Estefanía no tendría la que había
tocado Peter; ella se la había quitado llegando a casa, la había doblado con
todo cuidado y la había escondido debajo del colchón. La única forma de
encontrarla era deshaciendo la cama para lavar las sábanas, y como ella era la
única que hacía tal cosa, la camiseta permanecería a salvo y ella podría dormir
encima todas las noches.
Peter.
La violencia de sus emociones la asustó, pero no podía controlarlas. Lo único
que tenía que hacer era verlo, y el corazón empezaba a latirle con tal fuerza
en su delgado pecho que le hacía daño en las costillas y sentía calor y
escalofríos a un tiempo. Peter era como un dios en la pequeña población de
Prescott, Luisiana; era indómito como un potro, según decía la gente, pero
estaba respaldado por el dinero de los Lanzani, e incluso de niño había poseído
un duro e inquieto encanto que hacía aletear los corazones de las féminas. Los Lanzani
habían engendrado un buen número de pícaros y renegados, y Peter pronto
demostró tener el potencial para ser el más indomable de todos. Pero era un Lanzani,
y aun cuando armara bronca, lo hacía con estilo.
A
pesar de todo eso, nunca había sido desagradable con Lali, tal como había
ocurrido con algunas personas del pueblo. Su hermana Eugenia escupió una vez en
su dirección cuando Lali y Estefanía se cruzaron con ella en la calle. Lali se
alegraba de que Eugenia se encontrase en Nueva Orleans en un estirado colegio
privado para señoritas y de que no fuera a casa con demasiada frecuencia, ni
siquiera durante el verano, porque estaba en casas de amigas. Por otra parte,
el corazón de Lali había sufrido durante meses cuando Peter se marchó a la
universidad; Baton Rouge no estaba tan lejos, pero durante la temporada de rugby
no le quedaba mucho tiempo libre e iba a casa sólo en vacaciones. Siempre que
sabía que Peter estaba en casa, Lali intentaba ir a los lugares donde pudiera
cruzarse con él, para verlo, paseándose con la gracia indolente de un gato
grande, tan alto y fuerte, tan peligrosamente excitante.
Ahora
que era verano, Peter pasaba mucho tiempo junto al lago, lo cual era uno de los
motivos de la excursión de Lali a través del bosque. El lago era privado,
abarcaba más de ochocientas hectáreas y estaba totalmente rodeado por las
tierras de los Lanzani. Era alargado y de forma irregular, con varias curvas;
ancho y bastante superficial en algunos sitios, estrecho y profundo en otros.
La gran mansión blanca de los Lanzani estaba situada al este del lago, la cabaña
de los Espósito al oeste, pero ninguna de las dos se encontraba de hecho a la
orilla del agua. La única casa de la ribera era la mansión de verano de los Lanzani,
un edificio blanco y de una sola planta que contenía dos dormitorios, una
cocina, un cuarto de estar y una entrada provista de una rejilla que la rodeaba
por entero. Debajo de la casa había un garaje para botes y un embarcadero, y
también una parrilla de ladrillo que habían construido. A veces, en verano, Peter
y sus amigos se juntaban allí para divertirse nadando y remando toda la tarde,
y Lali se deslizaba entre los árboles de la orilla para alegrarse el corazón
observándolo.
A
lo mejor estaba allí hoy, pensó, sintiendo ya el dulce anhelo que la embargaba
cada vez que pensaba en Peter. Sería maravilloso verlo dos veces en un mismo
día.
