Hola! aunque no se lo merecen les dejo cap eh! y larguito, espero que firmen!
Besos, que tengan buena semana!
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—¿Sabes dónde está Gimena? —preguntó Peter de nuevo
con voz gélida.
Salvador
alzó un hombro.
—Debe
de haber salido —musitó en tono hosco.
—¿Cuándo?
—¿Qué
quieres decir con eso de cuándo? Yo estaba durmiendo. ¿Cómo diablos voy a saber
a qué hora se fue?
—¿Vino
a casa anoche?
—¡Naturalmente
que sí! Maldita sea, ¿qué es lo que estás diciendo? —gritó Salvador con una
pronunciación ininteligible que daba testimonio del alcohol que seguía teniendo
en la sangre.
—¡Estoy
diciendo que esa puta que tienes por esposa se ha ido! —gritó Peter a su vez, con
el rostro congestionado por la furia y el cuello en tensión.
Lali
sintió que la invadía el terror, y la vista se le nubló otra vez.
—No
—exclamó con voz contenida.
Peter
la oyó, y giró la cabeza súbitamente. La escrutó con sus ojos oscuros
brillantes por la furia.
—Por
lo menos, tú pareces estar sobria. ¿Sabes dónde está Gimena? ¿Volvió a casa
anoche?
Lali,
aturdida, movió la cabeza en un gesto negativo. El negro desastre se erguía
ante ella, y percibió el olor penetrante, acre y amarillo del miedo... su
propio miedo.
Peter
curvó el labio superior mostrando sus blancos dientes en un gruñido.
—Ya
sabía yo que no. Se ha fugado con mi padre.
Lali
volvió a negar con la cabeza, y entonces se dio cuenta de que no podía dejar de
hacerlo.
No.
Aquella palabra le reverberó por todo el cerebro. Dios, por favor, no.
—¡Estás
mintiendo! —chilló Salvador, dirigiéndose con paso vacilante hacia la
desvencijada mesa para dejarse caer en una de las sillas—. Gimena no es capaz
de abandonarnos a mí y a los chicos. Ella me quiere. Es tu padre el que se
habrá largado con alguna que habrá encontrado por ahí...
Peter
se lanzó hacia delante como una serpiente en posición de ataque. Su puño se
estrelló contra la mandíbula de Salvador, nudillos contra hueso, y tanto Salvador
como la silla fueron a parar al suelo. La silla se desintegró hecha añicos bajo
su peso.
Con
un lamento de terror, Torito escondió de nuevo el rostro en la cadera de Lali,
la cual estaba demasiado paralizada para ni siquiera pasarle el brazo por los
hombros para consolarlo, y el pequeño rompió a llorar.
Salvador
se incorporó atontado y dio unos pasos tambaleándose para poner la mesa de por
medio entre él y Peter.
—¿Por
qué me has pegado? —gimió, frotándose la mandíbula—. Yo no te he hecho nada.
¡No es culpa mía lo que hayan hecho tu papá y Gimena!
—¿Qué
es todo este griterío? —intervino la voz de Estefanía, deliberadamente
provocativa, la que empleaba cuando intentaba engatusar a un hombre. Lali
volvió la mirada hacia la entrada del colgadizo y sus ojos se agrandaron de
horror. Estefanía estaba posando apoyada contra el marco de la puerta con el
pelo despeinado y echado hacia atrás para dejar ver sus hombros desnudos. Sólo
llevaba encima unas bragas de encaje rojo, y sostenía la camisola de encaje a
juego contra su pecho con disimulada coquetería de modo que apenas le cubriera
los senos. Miró a Peter con una inocente caída de ojos, tan descaradamente
falsa que Lali sintió que se le retorcían las entrañas.
La
expresión de Peter se endureció de asco al mirarla; curvó la boca y
deliberadamente le volvió la espalda.
—Los
quiero fuera de aquí antes de que se haga de noche —le dijo a Salvador en tono
de acero—. Están ensuciando nuestras
tierras, y ya estoy harto de oler su peste.
