miércoles, 25 de julio de 2012

"Cuñados" Capítulo 2








Hola!!! como andan? yo trsite por que se acaban las vacaciones! no se yo, pero cuando era chica se me hacían más largas! a ustedes no? jaja
Bueno nada más que decir, un beso!
PD: si hay hartas firmas subo otro!
Ah! y el que quiera, puede recomendar el blog?...por favor...Besos!
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—¿Qué… qué hace?
—Voy a arreglar el motor —contestó—. Y usted, señorita Espósito, va a ir abajo para que se arregle un poco, y yo pueda darme cuenta de cuál es su verdadera apariencia.
Abrió la boca en señal de protesta, pero de inmediato la cerró pues la mirada de aquellos ojos verdes la hizo estremecerse. «No es la clase de hombre con el que se puede discutir», se dijo a sí misma. Era fácil detectar que estaba acostumbrado a que la gente obedeciera de inmediato sus órdenes, y aunque carecía del derecho legal de subir a bordo, no intentaría discutir la ley con él, pues ni siquiera le prestaría atención.
Con un gran esfuerzo, adoptó un aire de indiferencia y levantó los hombros.
—Estaba a punto de lavarme cuando usted apareció. Y si le gusta arreglar motores, continúe. No es mi intención interrumpirle.
Deprisa bajó por la escalera y cerró la escotilla firmemente. ¿Quién diablos era ese desconocido y qué quería?, se preguntaba. La gente con zapatos italianos hechos a mano y con relojes de oro no contrataban barcos como el Miranda. Era más probable que continuara por la costa hacia la propiedad de la familia Lanzani, para alquilar uno de sus flamantes barcos de motor.
Lali frunció las cejas. A menos… a menos que buscara algo turbio. ¡Contrabando, por ejemplo! ¿Parecía un tipo sospechoso? Sí, muy sospechoso y peligroso, como un miembro de la mafia argentina en caso de que ésta existiera.
Cuando llegara Jaime, le diría que no les interesaba tratar con él y lo mandaría al diablo.
En su reducido camarote se dio una ducha y después de secarse se puso unos vaqueros limpios y una camiseta de algodón blanco. Luego se cepilló el cabello.
Después de unos momentos, bajó el cepillo y se estiró para mirar la estropeada fotografía de su padre. Se la habían hecho un poco antes de que muriera. Estaba de pie en la cubierta del Miranda, sonriente y con un aspecto indestructible. Cada vez que se deprimía, Lali miraba esa fotografía y de inmediato se animaba, dispuesta a luchar por lo que era de ella y de Jaime.
El Miranda fue el orgullo y la alegría de su padre. Como ex-marino que era, siempre soñó con tener su propio barco, pero su matrimonio impidió que esa ilusión se hiciera realidad. Cuando la madre de Lali vivía, él trabajaba en una oficina de nueve a cuatro y aunque odiaba ese empleo, nunca se quejó.
Ella tenía doce años y Jaime sólo cinco cuando su madre murió. Un borracho la había atropellado matándola en el acto.
La tragedia la destrozó, pero la agonía no terminó ahí. El conductor quedó libre con una multa de quinientos dólares y dos años de retirada de carnet.
La compensación económica que les entregó la compañía aseguradora del conductor fue igualmente ridícula y pronto su padre los llevó a ella y a su hermano a Chubut. Después, les explicó que los recuerdos de su madre eran demasiados y que le resultaba imposible pensar en trabajar en una oficina el resto de su vida.
Había encontrado el Miranda abandonado en un muelle, en un lugar llamado Quiparisia. Era un barco de pesca de dieciocho metros, y todos se enamoraron de él de inmediato. Ese día su padre llegó a un acuerdo con el dueño, y dos días después salieron hacia el puerto, y más tarde, a Comodoro Rivadavia.
Durante dos meses, su padre se conformó con zarpar cada vez que deseaba hacerlo. Pero en el fondo de su mente, debió preguntarse de qué iban a vivir cuando el dinero se agotara, pero lo dejó en manos de la suerte.
Una tarde anclaron en la bahía de una pequeña isla. Un hombre en la playa les hizo señas con un pañuelo. Su padre utilizó la lancha pequeña para llegar a tierra y regresó con la noticia de que lo había contratado para llevar a la siguiente isla a un grupo de quince personas que celebraban una boda.
El dueño del barco que se suponía iba a llevarlos había bebido demasiado la noche anterior y aún estaba recuperándose.