Estaba
descalza, y los raídos pantalones cortos que llevaba no le protegían las
piernas de los arañazos y las serpientes, pero Lali se encontraba tan cómoda en
el bosque como las otras tímidas criaturas; no la preocupaban las serpientes, y
no hacía el menor caso de los arañazos. Su largo cabello de color castaño oscuro
tendía a colgarle en desorden por delante de los ojos y molestarla, de modo que
se lo había echado hacia atrás y lo había sujetado. Se deslizaba igual que un
espectro entre los árboles, con una expresión soñadora en sus ojos al imaginar
a Peter en su mente. A lo mejor estaba allí; a lo mejor un día la veía oculta
entre los arbustos, o asomada detrás de un árbol, y entonces le tendería la
mano y le diría: — ¿Por qué no sales de ahí y vienes a divertirte con
nosotros?». Se perdió en la deliciosa fantasía de formar parte de aquel grupo
de chicos bronceados por el sol, risueños y pendencieros, de ser una de
aquellas muchachas que eran todo curvas y lucían breves bikinis.
Incluso
antes de llegar al borde del claro en el que se alzaba la casa de verano, vio
el brillo plateado del Corvette de Peter enfrente del edificio, y el corazón
empezó a latirle con familiar violencia. ¡Estaba allí! Se deslizó
silenciosamente tras el refugio de un gran tronco, pero al cabo de unos
instantes se dio cuenta de que no oía nada. No se percibía ningún ruido de
chapoteos, voces, chillidos ni risas.
A
lo mejor estaba pescando desde el embarcadero, o quizá hubiera tomado el bote
para dar un paseo. Lali se acercó un poco más y torció hacia un lado para tener
una vista del embarcadero, pero éste se encontraba desierto. Peter no estaba
allí. Sintió que la invadía la desilusión. Si había tomado el bote, no había
forma de saber cuánto tiempo hacía de eso, y ella no podía quedarse a
esperarlo. Había encontrado aquel momento para ella misma, pero tenía que
regresar pronto y ponerse a preparar la cena y cuidar de Torito.
Estaba
dando media vuelta para marcharse cuando le llegó un sonido amortiguado que la
hizo detenerse con la cabeza inclinada para localizarlo. Salió de entre los
árboles y dio unos cuantos pasos en dirección al claro, y entonces oyó un
murmullo de voces, demasiado débil e indistinto para entenderlo.
Instantáneamente, el corazón le dio otro vuelco; después de todo, sí que estaba
allí. Pero se encontraba dentro de la casa; sería difícil atinar a verlo desde
el bosque. Sin embargo, si se acercaba más, podría oírlo, y eso era todo lo que
necesitaba.
Lali
poseía el don de las criaturas pequeñas y silvestres para guardar silencio. Sus
pies desnudos no hicieron el menor ruido al acercarse a la casa. Procuró
permanecer fuera del campo visual en línea recta de todas las ventanas. El
murmullo de las voces parecía provenir de la parte posterior de la casa, donde
estaban los dormitorios.
Alcanzó
el porche y se acuclilló junto a los escalones, e inclinó otra vez la cabeza en
un intento de entender lo que estaban diciendo, aunque sin éxito. Pero era la
voz de Peter; los tonos graves eran inconfundibles, al menos para ella.
Entonces oyó un suspiro, una especie de gemido, de una voz mucho más aguda.
Atraída
de forma irresistible por la curiosidad y por el imán de la voz de Peter, Lali
abandonó su postura en cuclillas y tiró con cautela de la manilla de la puerta.
No estaba cerrada. La abrió apenas lo suficiente para que pudiera pasar un
gato, y deslizó su cuerpo delgado y ligero al interior, y después, con idéntico
silencio, dejó que se cerrase la puerta. Se acuclilló y avanzó sobre las tablas
del porche en dirección a la ventana abierta de uno de los dormitorios, del
cual parecían provenir las voces.
Oyó
otro suspiro.
Continuará...
Eso es todo por hoy!! Recuerden Firmar! Besos!
Es una niña y ya muere x el,todo lo k es capaz d hacer ,con tal d tan solo verlo.Hummm ,zona d dormitorios,jajaja,con la edadd el ,ya se sabe,espero k Lali no se defraude mucho,y k tal si la pillan?.Muy buen comienzo.
ResponderEliminarSi puedes quitar la verificacion d palabras,seria mejor y mas comodo comentar.Gracias.
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