martes, 15 de mayo de 2012

Capítulo 9





Hola! aunque no se lo merecen les dejo cap eh! y larguito, espero que firmen!
Besos, que tengan buena semana!
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—¿Sabes dónde está Gimena? —preguntó Peter de nuevo con voz gélida.
Salvador alzó un hombro.

—Debe de haber salido —musitó en tono hosco.

—¿Cuándo?

—¿Qué quieres decir con eso de cuándo? Yo estaba durmiendo. ¿Cómo diablos voy a saber a qué hora se fue?

—¿Vino a casa anoche?

—¡Naturalmente que sí! Maldita sea, ¿qué es lo que estás diciendo? —gritó Salvador con una pronunciación ininteligible que daba testimonio del alcohol que seguía teniendo en la sangre.

—¡Estoy diciendo que esa puta que tienes por esposa se ha ido! —gritó Peter a su vez, con el rostro congestionado por la furia y el cuello en tensión.
Lali sintió que la invadía el terror, y la vista se le nubló otra vez.

—No —exclamó con voz contenida.
Peter la oyó, y giró la cabeza súbitamente. La escrutó con sus ojos oscuros brillantes por la furia.

—Por lo menos, tú pareces estar sobria. ¿Sabes dónde está Gimena? ¿Volvió a casa anoche?
Lali, aturdida, movió la cabeza en un gesto negativo. El negro desastre se erguía ante ella, y percibió el olor penetrante, acre y amarillo del miedo... su propio miedo.
Peter curvó el labio superior mostrando sus blancos dientes en un gruñido.

—Ya sabía yo que no. Se ha fugado con mi padre.
Lali volvió a negar con la cabeza, y entonces se dio cuenta de que no podía dejar de hacerlo.
No. Aquella palabra le reverberó por todo el cerebro. Dios, por favor, no.

—¡Estás mintiendo! —chilló Salvador, dirigiéndose con paso vacilante hacia la desvencijada mesa para dejarse caer en una de las sillas—. Gimena no es capaz de abandonarnos a mí y a los chicos. Ella me quiere. Es tu padre el que se habrá largado con alguna que habrá encontrado por ahí...

Peter se lanzó hacia delante como una serpiente en posición de ataque. Su puño se estrelló contra la mandíbula de Salvador, nudillos contra hueso, y tanto Salvador como la silla fueron a parar al suelo. La silla se desintegró hecha añicos bajo su peso.

Con un lamento de terror, Torito escondió de nuevo el rostro en la cadera de Lali, la cual estaba demasiado paralizada para ni siquiera pasarle el brazo por los hombros para consolarlo, y el pequeño rompió a llorar.

Salvador se incorporó atontado y dio unos pasos tambaleándose para poner la mesa de por medio entre él y Peter.

—¿Por qué me has pegado? —gimió, frotándose la mandíbula—. Yo no te he hecho nada. ¡No es culpa mía lo que hayan hecho tu papá y Gimena!

—¿Qué es todo este griterío? —intervino la voz de Estefanía, deliberadamente provocativa, la que empleaba cuando intentaba engatusar a un hombre. Lali volvió la mirada hacia la entrada del colgadizo y sus ojos se agrandaron de horror. Estefanía estaba posando apoyada contra el marco de la puerta con el pelo despeinado y echado hacia atrás para dejar ver sus hombros desnudos. Sólo llevaba encima unas bragas de encaje rojo, y sostenía la camisola de encaje a juego contra su pecho con disimulada coquetería de modo que apenas le cubriera los senos. Miró a Peter con una inocente caída de ojos, tan descaradamente falsa que Lali sintió que se le retorcían las entrañas.
La expresión de Peter se endureció de asco al mirarla; curvó la boca y deliberadamente le volvió la espalda.

—Los quiero fuera de aquí antes de que se haga de noche —le dijo a Salvador en tono de acero—.  Están ensuciando nuestras tierras, y ya estoy harto de oler su peste.

—¿Que nos marchemos de aquí? —graznó Salvador—. Maldito bastardo engreído, no puedes echarnos. Existen leyes...

—No pagan ningún alquiler —replicó Peter con una sonrisa de hielo en los labios—. Las leyes de desahucio no se aplican a los intrusos. Largo de aquí. —Dio media vuelta y echó a andar hacia la puerta.

—¡Espera! —exclamó Salvador. Su mirada de pánico se movía en todas direcciones, como buscando inspiración. Se pasó la lengua por los labios y dijo—: No tengas tanta prisa. Puede... puede que hayan ido a dar un paseo. Ya volverán. Sí, eso es. Gimena volverá, no tenía ningún motivo para marcharse.

Peter soltó una carcajada agria y recorrió la estancia con una mirada de desprecio, observando el pobre interior de la vivienda. Alguien, probablemente la chica más pequeña, había hecho un esfuerzo por mantenerla limpia, pero era como intentar contener la marea. Salvador y los dos chicos, que eran copias de su padre, sólo que más jóvenes, lo miraban con expresión hosca. La hija mayor seguía apoyada en la puerta, tratando de enseñarle todo lo que pudiera de sus pechos sin retirar del todo la escasa prenda. El niño pequeño con síndrome de Down se aferraba a las piernas de la hija más joven y lloraba a voz en grito. La niña permanecía de pie, como si se hubiera convertido en piedra, y lo contemplaba con sus enormes ojos. El pelo castaño le caía en desorden alrededor de los hombros, y llevaba los pies descalzos y sucios.

Estando tan cerca de él, Lali podía leer la expresión de su cara, y sintió una punzada por dentro al ver cómo recorría con la vista la cabaña y a sus habitantes, para por fin posarla en ella.
Estaba catalogando su vida, a su familia, a ella misma, y estaba descubriendo que no valían nada.