Cuando terminaron ese trabajo, uno de los invitados de la boda los contrató para llevar una docena de ovejas al mercado más cercano.
Rápidamente el negocio creció. Las islas más grandes eran atendidas por las líneas habituales de transbordadores, pero las más pequeñas y alejadas necesitaban con urgencia los servicios de barcos como el Miranda.
Habían sido los dos años más maravillosos de su vida, pero no pudieron continuar. Su padre decidió que tenían que seguir con sus estudios y los mandó a un colegio interno en Buenos Aires.
Después de la cómoda y placentera vida a bordo del Miranda, los rigores y la disciplina de una escuela estricta fue como una ducha de agua fría. Pero ahora, Lali se daba cuenta de que había sido una experiencia valiosa.
Buenos Aires estaba a unas horas en avión, y ella y su hermano volaban allí cuando tenían vacaciones para pasar unas maravillosas semanas con su padre.
En esa época, la chica cometió el error más grande de su vida. Incluso ahora, siete años después, se sentía incómoda cada vez que lo recordaba. Tenía dieciocho años, cuando decidió quedarse en Buenos Aires para asistir a la universidad, pero al final no se matriculó en ninguna y sólo se dedicó a hacer tonterías.
Después de colocar de nuevo la fotografía de su padre, se miró al espejo. No, no era el momento de pensar en Victor, pertenecía al pasado y no deseaba abrir viejas heridas.
En aquella época, triste y herida, Lali pensó en irse con su padre, pero enseguida cambió de opinión. En primer lugar, Jaime aún estaba en la escuela y no quería dejarlo solo. Pero existía una razón más fuerte y sombría… culpabilidad y un sentimiento de fracaso. La única manera de remediarlo era quedarse y sacarle el mejor provecho.
Se inscribiría en una escuela para hacer un curso de dos años sobre administración, y una vez con su diploma buscaría un empleo digno de sus habilidades.
Encontraría trabajo, de telefonista o camarera de media jornada, cualquier cosa que le diera de comer.
Consiguió un trabajo en una agencia de viajes, donde sus conocimientos de los puertos del sur fueron una excelente ayuda, pero ver aquellos fantásticos folletos de viaje sólo la perturbaron y la hicieron anhelar una vez más, subir a un barco.
Dos años después su padre murió en un trágico accidente. Jaime ya había salido de la escuela e iniciado un aprendizaje en un taller mecánico de la localidad. Los dos tomaron un avión para asistir al funeral y se consolaron mutuamente en aquellos momentos tan tristes.
Una vez que terminó el entierro, el abogado de su padre los condujo a su oficina.
Había poco dinero, les explicó, pero si les interesaba podrían vender el Miranda, pues estaba seguro de encontrar un comprador dispuesto a pagar un precio razonable.
—¡No! —los dos hermanos rechazaron al unísono el ofrecimiento, e intercambiaron una mirada de comprensión. El Miranda había sido el sueño de su padre y venderlo a un desconocido sería un insulto a su recuerdo. Además, Buenos Aires ya no tenía nada que ofrecerles. Se quedarían con el Miranda para continuar el negocio que su padre había iniciado.
El abogado los miró con desconfianza, pero cuando ella le aseguró que entre los dos podrían hacerse cargo del Miranda, accedió de mala gana y los ayudó a preparar todas las formalidades y el papeleo.
Tres días después, llenos de optimismo y con una lista de los clientes de su padre, zarparon en el Miranda para entregar un cargamento de tuberías y una bomba de agua para facilitar la vida de los habitantes de una isla al sur…
Un ruido interrumpió sus pensamientos y se estremeció un poco cuando el motor comenzó a zumbar. Sin duda Jaime había llegado y podría decirle al desconocido que se fuera.
Se miró al espejo con ojo crítico. Los años al sol habían aclarado su cabello oscuro para darle un tono más castaño. Por comodidad lo llevaba corto, pero hacía tiempo que no iba a la peluquería y se lo recogía con una cinta. Nunca se maquillaba, ni siquiera en las raras ocasiones en que visitaban las islas más grandes, durante la temporada de turismo.
Se puso unas sandalias y subió a cubierta.


Continuara...

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