jueves, 10 de mayo de 2012

Capítulo 7





Aquí les dejo cap! pronto se vienen unos imperdibles! Besos!
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Ella se echó hacia atrás, herida, y se lo quedó mirando con un gesto de reproche.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Estoy preocupada por él!

—Ya lo sé. —Peter consiguió dulcificar el tono—. Pero es una pérdida de tiempo, y él no va a darte las gracias.

—¡Tú siempre te pones de su parte, porque eres igual que él! —Las lágrimas ya le resbalaban lentamente por las mejillas, y se volvió de espaldas—. Seguro que esa propiedad de Baton Rouge resulta que tiene dos piernas y un par de pechos grandes. Nada, anda, ¡que te diviertas!

—Así lo haré —repuso Peter con ironía. Era verdad que iba a ver una propiedad; lo que haría después era otra historia. Era un hombre joven, sano y fuerte, con un impulso sexual que no había dado señales de ir a menos desde su adolescencia. Era una quemazón constante en el vientre, un dolor hambriento en los testículos. Era lo bastante afortunado de poder tener mujeres para calmar aquel apetito, y lo bastante cínico para darse cuenta de que el dinero de su familia contribuía mucho a su éxito sexual.

No le importaba cuáles fueran los motivos de la mujer, si venía a él porque le gustaba y disfrutaba de su cuerpo o si tenía el ojo puesto en la cuenta bancaria de los Lanzani. Las razones no importaban, pues lo único que quería era tener a su lado un cuerpo suave y cálido que absorbiese su impetuoso deseo sexual y le diera satisfacción durante un tiempo. Nunca había amado a una mujer, pero estaba claro que amaba el sexo, amaba todo lo que tenía que ver con él: los olores, las sensaciones, los sonidos. En particular, lo maravillaba su momento favorito, el instante de la penetración, cuando notaba la ligera resistencia del cuerpo de la mujer a la presión que ejercía él, y luego la aceptación, la sensación de ser absorbido y rodeado por carne caliente, tensa, húmeda.

¡Dios, aquello era maravilloso! Siempre ponía sumo cuidado en protegerse contra embarazos no deseados y usaba condón aunque la mujer dijera que estaba tomando la píldora, porque sabía que las mujeres mentían en cosas como ésas y un hombre inteligente no debía correr riesgos.

No lo sabía con seguridad, pero sospechaba que Eugenia aún era virgen. Aunque era mucho más emocional que Ornella, todavía había en ella algo de su madre, una especie de profundo distanciamiento que hasta el momento no había permitido que se le acercara demasiado ningún hombre. Era una extraña mezcla de las personalidades de sus padres, había recibido una parte del frío distanciamiento de Ornella pero nada de su seguridad en sí misma, y otra parte de la naturaleza emocional de Nicolás sin su intensa sexualidad. Por otro lado, Peter poseía la sexualidad de su padre atemperada por el control de Ornella. A pesar de lo mucho que deseaba el sexo, no era esclavo de su deseo como lo era Nicolás. Él sabía cuándo y cómo decir no. Además, gracias a Dios, por lo visto él tenía más sensatez eligiendo mujeres que Nicolás.
Tiró de un mechón del pelo oscuro de Eugenia.

—Voy a llamar a Alejo, a ver si sabe dónde está papá. —Alejo García, era abogado y el mejor amigo de Nicolás.
Los labios de Eugenia temblaron, pero sonrió a través de las lágrimas.

—Él irá a buscar a papá y le dirá que venga a casa.
Peter soltó un resoplido. Resultaba increíble que su hermana hubiera llegado a los veinte sin haber aprendido absolutamente nada de los hombres.

—Yo no estoy tan seguro de eso, pero puede que así te quedes tranquila.
Tenía la intención de decirle a Eugenia que Nicolás se encontraba en una partida de Póker, aunque Alejo supiera hasta el número de habitación del hotel donde Nicolás había pasado la noche.

Fue al estudio desde el que Nicolás atendía la mirada de intereses financieros de los Lanzani y en el que él mismo estaba aprendiendo a atenderlos. A Peter lo fascinaban las complejidades de los negocios y las finanzas, tanto que voluntariamente había dejado pasar la oportunidad de jugar al rugby como profesional para zambullirse de cabeza en el mundo de los negocios. No había supuesto un gran sacrificio para él; sabía que era lo bastante bueno para jugar como profesional, porque habían observado su rendimiento, pero también sabía que no tenía madera para ser una estrella. Si hubiera dedicado su vida al rugby, habría jugado durante ocho años o así, eso si hubiera tenido la suerte de no lesionarse, y habría ganado un sueldo bueno pero no espectacular. Al final, lo que pesaba más era que, por mucho que le gustase el balón, amaba más los negocios. Aquél era un juego al que podía jugar durante mucho más tiempo que el rugby, además de ganar muchísimo más dinero, y era una pelea entre iguales.

Aunque a Nicolás le habría estallado el pecho de orgullo al ver a su hijo como profesional del deporte, Peter opinaba que en cierto modo se había sentido aliviado al ver que elegía regresar a casa. En los pocos meses que habían transcurrido desde que Peter se graduó, Nicolás no había hecho otra cosa que llenarle la cabeza de conocimientos sobre los negocios, material que no podía encontrarse en un libro de texto.