—¿Que
nos marchemos de aquí? —graznó Salvador—. Maldito bastardo engreído, no puedes
echarnos. Existen leyes...
—No
pagan ningún alquiler —replicó Peter con una sonrisa de hielo en los labios—.
Las leyes de desahucio no se aplican a los intrusos. Largo de aquí. —Dio media
vuelta y echó a andar hacia la puerta.
—¡Espera!
—exclamó Salvador. Su mirada de pánico se movía en todas direcciones, como
buscando inspiración. Se pasó la lengua por los labios y dijo—: No tengas tanta
prisa. Puede... puede que hayan ido a dar un paseo. Ya volverán. Sí, eso es. Gimena
volverá, no tenía ningún motivo para marcharse.
Peter
soltó una carcajada agria y recorrió la estancia con una mirada de desprecio,
observando el pobre interior de la vivienda. Alguien, probablemente la chica
más pequeña, había hecho un esfuerzo por mantenerla limpia, pero era como
intentar contener la marea. Salvador y los dos chicos, que eran copias de su
padre, sólo que más jóvenes, lo miraban con expresión hosca. La hija mayor
seguía apoyada en la puerta, tratando de enseñarle todo lo que pudiera de sus
pechos sin retirar del todo la escasa prenda. El niño pequeño con síndrome de
Down se aferraba a las piernas de la hija más joven y lloraba a voz en grito.
La niña permanecía de pie, como si se hubiera convertido en piedra, y lo contemplaba
con sus enormes ojos. El pelo castaño le caía en desorden alrededor de los
hombros, y llevaba los pies descalzos y sucios.
Estando
tan cerca de él, Lali podía leer la expresión de su cara, y sintió una punzada
por dentro al ver cómo recorría con la vista la cabaña y a sus habitantes, para
por fin posarla en ella.
Estaba
catalogando su vida, a su familia, a ella misma, y estaba descubriendo que no
valían nada.
—¿Ningún
motivo para marcharse? —se mofó—. Por Dios, que yo pueda ver, ¡no tiene ningún
motivo para regresar!
En el
silencio que siguió, dejó a Lali a un lado y empujó con violencia la puerta de
rejilla, la cual chocó contra el costado de la cabaña y volvió a cerrarse con
un golpe. El motor del Corvette cobró vida con un rugido, y un momento más tarde
Peter se había marchado. Lali se quedó petrificada allí de pie, con Torito
todavía aferrado a sus piernas y llorando. Sentía la mente entumecida. Sabía
que tenía que hacer algo, pero ¿qué? Peter había dicho que tenían que irse, y
la enormidad de aquel hecho la dejó atónita. ¿Marcharse? ¿Adónde se marcharían?
No lograba que su mente se pusiera a funcionar. Lo único que pudo hacer fue
levantar la mano, que le pareció pesada como el plomo, y acariciar el suave
cabello de Torito diciendo:
—Está
bien, está bien —aunque sabía que era mentira. Mamá se había ido, y las cosas
ya nunca volverían a estar bien.
* * *
Peter
consiguió recorrer poco más de medio kilómetro antes de que el temblor se
volviera tan intenso que tuvo que detener el automóvil. Apoyó la cabeza en el
volante y cerró los ojos en un intento de controlar las oleadas de pánico.
Dios, ¿qué iba a hacer? jamás había estado tan asustado como ahora.
Se
sintió invadido por la confusión y el dolor, igual que un niño que echa a
correr para esconder la cara en las faldas de su madre, igual que aquel pequeño
de los Espósito que intentaba ocultarse tras las delgadas piernas de su
hermana. Pero él no podía acudir a Ornella; incluso cuando era niño ella
apartaba de sí sus pequeñas manitas, y él había aprendido a recurrir a su padre
para que lo tranquilizara. Aunque Ornella fuera más afectuosa, ahora no podía
acudir a ella en busca de apoyo, porque ella lo buscaría a él por la misma
razón. Ahora tenía la responsabilidad de cuidar de su madre y de su hermana.