—¿Ningún motivo para marcharse? —se mofó—. Por Dios, que yo pueda ver, ¡no tiene ningún motivo para regresar!

En el silencio que siguió, dejó a Lali a un lado y empujó con violencia la puerta de rejilla, la cual chocó contra el costado de la cabaña y volvió a cerrarse con un golpe. El motor del Corvette cobró vida con un rugido, y un momento más tarde Peter se había marchado. Lali se quedó petrificada allí de pie, con Torito todavía aferrado a sus piernas y llorando. Sentía la mente entumecida. Sabía que tenía que hacer algo, pero ¿qué? Peter había dicho que tenían que irse, y la enormidad de aquel hecho la dejó atónita. ¿Marcharse? ¿Adónde se marcharían? No lograba que su mente se pusiera a funcionar. Lo único que pudo hacer fue levantar la mano, que le pareció pesada como el plomo, y acariciar el suave cabello de Torito diciendo:

—Está bien, está bien —aunque sabía que era mentira. Mamá se había ido, y las cosas ya nunca volverían a estar bien.

                                            *              *              *

Peter consiguió recorrer poco más de medio kilómetro antes de que el temblor se volviera tan intenso que tuvo que detener el automóvil. Apoyó la cabeza en el volante y cerró los ojos en un intento de controlar las oleadas de pánico. Dios, ¿qué iba a hacer? jamás había estado tan asustado como ahora.

Se sintió invadido por la confusión y el dolor, igual que un niño que echa a correr para esconder la cara en las faldas de su madre, igual que aquel pequeño de los Espósito que intentaba ocultarse tras las delgadas piernas de su hermana. Pero él no podía acudir a Ornella; incluso cuando era niño ella apartaba de sí sus pequeñas manitas, y él había aprendido a recurrir a su padre para que lo tranquilizara. Aunque Ornella fuera más afectuosa, ahora no podía acudir a ella en busca de apoyo, porque ella lo buscaría a él por la misma razón. Ahora tenía la responsabilidad de cuidar de su madre y de su hermana.

¿Por qué había hecho Nicolás algo así? ¿Cómo podía haberse ido? La ausencia de su padre, su traición, causaron en Peter la sensación de que le habían desgarrado el corazón. Nicolás tenía a Gimena de todas maneras; ¿qué le habría ofrecido ella para tentarlo a dar la espalda a sus hijos, su negocio, su patrimonio? Siempre había estado cercano a su padre, había crecido rodeado por su amor, siempre había sentido su apoyo como una sólida roca a su espalda, pero ahora esa presencia amorosa y tranquilizadora había desaparecido, y con ella los cimientos de su vida.


Estaba aterrorizado. Sólo tenía veintidós años, y los problemas que se cernían sobre él le parecían montañas imposibles de escalar. Ornella y Eugenia no lo sabían aún; de algún modo tendría que encontrar la fuerza que necesitaba para decírselo. Tenía que ser una roca para ellas, y debía dejar a un lado su propio dolor y concentrarse en mantener a flote la situación económica de la familia, o se arriesgarían a perderlo todo. Aquélla no era la misma situación que tendría lugar si Nicolás hubiera muerto, pues Peter habría heredado las acciones, el dinero y el control. Tal como estaban las cosas ahora, Nicolás seguía siendo el dueño de todo, y no estaba allí. La fortuna de los Lanzani podía desmoronarse a su alrededor, inversores cautos abordarían el barco y diversas juntas administrativas se harían con el poder. Peter tendría que luchar para conservar siquiera la mitad de lo que tenía ahora.

Él, Eugenia y Ornella poseían algunos activos a su nombre, pero no serían suficientes. Nicolás había impartido a Peter un curso acelerado para dirigirlo todo, pero no le había otorgado el poder para hacerlo, a menos que hubiera dejado una carta que lo convirtiera en su delegado. Una esperanza desesperada se encendió en lo más recóndito de su cerebro. Una carta así, si es que existía, se encontraría en el escritorio del estudio.

Si no era así, tendría que llamar a Alejo y pedirle ayuda para trazar una estrategia. Alejo era un hombre de lo más inteligente y un buen abogado de empresa; podría tener un trabajo mucho más lucrativo en otra parte, pero estaba respaldado por el dinero de su familia y no sentía la necesidad de marcharse de Prescott. Había llevado hasta entonces todos los negocios de Nicolás, además de ser su mejor amigo, de modo que conocía su situación jurídica tanto o más que Peter.

Dios sabía, pensó Peter con gesto sombrío, que iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir. Si no existía un poder escrito, sería afortunado de conservar un techo bajo el que cobijarse.

Cuando levantó la cabeza del volante, ya había recuperado el control de sí mismo, había empujado el dolor hasta el fondo y lo había sustituido por una fría determinación. Por Dios, su madre y su hermana iban a pasarlo ya bastante mal haciendo frente a aquella situación; maldito fuera si permitía que perdieran también su hogar.

Metió la marcha y arrancó, dejando atrás los últimos retazos de su infancia sobre el desgastado camino de tierra. En primer lugar fue a Prescott, a la oficina de Alejo. Tendría que moverse deprisa para salvarlo todo.

Continuará...

2 comentarios:

  1. Holaaaa :)
    ¿como estas? cuando tenga tiempo me leo tu nove!
    si tenes ganas pasate por mi blog que estoy subiendo una nueva nove :)
    espero que andes bien
    un beso
    Juli♥

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  2. Frio y duro,dejarlos sin su cabaña,un tanto egoista d su parte,si su padre se fue ,ellos no tenian la culpa,no penso en Torito y Lali, k son los k quedan mas deamparados.

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