Peter pasó los dedos por la madera pulimentada del gran escritorio. Había una enorme fotografía de Ornella en un rincón del mismo, rodeada de fotos más pequeñas de él y de Eugenia en diversas etapas de su crecimiento, como una reina con sus súbditos reunidos a su alrededor. La mayoría de la gente habría pensado que era una madre con sus hijos pegados a la falda, pero Ornella no era maternal en lo más mínimo. El sol matinal iluminaba de costado la foto y resaltaba detalles que por lo general pasaban inadvertidos, y Peter se detuvo a mirar la imagen fija del rostro de su madre.
Era una mujer muy guapa, aunque poseía un tipo de belleza muy diferente al de Gimena Espósito.

Gimena era el sol, caliente, audaz y brillante, mientras que Ornella era la luna, distante y fría. Tenía un cabello oscuro, abundante y sedoso, que llevaba peinado en un sofisticado moño, y unos encantadores ojos azules que no había heredado ninguno de sus hijos. No era criolla francesa, sino llanamente americana vieja; algunos parroquianos se habían preguntado si Nicolás Lanzani no se habría casado con alguien inferior. Pero ella había resultado ser más regia de lo que podría haberlo sido ninguna criolla nacida para ese papel, y aquellas antiguas dudas habían quedado olvidadas hacía ya mucho tiempo.

Sobre el escritorio estaba la agenda de citas de Nicolás, abierta. Peter apoyó una cadera contra la mesa y recorrió con la vista las citas que había apuntadas para aquel día. Su padre tenía una reunión con William Grady, el banquero, a las diez. Por primera vez, Peter sintió una punzada de inquietud. Nicolás nunca había permitido que sus mujeres interfirieran en sus negocios, y jamás acudía a una cita sin afeitar y sin haberse puesto ropa limpia.
Enseguida marcó el número de Alejo, y su secretaria respondió al primer timbrazo.

—García y Anderson, abogados.

—Buenos días, Tina. ¿Ha llegado ya Alejo?

—Por supuesto —repuso ella con buen humor, pues había reconocido inmediatamente el distintivo tono grave de Peter, semejante al terciopelo—. Ya sabes cómo es. Haría falta un terremoto para que no entrara por la puerta al dar las nueve. Espera un momento, voy a llamarlo.

Peter oyó el chasquido de la llamada en espera, pero conocía a Tina demasiado bien para pensar que estaba hablando con Alejo por el interno. Había estado en aquella oficina muy a menudo, tanto de niño como de hombre, y sabía que la única ocasión en la que Tina usaba el interfono era cuando había delante un desconocido. La mayoría de las veces se limitaba a girarse en su silla y levantar la voz, ya que el despacho de Alejo estaba justo a su espalda, con la puerta abierta.

Peter sonrió al recordar cómo Nicolás reía a carcajadas al contarle que Alejo había intentado una vez que Tina adoptase una actitud más formal, más propia de un bufete de abogados. El pobre Alejo, tan poco severo, no tenía la menor posibilidad de vencer a su secretaria. Ésta, sintiéndose ofendida, se volvió tan fría que la oficina se congeló. En lugar del habitual «Alejo» empezó a llamarlo «señor García» cada vez que se dirigía a él, utilizaba siempre el interfono, y la cómoda camaradería que había entre are ambos se esfumó. Cuando él se paraba en frente de la mesa de ella para charlar, Tina se levantaba para ir al baño. Todos esos pequeños detalles de los que en otro tiempo se había ocupado como algo normal, quitándole a Alejo una buena parte de trabajo, ahora aparecían amontonados sobre la mesa de él. Alejo empezó a llegar más temprano y salir más tarde, mientras que Tina de pronto pasó a tener un horario de lo más preciso. No cabía pensar en sustituirla; las secretarias de bufete no eran fáciles de encontrar en Prescott. Al cabo de dos semanas, Alejo se había rendido humildemente, y desde entonces Tina le hablaba a voces a través de la puerta del despacho.

La línea telefónica chasqueó de nuevo cuando Alejo tomó el auricular. Por el otro lado sonó su  forma de hablar tranquila y bonachona.

—Buenos días, Peter.— Hoy has madrugado, según parece.

—No tanto. —Siempre madrugaba más que su padre, pero la mayoría de la gente suponía era que de tal palo, tal astilla—. Voy a ir a Baton Rouge a echar un vistazo a una propiedad. Alejo, ¿sabes tú dónde está mi papá?
Se hizo un pequeño silencio al otro extremo del cable.

—No, no lo sé. —Otra breve pausa de cautela—. ¿Ocurre algo malo?

—Anoche no vino a casa, y hoy a las diez tiene una cita con Will Grady.

—Maldición —dijo Alejo suavemente, pero Peter percibió el tono de alarma en su voz—. Dios, no creía que él fuera a... ¡Maldita sea!

Continuará

2 comentarios:

  1. Alejo sabe algo del papa d Peter,y este le va a sonsacar.Espero k se encuentren pronto ,Peter y Lali,muero x saber como, y en k circunstancias.

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  2. ACABÓ DE EMPEZAR A LEER TÚ NOVE, LA VERDAD ME SUPER ENGANCHE.
    ESPERO QUE SUBAS PRONTO EL PROXIMO CAPITULO, QUIERO SABER DONDE SE METIERON NICOLÁS Y GIMENA.

    BESOS :-*

    @solo_ellos_axel

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