¿Por
qué había hecho Nicolás algo así? ¿Cómo podía haberse ido? La ausencia de su
padre, su traición, causaron en Peter la sensación de que le habían desgarrado
el corazón. Nicolás tenía a Gimena de todas maneras; ¿qué le habría ofrecido
ella para tentarlo a dar la espalda a sus hijos, su negocio, su patrimonio?
Siempre había estado cercano a su padre, había crecido rodeado por su amor,
siempre había sentido su apoyo como una sólida roca a su espalda, pero ahora
esa presencia amorosa y tranquilizadora había desaparecido, y con ella los
cimientos de su vida.
Estaba
aterrorizado. Sólo tenía veintidós años, y los problemas que se cernían sobre
él le parecían montañas imposibles de escalar. Ornella y Eugenia no lo sabían
aún; de algún modo tendría que encontrar la fuerza que necesitaba para
decírselo. Tenía que ser una roca para ellas, y debía dejar a un lado su propio
dolor y concentrarse en mantener a flote la situación económica de la familia,
o se arriesgarían a perderlo todo. Aquélla no era la misma situación que
tendría lugar si Nicolás hubiera muerto, pues Peter habría heredado las
acciones, el dinero y el control. Tal como estaban las cosas ahora, Nicolás
seguía siendo el dueño de todo, y no estaba allí. La fortuna de los Lanzani
podía desmoronarse a su alrededor, inversores cautos abordarían el barco y
diversas juntas administrativas se harían con el poder. Peter tendría que
luchar para conservar siquiera la mitad de lo que tenía ahora.
Él, Eugenia
y Ornella poseían algunos activos a su nombre, pero no serían suficientes. Nicolás
había impartido a Peter un curso acelerado para dirigirlo todo, pero no le
había otorgado el poder para hacerlo, a menos que hubiera dejado una carta que
lo convirtiera en su delegado. Una esperanza desesperada se encendió en lo más
recóndito de su cerebro. Una carta así, si es que existía, se encontraría en el
escritorio del estudio.
Si no
era así, tendría que llamar a Alejo y pedirle ayuda para trazar una estrategia.
Alejo era un hombre de lo más inteligente y un buen abogado de empresa; podría
tener un trabajo mucho más lucrativo en otra parte, pero estaba respaldado por
el dinero de su familia y no sentía la necesidad de marcharse de Prescott.
Había llevado hasta entonces todos los negocios de Nicolás, además de ser su
mejor amigo, de modo que conocía su situación jurídica tanto o más que Peter.
Dios
sabía, pensó Peter con gesto sombrío, que iba a necesitar toda la ayuda que
pudiera conseguir. Si no existía un poder escrito, sería afortunado de
conservar un techo bajo el que cobijarse.
Cuando
levantó la cabeza del volante, ya había recuperado el control de sí mismo,
había empujado el dolor hasta el fondo y lo había sustituido por una fría
determinación. Por Dios, su madre y su hermana iban a pasarlo ya bastante mal
haciendo frente a aquella situación; maldito fuera si permitía que perdieran
también su hogar.
Metió
la marcha y arrancó, dejando atrás los últimos retazos de su infancia sobre el
desgastado camino de tierra. En primer lugar fue a Prescott, a la oficina de Alejo.
Tendría que moverse deprisa para salvarlo todo.
Holaaaa :)
ResponderEliminar¿como estas? cuando tenga tiempo me leo tu nove!
si tenes ganas pasate por mi blog que estoy subiendo una nueva nove :)
espero que andes bien
un beso
Juli♥
Frio y duro,dejarlos sin su cabaña,un tanto egoista d su parte,si su padre se fue ,ellos no tenian la culpa,no penso en Torito y Lali, k son los k quedan mas deamparados.
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